Desarrollada por el erudito estadounidense Lyman Wyne, la así llamada “Teoría epigenética de las relaciones” es un modelo explicativo de las relaciones interpersonales. De acuerdo con esa teoría, toda relación interpersonal saludable pasa por cinco etapas: apego, comunicación afectiva, resolución conjunta de problemas, mutualidad e intimidad. Con esto en mente, se puede decir que de nada vale ofrecer estudios bíblicos a personas con las que no se haya cultivado una relación saludable. Es decir, para tener éxito en el cumplimiento de la Gran Comisión, necesitamos desarrollar relaciones.

Al escuchar esta teoría, pude llegar a algunas conclusiones bastante personales acerca de lo que estaba aprendiendo. Mi formación en sociología me había llevado a estudiar el fenómeno del crecimiento y la decadencia de los movimientos religiosos. De hecho, mi tesis de maestría, defendida en la Universidad de Texas, había versado sobre la decadencia del catolicismo en Latinoamérica.

La base del crecimiento

Aun antes de entrar en contacto con las ideas de Wyne, ya estaba convencida de que las relaciones forman parte esencial del crecimiento de los movimientos religiosos. Estaba familiarizada con las investigaciones del sociólogo cristiano Rodny Stark, que afirmaba que la conversión a grupos religiosos ocurre cuando, cumplido todo lo demás, las personas tienen o desarrollan relaciones con los miembros del movimiento.[1] Entonces, concluí que las mujeres adventistas pueden desempeñar un papel relevante en crear una atmósfera religiosa que favorezca la formación de las relaciones.

Parecería ser que las mujeres todavía son las que, con mayor facilidad, consiguen desarrollar, en sus relaciones, las fases propuestas por la Teoría epigenética. Es decir, pareciera que las mujeres tienen más facilidad para desarrollar apego, comunicación afectiva, resolución conjunta de problemas, mutualidad e intimidad. No es casualidad que, de manera general, las iglesias adventistas todavía opten por las mujeres como recepcionistas. En verdad, la actuación de las mujeres en el contexto religioso ha estado generalmente asociada a la provisión de cuidado y atención.

De acuerdo con la teoría desarrollada por Márcia Guttentag y Paul Secord,[2] toda vez que, en una determinada comunidad, el número de mujeres supera al número de hombres, las mujeres pasan a disfrutar de un estatus mayor al que tenían anteriormente y, como resultado de esto, pasan también a desempeñar actividades anteriormente exclusivas de los hombres. Entonces, es posible que, en un futuro próximo, las mujeres sean las principales responsables por las conversiones que ocurran en la Iglesia Adventista. Fue precisamente eso lo que sucedió en el cristianismo primitivo. A pesar de los inolvidables sermones predicados por Pedro y Pablo, los historiadores y los sociólogos modernos afirman que, excepto por las intervenciones divinas en la historia de la iglesia, el hecho de que las mujeres excedieron en número a los hombres al comienzo de la predicación evangélica fue uno de los factores más relevantes para el rápido crecimiento del cristianismo a través de conversiones primarias y secundarias.[3]

Liderazgo servicial

Según la opinión de Hjalmarson, citado por Roger Mellando, la autenticidad es una palabra clave de la posmodernidad: “Los posmodernos rechazan la autoridad en términos de posición, en favor de la autoridad en las relaciones. No absorben la jerarquía y tienden a reconocer la autoridad solo cuando es conquistada. No respetan a líderes que estén ‘sobre’, sino ‘entre’. Eso está en consonancia con la enseñanza del Nuevo Testamento acerca del sacerdocio de todos los creyentes y la enseñanza de Jesús en el sentido de que ‘el que entre vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro siervo’ ”.[4]

Un liderazgo servicial y amoroso es el camino para mover a la iglesia a una acción eficaz y permanente. Y la estructura de los Grupos pequeños concuerda bien con esta nueva realidad. Generan el ambiente ideal para la participación de las mujeres adventistas en la misión de la iglesia, al mismo tiempo que propician el ambiente necesario para lo que se sabe que pueden hacer mejor que nadie: proveer atención y cuidado a otras personas, sean del sexo femenino o masculino, niños, jóvenes o adultos.

Además de eso, los Grupos pequeños suplen las condiciones ideales para que las mujeres puedan ejercer el liderazgo, sirviendo de modelo para la clase de líder siervo que anhela la iglesia. Así, el Grupo pequeño se transforma en un ambiente importante en el que las mujeres pueden ejercer, con la madurez y la espiritualidad que les son particulares, un verdadero ministerio, cumpliendo de esa forma el papel que ya les fue atribuido por Elena de White:

“Las mujeres dispuestas a consagrar parte de su tiempo al servicio del Señor deberían ser designadas para visitar a los enfermos, velar por los jóvenes y ministrar las necesidades de los pobres. […] Necesitamos diversificar nuestros métodos de trabajo. Ninguna mano debería ser atada, ningún alma desanimada, ninguna voz debería ser apagada; permitan que cada tarea individual ayude a hacer avanzar esta gran obra, ya sea de manera privada o pública”.[5]

De hecho, las mujeres adventistas pueden participar en un ministerio mucho más vibrante y dinámico que aquellos en los que han trabajado hasta ahora. También es verdad que los modelos que incluían la mera distribución de panfletos (ya sea realizado por hombres o mujeres, o por iniciativa conjunta de ambos) nunca funcionaron como para compensar el esfuerzo que demandaban.

La espontaneidad salvadora

Después de hacer un estudio minucioso de la evangelización realizada puerta por puerta por los mormones, en los Estados Unidos, Stark y Bainbridge llegaron a la siguiente conclusión: “Cuando los misioneros hacen una visita fría o golpean la puerta a extraños, ese abordaje produce una conversión cada mil visitas. Cuando, en lugar de eso, establecen el primer contacto con alguien en la casa de un amigo mormón o de un pariente de esa persona, este abordaje resulta en conversión en el cincuenta por ciento de los casos”.[6]

De esta forma, para tener éxito en el cumplimiento de la gran comisión, necesitamos cultivar relaciones saludables con las personas a las que queremos alcanzar para salvar. Algunos estudios sociológicos, como los realizados por David Bohm, nos informan que los grupos pequeños ofrecen las condiciones ideales para que esto ocurra.[7]

Además de eso, el psicólogo y pediatra Donald Winnicott, luego de años de práctica clínica, llegó a la conclusión de que nada es más eficiente para la formación de relaciones saludables que la creación de ambientes en los que surjan gestos espontáneos. Según él, el gesto espontáneo es mucho más eficiente que los que aparecen en condiciones formales. Así, durante los momentos formales en que ayudan a sus hijos a hacer las tareas escolares para el hogar, los padres generalmente se preocupan más en darles instrucción o les hablan acerca de los problemas de la vida. Por otro lado, Winnicott sugiere que es en los momentos en que los padres juegan con los niños cuando tienen las oportunidades más valiosas de transmitirles una instrucción frente a la cual, los hijos reaccionarán positivamente. Es la oportunidad de los gestos la que garantiza su efecto sobre las personas.

Muchas veces queremos impresionar a las personas llevándolas a un culto minuciosamente planificado, y no percibimos que la falta de espontaneidad acabará por destruir nuestras oportunidades de generar una relación significativa y saludable con la persona invitada. Ahora, ¿qué atmósfera podría propiciar más los gestos espontáneos que la intimidad de un Grupo pequeño en la casa de uno de los miembros de iglesia?

Tiempo oportuno

El momento en que vivimos está caracterizado por la gran tolerancia al posicionamiento religioso. Así, a pesar de una intensa secularización y tecnologización de las relaciones y de las instituciones sociales, el hombre posmoderno se abre, de forma mucho más madura, a la diversidad y la coexistencia con diferencias religiosas. Los adventistas nunca fueron tan estimados y admirados como ahora. Por lo tanto, el momento es bastante favorable para la creación de grupos de diálogo entre la Iglesia Adventista y los diversos segmentos de la sociedad.[8]

No todos los sociólogos y los científicos ven como algo negativo la formación de redes virtuales de relaciones a través de Internet. Norbert Elias, por ejemplo, defiende la formación de comunidades y redes virtuales de convivencia como un indicio de la unidad psíquica de la humanidad.[9] Su teoría social del proceso (de carácter evolucionista y aplicable solo a pueblos en estados de civilización) prevé, incluso, que esas conexiones serán esenciales para lo que él llama un “estado de cotidianidad”.

Por otro lado, otros estudiosos consideran extremadamente dañinas para el espíritu humano las relaciones instantáneas y bastante superficiales derivadas de esas redes.[10] Por eso, Zygmunt Bauman advierte que, en el pasado, la hegemonía social se conseguía y se aseguraba por el control de edificios estables y sólidos. Hoy, por el contrario, es obtenida y mantenida por el poder que impide la movilidad y por la capacidad de usar los medios para reinventar la propia imagen. Para él, el gran desafío del cambio de milenio ya no sería obtener una identidad deseada y hacerla aceptable a los demás, sino decidir qué identidad escoger y cómo permanecer atento a otra identidad que puede ser adoptada, en el caso de que la escogida en primera instancia quede desactualizada o pierda sus atractivos.

La globalización que rompe las redes del poder parece, entonces, formar parte de un complot favorable a una política de vida privatizada (en la que una refuerza a la otra). Todo parece conspirar para que la globalización de las condiciones de vida, el desmembramiento y la privatización de las luchas de la vida sean automotivadas y autoperturbadoras.

Ante esa configuración que lleva a la identidad humana a entrar en crisis, los Grupos pequeños aparecen como la mejor alternativa para hacer frente a las inseguridades y las carencias del hombre posmoderno. Ofrecen un ambiente agradable y acogedor en que la persona puede crecer espiritual y socialmente, proporcionándole también la oportunidad para un reencuentro consigo misma, con sus semejantes y con Dios. El ambiente de los Grupos pequeños favorece la construcción de las relaciones sanas que llevan a la conversión. Son, al mismo tiempo, el contexto más adecuado para que la iglesia haga uso pleno de la fuerza de servicio y ministerio que representa ahora el gran número de hermanas mujeres.

Sobre la autora: Socióloga, esposa de pastor en la Asociación Mineira Central.


Referencias

[1] Rodney Stark, Sociology (Belmont: Wadsworth, 1992).

[2] Márcia Guttentag y Paul Secord, Too Many Women? (Beverly Hills: Sage, 1983).

[3] Rodney Stark, O Crescimento do Cristianismo (São Paulo: Ed. Paulinas, 2006).

[4] Roger Helland, Ministério (maio-junio 2006), pp. 21, 23.

[5] Elena de White, Review & Herald (9 de julio de 1895).

[6] Rodney Stark y William Sims Brainbridge, The Future of Religion (Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 1985).

[7] David Bohm, Diálogo (Sao Paulo: Palas Athenas, 2005).

[8] Jon Paulien, Ministério (novembro-dezembro 2006), pp. 17-20.

[9] Norbert Elias, O Processo Civilizador (Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1993).

[10] Zygmunt Bauman, O Mal-Estar da Pós-Modernidade (Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1998).