Cuando la familia de un médico o de un pastor llega a ser un equipo que trabaja para Dios alcanza su cénit, y entre los muchos equipos compuestos por marido y mujer de todo el mundo, ninguno ha proporcionado mayor contribución a la ciencia médica que los doctores Paul y Margaret Brand, del Christian Medical College de Vellore, India. Por veinte años esta noble pareja ha llevado la esperanza y la rehabilitación a miles de sufrientes del terrible flagelo llamado lepra, a veces designada como “la más negra de todas las enfermedades humanas”. Lo que ha hecho el Dr. Paul Brand al restaurar miembros paralizados y al reactivar dedos, conectándolos con impulsos nerviosos saludables en el antebrazo del paciente, podría darle un lugar entre los nombres más respetados de la medicina.

Su esposa Margaret se dedicó extensamente a la ceguera tan a menudo asociada con la enfermedad de Hansen. Su parte en el equipo ha sido relevante.

A veces realizó hasta cien operaciones en un día. Estos cirujanos sumamente especializados están prestando un servicio inapreciable, no sólo para los sufrientes de la India sino para los leprosos de todo el mundo.

¿Qué llevó a los Brand a dedicar sus vidas a la obra médico misionera? Sus corazones fueron movidos por la situación desesperada de catorce millones de leprosos. Devolver esas personas a una vida de servicio pleno constituye un gozo tan grande que no puede expresarse con palabras. Un informe de su trabajo fue publicado por la Saturday Review de octubre de 1964.

Algunas de sus realizaciones parecen casi increíbles. Una visita a la institución que ellos dirigen es una experiencia inolvidable y proporciona inspiración, porque uno siente que el servicio abnegado de los doctores Paul y Margaret Brand es el espíritu que mueve a todo el personal. Varios de nuestros médicos adventistas han servido en el Medical College de Vellore en forma destacada. No hay seguramente obra mayor que la de ser un médico misionero. Leemos en El Ministerio de Curación: “El médico que desee ser colaborador acepto con Cristo se esforzará por hacerse eficiente en todo ramo de su vocación. Estudiará con diligencia a fin de capacitarse para las responsabilidades de su profesión y, acopiando nuevos conocimientos, mayor sagacidad y maestría, procurará alcanzar un ideal superior” (pág. 79).

VERDADEROS MÉDICOS MISIONEROS

“El verdadero médico misionero será cada vez más diestro” (Id., pág. 80).

Entonces, aplicando a los médicos la amonestación del apóstol Pablo, leemos: “Vosotros, jóvenes médicos, ‘como colaboradores suyos [del soberano Médico]… no recibáis en vano la gracia de Dios… No demos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio [para con los enfermos] no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios’ (2 Cor. 6:1-4)” (Id., págs. 79, 80).

De la misma pluma viene está clara instrucción a todos nosotros como colaboradores de Dios: “Cada obrero debería trabajar inteligentemente, con entera dedicación para la gloria de Dios. Debería prestar especial atención en no abusar de las facultades que Dios le ha dado” (Evangelism, pág. 658).

“Ministros de edad y experiencia deberían sentir que es su deber, como siervos asalariados de Dios, el avanzar, progresando cada día, llegando a ser continuamente más eficientes en su trabajo, y recogiendo constantemente material nuevo para presentar ante las personas. Cada esfuerzo para exponer el Evangelio debería ser un avance sobre el que lo precedió. Cada año ellos deberían desarrollar una piedad más profunda, un espíritu más tierno, una mayor espiritualidad y un conocimiento más cabal de la verdad bíblica” (Id., pág. 662).

Este llamado a tener un espíritu más tierno y una espiritualidad más profunda es significativo. Como profesionales, hombres y mujeres, se nos desafía constantemente a encontrar maneras mejores y más rápidas de tratar la enfermedad. Las soluciones de ayer no son suficientemente buenas para los problemas de hoy. El Dr. Hammill, de la Universidad Andrews, cuenta de un grupo de alpinistas que estaban en un refugio discutiendo en cuanto a lo que necesitaban como equipo. Había allí un viejo montañés y alguien le preguntó qué aconsejaba él. Su respuesta es clásica: “Cuanto más tengáis en vuestra cabeza, menos necesitaréis llevar en la alforja”. Pero un médico misionero necesita más que tener algo en la cabeza.

Dios puede usar a un ateo, a una persona espiritualmente indiferente para encontrar una nueva vacuna, pero para llevar una nueva visión a mujeres y hombres quebrantados él puede usar solamente cristianos consagrados. Necesitamos más que conocimientos académicos y práctica médica. Necesitamos el Espíritu de Dios. ¡Qué hermoso tributo se rinde a Lucas, que es llamado “el médico amado”!

EL ESPÍRITU DE GRANDEZA

Abraham Lincoln fue uno de los hombres verdaderamente grandes de América. Aunque su esposa y él no formaban precisamente una pareja muy unida, había sin embargo cosas dignas de alabar en cada uno de ellos. La Sra. de Lincoln era ambiciosa, y eso podría haber tenido su importancia para su avance en el mundo político. Pero fue el corazón tierno y el espíritu genial de su marido el que apeló a las multitudes. Se dice que Lincoln tenía los brazos inusitadamente largos, de tal manera que cuando estaba de pie sus dedos le tocaban las rodillas. Quizá sea cierto. Pero no eran las diferencias físicas lo que lo hacían grande; eran su genio psicológico y su amor universal. Su cálido espíritu de amistad preocupaba mucho a su esposa, especialmente cuando sus amigos pisaban fuerte sobre las hermosas alfombras de la Casa Blanca. “Su corazón es tan grande como largos son sus brazos”, exclamó una vez. Y era cierto.

El mundo se ha olvidado hace mucho de la Sra. de Lincoln y de sus alfombras, pero Abraham Lincoln es amado por todos.

He visto su retrato en oficinas del gobierno en la India donde parece que se lo considera casi como un santo patrono. Aun en la Unión Soviética es tenido en cierta veneración. Una de las estatuas mejor logradas de este gran personaje está justo al lado de la Abadía de Westminster de Londres. Él no fue el mayor hombre de negocios, ni aun el mayor ejecutivo, pero fue un gran amador de la humanidad, y ese amor se extendía a sus enemigos políticos. Se dice de Lincoln que nunca olvidó un acto de cortesía, pero que nunca se acordó de un agravio. Entre sus dichos inmortales se cuenta éste: “Me compadezco del hombre que no puede sentir el látigo cuando cae sobre la espalda de su compañero”. Sentir lo que sienten los otros y compadecerse de sus necesidades es verdadero cristianismo.

HACER AMIGOS DE LOS ENEMIGOS

En plena guerra civil un grupo especial estaba reunido en Washington para deliberar. Cuando el presidente, con sus maneras amables, expresó preocupación por las gentes del sur, se levantó una mujer con ojos flamígeros y dijo: “Yo pienso que el presidente debería entender que de él se espera que destruya a nuestros enemigos y no que se compadezca de ellos”.

Con reposada dignidad Lincoln contestó: “Señora, cuando hago que mis enemigos se vuelvan mis amigos, ¿no los habré destruido?” No se necesitó decir más.

No es el médico más hábil ni el predicador más elocuente el que tiene en sus manos a la comunidad, sino el que sabe cómo amar, el que halla la manera de cuidar del huérfano y de la viuda, el que sabe confortar a los quebrantados de corazón y hablar paz al solitario, al abandonado y al delincuente. Cuando hay amor práctico y abnegado por el bien de otros en el círculo de la familia, en el vecindario, en la iglesia, entonces el mundo verá el cristianismo en acción.

EL CIELO REFLEJADO EN NUESTROS HOGARES

Cuando nuestros hogares están llenos de la atmósfera del cielo, los no creyentes llegarán a saber que Dios, y él sólo, es amor. Ningún ser humano es amor. Podemos y debemos ser amables. El mayor argumento en favor del cristianismo es un cristiano amante y digno de ser amado.

Todos sabemos de las dos palabras griegas que significan amor: éros y agápe. La primera se refiere al amor humano; la segunda al amor divino. Cuando la criatura toma el lugar del Creador, eso es amor erótico y puede transformarse prontamente en odio, y entonces vemos al compañero de nuestra elección como si poseyera pies de barro. Pero cuando el éros es eclipsado por el agápe, entonces la vida se ve en una nueva dimensión, y nunca surge la cuestión de la incompatibilidad. La “incompatibilidad” es una extraña palabra, porque, ¿quién vio alguna vez a dos personas perfectamente compatibles en todo momento?

Es trágico ver cómo las personas buscan un nuevo compañero, como si pudieran encontrar en él o en ella lo que sólo Dios puede dar. Eso es inútil. Semejante relación es poco más que una serie de ceros. Cuando miramos a nuestro Padre celestial para que él supla nuestras necesidades, todos los otros intereses se vuelven secundarios. La vida es más que comida, dijo Jesús, porque la vida está hecha de relaciones que tienen más valor que las cosas materiales. La vida no consiste solamente de lo que poseemos sino de lo que nos posee. El amor, como Dios lo entendía, no es solamente un don, es un descubrimiento y una manera de vivir. No es algo que nosotros simplemente encontramos, es algo que creamos. Sin embargo, el amor puede destruirse en un momento. Si se lo cultiva florecerá más y más hasta la eternidad.

El amor humano debería ser tan sólo la antesala del amor divino. Es un impulso divino el que mueve a un hombre y una mujer a establecer un hogar juntos. Pero ni aun Dios puede hacer que una pareja tenga éxito en el matrimonio sin la leal cooperación de ambos. Si el matrimonio debe seguir siendo un manantial de gozo, tengamos asidas firmemente nuestras copas. Pero asegurémonos de que no estén invertidas.

Es mucho más importante el crecimiento del amor durante toda la vida que su desarrollo al principio. Para mantener encendida la antorcha del amor hay dos palabras importantes: “tú” y “siempre”. ¿Nos hemos dado cuenta de que todas las canciones de amor tienen el anillo de la eternidad alrededor de ellas? Nadie dice en el altar de bodas: “Te amaré y te honraré por dos años y medio, o por veintidós años y medio”. No, es “por siempre”. Los años traen cambios, sin embargo, y si hay que juzgar el paquete solamente por su envoltorio, no deberíamos sorprendernos si el oropel pierde su brillo. Pero las “hebras de plata entre el oro” pueden dar un significado más profundo a la vida.

Son inevitables algunas tensiones al principio, porque todas las cosas que crecen sufren distensión. Los soles y los planetas son mantenidos en sus órbitas por la gravedad, pero la gravedad es, en realidad, tensión. La tensión es una de las leyes de la vida. Si todos pensaran lo mismo, nadie estaría pensando en realidad. Nada es más trágico que ver a dos buenas personas lanzarse una contra la otra. Pero siempre es inspirador ver a dos personas tirar juntas, asiéndose al mismo tiempo de la fuerza y gracia divinas para dar vigor a sus esfuerzos.

Un muchacho que fue enviado a cortar el pasto, ató su perro a la cortadora. Pero con frecuencia el perro se paraba y empezaba a ladrar. Un transeúnte se dio cuenta de eso y le dijo al muchacho: “¿Por qué tu perro deja de tirar?”

La respuesta del muchacho fue magnífica: “Oh, él no puede tirar y ladrar al mismo tiempo, así que deja de tirar cuando prefiere ladrar”. Hemos visto que a ciertas parejas les pasa lo mismo. Otras no ladran ni tiran, sino que se limitan a deambular sin llegar a ningún lado.

En Deuteronomio 12:13 leemos: “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres”. Emplear tiempo en cada altar al lado del camino es sembrar para recoger una cosecha trágica. La santidad del hogar es vital. No debemos olvidar que la vida es en gran parte un asunto de elección y énfasis. Dediquémonos, pues, siempre a lo más importante.

MANTENER ENCENDIDO EL HOGAR

Los requerimientos de nuestra profesión son, sin duda, grandes, pero propongámonos mantener nuestra vida social y familiar en un equilibrio tal que nuestros parientes nunca tengan que sentirse defraudados porque se sientan postergados por nuestra actitud indiferente. Establecer un hogar significa extender la influencia del amor en un grado que abarca no sólo la familia entera sino toda la comunidad. No hay hogar, empresa profesional o iglesia en el mundo que no pueda ser mejorada si se actúa en la debida forma.

El hogar debe ser un lugar sagrado donde la familia puede postrarse en adoración cada día. Cuando el Señor estableció la adoración en Israel puso el santuario en medio del pueblo. Y, por supuesto, recordamos cómo estaba hecho. Estaba el atrio exterior, luego venía el lugar santo y después el santísimo. Este departamento interior estaba reservado para el sumo sacerdote solamente. Pensemos ahora en nuestros hogares de la misma forma. El atrio exterior es donde nos encontramos con nuestros amigos. Podemos unirnos en completa amistad. Podemos acercarnos al altar y asociarnos con ellos en adoración, pero después está el lugar santo en el cual oficia la familia sacerdotal. Sea eso representación de nuestros hogares. Pero hay aún un lugar santísimo que permanece inviolado. Podemos hacer que eso represente la relación del matrimonio en el hogar. Porque el matrimonio no es una fusión, es una comunión, y la comunión puede ser más rica con los años maduros.

La Escritura indica que el marido y padre es la cabeza del hogar, pero la esposa y madre es su corazón.