Pablo habló de la locura de la predicación (1 Cor. 1:21). Escribió: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos […]” (vers. 22, 23a). Para el apóstol, la predicación excedía las señales (los milagros) y a la sabiduría (la filosofía) griega. Pero no cualquier predicación, sino la que exalta “a Cristo crucificado” (vers. 23). Sin embargo, ¿por qué la cataloga como “locura’? Sencillamente, porque no se ajustaba a la forma en que el ser humano buscaba a Dios o el sentido de la vida.

Escuchar la proclamación de un Cristo crucificado, y confiar en que eso transformara radicalmente una vida cargada de interrogantes y de luchas de conciencia parecía ridículo. Cuánto mejor parecía el buscar manifestaciones sobrenaturales o, por otro lado, razonamientos complejos, que buscaban enaltecer el intelecto humano pero que fracasaban a la hora de aproximarse a Dios. La sencillez de la proclamación del evangelio parecía desencantar. Sin embargo, el medio “insensato”, escogido por Dios, “es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (vers. 25).

Hoy, el ser humano necesita de la sencillez de la Palabra. El predicador no precisa entrar en diálogos interdiscipiinarios, con la intención de impresionar a la audiencia. Citar a filósofos, psicólogos, pedagogos, médicos o cualquier otro especialista debe darse de manera instrumental e ilustrativa, pero no como elemento fundamental para respaldar lo que ya posee el fundamento sólido por excelencia: “Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios”.

Hablemos desde la Biblia a las necesidades de nuestra iglesia. Nos hará bien leer y conocer otras disciplinas del conocimiento humano; pero, a fin de cuentas, están al servicio del mensaje de Dios, el que debe ser proclamado sin alteración.

Este número especial tiene por objetivo recuperar el lugar que la Biblia debe ocupar en nuestros púlpitos: el único. No podemos darnos el lujo de presentar menos de lo que Dios mismo ha dispuesto en el evangelio. El ministro de Dios cumplirá su vocación cuando exalte las Palabras de Dios por sobre las palabrerías de este siglo.

Ser portavoces de Dios es, más que nunca, un solemne desafío y privilegio.

Sobre el autor: Director de la revista Ministerio edición ACES.