¿Pueden las obras buenas ayudar a conseguir la salvación? ¿Es cierto que la salvación se obtiene únicamente por gracia?
Este artículo pone el énfasis donde debe estar, y presenta a los predicadores adventistas esta seria conclusión: “Si siempre hubiéramos destacado esta necesidad vital de la gracia de Cristo en nuestra presentación pública del mensaje, no hubiera surgido el cargo de legalismo”.
Las leyes que se basan en principios de relación deben necesariamente ser tan perpetuas como lo sean aquellos principios en los cuales se fundamentan.
La ley moral de las Escrituras es de esta naturaleza, y por lo tanto ha sido considerada como eterna por los teólogos de todos los tiempos. Puesto que los Diez Mandamientos codifican las relaciones entre la criatura y el Creador (los primeros cuatro) y la relación de la criatura con sus semejantes (los seis últimos) deben continuar en vigencia hasta que estas relaciones sean abolidas. Por eso David escribió tan confiadamente: “Fieles son todos tus mandamientos, afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y en rectitud” (Sal. 111:7, 8).
Por eso Jesús declaró: “Más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley” (Luc. 16:17).
Por otra parte, una ley que se base en las circunstancias o las conveniencias, es temporal y es abrogada cuando cambian las circunstancias. Los profetas vieron claramente esta distinción entre la ley moral y la ley ceremonial. (Véase Jer. 7:21-24; Amos 5:21-24; Ose. 8:12-14.) Esas leyes eran “ordenanzas… impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Heb. 9:10).
En el estado de perfección, lodo ser racional sería obediente a las leyes de Dios. Por eso se dice de los ángeles: “Vosotros, sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de sus preceptos” (Sal. 103:20).
Cuando nuestros primeros padres pecaron se interrumpió esta relación idea1, y la gracia entró en vigencia de parte de Dios para restaurar la comunión. Desde entonces la humanidad pecadora ha manifestado sus actitudes equivocadas. Por una parte están aquellos que se oponen a la ley de Dios. Rechazan abiertamente al Señor diciendo: “No queremos que este Hombre gobierne sobre nosotros”. Odian a Dios y aman el mal; son llamados los “obreros de iniquidad”, “que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo” (Miq. 3:2). Por otra parte están aquellos que tienen motivaciones religiosas y que profesan amar a Dios y que se esfuerzan por prepararse para el cielo observando puntillosamente la letra de la ley. Estos están desposeídos de la gracia de Dios, pero intentan tejerse un ropaje de justicia propia con el cual cubrir sus sentimientos interiores de pecado. El orgullo personal está en la raíz misma de su filosofía religiosa; por mucho que traten de ocultarlo, no lo consiguen completamente. A esta clase pertenecía el fariseo que oró de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Luc. 18:11, 12). Este hombre no sentía necesidad de la gracia. Se había hecho santo a sí mismo y adoraba a su creador.
La gracia de Dios coexiste con su ley. La Biblia da una suscinta definición de gracia: “Por gracia sois salvos” (Efe. 2:5). “La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11). Esta es otra manera de decir que nos salvó ‘‘por el lavamiento de la regeneración” (Tito 3:5). ‘‘La gracia significa favor para alguien que no lo merece, para uno que está perdido” (The SDA Bible Commentary, comentarios de Elena G. de White, Efe. 4:7, pág. 1117).
Un sincero miembro laico de nuestra iglesia escribió un libro hace poco en el cual leemos lo siguiente: “No somos salvados únicamente por las obras, sino también por la gracia”. Esto es una herejía mortífera. La mensajera del Señor lo llama “un error fatal”, o “un engaño fatal”. ¿Qué tiene de malo esa declaración? Veámoslo:
El apóstol nos recuerda que “la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Tim. 1:8). Necesitamos meditar continuamente en Romanos 8:3, 4: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”.
El apóstol enumera en Romanos una lista de cosas “que son imposib.es para la ley”. Podía condenar el pecado pero no podía expiarlo.
Podía definir la justicia pero no podía conferirla. Podía señalar el camino hacia la vida, pero no podía dar la vida. Todas estas cosas la ley no podía hacer, porque nuestra naturaleza inferior la despojaba de toda potencia. Sin embargo, la gracia puede hacerlo, y lo hace más abundantemente. No estamos bajo la ley como una forma de vida, sino bajo la gracia.
“Hay algunos que profesan servir a Dios a la vez que confían en sus propios esfuerzos para obedecer la ley, formar un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por ningún sentamiento profundo del amor de Cristo; pero tratan de ejecutar los deberes de la vida cristiana como una cosa que Dios demanda de ellos, a fin de ganar el cié1 o. Tal religión no vale nada” (El Camino a Cristo, pág. 44).
En los escritos del espíritu de profecía se manifiesta claramente la absoluta necesidad de la gracia salvadora. “La gracia divina es el gran elemento del poder salvador; sin ella todo esfuerzo humano es inútil” (Consejos para los Maestros, pág. 415). Se señala este otro pensamiento: “Qué pérdida sufre el alma (pie comprende las firmes exigencias de la ley, y que sin embargo deja de comprender la gracia de Cristo que sobreabunda” (Selected Messages tomo 1, pág. 1561.
En nuestras filas hay muchos que necesitan desesperadamente aceptar esta verdad evangélica de que el cielo no se gana ni se forma el carácter cristiano observando el sábado, dando el diezmo o practicando la reforma pro salud. No podemos ganar el cielo mediante nuestras obras, no podemos comprar nuestro camino al cielo, y no podemos ganar nuestro camino al cielo a través de lo que comemos. Sin embargo, algunos causan ¡a impresión de que están haciendo justamente esto. ¿Por qué este legalismo no sólo es equivocado sino también es desastroso?
“Sin la gracia de Cristo es imposible dar un solo paso en la obediencia de la ley de Dios. Entonces, cuán necesario es que el pecador oiga acerca del amor y del poder de su Redentor y Amigo. Mientras el embajador de Cristo debe exponer claramente las exigencias de la ley, también debería hacer comprender que nadie puede ser justificado sin el sacrificio expiatorio de Cristo” (Id., pág. 372).
Hemos pensado correctamente que la vindicación de la ley de Dios en estos días finales de ilegalidad nos ha sido confiada. Pero no siempre hemos destacado la ley cuando hemos ignorado las claras limitaciones de la ley y las pretensiones más amplias de la gracia para cambiar el corazón del pecador y ganarlo para Dios. “Todo lo debemos a la gracia gratuita y soberana. En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra adopción para ser coherederos con Cristo. Revelemos esta gracia a otros” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 506).
Si siempre hubiéramos hecho énfasis en esta necesidad vital de la gracia de Cristo en nuestra presentación pública del mensaje, no se habría hecho contra nosotros el cargo de legalismo. Cuando se presenta la ley, no desde el Monte Sinaí, sino desde el Monte Calvario, el legalismo queda descartado. La mensajera del Señor escribió claramente: “Aun la ley moral no cumple su propósito a menos que se entienda en su relación con el Salvador” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 560).
Muchas posiciones fanáticas que han hecho daño a Ja iglesia del pasado, muchas actitudes perjudiciales de los así llamados reformistas, han salido de un concepto legalista de la verdad. A la base de muchas de sus pretensiones y teorías está la convicción de que las “obras” están contribuyendo a la salvación. A continuación damos una clara advertencia del espíritu de profecía: “Que ninguno adopte la posición limitada y estrecha de que alguna obra del hombre pueda ayudarlo en lo mínimo a liquidar la deuda de su transgresión. Esto es un engaño fatal. Si comprendéis esto, debéis dejar de alimentar vuestras ideas favoritas, y con corazones humildes debéis estudiar la expiación.
“Este asunto es tan mal comprendido que miles y miles de personas que pretenden ser hijos de Dios son hijos del maligno, porque dependen de sus propias obras. Dios siempre pide obras buenas, la ley también las pide, pero debido a que el hombre se colocó a sí mismo en pecado en un lugar donde sus buenas obras no tenían valor, únicamente la justicia de Cristo tiene validez. Cristo puede salvar hasta lo máximo porque él siempre vivió para interceder por nosotros.
“Todo lo que el hombre puede hacer para lograr su propia salvación consiste en aceptar esta invitación: ‘El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente’. Ningún pecado cometido por los hombres es demasiado grande como para no ser perdonado por el sacrificio del Calvario. Así la cruz, en fervientes llamados, continuamente ofrece al pecador una completa expiación” (The SDA Bible Commentary, comentarios de Elena G. de White, Rom.3:20, 21, pág. 1071).
Esta clara exposición del Evangelio debería ser aprendida plenamente por los ministros del nuevo pacto. La predicación del Evangelio eterno no es una presentación fría, argumentativa y lógica de las pretensiones de la ley de Dios, sino una convicción ferviente y ardiente basada en la experiencia personal de que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).
¿Significa esto que la ley de Dios ha de ser relegada a una posición de inferioridad? De ninguna manera. Destacamos la ley cuando reconocemos “que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores … y para cuanto se oponga a la sana doctrina, según el glorioso Evangelio” (1 Tim. 1:8-11). La ley no es disminuida sino exaltada por la verdadera predicación del Evangelio de la gracia de Dios. El obispo Hopkins dijo acertadamente: “Predicar la justificación mediante la ley, como un pacto, es hacer legalismo e invalida la muerte y los méritos de Jesucristo. Pero predicar la obediencia a la ley como una norma, es evangélico, y manifiesta tanto del espíritu del Nuevo Testamento como para poner de relieve la autoridad de la ley y también exponer las promesas del Evangelio” (citado por Esteban Higginson, en Lectures on the Law and Cospel, pág. 57).
Nuestro Señor combinó la ley y la gracia enseñando que el principio básico sobre el que se fundamenta la ley de Dios es el amor, el cual es la gracia en acción (Mat. 22:37-40). La relación que hay entre los principios coexistentes de la ley y la gracia se basa en el poder transformador del amor. Esta relación está resumida en esta excelente declaración de la Hna. White:
“La ley de Dios es cumplida únicamente cuando los hombres lo aman con todo su corazón, mente, alma y fuerza, y a su prójimo como a sí mismos. Es la manifestación de ese amor la que le da gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres. El Señor es glorificado cuando se alcanza la gran finalidad de su ley. La obra del Espíritu Santo de siglo en siglo consiste en impartir amor a los corazones humanos, porque el amor es el principio viviente de la fraternidad…
“Jesús ha ido a preparar mansiones para aquellos que se preparan a sí mismos a través de su amor y gracia para habitar en las benditas moradas” (Testimonies, tomo 8. págs. 139,140).
Sobre el autor: Presidente de la Unión Británica