En la versión Reina-Valera, revisión de 1960, leemos en Apocalipsis lo siguiente: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apoc. 21:1, 2).

Este texto es una de las más hermosas declaraciones que encontramos en la Palabra de Dios, y se refiere a una de las más dulces esperanzas del cristiano. Pero tiene un problema que puede confundir a algunos estudiosos de las Escrituras. ¿Vio realmente Juan la ciudad en el momento en que descendía del cielo? Como adventistas, nuestra posición doctrinal es que en lo tocante al milenio y los acontecimientos relacionados con él debemos seguir el orden cronológico delineado en Apocalipsis 19, 20 y 21.

Por eso entendemos que los sucesos que señalan el principio del milenio son: el regreso de Jesús y la muerte de los impíos que estén vivos en ese momento (19:11, 21), la prisión de Satanás (20:1, 2) y la primera resurrección (vers. 4-6). Durante el milenio los impíos muertos permanecen en los sepulcros (vers. 5). Satanás sigue preso mientras los santos juzgan y reinan con Cristo en el cielo (vers. 4).

Al final del milenio resucitan los impíos (vers. 5), Satanás queda libre de su prisión y sale para engañar a las naciones (vers. 7, 8). La Nueva Jerusalén ya habrá descendido del cielo, puesto que los santos están dentro de ella y los impíos tratan de atacarla (vers. 9). Pero desciende fuego del cielo y los consume, lo que también se describe como el lago de fuego (vers. 9,10). Mientras tanto, antes de que los impíos sean consumidos enfrentarán el juicio, que se detalla en los versículos 11 al 15 de Apocalipsis 20.

La dificultad

Después del lago de fuego viene en el Apocalipsis la descripción del cielo nuevo y la Tierra nueva. Y aquí comienza el problema de interpretación relacionado con el descenso de la Nueva Jerusalén. Después que Juan vio el nuevo cielo y la Tierra nueva, el texto declara que el apóstol ve descender la ciudad santa. Ahora bien: si esa ciudad desciende después de la creación del cielo nuevo y la Tierra nueva, ¿cómo es posible que descienda antes del lago de fuego y de todos modos sufra un ataque de parte de los impíos?

No hace mucho, al discutir el tema del milenio con alguien que defiende una posición doctrinal diferente, me puse a pensar en cómo podría presentarle este punto con respecto a la Nueva Jerusalén. Me fui entonces al griego, idioma en que se escribió el versículo originalmente, para verificar si la traducción que tenemos es realmente la más correcta o si hay margen para otra interpretación. Debo decir que también sometí el tema a la evaluación de varios profesores de griego.

El análisis del texto

La cuestión fundamental es la siguiente: ¿Vio Juan la ciudad justo en el momento cuando descendía? La expresión griega que se emplea en Apocalipsis 21:2 es Tem hagian Ierousaléin kainen eidon katabainousan ek tou Ouranou apo tou Theou, y aparece tres veces en el libro con respecto a la Nueva Jerusalén: Apocalipsis 3:12; 21:2 y 21:10.

Es importante notar que en los tres pasajes la forma verbal que se usa es exactamente la misma, es decir, un participio presente femenino: Katabainousa(n), del verbo Katabainoo (descender). Pero en Apocalipsis 3:12 esta expresión se traduce como “la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios”, mientras que en el capítulo 21:2 y 10 se traduce respectivamente como “la Nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios” y “la gran ciudad Santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”, lo que da la idea de un acontecimiento que se estaba llevando a cabo en ese momento.

Aunque en todos los pasajes que usan esta forma verbal en el Apocalipsis sea posible (aunque no obligatorio) que la ciudad se vea cuando está descendiendo, eso es definida- mente imposible en Apocalipsis 3:12: “Al que venciere… escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”. Aquí se trata de una promesa de Jesús para el futuro, y no de un acontecimiento que Juan haya estado viendo en su visión. O sea, en Apocalipsis 3:12 Juan no ve la ciudad, mucho menos la ve descender. Aquí la expresión katabainousa ek tou Ouranou se refiere a una cualidad que posee la ciudad: es una ciudad que desciende del cielo. Por lo tanto, el sentido de este participio, que en este caso desempeña el papel de adjetivo, es sencillamente “la Nueva Jerusalén que viene (desciende) del cielo, de parte de Dios”. Esa sería la traducción más correcta y más fiel al original.

Inferencia

En vista de que la forma verbal es exactamente la misma en Apocalipsis 3:12; 21:2 y 10, no hay razón alguna para traducir la misma sentencia de manera diferente. Lo que ocurrió es que los traductores infirieron, es decir, llegaron a la conclusión de que Juan en Apocalipsis 21:2 y 10 estaba viendo que la ciudad descendía del cielo, lo que ciertamente de ninguna manera se puede demostrar. Al contrario, el texto da lugar para entender que cuando Juan vio la ciudad, ésta ya estaba en su lugar. Por eso fue necesario que el ángel llevara al apóstol a “un monte grande y alto” (vers. 10) para que tuviera una visión panorámica de la ciudad, y pudiera ver lo que había dentro de sus muros.

Notemos que cuando el Nuevo Testamento se refiere a la Ciudad Santa, hay un deliberado esfuerzo para diferenciarla de la Jerusalén terrestre. Pablo emplea sus propias expresiones para describir la ciudad: “La Jerusalén de arriba” (Gal. 4:26); “La ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial” (Heb. 12:22).

En mi opinión, katabainousa(n) ek Ouranou apo tou Theou es sencillamente la expresión que acuñó Juan para describir la Nueva Jerusalén, “que viene del cielo, de parte de Dios”.

Sobre el autor: Licenciada en Teología, esposa de pastor, reside en Vitoria, Espíritu Santo, Brasil.