Su ira está libre de toda imperfección pecaminosa que caracteriza tan a menudo a la ira humana
Recuerda usted la última vez que predicó sobre la ira de Dios? Probablemente no. Pero muy seguramente recordará sin dificultad su último sermón sobre el amor de Dios. ¿Por qué? ¿Acaso la ira de Dios es algo incompatible con la doctrina cristiana acerca de Dios? ¿No encaja la idea en la teología moderna, como lo ha declarado Helmer Ringgren?[1] ¿No tiene ningún “valor religioso para los cristianos la noción de los efectos de la ira de Dios”?[2] ¿No es la idea de un Dios airado y vengativo propia de tiempos precristianos e incluso una noción pagana que no cabe en el nuevo concepto de Dios que Jesús mismo nos dio? ¿No representa la ira divina la forma de pensar del Antiguo Testamento y por lo tanto no tiene relevancia para un cristiano, por lo cual debería evitarse en la predicación, la enseñanza, y el evangelismo?[3] ¿Deberíamos rechazar el concepto de la ira en favor de la gracia y el amor de Dios? ¿Son una contradicción irreconciliable el amor y la ira de Dios? En suma, ¿Qué nos enseña la Biblia acerca de la ira de Dios?
El Antiguo Testamento habla a menudo de la ira de Dios. Según J. Fichtner, de las 455 referencias del Antiguo Testamento a la ira en su forma sustantiva, 375 hablan de la ira de Dios, y el resto de la ira de los seres humanos.[4] El Nuevo Testamento no descontinúa ni abandona el concepto de la ira divina.[5] La ira de Dios permanece como un elemento fundamental en la proclamación neotestamentaria de las buenas nuevas de Dios, ya sea por Juan el Bautista (Mat. 3:7), o por nuestro Señor mismo,[6] o por Pablo (Rom.1:18;5:8-11), o por las triunfantes escenas del Apocalipsis (6:16,17)[7]
¿Antropomorfismo?
¿Por qué, entonces, desestimar la doctrina de la ira de Dios? Pueden considerarse dos posibles razones. Primera, la sugerencia de que la frase refleja un antropomorfismo, figura de lenguaje que atribuye a Dios características humanas. Tales atribuciones, se pretende, reducen a Dios a nuestra forma de pensar, finita y pecaminosa, y por lo tanto, lo deshonran adaptándolo a nuestros conceptos humanos. Si bien esta línea de objeción fue prominente, particularmente en el curso de la época del lluminismo de los siglos XVII y XVIII y lo que siguió después, es un concepto antiguo.[8] Desde tiempos muy remotos se tuvo la idea de que Dios no puede experimentar sentimientos. La dignidad de Dios requiere una ausencia de emociones. Y la ira es, no sólo una emoción, sino una señal de debilidad. Considérese, por ejemplo, el dios de la filosofía griega. Él es el Nous, la mente, la esencia de su ser es el pensamiento.[9] Está por encima del gozo y la tristeza.[10] Aristóteles identifica a una deidad tal como la primera causa, que tiene la capacidad de mover todas las cosas, pero él mismo permanece inmóvil. Su única actividad es el pensamiento.[11] No tiene patetismo.[12] Estas ideas griegas influyeron sobre los padres de la iglesia primitiva y tuvieron un impacto duradero sobre la teología cristiana.[13]
En contraste con este punto de vista, el Dios de la Biblia está lleno de sentimientos. Él se preocupa por su pueblo y cuida de él. Se involucra en la historia humana y es afectado por los actos humanos. ¡Paul Althaus ha señalado que la ira de Dios no es más antropomórfica que el amor de Dios! Si uno rechaza la ira de Dios, debe rechazar también su amor, porque la negación de cualquiera de las dos, destruye, de hecho, la personalidad de Dios. El Antiguo Testamento, que habla tanto del “ocultamiento”, del distanciamiento, y la imposibilidad de aproximarse a Dios, habla también en términos tangibles del ser y actuar de Dios.
La ontología bíblica no separa el ser del hacer. Lo que es, actúa. El Dios de la Biblia es un Dios poderoso, activo en su amor para salvar a los pecadores, y activo en su ira para oponerse a todo aquello que amenace su dominio y su propósito salvífico. Privar a Dios de su forma de ser, voluntaria, activa y viviente, como la Biblia testifica en cada página, es destruir su individualidad. Así como el amor de Dios supera infinitamente a nuestro amor imperfecto, su ira está libre de toda imperfección pecaminosa que caracteriza tan a menudo a la ira humana.
Por tanto, la idea de la ira divina muestra que la humanidad es importante para Dios. Él está preocupado por la humanidad. De ahí que mande y prohíba, amoneste y elogie, busque y rechace. Es un Dios airado y “celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Exo. 20:5, 6).[14] Siendo que la humanidad ha sido creada a la imagen de Dios, y Dios repetidamente da la orden de seguir su ejemplo divino, ciertamente hay una antropología teomórfica. En ese sentido, quizá es más apropiado describir la ira de Dios como teomórfica antes que antropomórfica.
¿Sólo un concepto veterotestamentario?
La segunda razón que se esgrime para ignorar la ira de Dios en la predicación cristiana es la idea de que es un concepto únicamente del Antiguo Testamento. Sin embargo, la evidencia textual en el Nuevo Testamento arguye poderosamente contra semejante punto de vista. Jesús[15], Juan el Bautista,[16] Pablo,[17] y Juan en su evangelio[18], y en Apocalipsis,[19] predican un evangelio que incluye la proclamación de la ira de Dios. En ninguna parte reemplaza el Nuevo Testamento la ira de Dios por su amor,[20] al contrario, considera la ira de Dios como un rasgo esencial e indispensable de Dios; lo presenta, no sólo como un Señor que salva, sino como un Juez que trae con él el juicio de su ira. Las buenas nuevas de la Biblia no son de que no existe la ira de Dios, sino que la humanidad se puede salvar de la ira por medio de la fe en Cristo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom.5:8). Por tanto, nosotros esperamos “de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tes.1:10).
En el Nuevo Testamento, entonces, la ira de Dios nunca se ve como una inconsistente reliquia de la religión del Antiguo Testamento. Los hechos bíblicos no dan pie para considerar que la ira de Dios pertenece al Antiguo Testamento, y el amor de Dios, al Nuevo Testamento. Ambos Testamentos hablan mucho acerca del amor y de la ira de Dios.[21] De hecho, como Tasker concluye, la idea de la ira de Dios es uno de los muchos factores que señalan la unidad interna de la teología del Nuevo y Antiguo Testamentos.[22]
Otro punto, que es muy significativo para la comprensión bíblica de la ira de Dios, se halla en las palabras que se utilizan. El Nuevo Testamento y la Septuaginta nunca usan los términos de la poesía griega acerca de la implacable ira de los dioses (menis y xolos), sino orge (ira) y tumos (enojo e ira). Esto parece indicar que los autores bíblicos no asociaban la ira de Dios con una hostilidad eterna entre él y la humanidad, puesto que sabían acerca del amor de Dios que anhela salvar a la humanidad.[23] La misma comprensión de la ira de Dios puede verse en el Antiguo Testamento.[24]
Tener Ira no es ser Iracundo
Sin embargo, las malas interpretaciones de la ira de Dios han conducido a una falsa concepción de Dios. Una de ellas se puede leer en la frase “ira de Dios”, o en la idea de un Dios “iracundo” o “airado”. El cuadro cambia dramáticamente: aquí Dios se ve como severo y cruel, un juez común y corriente a quien le gusta la venganza y castiga a la humanidad siempre que tiene la oportunidad de hacerlo, y muchas veces, arbitrariamente.[25] Tal imagen de Dios, sin embargo, es una grave distorsión de su carácter, y a menudo conduce al temor o a una obediencia motivada por el deseo de recompensa, que no se relaciona con el amor.
La Biblia, por supuesto, hace bien claro que la ira de Dios no es el último horizonte. Dios es amor (1 Juan 4:16).[26] Él no se complace en la muerte de los impíos sino que se complace cuando dejan sus caminos pecaminosos y viven (Eze.18:23). Dios quiere que todos sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad salvadora (1 Tim. 2:4-6). Quiere que el mundo se reconcilie con él por medio de Cristo (2 Cor.5:18-21; Rom.5:8-11). El no simpatiza con el castigo vengativo. De hecho, el juicio es la “extraña obra de Dios” (Isa. 28:21). Dentro del contexto del juicio bíblico la ira divina no es una expresión que habla de una deidad despótica, sino una reacción justa y legítima contra la malignidad del pecado. La ira de Dios no es ni caprichosa, ni arbitraria.[27] Se levanta contra el pecado, porque es una rebelión contra la naturaleza y el carácter de Dios. Pero incluso en su ira, Dios no olvida su misericordia (Isa. 54:7-8); su ira sólo es pasajera (Sal. 30:5), y por causa de su propio nombre no la ejecuta hasta lo sumo (Isa. 48:9).
Dios quiere que a través de la manifestación de su ira los hombres y las mujeres paren mientes y se vuelvan de sus malos caminos (Jer.36:7; Isa. 42:25; 12:1). Por lo tanto, es erróneo e irresponsable valerse de la ira de Dios para pintar un cuadro de temor en la mente de la gente.
Tomemos, por ejemplo, el juicio venidero. Es un asunto serio y no debería ignorarse. No obstante, si el anuncio del juicio produce sólo una sensación de temor, no estamos señalando a Aquel que viene, sino a las cosas venideras. El énfasis es diferente.
A mí me parece que nuestra tarea no consiste en describir los terribles juicios de Dios, sino en la necesidad de encaminar a la gente a los pies de Jesucristo, quien es nuestro Juez y al mismo tiempo nuestro Salvador.
Implicaciones
Una comprensión bíblica correcta de la ira de Dios conduce a varias consecuencias e implicaciones importantes. En primer lugar, como ya hemos notado, todo el anuncio de las buenas nuevas, desde los profetas del Antiguo Testamento hasta Jesús y los apóstoles en el Nuevo, comienza con la proclamación de la ira de Dios. Este enfoque destruye toda justicia propia y todas las ideologías religiosas autofabricadas, y el pecador queda de pie frente a la realidad de un Dios santo y viviente.
En segundo lugar, la ira de Dios nos habla de que Dios considera al pecado muy en serio. La ira de Dios revela la detestable naturaleza del pecado, por un lado, y su aversión a él por el otro. El pecado es incompatible con la santidad de Dios.[28] La santidad (hebreo gadosh, separar) distingue a Dios de cualquier otra forma de existencia, y es un factor vital en el plan de la salvación. La ira de Dios nos enseña que él está profunda y personalmente involucrado en la batalla contra el mal y que es capaz de reaccionar de la manera más fuerte posible en sus actos redentivos.
En tercer lugar, ser conscientes de la ira de Dios crea en nosotros un nuevo aprecio de su amor. El pecado nos ha separado de Dios. Por naturaleza somos objetos de ira (Efe. 2:3). La justicia demanda que recibamos el castigo que es la muerte. Y más aún, Dios nos amó mucho aun cuando éramos sus enemigos (Rom.5:8-10). Nos ha amado tanto que hizo posible nuestra redención por la muerte de su Hijo. ¡Su amor y su misericordia obtienen nueva profundidad y significado, cuando los ponemos contra el marco de lo que en realidad merecemos!
En cuarto lugar, negar la ira de Dios es neutralizar su soberanía: una sumisión divina a los poderes del mal que tienen como objetivo la destrucción de la creación de Dios. ¿Sería Dios moralmente justo si no reaccionara contra el mal de este mundo? ¿Sería Dios santo y amante si no detestara el pecado ni reaccionara contra él? ¿Sería Dios un redentor si pudiera comprometerse con el pecado?
En quinto lugar, la ira de Dios muestra que él ve seriamente mi decisión personal. Si decido vivir sin Dios, no abroga mi decisión, pero me deja cosechar las consecuencias de mi elección, incluyendo una de sus “visitas”.
Finalmente, la ira de Dios muestra que la culpabilidad es mucho más que un mero sentimiento subjetivo. El pecado requiere expiación. Existe una estrecha relación entre la ira de Dios y la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz. El Nuevo Testamento pone muy en claro este asunto según el uso que hace de diferentes palabras para reconciliación, como señala Heppenstall: “Ellas (las palabras dadas para reconciliación) son una clara expresión de la inevitable oposición de Dios al pecado, al hecho de que existe un problema real que él debe resolver, de que hay una necesidad en la administración divina del mundo y del universo: que cuando el pecado es perdonado, lo es de tal modo que hace evidente la necesidad de que Dios ejecute juicio contra él”.[29]
La ira de Dios, entonces, no es algo de lo cual debamos avergonzarnos en la predicación. Es la forma bíblica de proclamar la completa oposición de Dios al pecado. Me dice que Dios toma muy en serio el pecado y que quiere ponerle punto final. Crea en mí un nuevo aprecio por la cruz. Me ayuda a comprender mejor la naturaleza del ministerio intercesor de Cristo en el cielo, y la naturaleza de su juicio final. Edifica mi confianza en Dios y me da gracia y seguridad para esperar el resultado final de sus propósitos en la segunda venida.
Referencias:
[1] Helmer Ringgren, “Einige Schilderungen des gottlichen Zorns”, in Tradition and Situation. Schilderungen zur alttestamentlichen Prophetie. Festschríft tur Arthur Weiser (Gottingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1963), pág. 107.
[2] Albrecht Ritschl, Die Christliche Lehre von der Rechtfertigungund Versohnung (Bonn: 1882), 2:154; cf. la traducción inglesa The Christian Doctrine of Justification and Reconciliation: The Positivo Development of the Doctrine, tr. y ed. H. R. Mackintosh y A. B. Macaulay (Clifton, NY: Relerence Book Pub., 1966); Nicolás Berdyaev va un poco más allá, diciendo que “la ira en cualquier forma es ajena a Dios”. Nicolás Beryaev, Freedom and Spirit, tr. O. F. Clarke (New York: Scribner’s and Sons, 1936), pág. 175.
[3] Esta fue la convicción de Friedrich Schleiermacher quien expresa sus ideas en un sermón titulado: “Dab wir nichts vom Zorne Gottes zu lehren haben”, en Dogmatische Predigten der Reifezeit, Kleine Schriften und Predigten, ed. Hayo Gerdes y Emanuel Hirsch (Berlín: Walter de Gruyter, 1969), 3:123-135.
[4] J. Fichtner, “The Wrath of God”, Theological Dictionary of the New Testament, ed. G. Friedrich, trad. G. W. Bromiley (Grand Rapids, MI.: Eerdmans, 1967), 5:395, nota 92. Citado en lo sucesivo como TDNT.
[5] Para una discusión más profunda del concepto de la ira de Dios en el Nuevo Testamento véase G. Bornkamm, Early Christian Experience (New York: Harper and Row, 1969); H. Conzelmann, “Zorn Gottes III. In Judentum und NT”, RGG, 3ra. ed., ed. K. Gallina (Tubingen: J. C. B. Mohr, 1962), 6:1931, 1932; A. Diekmann, “Die Christliche Lehre vom Zorne Gottes nebst Kritik der betreffenden Lehre A. Ritschl’s”, Zeitschrift fur Wissenchaftliche Theologie 36/2 (1893): 321-377; G. H. C. MacGregor, “The Concept of the Wrath of God in the New Testament”, NTS 7 (1960/61): 101-109; D. G. Schrenk, Unser Glaube an den Zorn Gottes nach dem Romerbrief (Basilea: Verlag von H. Majer, 1947); G. Stahlin, “The Wrath of Man and the Wrath of God in the NT”, TDNT 5:419-447; R. V. G. Tasker, The Biblical Doctrine of the Wrath of God (Londres: The Tyndale Press, 1951).
[6] “Cuando consideramos cuidadosamente la evidencia de los evangelios, es indiscutible que la revelación de la ira de Dios en Jesucristo es, de hecho, algo que debe considerarse como parte, tanto de su ministerio sacerdotal como de su ministerio profético”. Tasker, pág. 28.
[7] Cl. x. Leon-Dufour, Worterbuch zur Biblischen Botschaft (Freiburg: Herder, 1964), 805; Walter Kunneth, Fundamente des Glaubens (Wuppertal: Brockhaus Verlag, 1980), pág. 71.
[8] Cf. El amplio estudio realizado por Max Pohlenz, Vom Zorne Gottes. Eine Studie uber den Einflub der Griechischen Philosophie aufdas alte Christentum FRLANT12 (Gottingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1909), págs. 3-9.
[9] Philebus, 22c, 28c; Phaedrus, 247d I.
[10] Philebus, 33b; Republic, II, 377e ff.
[11] Nicomachean Ethics, 1178b, 7 ff.
[12] Para una excelente descripción de la filosofía griega de la aflicción y sus implicaciones, véase Abrahán J. Heschel, The Prophets (New York: The Jewish Publication Society of America, 1962), págs. 247-306.
[13] Pohlenz, págs. 16-156.
[14] Paul Althaus, Die Christliche Warhe’rt. Lehrbuch der Dogmatik (Gutersloh: Verlagshaus Gerd Mohn, 1969), pág. 397.
[15] Aun cuando las referencias específicas a Jesús y la ira son raras, “la ira es una parte integrante de las características del Jesús de los evangelios”. G. Stahlin, “The Wrath of God and the Wrath of God in the NT”, en TDNT 5: 427. Cl. Mar. 3:5; 1:41, 43; Mat. 9:30; Juan 11:33.
[16] CÍ. Mat. 3:7.
[17] Cf. Rom. 1:18; 2:5,8; 5:9; 12:19; 13:4-5; Efe. 2:3;5:6; Col. 3:6; 1 Tes. 1:10; 2:16; 5:9; Heb. 2:2-3; 10:26-31.
[18] Cf. Juan 3:36.
[19] Cf. Apoc. 6:16-17; 11:18; 14:10, 19; 15:1; 16:1;19:15.
[20] Cf. Conzelmann, pág. 1931.
[21] “Para ser exactos, sin embargo, las Escrituras Hebreas (parcialmente, pues constituyen las tres cuartas parles de la Biblia) contienen muchos más versículos sobre la misericordia y la bondad de Dios que el Nuevo Testamento”. Gleason L. Archer, Encyclopedia of Bible Difficulties (Grand Rapids: Zondervan Publ. House, 1982), pág. 309.
[22] Tasker, pág. 45.
[23] Cf. H. Kleinknecht, “Wrath in Clasical Antiquity”, TDNT, 5: 383-392.
[24] Cf. J. Bergmann and E. Johnson, ‘“naph, aph”’ en Theological Dictionary of Old Testament, ed. por G. J. Botterweck y H. Ringgren (Grand Rapids: Eerdmans, 1974), 1:348-360.
[25] Algunos, como Demócrito, han visto el temor de Dios como el origen de la religión. H. F. Fuhs, “jare”, Theologisches Worterbuch zum Alten Testament, ed. Por G. J. Étotterweck y H. Ringgren (Sluttgart: W. Kohlhammer, 1982), 3:876.
[26] Es interesante notar que en ninguna parte de la Biblia encontramos la expresión “Dios es ira”. ¿Será esto una sugerencia de que la naturaleza de Dios es amor y que su ira sólo es provocada cuando se estorban sus propósitos salvíficos?
[27] Cl. Bergmann and Johnson, págs. 348-360.
[28] En cuanto a la relación de la ira de Dios con su santidad, compárese, Emil Brunner, The Christian Doctrine of God (Philadelphia: Westminster Press, 1949), págs. 157-174.
[29] E. Heppenstall, “Subjective and Objective Aspects of the Atonement”, en The Sanctuary and the Atonement. Biblical, Historical, and Theological Studies (Washington D. C.: The Review and Herald Publ. Association, 1981), pág. 686.