Mientras más fijamente contemplemos la fe de Cristo, tanto más crecerá nuestra inteligencia espiritual.

En la década de 1980, el psicólogo Howard Gardner revolucionó el concepto de inteligencia con su obra Estructuras de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples.[1] En sus investigaciones, Gardner propone cambiar el concepto tradicional de la inteligencia unidimensional y cuantificable por el de la inteligencia plural, que puede manifestarse mediante distintas capacidades para resolver problemas. Con esa premisa, Gardner identifica siete categorías de inteligencia básicas: lógico-matemática, lingüística, musical, espacial, cinestésico-corporal, interpersonal e intrapersonal. Se trata de un estudio que aún se está desarrollando, y el autor reconoce que todavía se podrían descubrir otros tipos de inteligencia, incluso una inteligencia moral o espiritual.

Dentro de las siete inteligencias básicas propuestas por Gardner, la interpersonal y la intrapersonal constituyeron la base para el surgimiento de la teoría de la inteligencia emocional, de la cual el psicólogo Daniel Goleman es el principal exponente.[2] Propone una serie de virtudes que el hombre debe desarrollar a fin de optimizar sus facultades, llegando a conclusiones que se acercan de manera sorprendente a lo que la Biblia enseña acerca de la verdadera inteligencia o sabiduría de la vida.

¿Podríamos considerar, entonces, que la dimensión original y plena de la inteligencia emocional es la “inteligencia espiritual”, acerca de la cual hablan las Escrituras (Col. 1:9)? En caso de que así sea, ¿qué reflexión merece el énfasis puesto por la teoría de la inteligencia emocional en la necesidad de dar prioridad al desarrollo espiritual del hombre, para que éste sea eficiente en el uso de sus facultades?

Consideremos lo emocional

La inquietud que llevó a Goleman a investigar nació de la observación que realizó de incontables casos de estudiantes con buen rendimiento académico y elevado coeficiente intelectual (GI), que no consiguieron el éxito inmediato en su carrera profesional y en otros aspectos de su vida personal. El investigador registró casos como, por ejemplo, los de un grupo de alumnos diplomados de la Universidad de Harvard, que fueron analizados hasta que llegaron a la edad madura: los que obtuvieron el puntaje más alto en la Universidad no lograron un éxito profesional más importante que sus colegas que consiguieron notas más bajas. Mucho menos lograron una plena satisfacción en su vida personal y familiar.

Frente a tales evidencias, Goleman sugiere que el CI no sirve demasiado para pronosticar el éxito en la vida, y señala otras características fundamentales para lograr la realización personal: “Habilidades tales como ser capaz de motivarse y persistir frente a las decepciones; controlar los impulsos y postergar la gratificación personal; regular el humor y evitar que los trastornos disminuyan la capacidad de pensar; mostrar empaña y alimentar esperanzas”.[3]

A este conjunto de habilidades Goleman denomina Inteligencia Emocional, y la define como “un conjunto de aptitudes personales y sociales que son un ingrediente fundamental para alcanzar el éxito”.[4]

La conexión entre lo emocional y lo espiritual

Uno de los conceptos empleados por Goleman para referirse a las emociones y a los sentimientos es la así llamada inetacognición, que pone énfasis en las facultades que llegan hasta el ámbito metafísico o espiritual. En efecto: ¿en que otro plano se podrían ubicar elementos tales como el dominio propio, la empaña y la esperanza? Tales valores, básicos para la definición de la inteligencia emocional, relacionan directamente esa teoría con lo espiritual.

Goleman señala, por ejemplo, que algunos de los problemas que afectan a la gente con una inteligencia emocional deficiente son la desesperación, el abuso de drogas, la violencia y la criminalidad. En verdad, podríamos afirmar con la misma certeza que tales problemas se originan en una deficiencia espiritual. Por otro lado, si enfocamos positivamente el asunto, Goleman sugiere que, como fruto del cultivo de la inteligencia emocional, aparecen valores tales como el optimismo, la paciencia, la integridad, la compasión, la esperanza y el dominio propio. Esta lista de virtudes se asemeja sorprendentemente a lo que la Biblia denomina “el fruto del Espíritu” (Gál. 5:22, 23).[5]

La conexión que existe entre lo emocional y lo espiritual se vuelve muy evidente cuando Goleman reconoce que “el argumento que sustenta la importancia de la inteligencia emocional gira en torno de la relación que existe entre los sentimientos, el carácter y los instintos morales”.[6]

Si tomamos en cuenta la definición de carácter hecha por Elena de White, de nuevo nos sorprende la correspondencia de pensamientos que hay entre los dos autores: “La habilidad mental y el genio no son el carácter, porque, a menudo, son posesión de quienes tienen justamente lo opuesto a lo que es un buen carácter. La reputación no es el carácter. El verdadero carácter es una cualidad del alma que se manifiesta en la conducta”.[7] Si seguimos esta línea de pensamiento, podemos sugerir que la plena dimensión de la inteligencia emocional se encuentra en el ámbito de lo espiritual.

El factor espiritual

La definición básica de inteligencia es la capacidad. Por lo tanto, podemos hablar de una capacidad o inteligencia espiritual. En efecto, la idea de Goleman de alcanzar la excelencia de la inteligencia ya aparece expuesta en la Palabra de Dios, que señala la inteligencia espiritual como la excelencia en el desarrollo de las facultades del ser humano. Un caso notable es el de Salomón.

Es proverbial el pedido que hizo a Jehová cuando comenzaba su reinado. Frente al ofrecimiento del Todopoderoso: “Pide lo que quieras que yo te dé”, el joven respondió: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo” (1 Rey. 3:5, 9). ¿Cuál era, entonces, el verdadero pedido de Salomón? Ciertamente, una cualidad que él consideraba primordial para el éxito de su misión: un “corazón entendido”, y que Dios confirmó con agrado al interpretar su pedido con la respuesta: “Porque has demando […] inteligencia […) he aquí que te he dado corazón sabio y entendido” (vers. 11, 12). La Biblia de Jerusalén dice: “Corazón sabio e inteligente” Notemos la capacidad específica que señala Salomón como su pedido de un “corazón entendido”: en el hebreo original dice “un corazón que escucha”, sentencia que también se puede traducir como “un corazón obediente” El Antiguo Testamento emplea la misma palabra, shama, para “oír” y para “obedecer”.[8]

Podríamos concluir, entonces, que la inteligencia que Salomón pide a Dios está relacionada con la capacidad de discernir la voluntad divina y de ejercer su propia voluntad humana en armonía con la Revelación. En verdad, ésta es una capacidad especial y deseable, la de poder ver claramente la voluntad de Dios y, como reacción inmediata, avanzar en esa dirección. Mediante esa profunda experiencia espiritual, podemos cultivar la verdadera dimensión de las virtudes que Goleman propone como la excelencia de la inteligencia.

Lo cierto es que Salomón anunció más tarde -cuando estaba llevando a cabo con todo éxito la misión para la cual le pidió a Dios un “corazón entendido”- la siguiente definición de la capacidad o inteligencia espiritual “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Prov. 1:7). Consideró que esa capacidad era fundamental para el desempeño de sus funciones, y mientras conservó la experiencia del “temor de Jehová”, prestó oídos a la voluntad divina y obró en consecuencia, su reinado fue positivo.

Un timón interior

Pero no debemos llegar a la conclusión de que la inteligencia espiritual y la inteligencia emocional son una y la misma cosa; esa conclusión no hace justicia a lo que la Biblia dice acerca del tema ni a lo que Goleman propone en sus estudios. Podemos hablar de semejanzas, o decir que la inteligencia emocional se acerca a la inteligencia espiritual, ya que ésta es su dimensión plena.

Probablemente, la diferencia fundamental se vuelve evidente cuando Goleman se refiere al concepto del timón interior. Con esa expresión, se refiere a la necesidad de la introspección y la reflexión antes de tomar una decisión y obrar en consecuencia, especialmente cuando alguien desempeña funciones importantes como líder y administrador. Por eso, propone que debemos aprender a cultivar la capacidad de oír la voz interior, dedicando tiempo, para ello, a la reflexión privada.[9]

La inteligencia espiritual también se cultiva mediante la meditación, pero centrada en la persona de Jesús. “Cuanto más continuamente fijamos el ojo de la fe en Cristo, en quien están centradas nuestras esperanzas de vida eterna, tanto más crece nuestra fe; nuestra esperanza se fortalece, nuestro amor se hace más intenso y ferviente, con la claridad de nuestra mirada interior espiritual, y nuestra inteligencia espiritual aumenta”.[10] Por lo tanto, el timón interior que proporciona la inteligencia espiritual no es sólo una intuición emocional, sino la certeza expresada por Isaías, cuando dijo: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Éste es el camino, andad por él” (Isa. 30:21). Es cuestión de buscar la Fuente de la sabiduría para oír su consejo acerca de lo que se debe decidir y hacer.

En este momento, es oportuna una reflexión: si los hombres de negocios necesitan escuchar a diario su timón interior antes de tomar decisiones inteligentes, mucho más los hombres que se ocupan de los negocios del Padre deberán considerar como prioridad en su agenda dedicar tiempo para estar en comunión con Cristo. Solamente así podrán proceder con inteligencia en cada aspecto de su sagrada tarea. Todos los que administran los valores inapreciables del Reino de Dios deben disponer de momentos de devoción privada, para que así se desarrolle su inteligencia espiritual.

Si realmente deseamos la verdadera eficiencia en el servicio a Dios, debemos darle prioridad en nuestra agenda a una entrevista diaria con el que nos puede llenar de “toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Col. 1:9). Es probable que tengamos que considerar otra vez ese consejo que hemos oído y leído tantas veces: “Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: “Tómame, ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en ti’. Éste es un asunto diario. Cada mañana, conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios, y será cada vez más semejante a la de Cristo”.[11]

El cultivo de la inteligencia espiritual, según este modelo, habilita al pastor para el desempeño eficaz descrito por Pablo con estas palabras. “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo” (Col. 1:10-12). ¿No es acaso ésta una descripción exacta de un buen desempeño, productor de satisfacción personal en el servicio de Dios?

Inteligencia fundamental

Los investigadores del tema que estamos considerando averiguan si la inteligencia emocional no debería clasificarse “como una forma más amplia, una inteligencia verdaderamente nueva, una forma destinada, en definitiva, a asumir el control sobre las inteligencias de ‘orden primario’ ”. Esa propuesta, revolucionaria para la Psicología, sin embargo no es nueva para la perspectiva bíblica. Cuando la Palabra de Dios dice: “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría: Y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia” (Prov. 4:7), se puede decir que está señalando la inteligencia fundamental para el desarrollo de las otras facultades humanas; una inteligencia que, en cierto sentido, se aproxima a la teoría de la inteligencia emocional.

También se puede decir que, mediante la propuesta de la inteligencia emocional, la Psicología está reconociendo la importancia de cultivar los valores espirituales para el pleno desarrollo de las facultades humanas. La idea es que las capacidades intelectuales, técnicas y académicas sólo sirven para el desempeño en la vida personal y profesional siempre y cuando estén dirigidas por la inteligencia fundamental, es decir, la capacidad de cultivar un carácter armonioso y sólido.

Estos dos elementos: un nuevo modelo de inteligencia fundamental y su aproximación a lo que caracteriza la Biblia acerca de la sabiduría para el vivir, nos deben inducir a una revisión de las aptitudes que consideramos primordiales para servir en la obra de Dios. Tal vez sea necesario que revaloricemos la capacidad fundamental para desempeñamos eficazmente en la obra del Señor: la inteligencia espiritual. Si la Psicología está revalorizando esa inteligencia y está proponiendo cierta dimensión espiritual, ¿haríamos menos nosotros, los que conocemos su versión original y plena?

Vivimos en una época de superabundancia de información, y es humanamente imposible procesar individualmente todo el conocimiento que recibimos. Es la época de los estudios de posgrado, en que se endiosa la creatividad y las ideas originales al punto que, a veces, tenemos tantas ideas, propias y ajenas, que no sabemos cuáles de ellas aplicar para alcanzar las metas deseadas. En nuestra época, atender las necesidades de la gente, cada vez más diversas y más acuciantes, exige sin duda más dedicación y preparación. Como diría Pablo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Cor. 2:16).

Él mismo responde con el texto ya citado en este artículo: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:9, 10).

Sobre el autor: Pastor en la Asociación Bonaerense, Buenos Aires, Rep. Argentina.


Referencias:

[1] Howard Gardner, Estructuras de la mente; la teoría de las inteligencias múltiples (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1994).

[2] Daniel Goleman, La inteligencia emocional (Buenos Aires: Javier Vergara, editor, 1996).

[3] Ibid., p. 54.

[4] Daniel Goleman, La inteligencia emocional en la empresa (Buenos Aires: Javier Vergara editor, 1999), p. 34.

[5] lbíd., p. 16.

[6] Ibíd., p. 328.

[7] Elena G. de White, Conducción del niño (Buenos Aires: ACES, 1974), p. 147.

[8] Greg A. King, Reyes y crónicas: la monarquía divida (Buenos Aires: ACES, 2002), pp. 20, 21.

[9] Daniel Goleman, Ibíd., pp. 80, 81.

[10] Elena G. de White, En los lugares celestiales (Buenos Aires: ACES, 1967), p. 129

[11] El camino a Cristo (Buenos Aires: ACES, 1991), pp. 69, 70.