El bautismo de Jesús, inmortalizado por tantos famosos maestros de la pintura, constituye el acto inaugural de una admirable misión redentora. Juan el Bautista, el singular asceta precursor, es quien nos revela el extraordinario significado de los acontecimientos ocurridos junto al Jordán.

 Cierto día, viendo al Hombre de Nazaret, lo presentó como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan. 1:29). Y esta afirmación se basa sobre lo que le fue revelado después del bautismo de Jesús: “Vi al Espíritu que descendía del ciclo como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía; más el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu, y que reposa sobre él, éste es el que bautiza con Espíritu Santo” (Juan 1:32, 33).

 El Redentor salió de las aguas tranquilas del Jordán para realizar la obra inmortal que los antiguos profetas hebreos anunciaron iluminados por las luces de la inspiración.

 ¡Cuán extraordinario fue el ministerio de Jesús! La obra iniciada de modo tan notable no podía experimentar interrupciones en el tiempo, por eso, en el ocaso de su obra en la tierra, el Señor les dijo a sus discípulos: “Por tanto, id, y doctrinad a todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

 Estas palabras de Jesús nos revelan un programa de magnitud extraordinaria y de alcance ilimitado. Como iglesia realizamos una obra que nos fue encomendada: proclamar a las multitudes “las riquezas inescrutables de Cristo”, y bautizar a todos los que manifiesten los frutos inconfundibles del arrepentimiento.

 Sin embargo, como ministros relacionados con el rito bautismal, encontramos algunos problemas que exigen ecuanimidad, buen sentido e inspiración divina. He aquí algunos:

¿Debe bautizarse a un enfermo mental?

Esta pregunta origina una serie de consideraciones. Todos sabemos que hay diferentes clases de alteraciones mentales. Están los idiotas con diversos grados de profundidad, los imbéciles, los débiles mentales y los infra dotados. Naturalmente, no entran en consideración los individuos considerados como “locos” por la psiquiatría. Los idiotas carecen completamente de inteligencia. Los imbéciles manifiestan cierto grado de memoria y algunas aptitudes que casi siempre no pueden utilizar. Los débiles mentales y los infra dotados podrían comprenderse en una sola clasificación: retardados.

 ¿Debe un ministro bautizar a un idiota, un imbécil o un retardado? Si un candidato imbécil o retardado revela evidencia de arrepentimiento y conversión, si es suficientemente capaz de asimilar los principios fundamentales del Evangelio, y su conducta está en armonía con los principios de la verdad, no debemos vacilar en llevarlo a las aguas del santo bautismo. Los idiotas nunca cumplirán las condiciones estipuladas, y por ello no deben ser bautizados.

¿Podría recomendarse el bautismo de un masón activo?

La Hna. de White dice: “No debemos unirnos a sociedades secretas o a gremios laborales. Debemos permanecer libres en Dios, mirando constantemente a Cristo para nuestra instrucción” (Testimonies, tomo 7, pág. 84).

 De este consejo inspirado inferimos que todos los que pertenezcan al pueblo remanente deben apartarse de las organizaciones secretas y unirse integralmente y sin reservas al movimiento de Dios.

¿Qué actitud debe adoptarse cuando un candidato dice: “Si no me bautiza el pastor X, prefiero no bautizarme”

Por cierto que esta pregunta despierta dudas acerca de la idoneidad y madurez del candidato. En efecto, en tales palabras encontramos que el catecúmeno manifiesta mayor aprecio por un determinado pastor que por el propio bautismo.

No obstante, si el candidato revela que está cabalmente preparado para recibir las bendiciones del bautismo, debería respetarse su preferencia.

¿Cuál es la edad mínima en que deberían bautizarse los niños?

Sin pretender contestar exhaustivamente esta pregunta que se presta para controversias, reproducimos un párrafo del libro Origin and Progress of Seventh-Day Adventists; en él se describe un incidente ocurrido al pastor Jaime White en 1844:

“En la iglesia había quienes manifestaban serias dudas acerca del bautismo de los niños, y hasta procuraban intimidar a estos corderitos del rebaño. “¿Qué experiencia cree usted Sr. White que tienen estas criaturas?”, preguntó un austero pastor bautista. El amplio edificio escolar estaba repleto, y los ministros opositores habían ido a observar el acto. El pastor White tenía algunos asientos vacíos frente al pulpito, y en respuesta a su invitación, doce niños de siete a quince años se adelantaron a ocuparlos. El pastor White eligió como texto las palabras siguientes: “No temáis, manada pequeña; porque al Padre ha placido daros el reino” (Luc. 12:32). Los niños fueron animados y consolados con la predicación, y al finalizar se levantaron uno tras otro y dieron evidencia de su experiencia cristiana clara e inteligente contestando las preguntas que les formularon. Cuando se preguntó si alguno de los presentes se oponía al bautismo, nadie se levantó. Los niños fueron conducidos a la tumba líquida y después fueron presentados a sus padres a quienes saludaron con una amplia sonrisa de gozo en sus rostros juveniles” (págs. 318, 319).

 Estos y otros problemas relacionados con la institución del bautismo exigen sabiduría, prudencia e iluminación de lo alto. Al encontrarlos en nuestro ministerio, busquemos de rodillas la solución adecuada para cada caso, considerando siempre el precio infinito pagado por un alma suplicante.