II Parte
Refutaciones a estas pruebas basadas en la verdad inmortal y su unión con el alma
Agustín se adelanta a responder a dos refutaciones presentadas contra el argumento de la verdad:
a) “La ignorancia y el olvido, y aun la misma estulticia, pueden significar, con el alejamiento de la razón y de la realidad inmutable de la verdad, un acercamiento a la nada y por consiguiente a la muerte”.[34]
Agustín contesta distinguiendo entre “tender a la nada y llegar a la nada”. Basándose en el argumento de la indestructibilidad de la materia, ya presentado por numerosos filósofos, dice que el “cuerpo… por más que se fraccione nunca deja de serlo… Mucho menos se ha de temer esto del alma, que es en realidad mejor y más vital que el cuerpo, al cual comunica la vida”.[35]
Esto lo dice Agustín basado en el principio de lo mejor. El cuerpo, “a pesar de sus constantes y ordenadas transformaciones”, a pesar de su mutabilidad, continúa existiendo. “El alma, harto más noble que el cuerpo, debe durar en la existencia bajo la acción creadora y conservadora de Dios”.[36]
A esta argumentación agustiniana podríamos contestar que el principio de lo mejor no siempre opera como Agustín lo supone. Sabemos que el cuerpo, aunque no deja de ser materia, al ser fraccionado deja sí de ser cuerpo, en la concepción que se tenía antes de él. Es decir, los elementos que lo hacían cuerpo pasan a integrar cuerpos muy distintos en forma, y a veces también en naturaleza. De manera que deja de existir como unidad de lo que era para ser otra cosa. Por eso, el basarse —como lo hace Agustín— en el principio de lo mejor para remontarse en seguida a la inmortalidad del alma, es dar un paso demasiado grande. Por más noble que sea el alma, debe durar, como Agustín lo dijo, “bajo la acción creadora y conservadora de Dios”. Y en relación con esto nos preguntamos: ¿cómo concluye él que Dios no puede retirar esa “acción creadora y conservadora”? Tendríamos así que pasar a un plano teológico, bíblico, en esta discusión, como único recurso seguro para resolver este punto. Pero lo importante es notar que esta argumentación no tiene valor como filosófica, por más fuerza que algunos la quieren dar.
b. Otra refutación del argumento de la verdad es la de la existencia de la falsedad. Agustín también contesta, pero indudablemente aquí también pierden fuerza sus argumentos. Afirma que “está bien claro y manifiesto lo que puede perjudicar al alma la falsedad. Porque, ¿puede hacer más que inducirle a error? Mas sólo se equivoca quien vive. No puede, por consiguiente, la falsedad matar al alma”.[37]
Busca también explicarlo de otra manera. “Dios no tiene más contrario que el no ser. Luego la verdad que se confunde con el primer ser no puede tener un contrario por el que deje de existir. Por consiguiente, tampoco el alma, que ha recibido el ser y la verdad de aquella primera esencia y verdad divina, puede morir”.[38]
Dijimos que pierde fuerza su argumento porque lo mismo puede ser explicado dándole un sentido muy distinto. Da a entender que la falsedad sólo existe mientras vive el alma humana, y quiere concluir entonces diciendo que esto demuestra que la existencia de la falsedad no puede matar al alma, sugiriendo así que ambas coexisten, y que por lo tanto el alma es inmortal.
Esta conclusión de Agustín es brusca, puesto que a menos que explique la inmortalidad del error, se puede decir que por el hecho de tener el alma algo de verdad, vive; y por el hecho de tener también error, con el tiempo debe morir. Es decir, que el alma humana vive por un tiempo gracias a la parte de verdad que tiene, pero que debido al error puede morir. Se pueden sacar ambas conclusiones, de manera que ninguna de ellas es indiscutidamente válida.
Por otro lado, la explicación de que la verdad-Dios “no puede tener un contrario por el que deje de existir” no sirve tampoco para demostrar que el alma no puede morir. Esto sólo se puede decir de lo que Agustín llama “verdad íntegra”, o de la totalidad de la verdad: Dios. Puesto que si bien “el alma” haya “recibido el ser y la verdad de aquella primera esencia y verdad divina”, también podría ser que la verdad que haya recibido sea la verdad de que podía morir, y esto debido al error que la “perjudica”.
Notemos aquí que estamos usando el mismo tipo de argumento del cual parte Agustín para probar la inmortalidad de la verdad: “si perece la verdad, ¿no será verdad que la verdad ha perecido?” Como el hombre sólo puede poseer parte de la verdad, y no se basa necesariamente en un principio rector verdadero para interpretarla, sus conclusiones a menudo lo llevan al error y la falsedad. Más aún, el hombre se apartó de la verdad, y por ello esa “suerte de unión” de la verdad con el alma que según Agustín es la razón, también se halla llena de error, como ya lo vimos. Y al apartarse de la verdad, se apartó del que dijo: “Yo soy… la verdad y la vida”. De manera que no hay fundamento filosófico en este punto que pruebe la inmortalidad del alma. La presentación en el plano teológico necesita de la Biblia como fundamento. Ella no apoya esta manera de pensar.
II. La felicidad no puede dejar de existir
Agustín trata de probar también la inmortalidad del alma mediante la argumentación siguiente:
1. Todos quieren ser felices.
2. “La vida feliz consiste en el gozo de la verdad”; ese gozo es la verdad de Dios que es “la verdad, la iluminación y salud” del alma. La “aprehensión de esta verdad significa su adquisición total, en alas de una tendencia disparada hacia Dios… Allí donde encontré la verdad, encontré a mi Dios”.[39] Esa captación de la verdad, aparentemente, como podemos observar, se da intuitivamente.
3. “Ahora bien, si todos los hombres quieren ser felices, también querrán ser inmortales, pues de lo contrario no podrían conseguir la felicidad… En aquella vida… el hombre… poseerá el sumo bien que es Dios, gozo pleno para los que le aman y felicidad colmada y sempiterna”. Debemos aclarar que “no hay más que una sustitución de la suma verdad por la suma bondad, que en el fondo coincide con la verdad… porque el Hijo de Dios imprimió en nuestra naturaleza el anhelo de felicidad e inmortalidad”.[40]
Esta prueba está basada en gran medida en la Sagrada Escritura y en cierta manera en el instinto de conservación del hombre que, sumado al anhelo de felicidad e inmortalidad, nos revelaría la naturaleza de nuestra alma. Pero es necesario notar que no todos aceptan las condiciones que el Libro Sagrado da para llegar a esa felicidad, y por ende, la inmortalidad podría ser relativa en ciertos casos. Mucho más podría decirse de esta argumentación, pero creemos que no es necesario insistir en ello.
III. Prueba basada en la fe del Hijo de Dios
De esto sólo diremos que según Agustín, “la fe, apoyada no en argumentos de razón, sino en la autoridad de Dios, promete la inmortalidad futura, y por ende, la dicha verdadera, a todo el hombre, de alma y cuerpo compuesto”.[41] Es decir, Dios libró al hombre de su mortalidad por medio de la Encarnación del Verbo. Debemos volver a recordar que siempre que Agustín habla de mortalidad del alma se refiere a la separación de ella de Dios por el pecado, y no a que pierda esa “fuerza de vida inextinguible”.
Conclusión
Todas las pruebas aducidas por Agustín en favor de la inmortalidad del alma se pueden refutar diciendo que así como Dios puede crear un alma con capacidad de inmortalidad, así también puede quitarle esa capacidad. Agustín, al recurrir a la Biblia para apoyar su doctrina, se encuentra con ciertas dificultades que resuelve de una manera ingeniosa, pero no del todo convincente si se amplía el contexto bíblico.
La idea de Agustín de que el alma muere al separarse de Dios, pero sigue existiendo de una manera singular, lo hace desembocar en otras dificultades con el texto bíblico que él no plantea. Una de ellas es la que resulta de afirmar que el alma tiene capacidad de conocer después de la muerte del cuerpo, y aún mayor por verse ya libre del cuerpo. No recurre en este caso al Salmo 146:4 ni a tantos otros pasajes bíblicos que dicen claramente lo contrario, sino que se apoya en la parábola del rico y Lázaro. Entra en otra dificultad al tener que admitir que tanto las almas de los impíos como las de los justos son inmortales y que, por lo tanto, vivirán eternamente. Esto lo lleva inevitablemente a aceptar el castigo eterno de los malvados, y prepara el camino para la doctrina del purgatorio, que ya se da en él de una manera singular.
No es, pues, de extrañar lo que dijera E. G. de White: “La teoría de la inmortalidad del alma fue una de aquellas falsas doctrinas que Roma recibió del paganismo para incorporarla en el cristianismo… doctrina que, como la de los tormentos eternos, está en pugna con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, con los dictados de la razón y con nuestros sentimientos de humanidad!”.[42] Declara con toda precisión que “en el error fundamental de la inmortalidad natural, descansa la doctrina del estado consciente de los muertos!”.[43] La enseñanza de la inmortalidad del alma “está en pugna con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras”, la creencia en el estado consciente de los muertos choca “con los dictados de la razón”, y la doctrina de los tormentos eternos hiere “nuestros sentimientos de humanidad”.
Referencias
[34] Rey Altuna, Luis, La Inmortalidad del Alma a la Luz de los Filósofos, pág. 138. Editorial Gredos, Madrid, 1959.
[35] Ibid.
[36] Id., pág. 139.
[37] Ibid.
[38] Ibid.
[39] Id., pág. 142.
[40] Id., págs. 142, 143.
[41] Obras Completas de San Agustín, Santísima Trinidad, tomo 5, pág. 727.
[42] White, Elena G. de. El Conflicto de los Siglos, págs. 605, 600. Pacific Press Publishing Association, Mountain View, California, 1963.
[43] Id., pág. 600.