El pensamiento helenístico y el romano influyeron en autores judíos, cristianos y gnósticos
En una interesante obra titulada Los apocalipsis: 45 textos apocalípticos apócrifos judíos, cristianos/gnósticos (Madrid: Edaf, 2007), Antonio Pinero, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, y especialista en lengua y literatura del cristianismo primitivo, comparte fragmentos apocalípticos de obras judías, cristianas y gnósticas, a partir de sus originales en hebreo, arameo, griego, latín, copto, siríaco, etíope y eslavo antiguo. Con anterioridad, había sido editor de Apócrifos del Antiguo Testamento (Cristiandad, 1983) y Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi (Trotta, 2000).
Estos textos, que se originaron en el período intertestamentario y se extendieron a los tres o cuatro primeros siglos de la Era Cristiana, resultan interesantes para el conocimiento del género apocalíptico en la literatura extra bíblica. Son, también, un testimonio de la influencia del pensamiento helenístico y del romano sobre estos autores judíos, cristianos o cristianos gnósticos, en especial en lo referente a la creencia en la inmortalidad del alma y el castigo eterno de los impíos.
Exponemos aquí, brevemente, una muestra de la identificación de esta literatura apocalíptica con el dualismo y la dicotomía que caracterizaron a la especulación grecorromana.
Los apocalipsis judíos
En el Libro 1 de Henoc, un apocalipsis judío del siglo III o II a.C, el Señor ordena a Miguel que entregue un mensaje a Semyaza, jefe de los demonios y de aquellos que se corrompieron uniéndose a las mujeres, respecto del juicio eterno que les espera: “En ese día serán enviados al abismo del fuego, al tormento, y serán encadenados en prisión eternamente”.
La obra conocida como Ascensión de Isaías reúne tres fragmentos llamados el “Martirio de Isaías” (aserrado por Manasés), el “Testamento de Ezequías” y la “Visión y ascensión de Isaías”. Esta última sección relata la ascensión de Isaías al firmamento, de la mano del ángel, hasta la atmósfera del séptimo cielo. Dice: “Me subió al séptimo cielo, y allí vi una luz maravillosa, así como innumerables ángeles. Vi, en aquel lugar, a todos los justos (desde Adán; allí vi al santo Abel y a todos los justos; a Henoc y a todos los que estaban con él), despojados del ropaje carnal”.
En especial, en el pseudoepigráfico judío Apocalipsis de Sofonías se habla del destino de los hombres después de la muerte y de la posibilidad de arrepentimiento que todavía tienen las almas de los pecadores antes de la llegada del Juicio. Dice la visión: “Vi a un alma a la que castigaban y vigilaban cinco mil ángeles, conduciéndola hacia oriente y llevándola hacia occidente Cada uno le daba cien latigazos diariamente. Tuve miedo y caí sobre mi rostro, de forma que mis articulaciones se aflojaron”. El pseudoprofeta pregunta:
“-¿Quién es esa a la que están castigando?”
Se le responde:
“-Esa es una alma que fue hallada en su pecado, pues antes de que llegara a hacer penitencia, fue visitada y sacada de su cuerpo […]”.
Otra imagen temible se presenta al vidente en la forma de ángeles con ojos teñidos de sangre y cabellos sueltos, con látigos de fuego en sus manos, descritos como “los que se llegan a las almas de los hombres impíos, las toman y las dejan en este lugar. Emplean tres días dando vueltas con ellas por los aires antes de que las lleven y las pongan en sus castigos eternos […]”. En su viaje al lugar de los muertos, es acompañado por un ángel revelador. “Yo no soy el Señor todopoderoso, sino el gran ángel Eremiel, que está sobre el abismo y los infiernos, aquel en cuya mano todas las almas están retenidas desde la terminación del Diluvio que sobrevino a la tierra hasta el día de hoy”. También se informa que Abraham, Isaac y Jacob suplican al Señor cada día, diciendo: “Te suplicamos a favor de aquellos que se encuentran en todos los castigos, que tengas misericordia con todos ellos”. A una hora determinada, suenan las trompetas. “Todos los justos oyen el toque; vienen aquí corriendo y piden al Señor todopoderoso, cada día, a favor de los que están en todos esos tormentos”.
También el Apocalipsis de Sedrac, o Sadrac, utiliza como seudónimo al personaje conocido por el libro de Daniel.
Se trata, probablemente, de un producto literario judío con reelaboración cristiana. El vidente ficticio denominado Sedrac es llevado ante Dios, y entra en diálogo con él acerca de la creación de la tierra y de las causas del mal. Al final, se narra el traslado del alma de Sedrac al paraíso. Se lee al respecto: “Dijo Dios a su Hijo Unigénito: -Ve, toma el alma de mi amado Sedrac y déjala en el Paraíso. El Hijo Unigénito dijo a Sedrac: -Entrégame el depósito que colocó nuestro Padre en el seno de tu madre en tu santo lugar de morada desde el embrión. Respondió Sedrac: -No te daré mi alma. Le dijo Dios: -Entonces, ¿para qué he sido enviado yo y he venido aquí, y tú me pones excusas? Pues yo he recibido orden de mi Padre de que, sin dudar, tome tu alma; por tanto, dame tu alma muy querida […]”. Al final, prevalece la voluntad divina. “Dijo Sedrac: -Señor, y si alguien celebra un acto litúrgico en honor de tu siervo, líbralo. Señor, de todo mal. Y luego añadió: -Ahora toma mi alma, Señor.
“Y el Señor tomó a Sedrac y lo puso en el Paraíso con todos los santos. A él sea la gloria y el poder por ¡os siglos de los siglos. Amén”.
Existió un Apocalipsis de Ezequiel o Apócrifo de Ezequiel, preservado en citas de los Padres de la iglesia y del Talmud de Babilonia. El simbolismo de esta obra se orienta a destacar la unidad del alma con el cuerpo, especialmente en la resurrección final. Dice, por ejemplo: “Así está unido el cuerpo al alma y el alma al cuerpo para acusarse de las obras comunes. Y el juicio final recaerá sobre ambos, cuerpo y alma, por las obras que hicieron, buenas o malas”. Y más adelante: “Del mismo modo, el Santísimo, bendito sea, toma el espíritu/alma, la coloca en el cuerpo y los juzga como si fueran uno”.
Un texto griego denominado Apocalipsis de Baruc muestra una fuerte influencia de las ideas helenísticas y romanas. En compañía de un ángel, recorre los diversos cielos y conoce a sus habitantes, para regresar de nuevo a la tierra. En el primer cielo, vio una llanura habitada por hombres, incluyendo a quienes construyeron la Torre de Babel. En su recorrido por el segundo cielo, dice: “Me enseñó el Hades: su apariencia era tenebrosa y abominable”. En los siguientes cielos vio al ave Fénix y al arcángel Miguel.
En el Testamento de Job se afirma que los hijos de Job habían resucitado y se hallaban en el cielo. El libro narra, al final, la asunción del alma de Job al cielo. El moribundo se acostó en su cama sin dolores ni malestares. “Tres días después vio a los que venían por su alma”. El Señor, entonces, lo llevó al paraíso. “Tomó Aquel el alma de Job, se marchó volando teniéndola en sus brazos, la hizo subir a (su) carro y se encaminó hacia el oriente. Pero su cuerpo, envuelto, fue conducido a la tumba, precedido por sus tres hijas, ceñidas con los cinturones y entonando himnos a Dios”.
Los apocalipsis cristianos
Entre los apocalipsis cristianos, El Apocalipsis de Pedro, recuperado en excavaciones de Etiopía, hace una importante descripción de las penas del infierno. Se dice que Jesús vendrá como juez y juzgará a las almas de tos impenitentes que se ahogaron en el Diluvio y a los idólatras. Entonces, “comenzará su suplicio eterno”. Se habla de un lugar tenebroso de castigo, con verdugos angélicos de ropas oscuras. “Y algunos estaban colgados por sus lenguas. Eran los que habían blasfemado contra la vía de la justicia, y bajo ellos había fuego que ardía y los torturaba. Y había un lago grande lleno de fango ardiente, en el cual estaban algunos hombres que se habían apartado de la justicia, y unos ángeles torturadores azuzaban el fuego contra ellos. Había también allí otras personas: mujeres colgadas por sus cabellos sobre aquel fango ardiente. Eran las que se habían adornado para cometer adulterio”. Los terribles padecimientos continúan para los hombres adúlteros y los asesinos. “Y las almas de los asesinados estaban allí y contemplaban el castigo de los asesinos […]”. Se habla de rayos de fuego que alcanzaban a las mujeres en los ojos. “Estas eran las que habían concebido hijos extramatrimoniales y habían abortado”. Los que habían perseguido y entregado a los justos eran golpeados por malos espíritus con sus látigos y sus entrañas eran devoradas por incansables gusanos. Los que habían blasfemado y calumniado recibían en sus ojos hierros ardientes. Los tormentos parecen no tener fin en este relato. Los homosexuales, por ejemplo, eran arrojados a un precipicio grande y, luego de ser obligados por los que los castigaban a ascender por la roca, eran nuevamente arrojados abajo. “Y nunca tenían descanso de ese castigo”. El fragmento griego concluye describiendo cómo hombres y mujeres que habían abandonado el camino del Señor estaban en llamas, “a los que daban vueltas y abrasaban en una sartén”.
El así llamado Apocalipsis de Tomás habla del descenso de Cristo con poder y gloria. Y añade: “Entonces los espíritus y las almas de los santos abandonarán el Paraíso y aparecerán sobre la tierra, y cada uno irá hacia su cuerpo dondequiera que haya sido enterrado. Y todos dirán: ‘Aquí yace mi cuerpo’ […] Entonces, todos los espíritus retornarán a sus recipientes (es decir, a sus cuerpos antiguos), y los cuerpos de los santos que ya durmieron resucitarán”. El texto concluye con estas palabras: “Estas son las palabras del Salvador sobre el fin del mundo”.
Los apocalipsis gnósticos
Los apocalipsis gnósticos cristianos procedentes de la colección de obras descubiertas en Nag Hammadi en 1945 son también ilustrativos. El Apocalipsis gnóstico de Pedro se esfuerza por distinguir entre el Salvador verdadero, que es espiritual, y la apariencia carnal, que fue crucificada. “Existe, pues, ciertamente, el que toma sobre sí el sufrimiento, pues el cuerpo es el sustituto. Pero lo que liberaron fue mi cuerpo incorpóreo. Pero yo soy el Espíritu intelectual pleno de luz radiante”.
El Apocalipsis de Pablo, también de origen gnóstico, incluye una visión del juicio de las almas: “El alma que fue precipitada hacia abajo accedió a un cuerpo que había sido preparado para ella”.
Una escena del denominado Segundo Apocalipsis de Santiago narra el martirio de Santiago, en el cual extiende las manos y pronuncia una plegaria: “Dios mío y Padre mío […]. Líbrame de esta morada […]. Sálvame de una carne de pecado, pues yo confié en ti con todas mis fuerzas”.
Afirmación de la inmortalidad
Es claro el dualismo antropológico en esta muestra de la literatura apocalíptica judía, cristiana y gnóstica. El cuerpo del hombre llega a ser una mera vestimenta exterior, un recipiente o habitación transitoria del alma confiada por el Cielo. Las almas ascienden o son conducidas a los cielos, o arrojadas al infierno. Estas almas pueden alejarse de sus cuerpos y reencontrarse con ellos en el día final. Los castigos descritos son terribles y eternos. Los justos son transportados al paraíso y los impíos ya padecen infinidad de tormentos. La muerte, por lo tanto, no cierra en todos los casos la oportunidad de arrepentimiento, ni resulta imposible la intercesión a favor de los difuntos. Es clara la distancia esencial entre esta literatura religiosa ajena a la Biblia y el pensamiento judeocristiano reflejado en las Escrituras. Parece indudable el impacto de conceptos foráneos a la Revelación en el desarrollo del dogma que habría de asumir gran parte del cristianismo, alejándose del testimonio de los verdaderos apóstoles y profetas.
Sobre el autor: Profesor de Teología y director del Centro de Investigaciones White en la Universidad Adventista del Plata, República Argentina.