“Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.[1]

 Un adventista puede legítima y bíblicamente defender, creer, afirmar y esperar confiado en la vida después de la muerte. ¿Acaso la certeza de la resurrección no es sino la certeza de la vida después de la muerte? Él está plenamente seguro de que un día Dios anulará para siempre la victoria del sepulcro, que con aguijón mortal aún retiene a sus cautivos en sus prisiones de corrupción y miseria.

 Y es el mismo Señor de la vida quien afirma que todos aquellos que crean en él, no morirán eternamente. Los muertos han de salir de sus prisiones polvorientas respondiendo a la misma voz que sacó con poder una vez a Lázaro de su tumba después de cuatro días del mortal sueño.

LA CERTEZA DE LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

 Sin la resurrección, el hombre estaría condenado a las tinieblas eternas de la muerte eterna. Sin embargo, la resurrección no es algo surgido meramente en la imaginación del hombre, sino que es algo establecido indubitablemente por Dios, ya que la certeza humana asienta sobre lo que él mismo reveló y enseñó a través de épocas ya milenarias. Por lo demás, la certeza de la resurrección es tan antigua como la misma necesidad humana de ella.

 Fue el piadoso potentado de Huz quien expresó su convicción confiada y segura en la resurrección al decir: “Yo sé que mi Redentor vive… y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios… llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos”.[2]

 Y Job no sólo estaba seguro de su gloriosa resurrección futura, sino que él también sabía dónde esperaría esta mutación excelsa: “Si espero, el Seol es mi casa”.[3]

 El Salvador no pudo menos que certificar esta gloriosa verdad impartiendo las mismas enseñanzas al declarar: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron bien saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron mal, a resurrección de condenación”.[4]

 Por supuesto que esto no respalda en lo más mínimo la diabólica falacia de que “la muerte en realidad no existe”, y ni siquiera necesitamos ser confundidos por el creciente clamor de maestros satánicos que con mentiras propias de su inspirador, con más atrevimiento que nunca, pregonan hoy la demoníaca doctrina de la inmortalidad natural del alma diciendo que “la muerte es tan natural como el nacimiento”, y que la muerte “es simplemente una transición a otro plano’’, y que “es otra fase de vida más avanzada”.[5]

 Las Escrituras nos enseñan con claridad que la muerte es la cesación total de la vida; la desintegración total del alma humana. Y siendo que en el sepulcro no hay en absoluto “ni obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría” [6], lejos de pasar a “una fase más avanzada de vida”, pasa a la corrupción y descomposición sepulcral [7] Tan plenamente afecta la muerte al alma que el día que ella muere deja de ser y vuelve “al polvo”[8] En verdad, no hay cuadro más desolador y trágico que la dolorosa realidad de la muerte. Y este “enemigo” nuestro nos acecha a cada instante.

Pero así como la muerte es una realidad terriblemente desoladora, la resurrección es una gloriosa esperanza consoladora. Este es uno de los mensajes más claros y céntricos de la Palabra de Dios, y eso es ¡o que enseña como necesidad nuestra, debido a que los muertos no sobreviven en la muerte. ¡Qué día glorioso será aquél cuando “el postrer enemigo” nuestro sea destruido! [9] El mismo Señor Jesús enfatizó esta verdad al asegurarnos: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”[10] Nótese, de paso, que sólo a los vivos les es posible creer en el autor de esta promesa, pues de otro modo Jesús no hubiese dicho “todo aquel que vive y cree en mí”. Y cercano está el día cuando los “muertos vivirán… y la tierra dará sus muertos” [11] al único que tiene “las llaves de la muerte y del Hades”[12]

VISLUMBRES DE LA RESURRECCIÓN

 Como una vislumbre de ese día singular hay a lo largo de la revelación escrita, entretejidas con las promesas de vida eterna, episodios de resurrección acaecidos que no hacen sino reforzar el hecho de la resurrección.

 Moisés fue el primero que tuvo el privilegio de salir triunfante de la prisión sepulcral de oscuridad y muerte en una gloriosa resurrección y pese a la airada protesta de Satán [13], allí “la resurrección quedó asegurada para siempre” [14] y la muerte dejó de reinar absoluta[15]Allí, muy a pesar suyo, la “serpiente antigua” no sólo vislumbró el antídoto a su mortal veneno, sino lo que es más, la aniquilación total de su tiránico reino. Entonces, desde el niño de Sarepta [16], hasta el mancebo de Troas [17], al resucitar, aunque no glorificados como Moisés, demostraron al imperio de la muerte lo endeble de su cruel dominio cuando Miguel desea librar a uno de sus hijos cautivos.

 Sin embargo, una de las mayores anticipaciones a este maravilloso suceso triunfal, nos la da el profeta Ezequiel. Transportado en visión, se vio ante un inmenso osario, y al resonar la palabra del Señor, con rumor tremendo los huesos secos comenzaron a juntarse hasta que sin faltar uno solo, encajaron con precisión todos en sus correspondientes articulaciones; luego, la misma palabra que unió los huesos formando esqueletos, los cubrió de nervios, carne y piel y ante el asombrado profeta esos cuerpos muertos fueron vivificados por el Espíritu del Señor, y lo que antes fue un mar de huesos “secos en gran manera”, ante él se desplegaba ahora como “una muchedumbre grandísima de hombres”[18] Pero, lo más excelso de esta revelación es la promesa hecha por Dios mismo como epílogo de la visión: “Así ha dicho el Señor Jehová… yo… abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de vuestras sepulturas, pueblo mío”[19]

 Y qué vislumbre más grandiosa de la resurrección nos brinda el Hijo de Dios cuando ante creyentes e incrédulos ordena quitar la piedra de la tumba de Betania y cambia la tristeza y el dolor amargo del hogar enlutado en júbilo gozoso y gratitud dichosa, pues el amigo a quien él amaba y que hacía “ya cuatro días que estaba en el sepulcro”, al mandato de su voz, “salió” de entre los muertos, pictórico de vida y salud.[20]

LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN ESTA FIRMEMENTE FUNDADA EN LA INDUBITABLE RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 Pero todas estas escenas palidecen ante el incomparable hecho de la resurrección del mismo Hijo de Dios, al emerger triunfante de la tumba de José, dejándola vacía. Y este estupendo hecho es el eje central sobre el cual descansa la fe cristiana y la esperanza de la humanidad. Sin la resurrección de Cristo, el cristianismo entero carecería de valor y no sería más que el sistema más grande de piadosa mentira que jamás se haya erigido, y la esperanza de la resurrección, tan sólo una burda patraña.

 a. El innegable testimonio bíblico

 Pocos sucesos de la Biblia están tan ampliamente documentados por los escritores como el hecho de la resurrección de Cristo. El fidedigno relato inspirado de los evangelios nos dice que Jesús fue ejecutado un viernes y tras horrible agonía, el Cordero de Dios, murió; y en las últimas horas de ese mismo día, fue sepultado. El domingo siguiente, muy de mañana, ante los aterrados legionarios romanos que custodiaban celosamente su tumba, salió vivo de entre los muertos. Un poco más tarde, en las horas de esa misma mañana, sus más allegados, incrédulos, se encontraron desconcertados ante una tumba vacía, custodiada ya no por una guardia romana, sino angelical. El Señor no estaba más “entre los muertos”. Había resucitado. Sin embargo, fue María Magdalena la primera privilegiada que vio llena de asombro y júbilo al divino resucitado [21] y algo más tarde, un grupo de piadosas mujeres que presurosas volvían del sepulcro vacío con la noticia de que el Señor había resucitado, contemplaron maravilladas y gozosas al Cristo inmortal[22] Todo esto, por supuesto, no era más que el cumplimiento real de lo que Jesús mismo dijo antes de padecer, cuando afirmó que iba a “ser muerto” y “resucitar al tercer día”[23] Y ya resucitado, tratando de que sus apóstoles entendiesen las Escrituras, les hizo ver la necesidad de “que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día”[24] Y muchos lustros más tarde, el mismo glorioso Señor resucitado nos afirma que “vive” después de haber “sido muerto”, y que merced a su resurrección y vida eterna, tiene “las llaves del sepulcro y de la muerte”[25]

 El testimonio bíblico, resumiendo los hechos posteriores a la resurrección, establece que Jesús, después de resucitar, “se presentó vivo con muchas pruebas indubitables”, por más de un mes, tiempo en el cual los discípulos fueron instruidos en las verdades referentes al reino celestial [26]

 b. Pretensión satánica

 Desde el día en que Satanás sufrió su más aplastante derrota, ha estado tratando de eclipsar el indiscutible triunfo de Cristo sobre él, pues a pesar de las “indubitables pruebas” bíblicas, hay personas que se dan el lujo de negar la real resurrección del Salvador victorioso. Y tal vez una de las más atrevidas declaraciones contrarias a la certidumbre de la resurrección del Hijo de Dios, columna central e indispensable de la fe cristiana, sean las declaraciones de H. Spencer Lewis quien pretende, basándose en documentos esenios “ignorados” y “legítimos”, dar “la verdad sobre la crucifixión”, además de los “secretos de la resurrección”.

 Declara el autor en mención, que “es muy interesante notar la circunstancia de que ninguno de los cuatro evangelistas canónicos afirma que Jesús muriese en la cruz ni que estuviese muerto cuando de la cruz lo bajaron para ponerlo en el sepulcro”. Agrega luego que “en el evangelio de San Juan, 19:33, se dice que los soldados creyeron que Jesús estaba muerto… y cuando continúa hablando de la lanzada, no tenemos fundamentos para creer que se trataba de otra cosa sino de una herida superficial, mientras que, por otra parte, el hecho de que sangre y agua fluyeron de la herida, indica que Jesús todavía estaba vivo”.[27]

 Al pretender el citado autor hacer una descripción real de los momentos ocurridos en el Calvario, y en la tumba de José de Arimatea, da un tinte sensacionalista a las declaraciones de los evangelistas en lo que respecta a la crucifixión, sepultura y resurrección del Salvador; y para dichos casos aduce que Jesús tan sólo sufrió un “profundo desmayo”, y que los discípulos que estaban a la expectativa del más mínimo detalle de su torturado Maestro, en cuanto les fue posible, dada la circunstancia de una terrible tormenta desatada, hicieron un cuidadoso examen a la luz de antorchas, del moribundo crucificado, inspección ocular ésta que demostró que Jesús no estaba muerto. La sangre que manaba de las heridas era prueba de que el cuerpo tenía vida, y en consecuencia tendieron la cruz en el suelo y desclavaron el cuerpo, trasladándolo a un sepulcro que José de Arimatea había construido para su familia. Colocaron el cuerpo en un sitio especial del sepulcro, deliberadamente preparado, y los médicos de la comunidad esenia acudieron en seguida a curar las heridas.[28]

 Por supuesto que de una persona que no ha muerto, jamás puede decirse, como consecuencia lógica, que resucitó. Lewis continúa refiriendo que los seguidores de Jesús, según él esenios, lograron recabar un permiso de las autoridades romanas para poner el cuerpo de su Maestro en aquella tumba. Tuvieron, no obstante, buen cuidado de darse maña para que al llegar las autoridades para la debida comprobación del “supuesto entierro”, fuesen burladas; de modo que “cuando los oficiales llegaron a la tumba, Jesús había recobrado por completo el conocimiento y los médicos esenios le habían vendado las heridas y envuelto en un lienzo blanco para que durmiese un rato”. Acto seguido, “los esenios se dieron maña para que no fuera muy riguroso el sellado de la loza y que no quedaran cerrados todos los puntos de acceso al sepulcro”.[29] Concluye Lewis su delusorio relato, afirmando que los esenios capitaneados por José de Arimatea lograron hurtar el cuerpo de Jesús, quien en ese momento se encontraba ya con toda su “fuerza y la conciencia de su cuerpo y de todas sus altamente evolucionadas facultades”.[30]

 Desde luego que este novelesco relato carece totalmente de fundamento desde el punto de vista bíblico. Además, esto no es más que la versión dolosa de la resurrección que, con algunas adiciones, inventaron los aterrorizados sacerdotes que causaron la crucifixión de Jesús, y que a costa de soborno obligaron a los soldados romanos a difundir semejante mentira.

 c. La única e indiscutible posición bíblica

 A través de su supuesta “descripción indiscutible” Lewis olvida ciertos claros detalles que el mismo evangelio que él cita como pretendida base de su insidiosa fábula, refuta con vehemencia incuestionable. En efecto, San Juan, como los demás evangelistas concuerda en que Jesús después de horas de intensa agonía en la cruz, habiendo clamado a gran voz su grito de victoria “consumado es…” inclinando luego “la cabeza dio el espíritu”. [31] Es decir, murió. Y esto sucedió nada menos que en la cruz. La concordancia en el mismo hecho y descripción evangélicos es enfática. Mateo destaca su muerte en la cruz diciendo: “Jesús entonces, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu” [32]; Lucas y Marcos en cambio dicen: “expiró”.[33]

 En esto no hay duda alguna, pues los cuatro relatores evangélicos concuerdan unánimemente en decirnos que Jesús murió en la cruz, y por lo tanto es poco menos que una necedad decir que en “ninguno de los cuatro evangelios canónicos se afirma que Jesús muriese en la cruz”, y lo que es peor, “ni que estuviese muerto cuando lo bajaron para ponerlo en el sepulcro”.[34]

 Por otro lado, el relato evangélico no da constancia de que los soldados “supusieran” que Jesús estuviese muerto, sino que por el contrario lo comprobaron; y ésa fue la razón por la cual con Jesús no llevaron a cabo el horrendo epílogo de la crucifixión, el de quebrantarle las piernas al reo a fin de acelerar su muerte agónica; además de que había poderosas razones fuera del alcance de la comprensión de los militares romanos. El mismo Juan relata que al llegar “los soldados… quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las piernas”, en cambio uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y… salió sangre y agua”.[35] Es más, el apóstol afirma categóricamente que el hecho de que a Jesús no se le hubiesen quebrantado las piernas como a sus compañeros de crucifixión no era porque los encargados de hacerlo hubiesen olvidado de realizar su macabra obra, o porque les faltasen ganas de hacerlo, o porque se “imaginaron” que estuviese muerto, sino que a más de observarlo lo comprobaron; ¡y qué comprobación aquélla, pues le atravesaron el costado! Y da dos profecías mesiánicas como razón principal de esto: la de “hueso no quebrantaréis de él” [36], y “mirarán al que traspasaron”.[37]

 En cuanto al presunto hurto del desmayado y debilitado cuerpo de Jesús, no es necesaria argumentación alguna. También esta superchería se fragmenta frente a la clara documentación evangélica inspirada de la resurrección literal de Jesús de “entre los muertos”. La inspiración divina registra el hecho de que aquellos malvados que crucificaron a Jesús “dieron mucho dinero a los soldados” [38] y éstos “salieron con una carga de dinero, y en sus lenguas un informe mentiroso fraguado para ellos por los sacerdotes”.[39] Luego “este dicho —el hurto del cuerpo de Jesús por sus discípulos— fue divulgado entre los judíos hasta el día de hoy”.[40] Y es Lucas quien declara sin rodeos que Jesús “después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles a los apóstoles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios”.[41]

 Por lo demás, cualquier afirmación que lleve un tinte parecido al que usa Spencer Lewis, no tiene ninguna base bíblica y es totalmente contraria a la genuina revelación divina. La única manera de hacer esto es perteneciendo a las filas del que fue derrotado en la cruz, Satanás; puesto que él intenta de todas maneras opacar el triunfo categórico de Cristo que literalmente aplastó la cabeza de la “serpiente antigua”. Nos dice el espíritu de profecía que cuando Jesús descansaba en el sepulcro, Satanás en el paroxismo de su aparente triunfo, “se atrevió a esperar que el Salvador no resucitase. Exigió el cuerpo del Señor y puso su guardia en derredor de la tumba procurando retener a Jesús preso. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse el mensajero celestial”.[42] Y cuando vio “salir a Cristo triunfante, supo que su reino acabaría y que él habría de morir finalmente”.[43]

 La resurrección de Cristo es tan esencial para nuestra salvación que “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe. Y aún somos hallados falsos testigos de Dios”.[44] Los dos soportes centrales de la redención son la muerte y la resurrección de Jesucristo. Sin ellas sería completamente imposible la salvación de la raza humana, porque su muerte nos reconcilia y su vida nos salva. Gracias a su muerte en la cruz, obtenemos justificación en su sangre, y gracias a su resurrección será posible la realidad de la promesa de vida eterna. “Porque siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros. Luego, mucho más ahora justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más estando reconciliados, seremos salvos por su vida”.[45]

EL MARAVILLOSO PODER DE LA RESURRECCIÓN

 El milagro de la regeneración no sería posible sin el maravilloso poder de la resurrección, pues Dios “según su grande misericordia nos ha regenerado en esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.[46] ¡Qué bendita realidad ésta! ¡Podemos disfrutar de las ventajas y bendiciones de una nueva existencia ahora mismo!

 Para el creyente en Cristo, el gozo de la resurrección es una realidad situada no sólo en el futuro de su existencia sino en el presente de su vida. Él es en sí mismo un testigo viviente del poder maravilloso de la resurrección. Él sabe por experiencia propia que “Dios que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, aun estando muertos en pecados nos dio vida juntamente con Cristo… y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús”. [47] Fue la comprensión cabal de esta verdad la que conmocionó al mundo en cada época de su agitada historia, al resonar el mensaje evangélico con notas claras en una predicación dinámica y viviente.

 Los primeros capítulos del libro de Hechos son una descripción de la asombrosa transformación de un puñado de medrosos e inseguros seguidores en valerosos e intrépidos mensajeros del Cristo resucitado. Y cuando estos testigos proclamaban el hecho extraordinario de la resurrección de Jesús y su exaltación suprema ante los hombres, éstos, arrepentidos de sus pecados en todas partes se unían por millares a la causa del crucificado que había resucitado. El impacto del mensaje de la resurrección en los días apostólicos fue tremendo. ¿Y cómo no iba a serlo? Era un mensaje de esperanza y seguridad, pleno de poder, destinado a preparar hombres no para comer y beber sólo para morir mañana de modo miserable, sino para vivir eternamente con el Cristo resucitado.

 Y ese mismo mensaje de esperanza y seguridad del Cristo viviente es lo que necesita hoy el mundo con urgencia.

 ¿Qué poder tendrían la encarnación de Cristo, su vida sin pecado y su muerte expiatoria en la cruz sin su gloriosa resurrección? Es la resurrección, y sólo ella la que le da “el poder de una vida inmortal” [48] y admirable al Cristo del relato y a la predicación del Evangelio. Fue el poder maravilloso de la resurrección el que obró maravillas en el ministerio apostólico de la iglesia primitiva y sin duda alguna ese mismo poder puede obrar hoy maravillas en el ministerio adventista. Pero será cuando éste, sintiendo su necesidad urgente, busque por fe esa “grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo resucitándolo de los muertos”.[49]

 Por lo demás, sólo el poder de la resurrección es capaz de garantizar de manera plena y absoluta las maravillas destinadas a los fieles hijos de Dios en el nuevo mundo, el cual será habitado sólo por resucitados; maravillas éstas que jamás se pueden siquiera comparar con los paupérrimos logros de nuestra llamada era científica.

 No, la resurrección no es una quimera utópica basada en “fábulas por arte compuestas”; es ella una realidad indubitable que debe constituir la nota tónica de nuestra vida y predicación, pues está firmemente fundada en la certísima resurrección de nuestro Señor Jesucristo, “al cual de cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas”. [50]

Sobre el autor: Profesor de Biblia del Colegio Adventista del Titicaca, Perú.


Referencias:

[1] 1 Cor. 15:13, 14.

[2] Job 19:25, 26; 14:15.

[3] Job 17: 13.

[4] Juan 5: 28, 29

[5] The Truth About Our Dead, págs. 35, 41.

[6] Ecl. 9: 10.

[7] Job 17:1, 13-16.

[8] Sal. 104:29.

[9] 1 Cor. 15:26.

[10] Juan 11:25, 26.

[11] Isa. 26:19.

[12] Apoc. 1: 18.

[13] Jud. 9.

[14] Patriarcas y Profetas, pág. 124

[15] Rom. 5:14.

[16] 1 Rey. 17.

[17] Hech. 20:7-10.

[18] Eze. 37:1-10, versión Ausejo.

[19] Eze. 37:12, 13.

[20] Juan 11:17-44.

[21] Mar. 16: 19; Juan 20: 11-18.

[22] Mat. 28: 8, 10; Luc. 24: 22, 23

[23] Mat. 16: 21.

[24] Luc. 24: 46.

[25] Apoc. 1:18.

[26] Hech. 1:3.

[27] La Vida Mística de Jesús, pág. 194.

[28] Id., págs. 189, 190.

[29] Id., pág. 190.

[30] Id., pág. 193.

[31] Juan 19: 31

[32] Mat. 27: 50, Biblia de Jerusalén

[33] Luc. 23: 46; Mar. 15: 37, Id.

[34] La Vida Mística de Jesús, pág. 194.

[35] Juan 19: 32-34, Biblia de Jerusalén

[36] Exo. 12: 46

[37] Zac. 12: 10.

[38] Mat. 28: 12.

[39] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 728.

[40] Mat. 28:15.

[41] Hech. 1:3.

[42] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 728

[43] Ibid

[44] 1 Cor. 15:14-17.

[45] Rom. 5:8-10

[46] 1 Ped. 1:3.

[47] Efe. 2: 4-6.

[48] Heb. 7: 16, VM

[49] Efe. 1:19, 20. (50)

[50] Hech. 3:21.