El viaje interior hacia la inteligencia intrapersonal

Imagina que te encuentras en una entrevista muy importante que podría cambiar completamente el curso de tu vida y de tu ministerio, con un gran impacto en tu familia. En medio de la conversación, el entrevistador te mira a los ojos y te hace una pregunta directa: “¿Quién eres?”

Respiras hondo, te enderezas en la silla y, antes de empezar a responder, el entrevistador agrega: “Quiero una respuesta de segundo nivel”. Sin apartar la mirada, explica: “El primer nivel es tu nombre, edad, estado civil, dónde vives y trabajas, si tienes hijos, etc. Eso no es lo que quiero saber. Trae una respuesta profunda que revele tu esencia. Vamos, ¡dímelo!”

Solo tienes unos minutos para dar con una respuesta y verbalizarla. ¿Cómo de difícil sería esa tarea? ¿Podrías dar algo satisfactorio ahora mismo?

“¿Quién eres tú?” Esta fue la pregunta que le hicieron los sacerdotes y levitas a Juan el Bautista. Querían una respuesta objetiva, y la obtuvieron. Juan declaró: “Yo no soy el Cristo” (Juan 1:20). Después de que insistieran, preguntándole si era Elías u otro profeta, Juan respondió negándolo rotundamente. Y de nuevo le preguntaron: “¿Quién eres tú?” Juan respondió: “Yo soy ‘la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías” (vers. 23).

Juan el Bautista era un hombre único, y una de sus mayores virtudes era el conocimiento de sí mismo. Sabía quién era y quién no era. Esto le permitió situarse adecuadamente en la escena del primer advenimiento de Jesús y cumplir su misión con fidelidad y excelencia.

El desafío contemporáneo del pastor

Hoy, la pregunta planteada por los sacerdotes a Juan el Bautista sigue resonando en los quienes creen hoy en la segunda venida de Cristo: “¿Quién eres tú?” Hasta que no seamos capaces de responder objetivamente a esta pregunta, pondremos en peligro nuestro ministerio, nuestra misión, nuestro propósito, nuestra salud emocional y nuestras relaciones. Sí, todo eso, y quizás incluso más.

El autoconocimiento es un mecanismo de desarrollo personal indispensable para promover el equilibrio emocional y la autorregulación del comportamiento, que repercute directamente en el concepto de uno mismo, la fortaleza personal y la autoeficacia. El equilibrio de estos elementos marca una diferencia significativa en el desempeño de cualquier persona, especialmente de los líderes, y en particular de los pastores, enfrentados a exigencias tan complejas y desafiantes.

Se atribuye a Lao-Tsé, el legendario filósofo chino, la frase: “Los que conocen a los demás son sabios; los que se conocen a sí mismos son iluminados”. De hecho, ésta puede ser una de las habilidades socioemocionales más importantes, porque a partir de ella nos volvemos capaces de desarrollar dominio propio y alcanzar el equilibrio entre los diversos aspectos de la existencia humana: emocional, conductual, familiar, espiritual, social, profesional, etc. Cuando están debidamente equilibrados, estos factores tienden a promover un estado de homeostasis psicosocial: una condición de estabilidad dinámica que favorece el bienestar integral. Frente a las complejas exigencias del ministerio, esta estabilidad puede llevarnos más allá de la virtud de la resiliencia, alcanzando el nivel de la antifragilidad, un concepto que describe la capacidad de crecer y mejorar en respuesta a las demandas, presiones e incluso agresiones del entorno.

Reconozcámoslo: se trata de un sofisticado y necesario nivel de preparación y madurez, especialmente ante los innumerables retos del ministerio pastoral contemporáneo.

Calma tu corazón pragmático

Cuando hablamos de autoconocimiento, estamos ante un valor filosófico, pero que tiene una aplicación profundamente práctica. Invertir en autoconocimiento significa adquirir habilidades que te permitan comprender mejor quién eres, cómo eres, qué quieres y cómo puedes llegar a ello. Esta comprensión favorece la capacidad de tratar mejor con uno mismo, desarrollar la autorregulación, mejorar las relaciones, tomar decisiones más asertivas y crecer en diversos ámbitos de la vida.

Aun así, a algunas personas les costará (o se resistirán) a reconocer la importancia del autoconocimiento para su vida personal y profesional. Postergarán dar los pasos necesarios y seguirán cosechando los mismos resultados de siempre; en otras palabras, permanecerán en el círculo vicioso de buscar solo “lo mejor de lo mismo”.

Para ayudar a los más pragmáticos, podemos recurrir a una pregunta crucial: ¿por qué es importante el camino del autoconocimiento? La respuesta reside en el hecho de que el autoconocimiento es una de las competencias socioemocionales más valiosas del mundo actual. Tener una visión correcta de uno mismo permite vivir experiencias más significativas, cultivar relaciones más sanas, realizar tareas con mayor eficacia y superar retos personales con más facilidad.

El autoconocimiento es un viaje que puede enriquecerse con prácticas como la escritura reflexiva, distintos enfoques terapéuticos y la búsqueda de opiniones sinceras de personas de confianza. Es un proceso que requiere paciencia, curiosidad y apertura para explorar las profundidades del propio ser. En resumen, es esencial conocerse a uno mismo: comprender sus orígenes, creencias, valores, tendencias, experiencias, reacciones, miedos, puntos fuertes y débiles. Ignorar estos aspectos es, en esencia, ceder el control de tu vida a los demás, a los impulsos, a las circunstancias y al azar.

Hablamos de inteligencia intrapersonal, la capacidad de conocer nuestro mundo interior y utilizar este conocimiento para el autodesarrollo. Se trata de ampliar nuestra capacidad para arrojar luz sobre las cámaras oscuras de nuestro interior, siendo capaces de observar nuestros propios pensamientos, emociones, deseos, miedos, creencias, valores, búsquedas, gustos, aversiones y virtudes. A medida que avanzamos en el autoconocimiento, estos factores nos resultan más familiares y nos sorprenden menos las formas en que se manifiestan en nuestra dinámica socioemocional.

En pastoral, el autoconocimiento no es un punto final, es el camino mismo. No se trata de un hecho aislado o de una intuición puntual, sino de un proceso continuo. Siempre estamos creciendo, mejorando, perfeccionando y encontrando formas más eficaces de relacionarnos, de guiar a las personas y de conseguir mejores resultados para el reino de Dios.

Madurez

Cuanto más maduros son los pastores y líderes en este camino de autoconocimiento, mayor es su capacidad de equilibrio emocional y autorregulación del comportamiento, con importantes repercusiones en su eficacia laboral, autoestima y progreso personal. Esta realidad acaba creando un verdadero abismo entre quienes desarrollan esta competencia y quienes permanecen ajenos a ella.

En el ministerio pastoral, siempre dependeremos de la obra de Dios y de la capacitación del Espíritu Santo para cumplir bien las tareas, ya sean sencillas o complejas. Sin embargo, esto no nos exime de la responsabilidad de buscar cualificaciones que contribuyan a la excelencia ministerial, y nuestra formación teológica es prueba de ello. En este contexto de esfuerzo personal, el autoconocimiento destaca como una de las principales aptitudes de un pastor de éxito: aquel que florece allí donde está plantado. El apóstol Pablo escribió al joven Timoteo: “Procura presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja rectamente la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).

El autoconocimiento en la Biblia

Aunque la Biblia no utiliza el término “autoconocimiento” en el sentido en que lo entendemos hoy, sí aborda conceptos profundamente relacionados con la idea de reflexionar sobre el carácter, las acciones y el lugar que uno ocupa en el mundo. Varios pasajes pueden interpretarse desde la perspectiva del autoconocimiento, subrayando la importancia de la introspección, el autoexamen y la transformación personal a la luz de las enseñanzas de Cristo.

Leemos en 2 Corintios 13:5: “Examínense a ustedes mismos para ver si están en la fe. Pruébense a ustedes mismos. ¿No reconocen que Jesucristo está en ustedes? A menos que estén reprobados”. Este autoexamen al que se refiere el apóstol Pablo puede extenderse más allá de los límites de la fe y de la identificación con Cristo. Aunque éste es, sin duda, el aspecto más importante del camino de autoconocimiento, no es el único.

En el Salmo 139:23 y 24, David pide a Dios: “Examíname, y conoce mi corazón; pruébame, y reconoce mis pensamientos. Mira si voy en mal camino, y guíame por el camino eterno”. Conocer plenamente nuestro corazón y nuestros pensamientos es una prerrogativa divina, lo que demuestra que Dios es la fuente más poderosa a la que podemos recurrir para saciar nuestra sed de autoconocimiento.

Por medio del profeta Jeremías, el Señor advierte: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? Yo, el Señor, examino el corazón y pruebo la mente, para dar a cada uno lo que merece según sus obras” (Jer. 17:9, 10).

El Señor sondea los corazones, por eso nos conoce como nadie. Buscarlo en oración y suplicarle que nos revele este conocimiento es un camino excelente para el autodescubrimiento. Preguntar a los que saben. Es tan sencillo como eso.

Elena de White escribió: “Grande conocimiento es el conocerse a sí mismo. El maestro que se estime debidamente permitirá que Dios amolde y discipline su mente. Y reconocerá la fuente de su poder. El conocimiento propio lleva a la humildad y a confiar en Dios; pero no reemplaza a los esfuerzos para el mejoramiento de uno mismo. El que comprende sus propias deficiencias no escatimará empeño para alcanzar la más alta norma de la excelencia física, mental y moral”.[1]

Sobre el autor: Secretario ministerial y líder del Ministerio de la Familia de la Asociación Norte-Paranaense


Referencias

[1] Elena de White, Mente, carácter y personalidad (ACES, 2013), t. 1, pp. 4, 5.