Nosotros necesitamos y deseamos ir más allá de estas designaciones para alcanzar a comprender el profundo significado del nombre de Israel, tal como se usa en el Antiguo y el Nuevo Testamentos en las Sagradas Escrituras. El primer uso del nombre Israel en la Biblia ocurre en el capítulo 32 de Génesis.
En la primavera de 1967, el Medio Oriente, a manera de un volcán amenazador, lanzaba sordos rugidos políticos y bélicos. El 12 de mayo el primer ministro israelí Leví Eshkol, ante los continuos ataques de la guerrilla Al Fatah, financiada por Siria, hizo esta amenaza directa: “Israel escogerá el tiempo, el lugar y los medios para contrarrestar al agresor”.
El 26 de mayo, el presidente de la República Árabe Unida (Egipto), Gamal Abdel Nasser, dijo ante el consejo central de la Confederación Árabe de Sindicatos: “Nos sentimos suficientemente fuertes como para enfrentarnos a Israel en batalla. Con la ayuda de Dios triunfaremos. Sobre estas bases hemos decidido seguir adelante… confiando en que, una vez comprometidos en la guerra, saldremos vencedores… nuestro objetivo será destruir a Israel”.[1]
El 5 de junio estalló la guerra. Una guerra salvaje y sangrienta que cayó sobre el Medio Oriente con la velocidad y violencia de un rayo. Sólo duró seis días. El 10 de junio, en menos de una semana, Israel ganó una de las victorias militares más decisivas del siglo XX.
Resulta difícil imaginar cómo una guerra tan breve modificó tan profundamente el mapa del Medio Oriente creó nuevos problemas que se convirtieron en una amenaza para el mundo y modificó los grupos y las alianzas árabes anteriores.
Todo esto dio como resultado la intensificación de viejos temores acerca de una confrontación global en la región.
Desde la guerra de 1967 surgió un nuevo interés en el estudio de la Biblia en todo el mundo cristiano. El interés se centra en las profecías bíblicas concernientes a Israel y a la batalla final de la tierra: La Batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso (comúnmente llamada la Batalla del Armagedón).
Las preguntas que se formulaban con insistencia, y que volvieron a cobrar vigencia con los terrores suscitados por la reciente guerra del Golfo, son: ¿Provocará la creciente tensión del Medio Oriente la confrontación final entre oriente y occidente? ¿Tendrá lugar el horrendo final en la pequeña nación de Israel?
Todo esto hace que nos preguntemos, en el contexto de estas consideraciones, ¿desempeñará Israel, como nación, un papel especial en el dramático final de la historia humana? ¿Constituyen los conflictos en el Medio Oriente, y especialmente el grave problema árabe-israelí, los primeros pasos hacia el Armagedón?, y sobre todo esta última pregunta, ¿cuál es la importancia de Israel como nación en las profecías bíblicas del tiempo del fin, especialmente en la batalla del Armagedón?
El significado de un nombre
Para contestarnos éstas y otras preguntas es necesario detenernos a considerar el significado teológico, histórico y político del nombre Israel.
En sus estudios sobre el significado del nombre Israel, en el Antiguo Testamento, el erudito sueco Gustaf Danell concluye que el nombre “Israel”, además de su uso como nombre de persona, designa a tres grupos interrelacionados: 1º. Designa a la nación de Israel, formada por las 12 tribus, tal como fue organizada por Dios en el desierto y tal como se estableció en la tierra prometida. 2º Designa a las 10 tribus que formaron el reino del norte después de la división acaecida a la muerte de Salomón y, 3º. Designa al reino de Judá después que el reino del norte fue destruido por los asirios y la mayoría de sus habitantes fueron llevados cautivos. En este caso a Judá se le llama Israel, entendiendo con esta designación que es el remanente o el resto de Israel.[2]
Es obvio, sin embargo, que este significado del nombre Israel sólo enfoca su uso histórico y político. En el mismo sentido, y con idéntico significado, se usa hoy para designar al moderno Estado de Israel. Es un uso externo y superficial. En modo alguno agota el contenido del nombre que nos ocupa.
Nosotros necesitamos y deseamos ir más allá de estas designaciones para alcanzar a comprender el profundo significado del nombre Israel, tal como se usa en el Antiguo y el Nuevo Testamentos en las Sagradas Escrituras.
En este sentido, el erudito holandés A. R. Hulst, autoridad en Antiguo Testamento, ha demostrado que el nombre Israel tuvo un doble significado desde el principio. Primero, el ya mencionado sentido de pueblo o nación, y, segundo, el significado de pueblo de Jehová o congregación religiosa. Todo esto es evidencia del amplio significado del nombre Israel en el Antiguo Testamento.[3] En toda la Escritura, Israel, ya desprovisto de toda significación política, de todo sentido geográfico y de toda relación con el pueblo judío actual, es el nombre del pueblo del pacto de Dios a través de toda la historia de la redención.
El primer uso del nombre Israel en la Biblia ocurre en el capítulo 32 del Génesis. Allí se explica el origen y también el significado del nombre.
Jacob, torturado por el sentimiento de culpabilidad tras haber engañado a su padre y a su hermano y manejado los asuntos de su vida en forma astuta y tortuosa, llegó a la hora crítica de su vida.
Ante la amenaza de muerte de su hermano que viene a su encuentro para vengarse, siente temor, no sólo por él mismo, sino por su familia. Considera justa la indignación de su hermano y se considera indigno de la protección divina.
La elección de Israel como nación
Sintiéndose solo y desamparado, cae de rodillas delante de Dios. En la hora de crisis ocurre la gran experiencia de su vida. “Y quedóse Jacob solo, y luchó con él un varón… tocó en el sitio del encaje de su muslo, y descoyuntóse el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame que raya el alba. Y él dijo: No te dejaré si no me bendices. Y él dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y él dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido”.[4]
El nombre de Jacob significa usurpador, suplantados engañador. Era una fiel descripción de la naturaleza moral y espiritual del que lo llevaba. Su padre, su madre, su hermano, su tío y él mismo lo sabían. Esa condición de su naturaleza lo había llevado a la hora de crisis de su vida. Cuando Dios le dio su nuevo nombre, éste indicaba que su naturaleza y su destino habían cambiado.
El nombre “Israel”, entonces, es de origen divino. Simboliza la nueva relación espiritual de Jacob con Dios. Representa a un hombre defectuoso llamado Jacob que ahora está reconciliado merced a la gracia transformadora de Dios.
Como señal de esa nueva relación y condición, Dios le llamó “Israel”, nombre que significa: Príncipe con Dios, Vencedor.
Podemos afirmar que desde el principio el nombre Israel simboliza una relación personal de reconciliación con Dios. El nombre Israel es el símbolo de una condición alcanzada: victoria, por la gracia y la misericordia de Dios, sobre el gran enemigo del hombre, es decir, el pecado y sus consecuencias. El nombre Israel se dio a Jacob como señal de una vida centrada en Dios, de una vida desesperada por el sentimiento de culpa que busca y encuentra el favor de la gracia perdonadora de Dios. La Sagrada Escritura nunca pierde de vista esta raíz espiritual del nombre Israel.
Israel, en el Deuteronomio, significa un pueblo que se relaciona con Dios. El punto focal no es el pueblo en su aspecto nacional, ni étnico, sino el pueblo como entidad religiosa. El uso del nombre por Moisés, y después por los profetas, va enfocando su aplicación a la esfera social, cúltica y religiosa.
Consecuentemente, puede afirmarse que el término israelita no se refiere en primera instancia a un miembro de la raza judía o a un ciudadano del Estado de Israel en cualquiera de sus etapas. Define, más bien, a una persona que en su experiencia personal ha alcanzado la victoria de Jacob y goza de una relación de reconciliación con Dios. Sólo en este sentido pueden entenderse las palabras de San Pablo: “…No todos los que son de Israel son israelitas”. [5] Es decir, hay descendientes del linaje de Jacob y ciudadanos del Estado de Israel que no son israelitas. Por otra parte, hombres y mujeres de otras razas pueden serlo. Porque ser judío o israelita es una condición interior, no exterior. No tiene que ver tanto con marcas en el cuerpo, como la circuncisión, o con documentos jurídicos como una carta de ciudadanía del Estado de Israel, sino, que: es judío el que lo es en lo interior; y la circuncisión es la del corazón…”[6] Por tanto, si Israel es un nombre que designa una condición espiritual, israelita es el que ha alcanzado esa condición.
Como el amable lector verá más adelante, el nombre Israel precedió a toda connotación racial, nacional y geográfica, y después, superó todos los limites nacionales y raciales que el uso llegó a imponerle.
La elección de Israel
En el monte Sinaí las doce tribus de Israel se constituyeron oficialmente como una nación, Israel, el pueblo del Señor. Palabras y actos divinos elevaron a Israel a la categoría de pueblo especial, elegido por el Señor, para ser una congregación o asamblea de adoradores del Dios viviente y para ser luz sacerdotal para el resto de la humanidad. Por eso, en el pacto que lo constituía como nación espiritual y pueblo elegido, Dios dijo: “…vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”.[7]
¿Cuál es el origen y el propósito de esta elección? Dios lo estableció claramente: “porque tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios: Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos de todos los pueblos; sino porque Jehová os amó y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres”.[8]
Israel no fue elegido por alguna cualidad moral, geográfica o de alguna otra índole. Nada tenía que lo hiciera superior a los demás pueblos de la tierra. Israel es diferente sólo porque fue elegido por Dios para recibir las promesas y las bendiciones prometidas a los padres.[9] ¿Cuáles son esas promesas? Las que Dios prometió a Abrahán y luego repitió a Isaac y a Jacob, los padres de la nación de Israel, y que pueden resumirse así: “Serán benditas en ti y en tu simiente todas las familias de la tierra y serás heredero del mundo”.[10]
La bendición universal que descendería sobre el mundo por medio de Abrahán y su simiente serviría para contrarrestar la maldición universal que había caído sobre el mundo por causa del pecado de Adán.
La maldición universal vino por causa del pecado y representa todo lo que causa dolor, sufrimiento y al fin muerte eterna. La bendición universal que vendría por medio de Abrahán y su simiente representa todo lo que produce gozo, paz y al fin la vida eterna. Es necesario mantener bien claro en la mente la promesa hecha a Abrahán y su propósito universal.
“Es claro, entonces, que la elección divina de Abrahán, y luego de Israel como nación, estaba al servicio del propósito de Dios de salvar al mundo. Las características raciales y geográficas de Israel estaban subordinadas al propósito de salvar a la humanidad y no para un objetivo independiente y diferente…”[11]
La elección de Israel, en modo alguno, implica el rechazo de los demás pueblos de la tierra. Al contrario, implica su inclusión. Israel fue elegido para que, eventualmente, todos pudieran ser elegidos. Israel fue escogido por Dios no sólo para ser salvo, sino para compartir con el mundo entero su conocimiento del verdadero Dios y las bendiciones que conducen al gozo, a la paz y a la vida eterna. Israel fue elegido para representar el carácter de Dios y para hacer atractiva la voluntad de Dios a los gentiles.[12] Todas las glorias y grandezas de Israel estaban condicionadas a este propósito. El día que Israel demostró, como pueblo, que no quería cumplir dicho propósito, con este acto se separó del pacto, pues este propósito era la única razón de su elección. En la parábola de “los labradores malvados’’, Jesús representó a los judíos como labradores que recibieron a renta una hermosa viña. Pero, en vez de pagar la renta de la viña, hirieron y mataron a los que fueron a buscar los frutos. Finalmente mataron al hijo del dueño, con lo cual llenaron su copa de iniquidad y por lo cual Jesús les dijo: “por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que haga los frutos de él’’.[13]
En efecto, las promesas hechas a Abrahán y las bendiciones prometidas a él y a su simiente no fallaron. Quienes fallaron fueron los depositarios. Cristo, que es la simiente de Abrahán, ofrece ahora las bendiciones del reino de Dios a todos los hombres, judíos y gentiles, sin distinción. El plan que Dios tenía con Israel para beneficio del mundo, no fue cambiado o pospuesto, sino más bien “prosperado” en Jesús Mesías.[14]
En Cristo todas las promesas de Dios son “en Él sí, y en Él amén’’.[15] Cristo estableció su propio Israel mesiánico, su iglesia, comprometida con Dios por un nuevo pacto establecido bajo las mismas condiciones y con los mismos objetivos del antiguo pacto hecho con Israel. [16] Las glorias y excelencias del nuevo pacto estriban en que éste está basado sobre mejores promesas.[17] Las promesas de Dios no fallaron en el antiguo pacto porque son inmejorables. Las promesas ahora las hace Jesucristo Hombre, como sustituto y garante del hombre. Por eso el nuevo pacto es estable y eterno, porque está basado sobre mejores promesas.
Como cumplidor de las condiciones del pacto Cristo llegó a ser el nuevo Escogido de Dios el hijo obediente que Israel nunca fue. De esta manera es, no sólo el ratificador, sino el beneficiario del pacto. Nosotros, como cristianos, somos herederos del pacto en Cristo, cuando estamos incorporados a él por medio de la fe y del bautismo.
Promesas territoriales
Las promesas territoriales hechas a Israel estaban sujetas a las mismas condiciones de su elección como pueblo escogido. Los pequeños límites de la nación y reino de Israel en el Medio Oriente nunca constituyeron el cumplimiento de las promesas territoriales hechas a Abrahán.
Es claro que los padres, Abrahán, Isaac y Jacob, que recibieron las promesas, comprendieron que la tierra que se les prometía no era sólo un país geográficamente limitado al Medio Oriente. Ellos buscaban otra tierra y otra ciudad. Buscaban una tierra nueva y una ciudad “con fundamento”, artífice y hacedor de la cual es Dios.[18]
Es significativo que ni Cristo ni los escritores del Nuevo Testamento aplicaron las promesas territoriales de Jerusalén y Palestina a la iglesia de Cristo que es el remanente o resto fiel de Israel. Esto está de acuerdo con la naturaleza del Israel actual, o sea, la iglesia, como una nación espiritual.[19]
Pero esto no significa que los escritores del Nuevo Testamento espiritualicen las promesas territoriales que la nación judía restringió a los estrechos límites de Palestina; al contrario, se hacen mundiales cuando se aplican a la iglesia, en cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán que sería “heredero del mundo’’.
Por tanto, de acuerdo con el significado amplio del nombre Israel, los antiguos límites territoriales desaparecen al desaparecer la nación de Israel como pueblo escogido. Hoy, es el mundo el que se promete a la iglesia, en cumplimiento de la antigua promesa hecha a Abrahán, la que todavía está en pie. Por eso, desde la elección de la iglesia como reino espiritual, ya no hay, desde el punto de vista teológico, una tierra, una montaña o una ciudad santa sobre este planeta.
San Juan, en el Apocalipsis, vio una tierra nueva. Vio también una nueva Jerusalén descendiendo del cielo. Esta nueva tierra y esta nueva Jerusalén son el cumplimiento de todas las promesas del pacto de Dios hechas a Abrahán y a Israel.
La iglesia recibe el cumplimiento de esas promesas como el pueblo del pacto de Dios.[20] Las doce tribus y los doce apóstoles están integrados en un solo pueblo que es el pueblo del pacto de Dios, que habitará en una nueva ciudad y una nueva tierra.[21]
Israel y el Armagedón
Todas las glorias y grandezas de Israel alcanzadas y prometidas en la Biblia se desvanecieron cuando la nación dejó de ser el pueblo elegido. Todas las promesas de restauración y las glorias del reino mesiánico que pertenecían a Israel como pueblo del Señor, dejaron de ser suyos cuando fracasó como tal. Todos los odios que Israel concitaba por ser pueblo del Señor y que Satanás excitaba en los pueblos paganos no tuvieron ya razón de ser. Ahora es la iglesia, el Israel espiritual, la que es objeto de ira: “y el dragón se llenó de ira contra la mujer: y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”.[22] Por lo mismo, las promesas de liberación de sus enemigos ya no pertenecen a la nación de Israel sino a la Iglesia. Los enemigos de la Iglesia son los enemigos de Dios, contra los cuales promete liberación. Los enemigos del moderno estado de Israel, ya no son los enemigos de Jehová.
Aquí el panorama se ilumina con luz intensa. En el último libro de la Biblia, el Apocalipsis de Cristo Jesús, los judíos o el moderno Estado de Israel, no tienen asignado y no desempeñan ningún papel. Cualquier papel que los judíos puedan tener será marginal a la guerra entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás, como cualquier otra nación o pueblo de la tierra. Es en esta guerra donde se produce y se libra la batalla del Armagedón.
Es la Iglesia Cristiana, y no el Israel moderno, quien proclama el mensaje final del amor de Dios al mundo y que llega a ser objeto de persecución.
Son los seguidores de Cristo quienes predicarán “el evangelio del reino a todo el mundo”.
Esto prepara el camino para la venida de Cristo. Es este mensaje el que prepara el camino para “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso”.
Israel, la nación israelita actual, no estará involucrada en el Armagedón más que cualquier otra nación del mundo moderno. “Los reyes de la tierra”, convocados por los “espíritus de demonios” para la gran batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso, no luchan contra el Estado moderno de Israel, sino contra el Dios Todopoderoso y su pueblo escogido, su iglesia, el Israel espiritual.
Referencias:
[1] Britannica, Book of the year, 1968. (Encyclopedia Britannica. Inc. William Benton, Publisher, Chicago, Toronto. 1968), pág. 543.
[2] Citado por Hans K. LaRondelle. The Israel of God in Prophecy (Berrien Spring, Mich., Andrews University Press, 1980), pág 81.
[3] Id.
[4] Gén. 32 24-28
[5] Rom. 9
[6] Rom. 2:28-29.
[7] Exo. 19: 6
[8] Deut. 7:6-8
[9] LaRondelle, op. cit.pág. 82.
[10] Gén. 12:1-3; Rom. 4:13; Gál. 3:16.
[11] Rom. 5:12-19.
[12] LaRondelle, op. cit.pág. 91
[13] LaRondelle, pág. 92. Mat. 21:43.
[14] Isa. 53:10.
[15] 2 Cor. 1:20.
[16] Jer. 31:31-33: Heb. 8:8-12; 10:15-17.
[17] Heb. 8:6.
[18] Heb 11:10-16.
[19] 1 Ped. 2:9.
[20] Mat. 5:5; Rom. 4:13.
[21] Apoc. 21:10-14.
[22] Apoc. 12:17