Los cristianos “deben dedicarse a la proclamación de la salvación al mundo o a las cuestiones puramente sociales.”

Ante nosotros hay un asunto que debe ser discutido. Para unos, es básico; para otros, ilusorio. La cuestión es la siguiente: la misión de la iglesia ¿debería centrarse en la evangelización y la salvación de las personas o tratar los problemas de la sociedad aquí y ahora? Establecida de esa forma, esa pregunta solo tiene una respuesta: la misión debe centrarse en la salvación, no en la sociedad.

Por otro lado, hay cierto grado de falacia cuando establecemos el planteo en esos términos; es decir, colocando la salvación y la sociedad en extremos opuestos. Deben ser colocadas en conjunción, porque la misión de Cristo, y lo que realiza en el mundo, debe relacionarse con la salvación y la sociedad. “El único remedio para los pecados y los dolores de los hombres es Cristo. Únicamente el evangelio de su gracia puede curar los males que azotan a la sociedad”.[1] Así, debemos abordar tanto la salvación como la sociedad.

Existen dos equívocos populares. El primero es la idea de que la moralidad está limitada a los asuntos del comportamiento, personales y privados. El segundo es el pensamiento de que los cristianos no necesitan preocuparse seriamente por los asuntos públicos, seculares, políticos o económicos.

Los cristianos creen en los valores morales, dentro de los cuales la dignidad y el valor de cada ser humano creado a imagen de Dios son lo más importante. ¿Acaso no parte de esta creencia algún tipo de responsabilidad y moralidad social? Así, las decisiones gubernamentales ¿no deben tener al menos algún vínculo con los principios morales o estar fundamentadas en ellos? Además de eso, ¿no vivimos en un mundo en el que sus componentes se han vuelto cada vez más interdependientes en su naturaleza común? Y la interdependencia ¿no incluye una dinámica moral?

El ejemplo de Cristo

En este asunto, el ejemplo de Jesús es de importancia crucial. Por un lado, jamás formuló una plataforma socio-política sobre la cual la iglesia debiera levantarse y realizar su programa. Las tentaciones en el desierto fueron, en algún sentido, de naturaleza política, pero él las resistió. En al menos tres oportunidades, tuvo la oportunidad de convertirse en gobernante por una especie de “golpe de Estado”: al alimentar a la multitud en Galilea (Luc, 9:13-17); en la entrada triunfal en Jerusalén (Luc. 19:30-44); y al advertir a Pedro acerca del uso de la espada, en el Getsemaní, cuando afirmó tener legiones divinas a su disposición (Mat. 26:51-53). Con todo, rechazó el populismo y el reinado revolucionario.

Por otro lado, las enseñanzas de Jesús tienen un significativo formato social. En el que algunas personas han considerado su discurso inaugural (Luc. 4:16-21), Cristo, citando Isaías 61, presenta la tarea del Mesías desde un punto de vista social (además, el evangelio debe tener una dimensión social): evangelización de los pobres, liberación de los cautivos y los oprimidos, dar vista a los ciegos; y su ministerio deja bien aclarado que él no estaba hablando exclusivamente de pobreza, ceguera y opresión espirituales.

Entonces, no es sorprendente que los pioneros adventistas hayan tenido una agenda social, aun cuando fuera algo limitada. Esa escala pequeña de acción fue casi inevitable, por causa del tamaño de la iglesia y sus limitados recursos. So opusieron a la esclavitud, promovieron la reforma educativa y de la salud, defendieron la temperancia y la causa antialcohólica y antitabáquica. También mostraron interés por las necesidades de los niños y las mujeres.

Hoy, la iglesia es muy grande, y los recursos institucionales y financieros todavía mayores. En algunos países, los adventistas se han convertido en un significativo segmento poblacional. Algunos hermanos se han convertido en dirigentes de Estado. Renunciar a la responsabilidad social sería una actitud inconsciente. La Agencia de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA) se ha convertido en el mayor instrumento de trabajo social adventista en el mundo.

La pobreza y el hambre son problemas diarios, con miles de niños que mueren cada día por causa de la desnutrición. Cada treinta segundos, alguien muere de malaria en el África. El calentamiento global y la contaminación ambiental son grandes problemas, junto con la destrucción de las fuentes de energía renovable. Los adventistas han adoptado y defendido durante mucho tiempo un estilo de vida sencillo, que ayuda a reducir algunos de estos problemas. Pero debemos abordar vigorosamente la lucha contra el SIDA, y asumir el debido lugar en la promoción de los derechos humanos y en contra de la discriminación de varios grupos, incluyendo mujeres y discapacitados.

Dado que la pacificación es otra causa esencial, las escuelas adventistas han sido invitadas a establecer anualmente una semana para poner de relieve, a través de varias actividades, la necesidad de la paz, el respeto y la resolución de conflictos, y nuestra cooperación para una cultura de la armonía social.

No podemos tratar eficazmente con la pobreza, el hambre y la discriminación solo ofreciendo recursos y ayuda a los que sufren. También es necesario trabajar para cambiar las causas de esos flagelos. Felizmente, ADRA ha comprendido este punto. Tal posición, por otro lado, requiere inevitablemente contactos con la esfera política.

La creación y el hombre

En primer lugar, la responsabilidad social tiene como base la doctrina de la Creación. Dios creó voluntariamente, de la nada, un universo distinto de él mismo y estableció a los seres humanos como mayordomos. También encontramos responsabilidad inherente en la doctrina del hombre. Los parámetros del servicio social de la iglesia residen en la naturaleza de los seres humanos. Siendo seres humanos creados a imagen de Dios y manchados por el pecado, la dignidad de los hijos de Dios solo es posible a través del proceso de salvación. Tal apreciación vincula ética y responsabilidad social.

El concepto cristiano de que los seres humanos no son restos lanzados al mar del tiempo, sino personas con potencial para un futuro radiante, confiere energía y propósito a su misión. Como su Señor, el discípulo de Cristo debe discernir en todo ser humano “posibilidades infinitas”.[2]

Mientras que la responsabilidad social reposa sobre las doctrinas de la Creación y del hombre, el principio soteriológico provee su teología. Cuando la iglesia y sus miembros se relacionan con la sociedad, la salvación debe tener dominio como propósito final. La responsabilidad social cristiana no es sencillamente el resultado de impulsos humanitarios, aun cuando eso también esté presente. Eso emerge de un nivel más profundo, el deseo de que “que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Esa plenitud de vida incluye conversión, reconciliación y fe, o en una palabra, salvación; pero también una vida más saludable y más feliz. Las virtudes cristianas tienen alcances sociales, y de esa manera el cristianismo puede ser identificado como religión social. Las creencias religiosas modelan inevitablemente visiones socioeconómicas y acciones políticas. Los valores religiosos deben tener, y siempre lo tendrán, formato religioso.

Evangelización y responsabilidad social

En vista de la tendencia actual de participación política dentro de la iglesia, alguien podría preguntar: ¿Cuál es la relación que existe entre la evangelización y la responsabilidad social? Una visión tradicional equipara misión con evangelización. Otra visión critica la evangelización, dándole la connotación peyorativa de proselitismo, y se concentra solo en el aspecto social.

La visión bíblica de la contempla como servicio en acciones. En ese concepto de existe una síntesis entre y actividad social. John Sttot presentó tres maneras de relacionar evangelización y testimonio social: (1) Acción social como “un medio para la evangelización” (preparación para la evangelización); (2) acción social como “manifestación”, aspecto o parte “de la evangelización”; y (3) acción social como “socia”, o actividad paralela, “de la evangelización”.[3]

La tercera forma parece la más correcta y es apoyada por Sttot. Presenta la evangelización y la acción social como necesarias. A pesar del apoyo mutuo, son aspectos separados de la misión y, en algún momento, la prioridad inmediata podrá diferir. Por ejemplo, piense en el hombre herido en el camino a Jericó, en la parábola del buen samaritano. ¿Cuál era la prioridad inmediata en esa situación: cuidado médico estudio bíblico acerca del estado de los muertos?

La función de la salvación o del servicio es proveer a los seres humanos un sentido de significado y de propósito, despertándolos al hecho de que no están destinados a viajar por la vida, sea esta corta o larga, sin significado ni destino. Necesitamos imprimir, en hombres y mujeres, una razón de ser. Debemos avanzar más allá de la evangelización individual, aun cuando sea preponderante, y aplicar el poder transformador del evangelio a la sociedad. La metáfora que Jesús utiliza en Mateo 5, acerca del cambio que produce la misión cristiana, incluye la sal y la luz. Eso significa que los cristianos deben penetrar y permear la sociedad secular; es decir, no cristiana. Si los cristianos permanecen en el salero o escondidos en la seguridad de la fortaleza de la iglesia, son de poca utilidad.

Acaso, ¿no implica la metáfora de la sal y de la luz que los cristianos pueden cambiar y preservar el ambiente deteriorado, decadente y oscuro, mejorando la sociedad? No estamos hablando de evangelio social, pues su debilidad y falacia es que reclama una sociedad perfecta aquí y ahora. Por otro lado, podemos mejorar la sociedad y su composición corrupta.

Los cristianos y la política

Con estos asuntos ante nosotros, no podemos evitar el espinoso tema de los cristianos y la política. EL peligro de la política es que tiende, si no somos cuidadosos, a hacer del mundo nuestro todo. El ambiente de la política raramente, tal vez nunca, puede ser hecho verdaderamente cristiano. Imaginar que los patrones cristianos, que son más elevados que los aceptados por la sociedad, puedan ser aplicados con éxito al gobierno y a la sociedad en general, es algo irreal.

¿Es posible aplicar los principios del Sermón del Monte al área de la política? El amor no puede ser legislado ni institucionalizado; ni el egoísmo -raíz de la mayoría de los males sociales— puede ser erradicado por proyectos de ley, leyes ni votos, sino solamente a través de la sumisión a Cristo. En lo que toca a la intemperancia, Elena de White declara que “la parálisis moral que domina a la sociedad tiene una causa’, cuando las leyes sustentan males que yacen en el mismo fundamento del sistema legal de un país. Así, es irresponsabilidad que los cristianos sencillamente “deplor[e]n los males que saben que existen ahora, pero se consider[e]n libres de toda responsabilidad en el asunto. Esto no puede ser. Cada persona ejerce una influencia en la sociedad”.[4] La lógica nos permite extrapolar el pensamiento y aplicarlo, mediante un paralelismo, a otras correspondientes situaciones actuales.

Tratándose de la política, existen por lo menos tres problemas y dos peligros. Entre los problemas, se encuentran: (1) Compromiso; (2) Conveniencia y (3) Patrones cristianos vistos como irrealistas. Los dos peligros son: (l) Intento de la iglesia de “beatificar” la sociedad y el Estado; (2) Intento de la sociedad de politizar la iglesia, de tal modo que la fe cristiana sea interpretada en términos de valores políticos. Así, tenemos un ala secular y socialista, y la otra ala, radical, que facilita la penetración de cualquier valor en la iglesia y dificulta el mejor testimonio.

Aquí, la separación entre Iglesia y Estado entra en el cuadro. Su propósito no es excluir la voz de la moralidad -cristianismo, si lo desea— del debate público. Tal separación provee el contexto para la libertad religiosa, de manera que los aspectos morales de la religión pueden ser libremente expresados y examinados sin discriminación, impedimentos o favoritismos.

Los cristianos deben participar del foro público, ofreciendo una visión ética significativa. Sí, la iglesia debe actuar separada del Estado, pero no alienada o indiferente de la sociedad. Los líderes religiosos deben andar cuidadosamente y de modo circunspecto en el área pública. La política no puede ser identificada con el evangelio; ni el evangelio con la política. Muy frecuentemente la política está contaminada, incluso corrompida; en el mejor de los casos, es ambivalente. Los cristianos pueden ser fácilmente contaminados, y la iglesia puede correr el riesgo de perder el respeto y el aura de virtud cuando se involucra mucho en la política. La iglesia puede ser vista, o realmente serlo, como una facción al servicio de los intereses seculares.

Al mismo tiempo, los cristianos pueden desempeñar un papel relevante, si bien difícil, en los asuntos públicos. ¿Cuándo deberían hablar y actuar en la sociedad? Sugiero algunas situaciones, aun corriendo el riesgo de errar hacia el lado conservador:

  • Cuando las cuestiones exijan respuestas morales claras.
  • Cuando los derechos humanos básicos están en juego.
  • Cuando la libertad religiosa es amenazada.
  • Cuando está amenazada la salvación individual.
  • Cuando los cristianos reflejen una visión unida, una opinión bien pensada.
  • Cuando hay una expectativa razonable de resultados positivos de intervención, o por lo menos de alguna mejora como resultado.

Esperanza y servicio

Luego de afirmar la total importancia de la dimensión salvífica, trascendente, necesitamos admitir que, como cristianos, a veces nos hemos comportado como si tuviésemos un ojo ciego a las realidades de opresión, explotación de los trabajadores, de las mujeres y de los menos favorecidos, el racismo y otras prácticas discriminatorias. No obstante, la esperanza escatológica del adventismo debe incrementar nuestro servicio a la sociedad y hacernos más sensibles a las necesidades que nuestro prójimo expresa a gritos. Como dijo el Pr. Jan Paulsen, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el ámbito mundial: “No somos solamente criaturas de un ambiente espiritual. Estamos activamente interesados en todo lo que afecta al trazado del camino por el que nuestra vida transita, y estamos preocupados por el bienestar de nuestro planeta”[5]

En esencia, la responsabilidad de la iglesia en relación con el mundo consiste en preparar a hombres y mujeres para el encuentro con su Dios, en el pronto regreso del Señor. Eso no significa que debemos vivir soñando, enajenados e inactivos, con la utopía de una “merienda en el cielo”. Los seguidores de Jesús necesitamos hoy, tal vez más que nunca, concentrar nuestros esfuerzos, siendo solícitos en “ocuparse en buenas obras […] útiles a los hombres” (Tito 3:8). Esos “hombres” representan la sociedad. Tal estilo de vida, generoso en la distribución de bendiciones, incluye proclamar la salvación y promover el bienestar social.

Sobre el autor: Ex Director de Deberes Cívicos y Libertad Religiosa de la Asociación General de la IASD.


Referencias

[1] Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 200.

[2] La educación, p. 80.

[3] John Sttot, Christian Mission in the Modera World [La misión cristiana en el mundo moderno] (Londres: Falcon Books, 1975), pp. 26-28.

[4] White, La temperancia, p. 225.

[5] Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Declaraciones, orientaciones y otros documentos (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2005), p. 92.