Imagine que encuentra a un ser de otro planeta frente a su casa un lunes a las 10:00 de la mañana y éste le pide: “Por favor, muéstreme su iglesia”. ¿Dónde haría contacto con ella? ¿Iría usted al templo o a una oficina de asociación o misión, y le diría: “Esta es mi iglesia’’? ¿Trataría usted de reunir a algunos pocos miembros en cierta congregación y le diría: “Esta es la Iglesia’’?

            Una escena tal es muy improbable, pero la pregunta es inevitable. ¿Qué es la Iglesia y dónde se encuentra? Una forma de entender el asunto es enfocar nuestra atención en la función bíblica que Dios le asignó.

Etimología bíblica

            La palabra hebrea en el Antiguo Testamento que denota asamblea o congregación es quahal. Para traducir dicha palabra al griego la Septuaginta usa ekklesia, que se traduce comúnmente “iglesia”. Quahal se usa en diferentes formas para hablar acerca del pueblo de Dios: un cuerpo de creyentes que se reúnen para adorar; un pueblo que marcha hacia Canaán (Exo. 16:3); un grupo que se reúne para consulta política (1 Crón. 12:5); un ejército en posición de batalla (1 Sam. 17:47; 2 Crón. 20:14).

            De este modo el Antiguo Testamento no reduce el concepto de quahal simplemente a funciones religiosas como la adoración. Este amplio espectro en el uso de quahal sugiere que no debemos imponer un significado limitado a lo que se describe con la palabra ekklesia en el Nuevo Testamento.

            Ekklesia ocurre unas 115 veces en el Nuevo Testamento como una referencia al pueblo de Dios. Por lo menos 92 de éstas se refieren a la congregación local. El resto se refiere a la iglesia en sentido general o como cuerpo universal. Así, el mayor énfasis del Nuevo Testamento es la congregación local. Después de todo, ésta es la comunidad de fe visible, que testifica y el centro geométrico de la misión alrededor del mundo.

La iglesia en Hechos

            El libro de Hechos nos da un excelente punto de partida para el estudio de la iglesia. El libro la presenta en su etapa formativa y nos ayuda a entender su estructura fundamental. Si bien el ministerio redentor de Jesús puso el fundamento de la iglesia, ésta en realidad nació el día de Pentecostés: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes, juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablaren otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hech. 2:1-4).

            El marco de este pasaje sugiere que el ministerio de la iglesia está basado, primariamente, en los dones espirituales. Como dice Jurgen Moltmann: “La congregación viene a la existencia en primer lugar a través del poder del Espíritu’’. En armonía con este hecho fundamental “cada congregación cristiana debe formarse carismáticamente mediante el descubrimiento de los dones y talentos especiales que el Espíritu Santo haya dado a cada persona”.[1] El Pentecostés nos revela que la iglesia fue instituida para ministrar. En ese día nació con dones espirituales a manos llenas. En ese día hizo Pedro su valiente proclamación escuchada en muchas lenguas que dio como resultado el bautismo de 3,000 personas (vers. 6-8, 41).

            El libro de los Hechos describe a la iglesia mis en el marco de un ministerio dinámico que de una estructura estática. La iglesia naciente, estrechamente unida en estudio, oración, compañerismo, y el partimiento del pan, congregándose de casa en casa, y alabando a Dios, fue una poderosa comunidad de testificación (vers. 42-47). Si bien los primeros capítulos de Hechos mencionan la adoración que efectuó la iglesia en el templo, parecen dar especial énfasis a la localización de casa en casa de la comunidad de fe. Por lo tanto, es apropiado decir que la “comunidad cristiana sólo existe cuando las personas realmente se conocen unas a otras. El amor de Dios no se experimenta en grandes organizaciones e instituciones, sino en comunidades en las cuales la gente pueda abrazarse mutuamente”.[2]

Concepto paulino de iglesia

            La idea que Pablo tenía de la iglesia es la de una institución basada divinamente en los dones espirituales. 1 Corintios 12 presenta diez importantes hechos acerca del ministerio de los dones.

  1. Cada miembro de la iglesia es bautizado en el cuerpo de Cristo por el Espíritu Santo y se le concede el mismo Espíritu para que more en él (vers. 13).
  2. Hay diferentes clases de dones, pero todos son dados por el mismo Espíritu (vers. 4).
  3. La diversidad de dones da como resultado diferentes ministerios, pero todos fluyen del mismo Señor (vers. 5, 6).
  4. Los dones de los miembros son complementarios y sirven al bien común de tenia la iglesia (vers. 7).
  5. El Espíritu es quien distribuye los dones en la iglesia, y cada miembro recibe por lo menos uno (vers. 11).
  6. Aunque algunos dones se conceden sólo a ciertos miembros, deben usarse en coordinación con los de otros miembros. Por ejemplo, el don de lenguas de algunos, necesita ser coordinado por el don de interpretación de otros (vers. 10).
  7. La singularidad de nuestros dones no debe producir cismas entre nosotros, sino expresar la unidad dinámica del cuerpo (vers. 15-17, 25).
  8. Cada don concedido y su lugar en la iglesia, está designado y ordenado por Dios (vers. 18).
  9. Debe haber un servicio recíproco, apoyo y compasión entre los miembros (vers. 19-24, 26).
  10. Dios ha señalado una estructura ordenada para la administración de los dones en el ministerio de la iglesia (vers. 28-30).

            Si se mira al ministerio dentro de esta perspectiva paulina de los dones, entonces la iglesia emerge, primariamente, como una institución funcional. Dios diseñó a la iglesia para el ministerio, para cumplir ciertas tareas específicas.

Un ministerio dinámico

            ¿Qué es, entonces, la iglesia sin un ministerio? O para decirlo en otras palabras, ¿qué es una herramienta sin una función? Una iglesia sin ministerio es una anomalía; es una contradicción en términos celestiales. La iglesia es una organización diseñada para el ministerio. Cuando deja de ministrar, deja de existir.

            Si tomamos en serio las enseñanzas de Pablo, el reconocimiento, el nutrimento y el ejercicio de los dones espirituales en el ministerio, no constituyen la responsabilidad particular de cada miembro individualmente. Los dones son concedidos para capacitar a la iglesia para que asuma responsabilidades de servicio en el mundo. La iglesia debe descubrir entre sus miembros la presencia de los diversos dones espirituales y diseñar programas y estrategias para canalizarlos hacia el ministerio. “Todas las comisiones, asignaciones y funciones pertenecen a la congregación como un todo. De ahí que todo el poder surja ‘de abajo hacia arriba’. Cada miembro es llamado a hacerse responsable por la vida y la misión total de la congregación. Los dirigentes y el cuerpo son mutuamente responsables sobre la base del compromiso de cada quien al Señorío y autoridad de Cristo Jesús”.[3]

La iglesia y el reino

            Según hemos visto hasta aquí, el Nuevo Testamento se centra primariamente en la dimensión local y visible de la iglesia. Es como el cuerpo local y visible de Cristo que la iglesia puede llevar a cabo su misión en el mundo. Como cuerpo visible de Cristo, y como la identificable comunidad de los creyentes, la iglesia es una demostración de la realidad dinámica del reino de Cristo en el mundo. La iglesia local proclama al mundo que el reino de Dios está aquí. Su existencia es la evidencia de que el reino no es simplemente un ideal, sino una realidad activa.

            Sin embargo, hay que aclarar que la iglesia en sí misma no es el reino de Dios. Es la agencia a través de la cual se esparce el reino de Dios en todo el mundo. Es por eso que en la predicación de Cristo el objetivo sobresaliente es el establecimiento de su reino. Jesús predicaba constantemente acerca del reino y se valía de parábolas para ilustrarlo. Su punto focal no fue la iglesia, sino el reino. I>a iglesia es el método a través del cual podrá alcanzarse dicho objetivo.

            ¿Cuál es, entonces, el lugar de la iglesia con relación al reino? “La iglesia es el centro del reino de Dios tal como se percibe en la historia humana. Las iglesias locales son las agencias de ese reino y-su evangelio; son como ‘colonias’ del reino de los cielos sobre la tierra, localizadas en medio del mundo que debe ser ganado a través del evangelio. No sólo son centros de emigración para el cielo sino también agencias de reclutamiento, instrumentos de capacitación y cuerpos supervisores para los reclutas a medida que llegan a ser obreros activos del evangelio”[4]

            La iglesia es una demostración de que el reino de Dios ha hecho su aparición en el mundo como una realidad operativa. Ninguna demostración puede ser un secreto. Toda demostración debe tener como meta un cierto mensaje y una audiencia que debe escucharlo. Una demostración debe ser visible para el público que se desea alcanzar. Es una luz colocada sobre una montaña que no puede esconderse (Mat. 5:14). Y como congregación local la iglesia es más visible para el mundo y puede mostrar la vida y el amor del Salvador.

            La oración sumo sacerdotal de Jesús nos presenta otra dimensión de la iglesia local. A semejanza de Cristo, los creyentes están en el mundo, pero ya no son del mundo como tampoco él era del mundo (Juan 17:14-18). La iglesia no está en el cielo. Su vida, misión y actuación están en el mundo y deben ser atestiguadas por éste. La iglesia no debe llegar a ser tanto de “otro mundo”, que pierda contacto con el mundo real.

Dirección y destino

            La iglesia debe ser también clara en cuanto a su dirección y destino. “La iglesia es el pueblo peregrino de Dios. Está en movimiento: apresurándose hasta los confines de la tierra, para suplicar a todos los hombres que se reconcilien con Dios, y apresurándose hacia el fin del tiempo para encontrarse con su Señor, que reunirá a todos en uno. Por lo tanto, la naturaleza de la iglesia nunca debe definirse en su acepción final en términos estáticos, sino sólo en términos de aquello a lo cual se dirige. No puede entenderse correctamente excepto en una perspectiva que es al mismo tiempo misionera y escatológica”[5]

            La Gran Comisión es el encargo del Maestro. Sin un compromiso con ella la iglesia se vuelve auto contemplativa y por lo mismo irrelevante. Es posible que sus cultos sean muy brillantes, pero no serán más que rituales sin sentido. Sus sermones se vuelven retóricamente elocuentes, mas no una realidad viviente.

            De modo que volviendo a nuestra pregunta original: ¿Dónde está la iglesia? Jesús dijo en el Sermón del Monte: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mat. 5:13).

            La iglesia es la sal de la tierra. La sal funciona sólo si permea el alimento. Tiene que volverse invisible y perderse en el alimento al que da sabor. Reunida en el salero no ha comenzado su función. De modo que la iglesia universal debe esparcirse en congregaciones locales y salpicar el mundo. Las congregaciones locales deben desparramar a sus miembros en toda la comunidad para que lleguen a ser sabor de vida para vida.

            La iglesia es más verdaderamente iglesia cuando sus miembros están activamente involucrados en sus comunidades.

            Por tanto, para mostrarle a alguien la iglesia, tendríamos que visitar una fábrica y, señalando a uno o dos cristianos consagrados, inclinados sobre el banco de trabajo, decir: “Allí está la iglesia”. Tendríamos que visitar a un maestro cristiano, una enfermera, un contador, un chofer, un campesino, un ama de casa y decir: “Esta es la iglesia”. Lo que ocurre el sábado de mañana es la celebración, la adoración, la comunión de la iglesia.

            Hay necesidad de una continua retroalimentación entre el ministerio y la adoración. La adoración semanal debería ser un evento de la congregación, no para la congregación Es necesario dedicar tiempo a la alabanza espontánea y a las acciones de gracia en la adoración, sin sacrificar el orden. El servicio de adoración debiera ser una ocasión festiva en la que se puedan expresar los hechos de Dios en medio de su pueblo. Es la fuerza de la congregación la que preserva a la iglesia en tiempos de persecución y prueba.

            La falta de celo evangelístico conduce a una adoración insípida; y una adoración de este tipo termina en un evangelismo letárgico. Y esto llega a ser un círculo vicioso que roba a los adoradores el gozo de la adoración. En el designio de Dios cada congregación local fue creada para llegar a ser otro escenario donde se despliegue el drama permanente de la redención de Dios. Y cada miembro debe ser un participante activo en él, no un simple espectador. La iglesia es un cuerpo de creyentes, nacida con un mandato divino para encender al mundo con el fuego consumidor y transformador de Cristo.

            Cierta vez un grupo de hombres cristianos que contemplaba la posibilidad de emprender una empresa evangelística le preguntó al Duque de Wellington si pensaba que tal empresa justificaba un costo tan elevado. El veterano soldado replicó: “Caballeros, ¿cuáles son vuestras órdenes de marcha? El éxito no es una cuestión que os toque discutir. Si mal no entiendo, las órdenes que se os dan son éstas: ‘Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura’. Caballeros, obedeced vuestras órdenes de marcha”.[6]

            No tenemos otra alternativa que obedecer.

Sobre el autor: Ph D., es secretario ministerial de la División Afroriental de los Adventistas del Séptimo Día, con sede en Harare, Simbabue.


Referencias:

[1] Jurgen Moltmann, The Open Church (Londres: SCM Press, 1978), pág. 17.

[2] Id., pág. 125.

[3] Id., pág. 17.

[4] W. 0. Carver, What is the Church? (Nashville: Broadman Press, 1958), pág. 13.

[5] Leslie Newbigin, The Household of God (Londres: SCM Press, 1964), pág. 25.

[6] Elena G. de White, Obreros evangélicos, pág. 120.