La crisis como elemento histórico constante y catalizador.

            Desde las experiencias de guerra de Guillermo Miller como teniente de milicia en la batalla de Plattsburg –donde el ejército del cual formaba parte tuvo una victoria prácticamente imposible, ya que la proporción era de un soldado estadounidense por cada tres soldados ingleses-, la crisis, con varios rostros y bajo diversas circunstancias, ha sido un elemento constante y catalizador, en el sentido de explicar y definir la historia de la Iglesia Adventista

            Para Miller, la batalla de Plattsburg, ocurrida a comienzos de septiembre de 1814, fue el punto clave para que el deísmo dejara de formar parte de sus artículos de fe. A partir del resultado de ese conflicto, que impresionó su mente con la verdad de que existe “un poder más fuerte que el hombre”,[1] Miller comenzó a creer en un Dios que actúa en la historia.

            Otro episodio crítico y modulador fue el chasco del 22 de octubre 1844, siendo este un evento decisivo para delinear la doctrina del Santuario, que es uno de los pilares doctrinarios de la Iglesia Adventista por revelar “un completo sistema de verdades, conectado y armonioso”.[2]

            Dentro de este contexto, se encuentra también el Congreso de la Asociación General de 1888, en Minneapolis, “uno de los más tristes capítulos en la historia de los creyentes en la verdad presente”.[3] Sin embargo, a partir de este incidente, la iglesia vio con más claridad la importante doctrina de la justificación por la fe.

            La previsión de los últimos capítulos de la historia de la iglesia también converge en el paradigma del Conflicto como factor determinante, siendo que “la obra que la iglesia no ha hecho en tiempo de paz y prosperidad tendrá que hacerla durante una terrible crisis, en las circunstancias más desalentadoras y prohibitivas”.[4]

            El capítulo 13 del libro de Apocalipsis refleja el desenlace de este conflicto a través de un mecanismo biunívoco (bestia que emerge del mar y bestia que emerge de la tierra) engendrado por el dragón (símbolo de Satanás) para coaccionar a todos los moradores de la faz de la Tierra (Apoc. 13:16). Aquel que no desee recibir la marca de la bestia tendrá que pasar por una experiencia mortificante que incluye privación económica, censura pública y amenaza de muerte (Apoc. 13:7, 15,17).

            En este sentido, el capítulo 13 de Apocalipsis se yuxtapone al capítulo 3 de Daniel en lo que concierne a la batalla que todo hombre tendrá que enfrentar. La Biblia no deja dudas en cuanto a la seguridad de que la ley de los hombres se alejará gradual y progresivamente de la Ley de Dios, y de que cada persona tendrá que decidir entre una de las dos leyes (Hech. 5:29). En síntesis, habrá un último gran conflicto entre la verdad y el error, una lucha final relativa a la Ley de Dios, una última batalla entre las leyes de los hombres y los mandamientos del Señor, “entre la religión de la Biblia y la religión de las fábulas y de la tradición”.[5]

LOS CONFLICTOS COMO MICROESTRUCTURAS ILUSTRATIVAS

            Históricamente, los adventistas fueron involucrados en algunos episodios en puntos específicos del planeta, y estos eventos sirven como microestructuras ilustrativas para que entendamos en parte el desenlace del último gran conflicto. En el nivel local, se destacan la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), ocurrida en los Estados Unidos de América, y el Genocidio de Ruanda (abril-julio de 1994); y, en el ámbito global las dos grandes guerras mundiales.

            Dentro de este panorama, e1 objetivo de este artículo es presentar algunos modelos históricos de fidelidad a los mandamientos de Dios en la Iglesia Adventista -incluso bajo gran crisis y oposición- en el ámbito administrativo o el individual. En este sentido, es necesario observar que los ejemplos negativos relacionados con adventistas que hablaron de no seguir los principios prestablecidos por la iglesia en situaciones beligerantes no serán citados (a pesar de ser históricamente patentes), por no encuadrarse en el objetivo de la investigación.

LA LEY Y LOS FUNDAMENTOS DE LA GUERRA

            Dentro del contexto de los cuatro conflictos citados, serán presentadas combinaciones de circunstancias en las que la iglesia como un todo, o miembros pertenecientes a ella, tuvieron que tomar decisiones que confrontaban el orden de prioridades de la guerra, o del conflicto armado (como en el caso de Ruanda en 1994), con lo que la Ley de Dios establece como principio. Esas situaciones ocurrieron porque, en general, la guerra define la necesidad de matar, violar el sábado y odiar a los enemigos, siendo estos fundamentos diametralmente opuestos a los mandamientos cuarto y sexto del Decálogo y, más específicamente, a la ordenanza de Cristo en el sentido de amar a los enemigos.

LA GUERRA CIVIL ESTADOUNIDENSE

            Un ejemplo patente de la tensión entre la Ley de Dios y los fundamentos de la guerra está en el pronunciamiento de la Asociación General publicado en mayo de 1865, siendo aquellos los últimos días de la Guerra Civil Estadounidense. Aunque admitía la autoridad concedida por Dios en 1o que concierne al poder civil, la iglesia afirmaba la necesidad de “declinar a toda participación en actos de guerra y derramamiento de sangre”.[6]

            En el contexto de la Guerra Civil Estadounidense, la Iglesia Adventista, que tuvo que lidiar con esta crisis en medio de su período formativo, obtuvo del Gobierno, el 3 de agosto de 1864, el reconocimiento de sus principios de no combatientes.[7] Sin embargo, una crisis mayor en desdoblamientos y consecuencias llegaría cincuenta años después.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

            Una sinopsis de la preocupación de la iglesia por la situación mundial después del inicio de la Primera Guerra está en el artículo “An Appeal in War Time”, publicado por la Review and Herald el 20 de agosto de 1914. Un párrafo del documento plantea la siguiente problemática, en lo que concierne a la condición de los adventistas en los primeros días de la guerra:

            “Al leer los relatos sobre movilizaciones de vastos ejércitos y de batallas en curso, cada adventista del séptimo día se ha preocupado profundamente por nuestros hermanos en esas tierras conturbadas. ¿Cuál será el efecto de la guerra sobre ellos? ¿Cuál será el efecto sobre nuestro trabajo en general? Sería inazonab1e presumir que la División Europea, que incluye el territorio que ahora está siendo atormentado por la guerra y encharcado con sangre, permanecería incólume. Es, por lo tanto, con gran ansiedad que la Asociación General ha buscado una palabra directa de nuestros hermanos europeos. Ninguna noticia de ellos fue recibida desde que la guerra fue declarada hasta el 14 de agosto, cuando cartas escritas con fecha del 2 de agosto llegaron a la oficina de la Asociación General”.[8]

            En el Reino Unido, después de la Crisis de conscripción de 1918,qse hizo obligatorio el servicio militar, un grupo de catorce adventistas fueron condenados a seis meses de trabajo forzoso en una prisión militar, donde fueron golpeados y torturados por haberse rehusado a trabajar en sábado.[9]

            En Sudáfrica, en julio de 1918, un recluta adventista se rehusó a realizar un ejercicio militar con rifles en sábado, y también fue preso; sin embargo, su perseverancia en guardar el séptimo día fue un incentivo para que las autoridades militares de ese país cambiaran su política de procedimiento en relación con los adventistas, liberándolos para que realicen sus trabajos en otros días de la semana.[10]

            En los Estados Unidos, el ex presidente Theodore Roosevelt llegó a proponer que los objetores de conciencia (que se rehusaban a portar armas o trabajar en sábado) fuesen colocados en el frente de batalla para que recibieran un disparo.[11] Entretanto, uno de nuestros hermanos estadounidenses, que trabajó en una unidad médica en el campo de batalla de Soissons, Francia, logró, junto con un compañero, rescatar a un hombre herido, atravesando el campo de guerra bajo el fuego de artillería y constantes disparos de ametralladora. Él fue condecorado con la Cruz de Guerra francesa.[12]

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

            La Segunda Gran Guerra sumió a la iglesia en un estado de conflicto generalizado, afectándola en varias partes del mundo. En 1939, el partido nazi indujo al noventa por ciento de las iglesias adventistas de Rumania a cerrar sus puertas. Antes del fin de la Segunda Guerra, tres mil adventistas de ese país estaban presos, y algunos con sentencias de 25 años.[13]

            En Yugoslavia, muchos miembros de la iglesia murieron como mártires en función de la fe que profesaban.[14] En Corea, Choi Tai Heun, ex presidente de la Unión Coreana, y el pastor Kim Nei Choon fueron presos, torturados y muertos, convirtiéndose en los primeros mártires adventistas de ese país.[15] En Borneo, G. B. Youngberg pionero adventista en la Unión Malaya, murió en un campo de concentración japonés.[16] Marie Klingbeil, misionera en Indonesia durante 18 años, también murió en un campo de concentración.[17]

            En la Alemania de Hitler, que había anexado a Austria por medio del Anschluss, en 1938, no había excepción militar para no combatientes. Esto significa que, durante la Segunda Guerra, cada adventista que, según el Estado, estuviera en condiciones de combatir, alemán o austríaco, sería obligado a portar armas y trabajar en sábado. En esa época y en ese contexto, cada uno tenía que lidiar con ese problema de manera personal; la ayuda tendría que venir única y exclusivamente de Dios. Para un adventista del séptimo día, ninguna misericordia o consideración podría ser esperada de par[e de un nazi.[18]

A pesar de eso, los adventistas de la Alemania Nazi se volvieron notables en la ayuda privada e individual dada a los judíos, y no solamente a los convertidos al adventismo. Relatos históricos presentan a adventistas, cuáqueros y testigos de Jehová arriesgando la vida para salvar judíos, “aunque no haya sido un reconocimiento público de este trabajo”.[19]

            En tanto, fue en la batalla de Okinawa donde un adventista se transformó en uno de los mayores héroes de la Segunda Guerra Mundial: Desmond T. Dosss, un médico misionero que salvó a 75 soldados heridos, cargándolos uno a uno (bajo el fuego de artillería, morteros y ametralladoras) y tratándolos en un lugar seguro. Un mes después del final de la Segunda Guerra Mundial, Doss recibió la Medalla de Honor, que es la mayor condecoración militar de los Estados Unidos.[20]

EL GENOCIDIO DE RUANDA

            En cuanto al episodio del Genocidio de Ruanda, dos ejemplos, entre otros adventistas que fueron testigos de la masacre, sirven como emblemas del cumplimiento del mandato general de amor al prójimo bajo situaciones extremadamente difíciles. Son Carl Wilkens y Adele Kangabe Sefuku. Carl Wilkens es conocido como el único estadounidense que permaneció en Ruanda en la época de la masacre. Él era director de ADRA y coordinaba el orfanato de Gisimba. Temiendo que los niños de origen tutsi (grupo étnico perseguido en la época del genocidio) también fuesen asesinados, decidió continuar habitando en el país, aun bajo el riesgo de perder su propia vida. Él también pleiteó directamente con Jean Kambanda, unos de los principales líderes de la masacre, por la vida de los huérfanos que estaban bajo su cuidado. Su coraje salvó más de cuatrocientas vidas.[21]

            En abril de 1994, época del inicio de la masacre, Adele Kangabe Sefuku presenció el asesinato de su esposo, un pastor adventista, y de su hijo, que fueron muertos a golpes de machete por extremistas hutus, siendo ella también golpeada con machetes de manera que su cráneo fue fracturado y la articulación de una muñeca fue parcialmente mutilada. Como consecuencia de una golpiza simultánea, en la que los asesinos golpeaban su rostro y su cabeza, varios de sus dientes fueron quebrados. Luego, ella fue dejada agonizando en el suelo durante tres o cuatro días; y, después de ser llevada al hospital, siguieron aún 21 días de coma. Pero, incluso ante todo eso, Adele milagrosamente sobrevivió.

            Tres meses después, en julio de 1994, el desenlace de la Masacre de Ruanda trajo una estimación que varía entre ochocientos mil y un millón de muertos; y una gran parte de los asesinos fueron encarcelados. En este contexto, y de manera sorprendente, Adele decidió hacer trabajos misioneros en una de las cárceles donde estaban algunos de los miles de asesinos que participaron de la Masacre de Ruanda. En una de sus visitas, Adele llevaba comida y ropa para los presos cuando, súbitamente, un joven se arrodilló a sus pies pidiendo perdón. Era Luis, el asesino de su marido y, al mismo tiempo, el que había herido profundamente el cráneo de ella con un machete, dejando una gran cicatriz en su cabeza.

            Ella lo perdonó y, algún tiempo después, cuando el joven recibió la libertad condicional, lo adoptó como hijo. El testimonio de Adele Kangabe Sefuku permanece como una de las más fuertes evidencias para el mundo de alguien que logró cumplir la ley de Cristo, que exige el amor al prójimo, ante la más angustiosa circunstancia.[22]

CONCLUSIÓN

            “El reloj del tiempo está presto a anunciar la hora más solemne de toda la historia”.[23] “Una gran crisis aguarda al pueblo de Dios. Una crisis aguarda al mundo. La lucha más portentosa de todas la edades está por producirse”.[24] Con estas palabras, el 26 de septiembre de 1939, la comisión de la Unión del Pacífico Norte introdujo su apelación a las iglesia de su campo, enfatizando la necesidad de aceleración en la colecta para auxiliar los campos misioneros de países en guerra.[25]

            Por su lado, la parte inicial del capítulo 12 de Daniel demuestra que aún habrá un “tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces” (Dan 12,1), ante el cual los eventos de la Segunda Guerra Mundial y de las otras grandes guerras son apenas una versión miniaturizada. Pero, para aquellos que luchan por permanecer fieles a Dios, la promesa es: “Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero” (Apoc 3,10). En ese contexto, están en el futuro, al que todo indica estar próximo, el tiempo en el que, para el pueblo de Dios, “estará en suspenso toda la eternidad”.[26]

Sobre el autor: pastor en la Asociación del Sur de Pará, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] S, Bliss, Memoirs of William Miller (1853), p. 53.

[2] Elena de White, The Last Call (2006), p. 423.

[3] _____________, Manuscripts Releases, t. 1, p. 142.

[4] Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 438.

[5] _____________, El conflicto de ls siglos, p. 569.

[6] Review and Herald, 23 de mayo de 1865.

[7] Ver: F. M. Wilcox, Sevent-day Adventists in time of War (1936), pp. 57-59.

[8] Review and Herald, 20 de Agosto de 1914, p. 24.

[9] Sevent-day Adventists in time of War, pp .289-293.

[10] Ibíd, pp. 318-322.

[11] “Roosevelt Assails Divided Allegiance”, The New York Timer, 5 de julio de 1917.

[12] Sevent-day Adventists in time of War, p. 232.

[13] R. W. Schwarz, Light Bearers to the Remmant 81979), p. 437.

[14] Review and Herald, 17 de enero de 1946, p. 18.

[15] Ibíd, 24 de enero de 1946, pp. 117.

[16] Ibíd, 8 de febrero de 1945, p. 24.

[17] Ibíd, 24 de julio de 1958, p. 7.

[18] A. W. Spalding. Origin and history of Seventh-day Adventists (1962), t. 4, pp. 256, 257.

[19] C. E. King, The Nazi State and the New Religions (1982), t. 4, pp. 101, 102.

[20] Review and Herald,1 de noviembre de 1945, p. 2.

[21]M. Mohan, “Rwanda Genocide”, BBC News Africa, 7 de abril de 2011.

[22]A. K. Sefuku, Trough the Shadow of Death, Sheperdess International Journal (octubre-diciembre 1995)

[23] N. M. Butler, A World in Ferment (1918), p. 249.

[24] Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 665.

[25] North Pacific Union Gleaner, 26 de septiembre de 1939, p. 1.

[26] R. G. Usher, The Challenge of the Future (1916), p. 7.