La doctrina de la iglesia es de importancia decisiva para el dispensacionalismo.
De acuerdo con C. C. Ryrie, la iglesia es “diferente de Israel y no es un nuevo Israel espiritual”.[1] Dios tiene dos diferentes propósitos y programas para con Israel y la iglesia “dentro de su plan general”. Ryrie dice además: “La iglesia no está cumpliendo de ninguna forma las promesas hechas a Israel… La época de la iglesia no aparece en el programa de Dios para con Israel, sino que es una intercalación”.[2] El Nuevo Testamento no “las recoge [ a las promesas de Dios para Israel] dentro de la iglesia”.[3] “Y todo esto, -dice Ryrie-, se basa en un estudio inductivo del uso de dos palabras [Israel y la iglesia], no en un esquema sobrepuesto a la Biblia”.[4] Su conclusión es: “El uso de las palabras Israel e iglesia demuestra claramente que en el Nuevo Testamento el Israel nacional continúa con sus propias promesas y que la iglesia nunca se iguala con un así llamado nuevo Israel’, sino que se diferencia cuidadosa y continuamente como una obra distinta de Dios en esta época”.[5]
¿Pueden estas afirmaciones fundamentarse en el Nuevo Testamento utilizando el método exegético histérico-gramatical, como alega el dispensacionalismo? ¿Cuáles son las reglas de tal exégesis?
El papel del contexto
Un principio básico de exégesis que a veces es ignorado en la elaboración doctrinal es el papel determinante del contexto, que permite que cada texto o término reciba su significado particular de su contexto inmediato. El intérprete siempre afronta el peligro de superponer el significado de un término en un contexto histórico con el del mismo término en otro contexto histórico diferente de la Sagrada Escritura. Es claro que cuando dos textos, que aparentemente se contradicen en su significado literal, cada uno debe entenderse dentro de su propio contexto histórico y literario (véase, por ejemplo, Rom. 3:28 y Sant. 2:24). El significado del texto en Romanos debe ser determinado por el contexto en Romanos, y el uso que hace del mismo término en su carta a los Gálatas debe entenderse en el contexto de Gálatas. Estos contextos históricos difieren en forma considerable y no deben ser ignorados o negados para construir la uniformidad doctrinal. No hacerlo sería realizar una exégesis forzada y dogmática que no estaría abierta a los matices de los contextos bíblicos.
“Israel” en el contexto de Romanos
Parece claro que en Romanos 9-11 Pablo está haciendo una clara referencia a sus parientes, el pueblo judío, y que distingue entre Israel (sea el Israel étnico, fuera de la iglesia, o los judíos creyentes) y los creyentes gentiles dentro de la iglesia de Roma. Pero, ¿por qué? ¿Acaso formula su distinción entre Israel y los gentiles en base al principio de que Dios tiene dos clases de pueblo con dos promesas escatológicas diferentes y dos destinos? Las evidencias internas señalan justamente lo contrario.
Por ejemplo, Pablo advierte a las dos facciones dentro de la iglesia de Roma (judíos y gentiles) que no se enorgullezcan los unos contra los otros en base a alguna supuesta superioridad o prerrogativa (véase Rom. 11:18, 25; 12:3).[6] Las diferenciaciones que hace Pablo de los orígenes étnicos, dentro de la comunidad de fe cristiana, no lo conducen a distinguir entre dos diferentes promesas de pacto hechas a Israel y a los gentiles, sino justamente lo opuesto.
La preocupación del apóstol está orientada a recuperar el propósito original de la elección de Israel en beneficio de todas las naciones: ser una bendición para todas las familias del mundo compartiendo con ellas la luz salvadora de los convenios de Israel y su adoración de Aquel que es el único y sólo Dios creador y redentor (véase Isa. 42:1-10; 49:6).
En el marco de este plan de Dios, Pablo informa el sorprendente hecho que los “gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por la fe [en el Mesías Jesús]; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó” (Rom. 9:30, 31). Para el apóstol, la prueba decisiva de estar en una adecuada relación de pacto con Dios es el ejercicio de la fe en Cristo como el Mesías de Israel (véase Rom. 9:33). Tal fe asegura las bendiciones del pacto. Los gentiles no disponen de otro pacto con Dios que el que Dios hizo con Israel.
La descripción simbólica de Pablo en Romanos 11. del injerto de una rama de olivo silvestre (los gentiles) en el único árbol familiar (el Israel de Dios), proclama vívidamente la unidad y continuidad básicas de los pactos de Dios con los patriarcas (la raíz) e Israel (el tronco) por un lado, y con la iglesia de Cristo por el otro.
Por medio de la fe en Cristo los gentiles son incorporados al olivo, el pueblo de Dios, y participan de la raíz de Abrahán (véase vers. 18). La conclusión no es que Dios los prefirió antes que a los judíos (vers. 19), sino que, como Pablo dice a los gentiles cristianos en otra parte, “ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efe. 2:19).
La lección de la parábola del árbol de olivo cultivado en Romanos 11 es que la iglesia de Cristo se nutre de la raíz y el tronco del Israel veterotestamentario. Sin embargo, el propósito específico de Pablo es revelar el “misterio” divino concerniente a la naturaleza de Israel: “Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud [pleroma] de los gentiles; y luego [hoútos, de esta manera] todo Israel será salvo” (Rom. 11:25, 26).
Parece haber un entendimiento casi unánime entre los comentadores para sostener que Pablo habla aquí acerca del Israel étnico y su forma de salvación en una inquebrantable conexión con la salvación de los gentiles. El apóstol aun presenta una interacción entre la salvación de “todo Israel”, o “la plenitud [pleroma] de Israel” (11:12), y la reunión final y total de todos los gentiles a Cristo. Su objetivo no es señalar un orden de dispensaciones, sino la respuesta espiritual a Cristo de muchos (si no
de la mayoría) de los judíos, una respuesta que brota de una sincera admiración de la manifestación clara de la misericordia de Dios en Cristo hacia los gentiles quienes han recibido misericordia. Pablo les dice: “Pues como vosotros en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia [ cuando los judíos rechazaron a Cristo] de ellos, así también estos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Rom. 11:30-32).
Uno puede observar aquí un notable vaivén de la salvación de Dios: “Dios no otorga misericordia a Israel sin hacerlo a los gentiles, pero tampoco lo hace con los gentiles sin hacerlo para con Israel”.[7]
Extasiado por esta maravillosa visión de la fidelidad de Dios a su promesa de pacto, a pesar de la infidelidad de Israel, el llamado de Dios a Israel es “irrevocable” (11:29), Pablo abre una perspectiva sorprendente del “misterio” del propósito salvador de Dios por la raza humana como un todo: la misericordia divina dimana de Israel hacia los gentiles con el propósito de que en “todo Israel” se suscite el anhelo de la misma misericordia que recibieron los gentiles. Israel no ha caído más allá de la recuperación. “En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarlos a celos” (Rom. 11:11).
El apóstol revela una extraña interdependencia entre la plena afluencia de los gentiles hacia la salvación (por medio de la predicación del evangelio), y la aceptación de Cristo por “todo Israel”. Pablo llama a esta misma “interdependencia” un “misterio”, la intención de Dios de traer al Israel natural de nuevo hacia él y de cultivar “el olivo” de elección por gracia por medio de la (mayormente gentil) iglesia de Cristo (se despierta la fe a través de los “celos”). Es de importancia decisiva entender este “misterio” porque sólo en esta interdependencia de Israel con la iglesia puede mantenerse el evangelio de salvación, la justificación por gracia por medio de la fe. Hermán Ridderbos desarrolla este aspecto. Él dice en relación con Romanos 11: “No es que se demande otra conversión que la que resulta de la predicación del evangelio en la historia (Rom. 10:14; 11: 11, 14, 22) y de la actividad que llega hasta ellos desde el mundo gentil creyente (11:31)”.[8]
¿Cómo conecta el dispensacionalismo, esta esperanza paulina para el Israel étnico, con la predicación evangélica de la cruz de Cristo siendo que su postulado es que “la gloria de Dios ha de llevarse a cabo no sólo en la salvación sino también en el pueblo judio?”[9] ¿Cómo se salvará Israel de acuerdo con la teología dispensacional? Bruce Corley, en su artículo: “Los judíos, el futuro, y Dios (Romanos 9-11)”, insiste en esta pregunta al decir: “¿Hemos de esperar que suceda un milagro apocalíptico siete años después de que la “plenitud de los gentiles” haya sido raptada del mundo? ¿Vendrán los judíos por un tratamiento preferencia! o por medio de la justificación por la fe? La primera opción elimina el corazón del evangelio de Pablo”.[10]
Realmente en Romanos 11:26 (“y luego”) Pablo destaca que “todo Israel” será salvo precisamente en la misma forma que todos los gentiles: sólo por la fe en Cristo, por confesar de corazón que Jesús es el Señor resucitado de Israel (Rom. 10:9-13). También declara explícitamente la divina condición irrevocable para la salvación de Israel: “Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar” (Rom. 11:23). El Israel nacional había llegado a esperar el cumplimiento de las promesas del pacto de Dios por confiar en su relación con el padre Abrahán, y por lo tanto esperaban las bendiciones escatológicas de Dios como una garantía incondicional (véase Mat. 3:7-9; Juan 8:33, 34).
Contra esta actitud de jactancia por las ventajas étnicas de Israel (véase Rom. 2:25-29) el apóstol declara: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Rom. 10:12, 13; véase también 3:22-24). Así Pablo elimina toda diferencia entre judíos y gentiles delante de Dios.
El argumento incisivo de Pablo contra el Israel natural es revelar que su actitud de justicia propia al protestar lealtad a Dios mientras rechazaban al mismo Mesías y el evangelio de Jehová (véase Rom. 9:31-10:4), es la causa misma de su caída y rechazo. ¡Pero esto no significa que Dios haya rechazado a su pueblo Israel! (Véase Rom. 11:11, 15.)
La aplicación de Pablo de la teología del remanente de Israel
El apóstol apela a las bien conocidas promesas formuladas al “remanente” por los profetas de Israel, para sostener su tesis de que
¡as promesas de pacto de Dios no han fracasado aunque el Israel natural, como nación, fracasó en aceptar el reinado de Jesús Mesías. “No que la Palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas” (Rom. 9: 6).
Así Pablo continúa con la distinción que formula el Antiguo Testamento de un Israel espiritual dentro del Israel nacional. Los profetas llamaron a este Israel espiritual “el remanente”, y él sería el portador de las promesas del pacto divino. En el remanente fiel, Israel continúa siendo considerado como el pueblo de Dios. Dios proveyó el remanente mediante su gracia soberana y así manifestó que en cada juicio sobre el Israel natural él no rechaza a los que de su pueblo confían y obedecen a su Dios. Las promesas del pacto de Dios nunca pueden ser exigidas fuera de una relación viviente de fe y obediencia con el Señor. La promesa y la fe son inseparables, pues Pablo declara: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme” (Rom. 4:16). El dispensacionalismo acepta esta verdad sólo para el israelita individual, pero no para la nación de Israel. Ryrie comenta acerca de Romanos 9:6 (con su distinción de Israel dentro de Israel): “En el mensaje de Romanos Pablo está recordando a sus lectores que ser un israelita de nacimiento no asegura la vida y el favor prometidos al Israel fiel que se ha acercado a Dios por fe”.[11]
Concluye Ryrie que en el enfoque de Pablo un israelita natural no tiene derecho de demandar la promesa de pacto de Dios de “vida y favor” que Dios aseguró tanto en el pacto con Abrahán como con Moisés. ¿Por qué no? Porque la fe y la confianza en el Señor y su Mesías son las condiciones de Dios -no la base- para recibir sus bendiciones. Sin embargo, esta condición es salvaguardada y mantenida en el remanente de Israel, escogido por la soberana voluntad de Dios. Andrés Nygren explica: “Un remanente no es sencillamente un grupo de individuos separados, sacados de un pueblo sentenciado a la ruina; él mismo es el pueblo escogido, es Israel en embrión… En el ‘remanente’ Israel sigue viviendo como el pueblo de Dios… La gracia libre y soberana de Dios decide quién ha de pertenecer arremanente’… Pero de acuerdo con la elección divina, el ‘remanente’ había sido traído a la fe en Cristo. Se presenta ante Dios sin pretensiones; reconoce que depende totalmente de la gracia de Dios. Por lo tanto, como el Israel espiritual, ahora recibe el cumplimiento de la promesa”.[12]
Pablo no reconoce la distinción dispensacional entre el Israel nacional e individual, por la que el individuo tiene sólo promesas condicionales y la nación tiene sólo promesas incondicionales dentro del mismo pacto. Pablo continúa con la teología del remanente fiel de los profetas hebreos. “Tan sólo el remanente será salvo” (Rom. 9:27; citando Isa. 10:22, 23, donde el remanente de Israel regresa al “Dios fuerte”).
El mensaje de Pablo es que Dios es fiel a su palabra porque otra vez ha provisto por gracia un remanente fiel de Israel por el poder creativo de su promesa: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Rom. 11:5).
Los herederos legítimos de los pactos mosaico y abrahánico no son los incrédulos descendientes naturales de Abrahán (“Israel según la carne”, 1 Cor. 10:18), sino exclusivamente un Israel espiritual, los hijos de Dios. “Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (Rom. 9:8).
Así como Isaac no nació por el poder del hombre sino por el poder creativo de la divina promesa de gracia (véase Gén. 18:10, 14), así el remanente fiel de Israel, como el verdadero pueblo de Dios en los tiempos de Pablo, ha llegado a la existencia por la palabra creadora de la predicación de Jesucristo (véase Rom. 10:17). Por lo tanto, las bendiciones del pacto son prometidas como un todo sólo al Israel creyente en Cristo, dentro del Israel étnico. Después de todo, si la “raíz” de todo (11:16) representa a Abrahán, quien creyó a Dios cuando era gentil y fue justificado antes de ser circuncidado, entonces no hay preferencia o fundamento étnico para ser miembro del pueblo de Dios, o del remanente de Israel, como lo entendió Pablo. El -nombre “cristianos” (Hech. 11:26) significa simplemente “el pueblo mesiánico”.
El Israel “de la promesa”, la nueva comunidad de fe en Cristo o la iglesia, no se reduce a
creyentes judíos. Pablo declara en Romanos 9:24 que Dios nos llamó “a nosotros”, la iglesia de Cristo (el Mesías), “no sólo de los judíos sino también de los gentiles”.[13] Sustenta esta conclusión con una apelación a Oseas 2:23 y 1:10 (véase Rom. 9:25. 26), donde Dios hace promesas de aceptación a las diez tribus apóstatas de Israel que habían llegado a ser virtualmente semejantes a sus opresores paganos en el exilio asirio. De esta forma, Pablo aplica explícitamente el cumplimiento escatológico, de las promesas de restauración que Oseas transmitió a Israel, a la iglesia de Cristo como un todo, estando ésta constituida por judíos y gentiles.
Así concluimos que en Romanos Pablo une a la iglesia e Israel con una interrelación inquebrantable. Por una parte, la iglesia de Cristo ocupa ahora el lugar del Israel incrédulo (las ramas desgajadas), y es dotado de las bendiciones y responsabilidades del pacto con Israel. Por otra parte, por cuanto las intenciones redentoras de Dios para con Israel son irrevocables, la iglesia es llamada a provocar celos en el Israel natural por la misericordia de Dios con los gentiles.
Sobre el autor: Hans K. LaRondelle, doctor en Teología, es profesor de Teología en la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Referencias
[1] C. C. Ryrie. Dispensationalism Today, pág. 154.
[2] C. C. Ryrie, The Basis of the Premillenial Faith, pág. 136.
[3] Ryrie. Dispensationalism, pág. 96.
[4] Ibid.
[5] Ibid., pág. 140.6
[6] W. D. Davies. en “Paul and the People of Israel”, New Testament Studies 24 (1978). págs. 4-39, dice: “Ya hemos sugerido que en Romanos ix-xi Pablo enfrenta una actitud de creciente hostilidad entre los gentiles cristianos hacia los cristianos judíos y hacia los judíos; en otras palabras, enfrenta el antijudaísmo. El rechaza esta actitud” (pág. 29).
[7] H. N. Ridderbos, Paul. An Outline of his Theology, Grand Rapids, MI, Eerdmans, 1975, pág. 360.
[8] Ibid., pág. 358.
[9] Ryrie, Dispensationalism. págs. 104 y 155.
[10] B. Corley, en Southwestem Journal of Theology, 19: 1 (1976), 42-56; la cita es de la página 51. nota 44; véase también G. E. Ladd, A Theology of the New Testament, Grand Rapids, MI, Eerdmans, 1974, pág. 539; Ridderbos, sección 58.
[11] Ryrie, Dispensationalism, pág. 138.
[12] A. Nygren. Commentary on Romans, Filadelfia, Fortress Press, 1978, págs. 393 y 394. 13
[13] Así sostiene Miles Bourke, A Study of Metaphor of the Olive Tree in Romans XI. Disertación, Washington, D. C., Catholic University of America Press, 1947, págs. 80-111. Citado por W. D. Davies (véase la nota 6).