La eclesiología, o doctrina de la iglesia, afirma ser “la piedra de toque” o la prueba definitiva del dispensacionalismo.[1] C. C. Ryrie dice que la iglesia se distingue y separa de Israel en dos aspectos: 1) dentro de la iglesia los gentiles están ubicados en pie de igualdad con los judíos, y 2) Cristo habita en la iglesia como su cuerpo espiritual.
Ryrie deduce que la iglesia debe haber sido desconocida en los tiempos del Antiguo Testamento, pues el apóstol Pablo la llama un “misterio” (Efe. 3:4-6; Col. 1:25-27), y se refiere explícitamente a la iglesia de Cristo como a un “nuevo hombre” (Efe. 2:15), una creación que resultó de la muerte de Cristo. La iglesia es edificada sobre la resurrección y ascensión de Cristo (Efe. 1:20-23; 4:7-13), y comenzó a funcionar sólo en el día del Pentecostés (Hech. 2). Por lo tanto, la iglesia no es tema de las profecías del Antiguo Testamento, ni está “cumpliendo las promesas hechas a Israel”. En consecuencia “es Israel mismo quien debe cumplirlas en el futuro”. [2] Es necesario que la iglesia sea raptada del mundo antes que Dios se ocupe nuevamente de Israel. Ryrie concluye: “La esencia del dispensacionalismo es, entonces, la distinción entre Israel y la iglesia”. [3] Recurre a 1 Corintios 10:32 para confirmar su tesis de que “el Israel natural y la iglesia también son contrastados en el Nuevo Testamento”.[4]
Sin embargo, el problema no es si el Nuevo Testamento contrasta a la iglesia con el “Israel natural”, sino más bien si el Nuevo Testamento llama a la iglesia “el Israel de Dios”, y si la presenta allí como el nuevo Israel, la única heredera de todas las bendiciones prometidas en los pactos de Dios para el presente y el futuro. Otros interrogantes que deben examinarse son: ¿Cuándo, de acuerdo con Cristo, comenzó la iglesia?, y, ¿cómo aplican realmente Cristo y los escritores del Nuevo Testamento los pactos que Dios hizo con Abrahán, con Israel y con Daniel?
El concepto de remanente en el Antiguo Testamento
La teología dispensacional acepta la distinción veterotestamentaria entre un Israel nacional y un Israel espiritual dentro de esa nación. Ryrie declara: “Esta clase de distinción dentro de la nación se hizo a menudo en el Antiguo Testamento”. [5] Realmente es una diferenciación bíblica de profundo significado teológico. Los profetas manifestaron esta distinción en su concepto del “remanente”, que era el corazón y la médula de sus perspectivas escatológicas.
El primer profeta que rechazó la idea popular de que Israel, como nación toda, obtendría la salvación en el día del juicio de Jehová sobre el mundo, fue Amos (Amos 3:2; 9:1-4, 9, 10). Destacó la condición fundamental de la respuesta religiosa de Israel a las promesas del pacto: “Buscad a Jehová, y vivid; no sea que acometa como fuego a la casa de José” (Amos 5:6).
Sólo un “remanente” de la nación de Israel sobreviviría al juicio futuro de Dios (Amos 3:12; 5:15). Este “remanente de José” sería un remanente religiosamente fiel.
Asimismo, en Jerusalén el profeta Isaías anunció que Israel, como las demás naciones, caería bajo la justicia punitiva del Señor por su apostasía de Jehová y por su injusticia social (v. Isa. 10). No obstante, Dios en su gracia salvará “al remanente de Israel”, “la simiente santa” en Sion, de los fuegos purificadores del juicio (Isa. 1:24-26; 4:2, 3; 6:13; 10:20-22). Este remanente santo es “todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes” (Isa. 4: 3) como herederos de las promesas de elección, porque es un remanente creyente que confía plenamente en Jehová (v. Isa. 10:20, 21; 30:15).
Tanto Amos como Isaías revelan una característica sorprendente, pero esencial, de las promesas del “remanente” de Israel: un remanente de gentiles creyentes en Jehová de todas las naciones también será traído al círculo del remanente escatológico de Israel y la casa de David: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David, y cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo edificaré como en el tiempo pasado; para que aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom, y a todas las naciones, dice Jehová que hace esto” (Amos 9:11, 12).
Amos predijo claramente que mediante la voluntad y acto soberanos de Jehová un remanente de no israelitas, procedente de Edom y de todas las naciones, participaría de la promesa del pacto de David.[6] Estos gentiles serían llamados, al igual que Israel, por el honorable nombre de Jehová, y por lo tanto pertenecerían al pueblo de Jehová (Deut. 28:10).
El profeta Isaías revela, aún más, cómo el alcance universal de Dios a todos los gentiles se cumplirá por medio de un nuevo Israel, cuyas características esenciales serán, no la descendencia étnica de Abrahán (de la sangre de Abrahán), sino la fe de Abrahán, el culto del Señor en espíritu y verdad. Isaías contempla un futuro, después del exilio babilónico, cuando a dos clases de personas, los extranjeros y los eunucos, a quienes estaba prohibido entrar en la asamblea de adoradores de Jehová de acuerdo con la ley de Moisés (v. Deut. 23:1-3), se les daría el derecho de adorar en el nuevo templo en el monte Sion, si aceptaban a Jehová y su pacto con Israel. “Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:7; cf. 45:20-25).
Cuando los gentiles se unan con fe y obediencia al Señor (v. Isa. 56:3), el Dios de Israel dará a esos extranjeros dentro de Israel “un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas, nombre eterno que no se extinguirá” (Isa. 56:5, Nueva Biblia Española de Schokel y Mateos; cf. 56:3). En otras palabras, los gentiles creyentes podrán disfrutar de los mismos derechos y esperanzas de las promesas del pacto que los israelitas creyentes. El Dios de Israel no limitará su restauración de Israel al pueblo judío, sino que incluirá también a los creyentes gentiles del Israel postexílico. “Dice Jehová el Señor, el que reúne a los dispersos de Israel: Aún juntaré sobre él a sus congregados” (Isa. 56:8).
En otras palabras, el Dios de Israel revela claramente que Él también reunirá a los creyentes gentiles en el redil de Israel.
Resulta evidente que Isaías utiliza su lema del “remanente” con un profundo sentimiento espiritual. El erudito en Antiguo Testamento Edmond Jacob explica: “En Isaías el remanente es esencialmente diferente de una simple realidad política; es, esencialmente, un Israel kata pneuma [según el Espíritu]”.[7]
Otro erudito del Antiguo Testamento, Claus Westermann, señala como su conclusión de Isaías 56: “Ser feligrés de la comunidad que adora a Jehová se basa ahora en una resolución, una ratificación libremente expresada de este Dios y su adoración. No se piensa más en términos nacionales sino en individuales. El pueblo escogido se ha vuelto la comunidad confesante… Ya aquí encontramos importantes elementos del concepto de comunidad del Nuevo Testamento… El “reúne” a Israel también de entre quienes hasta ahora no eran aptos para pertenecer a él”.[8]
Gerhard F. Hasel, en su tesis The Remnant, considera que el tema del remanente es un “elemento clave en la teología de Isaías”, y concluye: “El [Isaías] no conoce la distinción entre un tema del remanente ‘secular-profano’ y otro “teológico” (pág. 401).
El profeta Miqueas asocia la promesa de un “resto de Israel” (2:12), el nuevo pueblo de Dios, con la promesa del Mesías que saldría de Belén (5:2). El reunirá al remanente de Israel “como ovejas de Bosra, como rebaño en medio de su aprisco” (2:12). “Y él estará, y apacentará con poder de Jehová” (5: 4).
En conclusión, dondequiera los profetas del Antiguo Testamento presentan al remanente escatológico de Israel, siempre lo caracterizan como una comunidad fiel y religiosa, que adora a Dios con un corazón renovado sobre la base de un “nuevo pacto” (Joel 2:32; Sof. 3:12, 13; Jer. 31:31-34; Eze. 11:16-21). Los integrantes de este remanente fiel del tiempo del fin llegarán a ser los testigos de Dios en medio de todas las naciones para reunir también a los no israelitas, sin distinción de origen étnico, en el verdadero culto y el reino del Señor (Zac. 9:7; 14:16; Isa. 66:19; Dan. 7:27; 12:1-3).
El cuadro total del remanente escatológico del Antiguo Testamento revela que las promesas de bendición de los pactos de Israel como un todo serán cumplidas, no en el Israel nacional incrédulo, sino sólo en aquel Israel que es fiel a Jehová y confía en su Mesías. Este remanente de Israel incorporará al remanente fiel de todas las naciones gentiles.
La pregunta que aún queda es: ¿Cómo logrará este Israel profético su cumplimiento histórico? ¿Será cumplido sólo durante el milenio luego de la segunda venida de Cristo? ¿Qué nos revela el Nuevo Testamento en cuanto al remanente del Antiguo Testamento?
El remanente en el Nuevo Testamento
Para develar el cumplimiento escatológico de las profecías del remanente del Antiguo Testamento debemos preguntar primero al Señor Jesucristo cómo El, el verdadero intérprete, entendió e interpretó las promesas de los pactos con Israel.
Aunque Cristo dijo que Él fue enviado sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel (v. Mat. 15:24; nótese, sin embargo, que Mar. 7:27 agrega “primero”), y aunque en principio Él envió a los doce apóstoles sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mat. 10:5, 6), su perspectiva futura incluye su misión a los gentiles (Mat. 10:18; Mar. 13:10). Cristo aun declaró explícitamente que Él había venido a reunir a los creyentes gentiles dentro del rebaño de Israel. Refiriéndose inequívocamente a la “reunión” prometida en Isaías 56:8, anunció: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor” (Juan 10:15).
Como pastor mesiánico, Cristo dice aquí que fue enviado a cumplir las promesas de reunir a Israel, según los pactos establecidos con Israel.[9] Como Mesías vino a reunir a Israel consigo mismo (Mat. 12: 30), pero más que eso, a reunir a los gentiles, incluyendo a todos los hombres, consigo mismo (Juan 12:32). Esto requería una decisión de fe en El como el Mesías de Israel. Para esta misión universal El llamó de Israel a sus doce apóstoles que, por el número elegido, representan claramente a las doce tribus de Israel. Al ordenar oficialmente a los doce discípulos como sus apóstoles (Mat. 3:14, 15), Cristo constituyó un nuevo Israel, el remanente mesiánico de Israel, y lo llamó su iglesia (Mat. 16:18). En la ordenación de los doce Cristo fundó su iglesia como un nuevo organismo, con su propia estructura y autoridad, dotándola con “las llaves del reino de los cielos” (Mat. 16:19; cf. 18:17). Designó a sus doce apóstoles como los jueces de “las doce tribus de Israel” en la edad futura (Mat. 19:28; Luc. 22:30). A esta iglesia le dijo: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Luc. 12:32; v. Dan. 7:22, 27). F. F. Bruce dice que “el llamado de Jesús a los discípulos en derredor de sí para formar la ‘manada pequeña’ que había de recibir el reino… lo señala como el fundador del nuevo Israel”.[10]
Considerando la predicación de Jesús que declaraba a la fe y el arrepentimiento como la condición de entrada al reino de Dios (Mar. 1:15), G. F. Hasel concluye: “Difícilmente se pueda concebir de ella otra cosa que el comienzo de la reunión de un remanente de fe según la esperanza del remanente de las profecías del Antiguo Testamento”.[11]
Cristo constituyó a su iglesia, no aparte de Israel, como afirma el dispensacionalismo, sino como el remanente fiel de Israel que hereda todas las promesas del pacto, incluyendo la promesa de la tierra nueva (no simplemente Palestina) (v. Mat. 5:5; Rom. 4:13; 2 Ped. 3:13). La iglesia, como es en Cristo, finalmente morará junto con el verdadero Israel de la antigua dispensación en una misma Nueva Jerusalén (Apoc. 21). Los cristianos gentiles entrarán en aquella ciudad de Dios por doce puertas en las que están escritos los nombres de las doce tribus de Israel (Apoc. 21:12). Sin embargo, la ciudad tiene muros en cuyos fundamentos están escritos los nombres de los doce apóstoles de Cristo (Apoc. 21:14). ¡Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre!
Jesús ha revelado la verdad apocalíptica de que su iglesia heredaría el reino junto con Abrahán, Isaac y Jacob. “Yo os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mat. 8:11, 12; cf. Luc. 13:28, 29).
De la posición adoptada por Cristo aprendemos que su iglesia no está separada, en los pactos divinos, del Israel de Dios, porque ella es el verdadero remanente de Israel, el Israel mesiánico, el heredero de Dios. La iglesia de Cristo está eternamente separada sólo en la nación natural de Israel que rechazó a Cristo.
La elección y ordenación de los doce apóstoles niega la posición de que la iglesia de Cristo únicamente comenzó a funcionar en el día del Pentecostés. La iglesia ya existía como para que los nuevos creyentes fueran explícitamente “añadidos” a ella (Hech. 2:41). La más clara evidencia de todas de que la iglesia no fue una entidad imprevista y no profetizada, es que todo lo ocurrido en el Pentecostés acaeció en cumplimiento directo de las profecías. Pedro cita a Joel 2:28-32 (v. Hech. 2:16 y siguientes) y añade: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos [judíos], y para todos los que están lejos [gentiles]; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hech. 2:39).
Explica además: “Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días” (Hech. 3:24). En otras palabras, desde el Pentecostés Dios estaba efectuando el cumplimiento de todas las profecías de Israel en cuanto a la exaltación del Mesías a la diestra de Dios (Hech. 2:33), y de la reunión mesiánica del Israel de Dios. Así la iglesia está claramente profetizada en las promesas del remanente del Antiguo Testamento como lo confirman estos y otros escritos del Nuevo Testamento.
Referencias
[1] C C. Ryrie, Dispensationalism Today (Moody Press, 1965), págs. 132, 133.
[2] Ryrie, The Basis of the Premillennial Faith (Neptune, N. J., Louizeaux Bros., 1966), pág 126.
[3] Ryrie, Dispensationalism, págs. 46, 47.
[4] Ibid, pág. 138.
[5] Loe. cit.
[6] Véase G. F. Hasel, The Remnant. The History and Theology of the Remnant Idea from Genesis to Isaiah (Berrien Springs, MI, Andrews University, 1980, 3a ed., págs. 207-215, para una ampliación de Amos 9:11, 12.
[7] Edmond Jacob, Theology of the Oíd Testament (New York, Harper & Row, 1958), pág. 324.
[8] C. Westermann, Isaiah 40-66. A Commentary. The OT Library (Philadelphia. The Westmmster Press, 1977), págs 313-315.
[9] Véase E. Achtmeier, The Old Testament and the Proclamation of the Gospel (Philadelphia, The Westminster Press, 1973), págs. 93, 94.
[10] F. F Bruce, en The New Bible Dictionary, J. D. Douglas, ed. (Grand Rapids. MI, Eerdmans, 1979), pág. 588.
[11] G. F. Hasel. “Remnant”, por aparecer en The International Standard Bible Encyclopedia, sección III C 2.