Desde mi niñez, la historia del Diluvio (Gén. 6-9) ha ocupado un lugar especial en mi corazón. No solamente por la grandiosidad de los hechos de la narración, sino también por la variedad de aplicaciones que se derivan de su estudio. Quizá sea uno de los episodios que mejor revelan al Dios de juicio y de gracia, de severidad y de misericordia, de justicia y de salvación. En estos cuatro capítulos encontramos importantes aspectos teológicos sobre el Juicio (Gén. 6:5-8), el Pacto (Gén. 9:8-17), la gracia (Gén. 7:10, 16), el matrimonio (Gén. 6:1, 2) y la alimentación (Gén. 7:2; 9:3, 4). Pero, además es posible identificar lecciones significativas para el ministerio pastoral.

Aunque Pedro se refiere a Noé como “pregonero de justicia” (2 Ped. 2:5), el relato bíblico parece limitar la misión del patriarca a la construcción del arca. Naturalmente, la enorme embarcación en tierra firme anula cualquier posibilidad de indiferencia ante lo que estaba por venir. Elena de White presentó algunos detalles de la actividad evangelizadora de Noé: “Cuando empezó a construir aquel inmenso barco en tierra seca, multitudes vinieron de todas las direcciones para ver aquella extraña escena y oír las palabras serias, fervientes, de aquel singular predicador. Cada martillazo dado en la construcción del arca era un testimonio para la gente. Al principio pareció que muchos recibirían la advertencia; sin embargo, no se volvieron a Dios con verdadero arrepentimiento. […] Algunos estaban profundamente convencidos, y hubieran aceptado las palabras de advertencia; pero eran tantos los que se mofaban y los ridiculizaban que terminaron por participar del mismo espíritu, resistieron las invitaciones de misericordia, y pronto se hallaron entre los más atrevidos e insolentes burladores; pues nadie es tan desenfrenado ni se hunde tanto en el pecado como los que una vez conocieron la luz pero resistieron al convincente Espíritu de Dios”.[1]

Entre martillazos y discusiones, Noé predicó y apeló durante décadas. Generaciones escucharon su mensaje, pero el día de entrar en el arca, ¿cuántos de ellos entraron? ¿Cuántos se convencieron? ¿Cuántos se volvieron de sus pecados? ¿Cuántos aceptaron la invitación? ¿Cuántos se convirtieron? ¡Ninguno! Desde el punto de vista estratégico y práctico de la labor pastoral, Noé fue el predicador más fracasado de la historia. Sin embargo, la Biblia lo presenta como uno de los héroes de la galería de la fe. ¿Por qué?

Génesis 7:11 al 13 narra la entrada de Noé en el arca y el comienzo del Diluvio. Un detalle se destaca en el texto: “Ese mismo día entraron en el arca Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet, la esposa de Noé y las tres esposas de sus hijos” (vers. 13). En Hebreos 11:7 hallamos un eco de este versículo que ayuda a comprender qué hizo de Noé un patriarca destacado en la historia sagrada: “Por la fe Noé, advertido por Dios de cosas que aún no se veían, con santa reverencia construyó el arca para salvar a su familia. Por su fe condenó al mundo, y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe”.

Ten en cuenta que el éxito ministerial de Noé no se midió por la cantidad de los convertidos, sino por la salvación de su familia. Es importante resaltar que en ese momento sus hijos ya eran adultos, responsables y casados. Sem, por ejemplo, tenía 98 años (Gén. 11:10). Otro detalle pertinente es que el Señor no habló con la familia de Noé, sino con el patriarca (Gén. 6:13; 7:1). La gente pensaba que Noé estaba loco, pero a través de él su familia creía en Dios. Noé convirtió a su casa. Su mundo estaba en el arca. Desde el punto de vista divino, Noé cumplió su misión.

El primer campo misionero

Casi cuatrocientos años después, Dios nuevamente derramó sus juicios sobre la Tierra en la ciudad de Sodoma (Gén. 18, 19). La condición humana se había vuelto insostenible allí, y el Creador una vez más procuró salvar a un remanente. Mientras que Noé escuchó la voz de Dios, Lot fue agraciado con la visita de dos ángeles en forma humana. Fue advertido por mensajeros celestiales que la ciudad sería destruida, y su misión era salvar su casa (Gén. 19:12, 13). A pesar de las similitudes con la experiencia de Noé, la narración tiene un resultado trágicamente diferente. Los yernos de Lot pensaron que era una broma y no quisieron dejar la ciudad (Gen. 19:14); su esposa fue llevada, pero mantuvo su corazón conectado a la ciudad y terminó convirtiéndose en una estatua de sal (Gén. 19:26); y sus hijas, aunque sobrevivieron, terminaron mostrando que se habían corrompido por el pecado de Sodoma al punto de fraguar un complot de incesto y violación (Gén. 19:30-36). Por lo tanto, hay una clara diferencia entre Noé y Lot: ambos recibieron revelación divina, fueron escogidos para ser instrumentos de salvación; pero solo Noé llegó a ser el referente espiritual de su casa. Solo Noé vio la salvación de su familia, porque esta confió en la relación que el patriarca tenía con Dios.

Independientemente de nuestro papel en la iglesia, tenemos metas que cumplir, mensajes que predicar y personas a quienes alcanzar. Nos hemos capacitado cada vez más para cumplir con el honroso llamado que el Señor nos hizo. Sin embargo, constantemente necesitamos preguntarnos: ¿Qué tipo de pastores somos en casa? ¿Qué testimonio hemos dado a nuestra esposa? ¿Qué referencia hemos sido para nuestros hijos? ¿Quién ha “entrado en el arca” con nosotros?

En ocasiones, Elena de White escribió sobre este tema. En una de ellas, expresó: “De manera especial, deben los siervos de Dios gobernar a sus propias familias y mantenerlas en buena sujeción. Vi que no están preparados para juzgar o decidir asuntos de la iglesia a menos que puedan gobernar bien su propia casa. Primero deben poner orden en su casa, y luego su juicio e influencia pesarán en la iglesia”.[2]

En otra ocasión, hizo una fuerte advertencia a los ministros: “Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo. En el día del ajuste final de cuentas, Dios le preguntará qué hizo para llevar a Cristo a aquellos de cuya llegada al mundo se hizo responsable. El mucho bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que él tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus propios hijos”.[3]

Nuestro primer campo misionero debe ser el hogar. Corremos el grave riesgo de suponer que nuestros hijos adquirirán la fe de manera automática, simplemente por haber nacido en una familia pastoral. Pero, sabemos que esto nos es así. La fe no es hereditaria, ni tampoco la vocación ministerial. Todos elegimos seguir a Cristo algún día. De manera especial, un día decidimos aceptar el llamado y vivir para el ministerio. Resalté el verbo elegir porque esta es la mayor carencia de muchos hijos de pastores con los que he vivido. Debo mencionar que yo también formo parte de este grupo, y por eso resalto la importancia del tema.

Todo hijo de pastor experimenta reclamos y carga responsabilidades, como su padre. Es cierto que también disfruta de los beneficios de pertenecer a una familia pastoral. Con una diferencia significativa: el hijo del pastor no elige su condición. En la mayoría de los casos, simplemente descubre que esa vocación de ser parte de una familia pastoral se le impone a medida que crece. ¿Cómo afecta esta dinámica su experiencia de fe? ¿Cuál es la visión de Dios de alguien que ha conocido “el patio trasero de la iglesia” desde que nació? ¿Cuál es la percepción de un niño que creció entendiendo que la iglesia le roba la posibilidad de pasar más tiempo con su padre?

Mi propósito no es ponerme sensacionalista ni imponer una carga más en la vida de los pastores. Sin embargo, no podemos engañarnos con la idea de que tarde o temprano, y naturalmente, nuestros hijos tomarán la decisión de bautizarse (como si hubieran sido inyectados con fidelidad a Dios por herencia genética). Necesitan ser discipulados, convencidos y nacidos de nuevo como cualquier otra persona alcanzada por Cristo. Necesitan amar a Jesús, experimentar un verdadero arrepentimiento y elegir caminar con Dios, servir dentro de sus dones y ayudar a edificar la iglesia. Necesitamos ser sacerdotes de nuestros hogares.

La voz de los niños

En 2018 decidí hacer una encuesta con hijos de pastores de diferentes lugares del Brasil. En poco más de un año, recibí 327 respuestas a través de formularios virtuales completamente anónimos. El objetivo de la investigación fue comprender cómo este grupo aborda la espiritualidad y cómo ven la iglesia y el ministerio.

Destaco, primero, que el 91 % de los participantes afirmó profesar la fe adventista del séptimo día. Curiosamente, cuando se les preguntó sobre su experiencia de conversión, un tercio de ellos dijo que nunca la había experimentado o incluso se detuvo a pensar en ella. Esta diferencia puede expresar el peligro de engañarnos con la expectativa de la herencia de la fe, sin enseñar la importancia de la experiencia personal. El hecho de que nuestros hijos estén sentados en los bancos de la iglesia no significa necesariamente que ya hayan tenido un encuentro con Cristo. El hecho de que nuestros hijos conozcan las 28 creencias fundamentales no significa que hayan elegido vivirlas. En un grupo acostumbrado a cumplir con las expectativas sociales, aparecer no equivale a ser.

A menudo enfatizamos las oportunidades educativas que la iglesia brinda a nuestros hijos; de hecho, las investigaciones han demostrado que reconocen este factor como una de las principales ventajas de pertenecer a este grupo. Aun así, poco más del 30 % de los participantes, dada la oportunidad de elegir, no serían hijos de pastor. ¿Cuál sería la respuesta de nuestros hijos? Sugiero tomarse el tiempo y hacerles esta pregunta. ¡Sin duda será un diálogo especial!

Al final de la encuesta, estaba la pregunta que más me llega al corazón: ¿Consideras a tu padre como tu pastor? La buena noticia es que el 74 % dijo que encontró una referencia espiritual en su padre. Aun así, me pregunto: ¿Cómo reaccionaría si me enterara de que mi hijo está entre el 26 % que no considera a su padre como su pastor? ¿Qué ejemplo de cristianismo hemos dado en nuestro hogar?

Además de obtener estas percepciones, otro objetivo de la investigación fue dar voz a este colectivo estadístico. Por lo tanto, les di a los participantes la oportunidad de escribir mensajes a la iglesia, a otros hijos de pastores y también a los pastores. Hubo más de cien declaraciones que representan diferentes enfoques y contextos. Algunos expresaron gratitud y una perspectiva positiva; otros reflejan una perspectiva negativa, dolor, e incluso ira. No me gustaría que este artículo se limite a una sola opinión, por lo que comparto algunos consejos dirigidos a nosotros.

Estimado pastor, que independientemente de tu función tu iglesia central sea tu hogar. ¡Que tu líder principal sea tu esposa, y que tus primeros pueblos ganados para Cristo sean tus hijos!

Sobre el autor: director espiritual del UNASP, EC, Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 82.

[2] ____________, Testimonios para la iglesia (Miami, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 2003), t. 1, p. 115.

[3] ____________, El hogar cristiano (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), pp. 306, 307.