Cuando las herramientas para la misión se vuelven un fin en sí mismas.

    El día 10 de abril de 1912, David Blair cambió apresuradamente de puesto con su colega de trabajo, Charles Lightoller. Al salir, se olvidó de entregar al sustituto una llave que estaba en su bolsillo. Un problema aparentemente insignificante que, sin embargo, costó la vida a 1.522 personas. Aquella llave abría el armario en el que quedaban guardados los binoculares del Titanic. Aunque es verídica, esta historia podría ser señalada como absurda, si fuese colocada como advertencia: “Olvidarse una llave en el bolsillo puede llevar a la muerte a millares de personas”. Lo mismo se podría decir del título de este artículo, ya que parece absurda la idea de que alguien idolatre un método. Sin embargo, como en la historia de la llave, más allá de las apariencias, la idolatría del método es un problema real.

Definición de idolatría

   El primer punto para comprender la idolatría del método es conceptuar el término e identificar sus características. G. K. Beale presenta una adaptación del concepto de idolatría presentado por Martín Lutero en su Catecismo mayor: “Todo aquello a lo que su corazón se apega y se entrega con fe, eso es su dios: bastan apenas la confianza y la fe del corazón para construir tanto a dios como al ídolo”.[1]

    Sin lugar a dudas, este concepto no es nuevo. Émile Durkheim dice algo semejante, al defender que la religión es una creación de la sociedad, que idealizaba a sus dioses y lo que era bueno.[2] Claro que eso no podría ser atribuido al Dios verdadero, pero puede muy bien ser atribuido a los ídolos.

    Pero hay otros ejemplos. Leonardo Boff cita el fútbol como una “religión” secular. Para él, el deporte y su mundo reproducen elementos de la vida religiosa, con templos, sectas y cultos. No se refiere abiertamente al fútbol como idolatría, ni al fútbol como un dios; pero, ¿quién discordaría de que grandes jugadores fueron conocidos por encuadrar en ese perfil?[3] Rodrigo Portella y Deis Siqueira llegan a sugerir que la secularización de la sociedad estaría elevando cuestiones comunes a un nivel religioso.[4] Es decir, elementos sin el menor sentido religioso son venerados o respetados de una forma que antes estaba solamente restringida a las divinidades, así como en el ejemplo dado por Boff. De esa manera, un método no necesita ser considerado divino o espiritual para ser objeto de idolatría.

    Por más que esto sea verdad, se puede afirmar que idolatrar determinado método es algo demasiado ridículo para creerse. Sin embargo, es exactamente eso lo que ocurre con todas las formas de idolatría. Isaías 44 menciona que esta práctica no tiene el menor sentido, y que el adorador de ídolos venera algo que es menor que él mismo. Es más, este texto hace evidente lo que hemos visto hasta este momento: el ídolo es una caricatura de dios, una construcción humana para que se le preste culto y se le pida favores. Tal vez, sea justamente el deseo de engrandecerse lo que lleva al ser humano a atribuir poderes inmensos a algo que estaba bajo su control. G.K. Chesterton pondera: “Parece que hay una desproporción entre el sacerdote y el altar, o entre el altar y Dios. El sacerdote parece más solemne y casi más sagrado que Dios […]. En aquel extraño punto de encuentro, el hombre parece más escultural que la estatua”.[5]

    Ese delirio de grandeza lleva a una correlación entre idolatría y salvación por las obras, ya que los ídolos son creaciones humanas para proporcionarse favores a sí mismos; entre ellos, la salvación. La obediencia no se ejerce como fruto de la divinidad, sino como medio para conseguir bendiciones.

     C. S. Lewis comenta que mezclar moral con divinidad es algo raro en la humanidad, y que el único pueblo que presenta una “divinidad” así es el judío.[6] Eso muestra que seguir a un falso dios no implica ser bueno o estar en lo correcto, sino hacer algo que traiga retorno, o recompensa. Siendo así, el ídolo puede ser considerado un medio para conseguirse beneficios personales directos o indirectos.

    La historia de Micaía y los danitas (Jue.17-18) presenta otro elemento interesante. De acuerdo con lo que el relato bíblico describe, se hicieron muchas cosas con el pretexto de agradar al Dios verdadero: ellos construyeron un altar, contrataron a un sacerdote de la tribu de Leví y ofrecieron un culto. Sin embargo, ¡todo no fue más que idolatría! Micaía decía adorar al Dios verdadero, pero, de verdad, había creado un ídolo para que le prestara favores (Jue. 17:13). En 1 Reyes 12:28 y en Amós 8:14 se hace evidente que Micaía y los danitas adoraban a un falso dios, aunque sus palabras estuvieran dirigidas al Dios verdadero. Al final de cuentas, el dios de Micaía podría tener nombre y ser semejante al Señor, pero tenía gustos muy diferentes; hasta porque aceptaba una adoración contraria a la ley de Moisés. Por lo tanto, era un ídolo disfrazado de Dios verdadero, una caricatura creada para conceder favores a Micaía.

    Este es un escenario parecido al que describe C. S. Lewis en su parábola “La última batalla”.[7] Uno de los puntos señalados por el autor es que mientras el Señor considera repugnante ser confundido con los ídolos, el enemigo no se preocupa con esa cuestión: acepta cualquier tipo de falsa adoración dirigida al Dios verdadero. La Biblia presenta muchos ejemplos de esto, y algunos muestran una dinámica diferente de la que encontramos en la historia de Micaía. Ese es el caso de la serpiente Nehustán.

    Nehustán fue un ídolo como cualquier otro, sin voluntad propia y fabricado por manos humanas. La diferencia, sin embargo, era que surgió en el contexto de una orden divina. El Señor ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce (Núm.21:8). A pesar de esto, en 2 Reyes 18:4 se dice que el pueblo de Israel comenzó a tratar a aquella serpiente de bronce como si fuese una divinidad, quemando incienso delante de ella. Mientras en la historia de Micaía el protagonista creó un falso dios por medio de actos inaceptables, dedicados al verdadero Dios, en el episodio de los israelitas y la serpiente de bronce los actos de obediencia fueron el motivo para la idolatría.

    Un punto fundamental en esta historia es que el nombre Nehustán significa, literalmente, “Serpiente de bronce”, lo que indica que no era el nombre de una divinidad, sino un tipo de apodo dado a aquella escultura.[8]

A pesar de esto, el objeto de enseñanza utilizado por Dios acabó siendo considerado poderoso en sí mismo, transformándose, finalmente, en un ídolo.

Método, mensaje y poder divino

    Es en este contexto que encaja la idolatría del método. Por más que parezca absurdo que alguien tome un manual metodológico y lo coloque en un pedestal rodeado de velas, no parece tan insensato creer que el éxito sea el resultado de la aplicación de un método, ignorando la bendición divina. Es más, esa es una tentación recurrente en el cumplimiento de la misión. Es posible que determinadas instituciones, iglesias y comunidades sean vistas como ejemplos por los resultados alcanzados debido a sus métodos de trabajo, en lugar de atribuirles su éxito a la relación de ellas con Cristo y su fidelidad a los patrones bíblicos.

    Claro que debemos encontrar la mejor manera de realizar el trabajo del Señor, lo que incluye buscar los mejores métodos. Sin embargo, si en el proceso el método se hace más importante que la comunión o el estudio de las Sagradas Escrituras, la confianza será desviada de “lo que Dios puede hacer” hacia “lo que nosotros podemos hacer”. Tal actitud lleva a la idolatría.

    Difícilmente algún líder cristiano afirmará que confía más en un determinado método que en el poder divino. Sin embargo, eso puede ocurrir, aunque sea involuntariamente. Tal vez, la mayor evidencia de ese movimiento de la fe se manifieste cuando los laureles de la victoria no se atribuyen a Cristo, sino a los métodos utilizados y las personas que hicieron uso de ellos. Piensa conmigo: si el poder que opera es el divino, ¿por qué deberían las personas y los métodos recibir la gloria por el éxito alcanzado? El servicio del Señor contaminado por la idolatría del método acaba generando el engrandecimiento del ser humano, algo repudiado por las Sagradas Escrituras, pero que es típico en la idolatría: el hombre que es engrandecido por el ídolo que creó.

    Hay quien argumenta que ese comportamiento puede ser tolerado justamente por ser algo pequeño frente a los resultados conseguidos. Sin embargo, ser tolerante o displicente con esa cuestión es intentar agradar al Señor con lo que él aborrece. De esa manera, acaba prestándose adoración y servicio a una “caricatura” del Dios verdadero, como fue el caso de Micaía. Mientras el Señor exalta al humilde y humilla al exaltado, el “dios idolatrado” valora a aquel que está exaltándose.

    No es necesario ir tan lejos para transformarse en un idólatra; de hecho, es fácil caer en esa trampa. Incluso siendo celosos y obedientes a Dios, podemos caer en la idolatría del método. Así como en el caso de Nehustán, cualquiera puede ser llevado a creer que la herramienta instituida por Dios tiene poder en sí misma, y a colocar su confianza en un mero instrumento. Es lo que ocurre cuando se dice que sin determinado método no es posible tener éxito, y que fuera de ese método todo se hace insuficiente o insatisfactorio.

    Así como la serpiente de bronce fue un instrumento sin poder usado por el Dios todopoderoso, los métodos correctos son herramientas sin vida usadas por el Espíritu vivificante. Juan 3:14 dice que la serpiente de bronce fue levantada en el desierto para señalar al Salvador, no a la escultura en sí misma. De la misma manera, un método debe tener como objetivo llevar pecadores a Cristo, y no a él mismo o a quien lo utiliza.

    Es indiscutible que necesitamos de métodos en la adoración, en la predicación, en la evangelización y en cualquier otra área de la vida de la iglesia. Debemos tener un compromiso con la excelencia en el servicio del Señor y anhelar resultados mayores y más elevados. Todo siervo de Dios debe repudiar la mediocridad y el pensamiento de conformismo. Sin embargo, no podemos olvidarnos de que el poder que nos ayuda a alcanzar esos resultados no es nuestro sino del Espíritu Santo, que opera en nosotros. Mientras persista la idea de que algo, además del Dios todopoderoso, es responsable por el éxito de cualquier proyecto, estaremos idolatrando al método.

    Debemos buscar los mejores métodos, con la seguridad de que la herramienta solamente será eficaz con el poder del Altísimo. Le cabe al siervo fiel gloriarse en el nombre del Señor. “Algunos confían en carros, y otros en caballos; mas nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios confiaremos” (Sal.20:7, LBLA).

Sobre el autor: Pastor en Alvorada do Norte, Goiás (Rep. del Brasil)


Referencias

[1] G. K. Beale, Você se Torna Aquilo que Adora: Uma teologia bíblica da idolatria (San Pablo, San Pablo: Vida Nova, 2014), p. 17.

[2] Emile Durkheim, The Elementary Forms Of Religious Life (Nueva York, Londres, Toronto, Sidney, Tokyo, Singapur: The Free Press, 1995).

[3] Leonardo Boff, “O futebol como religião secular”, Jornal do Brasil, 29 de junio de 2014. 

[4] Rodrigo Portella, “Religião, sensibilidades religiosas e pós-modernidade da ciranda entre religião e secularização”, Revista de Estudos da Religião, 2013. Ver Deis Siqueira, “O labirinto religioso ocidental”; “Da religião à espiritualidade”; “Do institucional ao não convencional”, Sociedade e Estado 23, No 2 (2008).

[5] G. K. Chesterton, O Homem Eterno (San Pablo: San Pablo, Mundo Cristão, 2010), p. 119.

[6] C. S. Lewis, The Problem of Pain (Quebec: Samizdat University Press, 2016), p. 7.

[7] C. S. Lewis, “A última batalha”, As Crônicas de Nárnia (San Pablo: San Pablo, Martins Fontes), 2009.

[8] T. R. Hobbs, Word Biblical Commentary: 2 Kings (Dallas: Texas, Word Incorporated, 2002), p. 252.