¿Qué define a la Iglesia Adventista hoy? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuál es su misión?
“Pastor soy adventista porque un predicador vino a nuestra ciudad y dirigió una serie de reuniones de evangelización. Le dijo a la gente que el sábado y no el domingo es el día de reposo. Nos dijo que Jesús viene pronto, y yo estaba muy entusiasmado. Ya tengo 93 años y Jesús todavía no ha venido”.
“¿Qué significa ser adventista hoy? Nuestra denominación: sus estructuras, instituciones y -¿puedo decirlo?- su burocracia son enormes. Siempre hemos creído que nuestra iglesia es la iglesia remanente, con ‘la verdad’ que todos necesitan oír. Pero, ¿no es necesario, acaso, que nuestro mensaje penetre también en las sociedades secularizadas de nuestro tiempo?”
“Quiero ejercer influencia en este mundo; por eso estoy estudiando enfermería. Quiero ayudar a la gente. No me gusta la manera en que la sociedad ignora temas como la injusticia, los derechos de las minorías, el medio ambiente y los problemas ecológicos. ¿Qué clase de mundo queremos dejarles a nuestros hijos? ¿Qué podemos hacer, como iglesia, al respecto?
¿Secta o iglesia?
Estos comentarios ilustran algunas de las tensiones que existen especialmente entre los adventistas que viven en los países de Occidente. Por esta causa, las palabras de Robert H. Pierson, ex presidente de la Asociación General ya fallecido, en 1978, son pertinentes hoy. Al anunciar su jubilación, el pastor Pierson dirigió “un ferviente llamado” a los dirigentes de la iglesia, instándolos a conservar sus características distintivas, y a resistir a toda costa la tendencia a tomar el camino recorrido por otros antes, pasando de ser un dinámico movimiento sectario a ser una iglesia.
“Una secta -dijo-, a menudo, comienza con un líder carismático dotado de un tremendo impulso y una gran dedicación […]. Surge como una protesta contra la mundanalidad y el formalismo de una iglesia […]. Cada miembro toma personalmente la decisión de unirse a ella y sabe lo que cree. Hay poca organización y dispone de pocas propiedades. El grupo ejerce un estricto control sobre la conducta […] y así pasa a la segunda generación.
“Al crecer el movimiento, surge la necesidad de organizarse y de construir edificios Los niños nacidos dentro del movimiento no necesitan tomar decisiones personales para unirse a él. Tampoco necesitan abrirse paso para ocupar puestos. Estos ya están preparados para ellos […]. En la tercera generación se desarrolla la organización y se fundan instituciones. Surge la necesidad de disponer de escuelas para transmitir la fe de los padres Hay que exhortar a los miembros para que vivan de acuerdo con las normas […]. Los líderes estudian métodos para propagar la fe, y a veces ofrecen recompensas a los miembros para motivarlos al servicio
“En la cuarta generación hay mucha maquinaria; la cantidad de los administradores aumenta, mientras que disminuye proporcionalmente la cantidad de obreros en las bases. Se celebran grandes concilios eclesiásticos para definir la doctrina […]. El movimiento trata de convertirse en ‘importante’ frente a la sociedad contemporánea. El grupo disfruta de total aceptación por parte del mundo. La secta ha pasado a ser iglesia”.
El pastor Pierson termina diciendo: “Esto no le debe ocurrir a la Iglesia Adventista. Esto no le va a ocurrir a la Iglesia Adventista. Esta no es una iglesia más: es la última iglesia de Dios […] es la última iglesia de Dios con el último mensaje de Dios”.[1]
Sea o no “la iglesia de Dios”, no es difícil ver que lo que le está ocurriendo a nuestro movimiento es exactamente lo que temía el pastor Pierson.
La expansión de la denominación
La Iglesia Adventista es una de las denominaciones cristianas de más rápido crecimiento en el mundo: unas 2.100 personas se unen a ella cada día. Desde sus humildes comienzos sectarios con unos 3.500 norteamericanos en 1863, el año de su organización, la feligresía de la iglesia, en el año 2001, circundaba el globo y sobrepasaba los 12 millones, con 9 de cada 10 miembros viviendo en países ubicados fuera de Norteamérica.
La denominación tiene uno de los más grandes sistemas protestantes de educación del mundo (5.846 escuelas, colegios secundarios y universidades) y una de las más amplias redes de instituciones dedicadas al cuidado de la salud (166 hospitales, 371 lanchas y aviones misioneros, 30 refugios de huérfanos y 117 hogares de ancianos).
Los adventistas hablan, por lo menos, 725 idiomas y además unos 1.000 dialectos, lo que justifica la existencia de 56 imprentas propiedad de la iglesia y oficinas editoriales diseminadas por todo el mundo. La Agencia Adventista de Desarrollo y Asistencia Social (ADRA) sirve en 24 países. Y estas estadísticas abarcan solo parte de la obra de la denominación.
Definir la identidad a medida que pasa el tiempo
Aunque nadie puede poner en duda el valor que representa el increíble crecimiento y el desarrollo de la denominación adventista, nos debemos preguntar: ¿Qué define a la Iglesia Adventista? ¿Qué factores la definen, en realidad? ¿Cuál es la misión de la iglesia en estos días? Muchos sugerirán que lo que define quiénes somos (nuestra identidad) es lo que creemos y predicamos, las doctrinas distintivas que nos diferencian de las otras denominaciones.
Charles Teel, Jr. sugiere otra manera de identificar la iglesia: “[…] la forma del movimiento (la estructura de su organización) no menos que su contenido (su sistema de creencias) comunica la esencia de ese movimiento”.[2]
En otras palabras, somos más que lo que creemos y predicamos. James Gustafson resume la tensión que existe en la institución religiosa: “La vasija proporciona el elemento que contiene, preserva y le da forma a los sagrados óleos; pero toda vasija, por definición, limita también. La misma forma que preserva y protege también aprisiona e implica un peligro”.[3]
La misión es la razón reconocida para explicar la existencia de la Iglesia Adventista. Pero, cuando la denominación enfrenta un nuevo milenio se encuentra a sí misma (especialmente en los países occidentales) incorporándose en la sociedad, lo que confirma el hecho de que el avance de la secta hacia la plena condición de iglesia, que tanto temía el pastor Pierson, está ocurriendo en realidad.
La misión original de la iglesia fue la proclamación del inminente regreso de Jesús. El problema es, por supuesto, que Jesús no ha regresado como se lo esperaba originalmente. ¿Cómo podemos encarar este hecho?
El permanente transcurso del tiempo, junto con otras influencias, ha contribuido a que madure el fruto de la secularización, la desorientación y la institucionalización.
George Knight, profesor de Historia de la Universidad Andrews, sugiere que en cierto sentido el fracaso estaba incorporado en el éxito de la joven denominación: “Es decir, a fin de preservar el mensaje del inminente regreso, había que levantar instituciones basadas en la continuidad y la semipermanencia. Y, en ese proceso, se produjeron sutiles y no tan sutiles transformaciones”.[4]
Michael Pearson describe el dilema de la incumplida inminente segunda venida de Cristo y afirma que se trata de una ambigüedad. Los adventistas experimentan la tensión producida por dos imperativos: “Prepárate para salir al encuentro de tu Dios” y “Ocúpate hasta que yo venga” (Amos 4:12; Luc. 19:13).[5] Pearson reconoce que hay algo raro, al menos como primer impresión, en una organización que proclama por una parte el inminente regreso de Cristo, y por la otra permanentemente se está dedicando a construir instituciones que cuestan millones de dólares. Se puede entender la observación de Gaustad de que, mientras que los adventistas esperan el Reino de Dios de los cielos, trabajan con diligencia para construir otro aquí, en la tierra.[6]
Michael Pearson describió este dilema de la siguiente manera: “La supervivencia del ‘remanente’ ha sido asegurada por el mecanismo de la institucionalización, pero lo que ha sobrevivido, aparentemente, se parece poco al original”.[7]
La evidente demora de la venida de Cristo se refleja en la vida de la iglesia en una forma muy definida. Mientras más se demora el cumplimiento de la esperanza adventista, más se enfatiza el ocuparse en vez de prepararse. Mientras más dura la ocupación, más crece la preocupación por adoptar los intereses del mundo, y diversificar la misión y los intereses de la iglesia.
La creciente demanda que implica formar generaciones de adventistas, cuando su iglesia se enfrenta a asuntos de naturaleza sociopolítica y ética, es parte de la búsqueda de relevancia frente a un advenimiento que no se ha producido como se lo esperaba originalmente.[8]
Los pioneros adventistas también tuvieron que luchar
Jaime y Elena White, con otros creyentes adventistas observadores del sábado, experimentaron esta misma tensión pero en otro contexto. Lina año después del chasco de 1844, Jaime seguía creyendo que Jesús regresaría en octubre de 1845.
Cierta vez, Jaime amonestó a una pareja que estaba haciendo planes de casarse, porque su boda sería una negación de su fe en la segunda venida de Cristo. En esa época, muchos creían que el matrimonio era una trampa del diablo. Esta opinión -lo confesó después Jaime White-, la sostenía “la mayor parte de los hermanos”, puesto que “ese paso parecía considerar años de permanencia en este mundo”.[9] Doce meses más tarde, Jaime se casó con Elena Harmon. La razón que presentó era que “Dios tenía una obra que ambos debían hacer, y él vio que podíamos ayudarnos mucho el uno al otro en esta obra”.[10]
¿Qué ocurrió en la mente del pastor White? Se produjo un notable cambio de paradigma. Aunque nunca negaron la inminencia de la venida de Cristo, los primitivos adventistas comenzaron a entender más plenamente las implicaciones del “ocúpate hasta” que efectivamente el Señor viniera. “Dieron el primer paso hacia la institucionalización del adventismo. Si el fin no se iba a producir tan pronto como lo habían esperado, debían dar los pasos adecuados para prepararse”.[11] No abandonaron su fe; en lugar de ello, fueron capaces de adaptarse a los cambios que se habían producido.
Los cambios seguramente se producen y se producirán; la forma en que la iglesia y nosotros, como individuos, reaccionamos ante ellos es vital. Lo difícil es conservar el equilibro.
Cómo relacionarnos con los cambios
George Knight opina que el adventismo se debe relacionar interactivamente con los cambios. Examina algunas formas negativas en que el adventismo actual se está relacionando con ellos:
- Una de ellas es vivir en el pasado para preservar “la edad de oro”. Ese enfoque pasa por alto las realidades actuales que constituyen la esencia del cambio (nótese las observaciones del pastor Pierson respecto del tema iglesia/secta). Con el tiempo, los proponentes de este enfoque pierden su autoridad y su voz en la actual generación, porque han perdido contacto con ella.
El llamado es a regresar a una época cuando todo era “blanco y negro” y “la iglesia sabía con certeza de qué se trataba el asunto” Este enfoque tiende a atraer a los que están divorciados de la sociedad moderna y están traumatizados, además, por los cambios que se están produciendo en la Iglesia Adventista. Quieren vivir en el pasado cuando, según les parece, todo era “bueno y seguro”.
Una segunda manera equivocada de encarar los cambios y la historia es concentrase casi exclusivamente en el futuro. Este enfoque pierde contacto con las necesidades y las realidades actuales.
Una tercera forma es concentrarse totalmente en el presente, desligándose tanto del pasado y de cualquier esperanza significativa con respecto al futuro. La palabra clave, en este caso, es “pertinencia”. Cada generación le ha dado importancia a este concepto. Pero esto solo no basta. “Cuando el adventismo, o cualquier otro cuerpo cristiano, pierde contacto, ya sea con el pasado histórico o el futuro predicho, sufre desorientación en el presente”.[12]
Doctrina o hechos
La tentación de hoy es acallar la predicación del mensaje adventista y apocalíptico acerca del tiempo del fin, para ocuparnos en desarrollar cada vez más instituciones y estructuras a fin de “hacer algo útil” en el mundo.
Si esto sucede, el primer interés de la iglesia será mejorar las condiciones en este mundo en lugar de enfatizar la esperanza de la Segunda Venida. Si esto sucede, la Iglesia Adventista habrá completado su círculo, y habrá recorrido todo el camino que va desde el énfasis en la proximidad de la venida de Cristo hasta el extremo opuesto de preocuparse por las cosas de este mundo.
Para algunos miembros de iglesia, el tema se reduce a “doctrina o hechos”. Para otros, debería ser “doctrina sola”; para otros, los “hechos” son suficientes. Es posible que “doctrina y hechos” requiera un análisis más profundo.
Knight resume muy bien esta tensión: “El adventismo podría evolucionar hasta convertirse en una contradicción escatológica; un cuerpo religioso que ha tenido un éxito fenomenal al institucionalizarse predicando que la venida del Señor es inminente, pero que al mismo tiempo ha perdido el sentido del nombre que originalmente le proporcionó su identidad”.[13]
Y, por eso, Teel sugiere que nuestra iglesia enfrenta una doble paradoja, tanto en su forma como en su contenido. La paradoja referida a la forma tiene que ver con un enfrentamiento entre las demandas de cambio, dedicación y espontaneidad que caracterizaron el primer amor del movimiento, y las demandas de un orden y una estructura sistemáticos que aseguren la continuidad del movimiento.
Al mismo tiempo, la denominación enfrenta la paradoja de su contenido. Esta paradoja requiere un retorno a la doctrina adventista histórica encasillada en el tiempo, que implicaba una comunidad desligada del mundo real, con los ojos firmemente fijos en la Segunda Venida, contra las demandas reales de dar testimonio ante la sociedad y afirmar su fe frente al orden social contemporáneo.[14]
Sí, un remanente profético proclama la Palabra, la doctrina, la verdad, pero es mucho más que eso. Ciertamente ofrece un sistema alternativo de creencias, pero la iglesia remanente es más que un sistema de creencias.
Es una comunidad, es integración humana, es una integración social plena; tanto de estructuras como de instituciones. Nuestras estructuras e instituciones refuerzan nuestra identidad corporativa, acompañan a lo que enseñamos y predicamos, y colaboran con eso.
De modo que los poderes históricos representados por las bestias del Apocalipsis deben conservar su interpretación y su validez originales, pero no al punto de excluir una cantidad de otras bestias contemporáneas que están entre nosotros, entre las que se encuentran la opresión, la injusticia, la alienación, la persecución, el abuso de niños, el abuso sexual y los ataques al medio ambiente, y una hueste de instituciones babilónicas que se enfrentan a la humanidad, y a las que la Iglesia Adventista, con sus estructuras y sus instituciones, se debe oponer enfáticamente.
Una tensión creativa
Si nuestra identidad cristiana sirve como indicador, necesitamos asumir que nuestra existencia como cristianos avanzará continuamente por un camino en zig zag, condicionado por una “tensión creativa”. La tentación se debe dejar en una de las tres salidas mencionadas más arriba.
Pero, si la Iglesia Adventista pierde su capacidad de adaptarse dinámicamente a los cambios, pronto estará lista para ocupar su lugar en el museo de las antigüedades eclesiásticas; “habrá pasado de la semejanza de un odre nuevo, que permitía la expansión y satisfacía las necesidades de la gente, a la semejanza de un odre viejo y endurecido, que ha perdido el dinamismo y la flexibilidad que le habían dado el éxito antes”.[15]
Cambiar por cambiar, por cierto, es innecesario; pero, al mismo tiempo, los cambios en este mundo son una innegable realidad. La tensión creativa puede infundir entusiasmo. Porque, cuando nos adaptamos con madurez a los desafíos de un mundo cambiante, estamos configurando al mismo tiempo una verdadera identidad en el presente.
Es correcto y necesario interpretar el pasado de manera que brinde información tanto para el presente como para el futuro. Al mismo tiempo, no nos debemos dejar absorber por el pasado o el futuro en detrimento del presente. Tensión creativa no es lo mismo que transigencia; trata, en cambio, de equilibrar el pasado, el presente y el futuro.
Debemos tener cuidado de que la secta no se convierta en iglesia, como lo temía el pastor Pierson. O, ¿no habrá ocurrido eso ya?
Sobre el autor: Pastor en Coorambong, Nuevo Gales del Sur, Australia.
Referencias
[1] Robert H. Pierson, “An Earnest Appeal from the Retiring President of the General Conference” [Un ferviente llamado del presidente de la Asociación General al dejar su cargo], Review and Herald, 165 (26 de octubre de 1978), p. 10.
[2] CharlesTeel, Jr., “Withdrowing Sect, Accommodating Church, Remnant Dilemma in the Institutionalization of Adventism” [Poner a un lado la secta para instalar la iglesia: un dilema del remanente en la institucionalización del adventismo]. Trabajo presentado en 1980 ante la Comisión Teológica de Administradores, Eruditos y Religiosos Adventistas, p. 3.
[3] James Gustafson, Treasure in Earthen Vessels [Un tesoro en vasos de barro] (Chicago: Imprenta de la Universidad, 1976).
[4] George R. Knight, The Fat Lady and the Kingdom [La dama gorda y el reino] (Nampa, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1995), p. 168.
[5] Michael Pearson, Millennial Dreams and Moral Dilemmas: Seventh-day Adventists and Contemporary Ethics (Sueños acerca del milenio y dilemas morales: los adventistas y la ética contemporánea] (Cambridge: Imprenta de la Universidad, 1990), p. 21.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd., p. 22.
[9] Cartas y artículos de Jaime White, citados por Knight en The Fat Lady and the Kingdom, p. 150.
[10] Jaime y Elena G. de White, Life Sketches (Bosquejos biográficos], ed. 1888, pp. 126, 238.
[11] Knight Ibíd., p. 151.
[12] Ibíd., pp. 158, 159.
[13] Ibíd., p. 163.
[14] Teel, Ibíd., p. 52.
[15] Knight, Ibíd., p. 166.