En cuanto a la Biblia se refiere, la obediencia es prueba de la fe, y la desobediencia prueba de incredulidad

     La identidad adventista exige dedicación a su misión y a su llamado histórico en la proclamación del Evangelio eterno.

     ‘El Adventismo del Séptimo Día está experimentando una crisis de identidad. Irónicamente, la actual confusión contrasta directamente con la confianza mostrada por los pioneros del Adventismo”.[1] Así se expresa Kenneth R. Samples en un artículo de Christianity Today. El asocia la crisis de identidad con una “controversia doctrinal” que “puede trazarse a su interacción con los evangélicos en la década de 1950”.

     La interacción es una referencia a las “reuniones intensivas” que los dirigentes adventistas sostuvieron con Walter Martin, quien escribió “The Truth About Seventh-day Adventism” (La verdad acerca del adventismo del séptimo día), y Donald Grey Barnhouse, que era entonces editor de la revista Eternity. Ese diálogo “estableció una apertura sin precedentes entre los adventistas y los evangélicos”.

     Samples cree que estas conversaciones crearon una corriente evangélica dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Un factor muy importante que caracteriza esta tendencia es la creencia en que la justificación por la fe consiste en justificación, con la santificación como fruto. La implicación es obvia: tal punto de vista no existió en el adventismo antes que Martin y Barnhouse influyeran en él.

     El artículo sugiere más adelante que “la crisis” del adventismo salió a la superficie en la década de los 80’s con el despido o la renuncia de los “adventistas evangélicos”, siendo el más prominente Desmond Ford. Así, el artículo sugiere que el adventismo estaba llevando a cabo una purga de aquellos que sostenían una posición no comprometida sobre la justificación por la fe solamente.

Regreso a la historia

     Los hechos, sin embargo, muestran lo contrario. Los adventistas del séptimo día han creído y predicado desde hace mucho tiempo la justificación por la fe. Un ejemplo es la publicación de Christ Our Righteousness (Cristo nuestra justicia) por Arthur G. Daniells, en 1929, que era en ese tiempo presidente retirado de la Asociación General. En un lenguaje sencillo, sin complicaciones, Daniells articuló la doctrina de la justificación por la fe solamente: “El Evangelio revela a los hombres la perfecta justicia de Dios. El Evangelio revela también la forma en que el hombre pecador puede obtener la justicia, por la fe’.[2] El pecador “se entrega, se arrepiente, confiesa, y reclama a Cristo como su Salvador por la fe. Todos sus pecados son perdonados, su culpa es cancelada, es contado como justo, y se puede presentar aprobado, justificado, ante la ley divina… Esta es la justicia por la fe”[3] Daniells aclara que “el conocimiento del pecado, no la liberación del pecado”, es lo que viene por medio de la ley.[4] “Esta maravillosa verdad debería ser perfectamente clara para cada creyente, y debe convertirse en una experiencia personal”.[5]

     Mucho antes de Daniells, Elena G. de White ya había dicho que el mensaje de la justificación por la fe: (1) había sido enviado específicamente por Dios al pueblo adventista en 1888, en un momento cuando muchos de ellos habían perdido de vista a Jesús; (2) es un mensaje que debía ser dado al mundo entero; (3) es el mensaje del tercer ángel que debe darse a gran voz y cuyo resultado será el derramamiento del Espíritu Santo; y (4) que conducirá a la obediencia de todos los mandamientos de Dios.[6]

     La presión ejercida por la crítica de los evangélicos ha movido a muchos adventistas a abandonar parte del mensaje de la justificación por la fe dado a la iglesia hace 100 años. El problema es el cuarto punto de Elena G. de White, relativo a la justificación: la evidencia de que se ha recibido la justificación por la fe es la obediencia a todos los mandamientos de Dios.

     En este punto, debe hacerse la pregunta: ¿Han escuchado los adventistas con tanta intensidad y con tal actitud de aceptación la crítica de los evangélicos, que estamos en peligro de perder de vista lo que aconteció históricamente en 1888, y también nuestra misión?

Crisis en el Evangelicalismo

     Uno de los peligros del adventismo moderno proviene de la crisis de identidad y la controversia doctrinal que parece estar barriendo al evangelicalismo contemporáneo mismo. Esta crisis se revela en los escritos de dos de sus teólogos.

     John F. MacArthur, Jr., prominente pastor y expositor bíblico, habla de la erosión del Evangelio dentro del evangelicalismo: “Los pecadores de hoy escuchan, no sólo que Cristo los recibirá tal como están, sino que les permitirá permanecer en esa forma”.[7] “Multitudes se acercan a Cristo en esos términos…. Han sido engañados por un Evangelio corrupto”[8] Lo que falta al concepto de fe que sostiene el evangelicalismo popular es “la determinación de la voluntad a obedecer la verdad”[9]

     Es evidente que hay predicadores evangélicos en la actualidad que enseñan a su auditorio que todo lo que tienen que hacer es creer los hechos acerca de Cristo, sea que los obedezcan o no, y serán salvos, y esa salvación no necesariamente produce un cambio de comportamiento. “La enseñanza de que los cristianos han sido eximidos de la obligación de obedecer cualquier ley moral es muy común en las comunidades evangélicas de hoy”.[10]

    Donald G. Bloesch, profesor de teología sistemática del seminario teológico de Dubuque, reconoce que “la iglesia contemporánea está en un estado de fermento teológico”.’[11] “Propone una teología de devoción evangélica” a Cristo. Las señales de dicha devoción son dobles: (1) el creyente hecho justo; y (2) la vida victoriosa. “La devoción a Jesucristo nos separa del mundo en sus prácticas al mismo tiempo que nos identifica con el mundo en sus sufrimientos”.[12] “La santificación debe seguir a la justificación, puesto que Dios hace justos a aquellos que declara justos”.[13] “Y no es tanto a la cruz de Cristo, como al poder del Cristo resucitado, al Espíritu de Cristo, al que se le debe dar especial atención en la actualidad”.[14] Habla también del reino de Dios como del “remanente de los fieles”[15], y dice que “la justificación debe cumplirse en la santificación si ha de beneficiarnos”.[16]

El precio del discipulado

     De manera que la minimización de la santificación es un problema serio entre los evangélicos de hoy, con su inevitable impacto sobre las raíces de la ética y la moralidad. Dietrich Bonhoeffer advirtió de este problema a la iglesia que había predicado la justificación por la fe durante más de 400 años: “Gracia barata significa la justificación del pecado, sin la justificación de los pecadores”.[17] Escribiendo acerca del famoso descubrimiento de Lulero, Bonhoeffer dice: “Es una interpretación fatal suponer, respecto a la obra de Lulero, que su redescubrimiento del Evangelio de pura gracia ofrecía una dispensa general de la obediencia al mandato de Jesús, o que fue un descubrimiento de la reforma que la gracia perdonadora de Dios confería automáticamente al mundo tanto la justificación como la santidad… No fue la justificación del pecado, sino la del pecador, la que sacó a Lutero del claustro para devolverlo al mundo… Lutero, en la profundidad de su miseria, se había apropiado, por la fe, del perdón libre e incondicional de lodos sus pecados. Esa experiencia le enseñó que esta gracia le había costado su misma vida, y que debía seguirle costando el mismo precio día tras día. Esta gracia, lejos de eximirlo del discipulado, lo convirtió en un discípulo más ferviente. Cuando Lutero hablaba de la gracia, siempre dejaba implícito el hecho de que le había costado su propia vida, la vida que no era la primera vez que estaba sujeta a la obediencia absoluta de Cristo. Sólo así podía hablar de la gracia. Lutero había dicho que sólo la gracia puede salvar; sus seguidores tomaron su doctrina y la repitieron palabra por palabra. Pero dejaron fuera su inevitable corolario, la obligación del discipulado…. (Lutero) siempre hablaba como uno que ha sido conducido por la gracia a la forma más estricta de obediencia a Cristo”.[18]

     Nótese la relación entre el perdón gratuito (gracia) y la obligación del discipulado (obediencia) en la forma en que Bonhoeffer comprendía a Lutero. La ortodoxia de los seguidores de Lutero relativa a la gracia gratuita (justificación) “significó el fin y la destrucción de la reforma como la revelación de la costosa gracia de Dios sobre la tierra. La justificación del pecador en el mundo degeneró en la justificación del pecado y del mundo. La costosa gracia se convirtió en gracia barata sin el discipulado”.[19]

     En otras palabras, hay un abandono de la esencia de la reforma. Dicho abandono se manifiesta actualmente en la desviación del énfasis hacia cuestiones de interés como el ecumenismo, la solución de asuntos sociales, y la interpretación social y política del reino de Dios en la tierra. ¿Han olvidado los discípulos modernos de Lutero los propósitos de la reforma? Cualquiera sea el caso, mi punto de vista, y la historia lo apoya, es que la Iglesia Adventista del Séptimo Día fue llamada a recobrar y restaurar el énfasis de la reforma sobre lo que Bonhoeffer llama la costosa gracia. Esto no es arrogancia ni exclusivismo sino, simplemente, reconocimiento de la realidad.

Gracia barata y fácil credulidad

     Al cristianismo evangélico contemporáneo, que critica a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, le habría gustado verla unida en la predicación de esta gracia barata y esta fácil credulidad. Este tipo de evangelicalismo no ve a la obediencia cristiana como parte de la fe y la salvación. Sostiene que cualquier asomo de Santificación\Santidad es legalismo.

     La fe genuina, sin embargo, siempre incluye la necesidad de obedecer. Sin obediencia el mensaje de la salvación es incompleto y corrupto. De acuerdo con Pablo, el Evangelio es para ser obedecido (Rom. 6:17; 1 Tes. 1:18). Juan el Bautista enseñó la obediencia a Jesús; para él, fe y obediencia eran sinónimos (Juan 3:36). Es evidente que la iglesia primitiva consideró una combinación armoniosa de la fe con la obediencia (Hech. 6:7). Hebreos 11 no hace ninguna separación entre fe y obediencia. En cuanto a la Biblia se refiere, la obediencia es prueba de la fe, y la desobediencia prueba de incredulidad. Como a uno de mis profesores le gustaba decir, “las buenas obras no te salvan, pero su ausencia te’ condenará”.

     MacArthur dice: “Jesús caracteriza la verdadera justicia —la justicia que nace de la te (cf. Rom. 10:6)— como obediencia, no meramente a la letra de la ley, sino al espíritu (Mat. 5:21-48)…. Jesús resumió la norma de la verdadera justicia en esta impactante declaración del Sermón del Monte: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48)[20]

     Pero como las normas de Dios están más allá del alcance del esfuerzo humano, él provee gratuitamente la gracia para creer, así como todos los recursos celestiales para capacitar al creyente a seguirle con éxito en la fe y la obediencia. Si bien los individuos pueden desear conocer las bendiciones de la salvación, no necesariamente desean conocer o someterse a la autoridad y el señorío de Cristo. Jesús como Salvador, ¡sí! Jesús como Señor, ¡no! Pero el obedecer es inherente a nuestra condición de hijos. Jesús fue obediente a la voluntad de su Padre, y el cristiano no puede hacer menos.

     Algunos evangélicos modernos dirían que mientras cada creyente debe ser justificado, no todo creyente será santificado, la justificación no necesariamente produce un comportamiento transformado. Pero esta posición equivale a una separación incorrecta entre la justificación y la santificación. Es una falsa dicotomía. La verdad es que cada pecador a quien Dios justifica, también santifica. Es decir, la verdadera fe salvadora dará lugar a una obediencia viviente.

     Aquellos a quienes Dios declara justos (les imputa justicia), los hace justos (les imparte justicia). Aunque la justificación y la santificación son conceptos teológicos distintos, se funden en la experiencia. Una persona no puede experimentar la una sin la otra. Sólo aquellos que están justificados pueden ser santificados; sólo aquellos que están siendo santificados, pueden pretender correctamente estar justificados. Ciertamente el creyente no es justificado porque está siendo santificado, pero tampoco puede ser justificado sin ser santificado. En las palabras de Jesús: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21).

     Volvamos a Daniells otra vez. Su comprensión de la justificación por la fe era perfectamente clara. Creía que ésta se resuelve en obediencia, en que los nuevos creyentes “guardan los mandamientos de Dios”. Han experimentado el maravilloso cambio de odiar y violar la ley de Dios, para amar y guardar ahora sus justos preceptos… “Esta maravillosa transformación sólo puede realizarse por la gracia y el poder de Dios, y sólo es posible en aquellos que se aterran a Cristo como su Sustituto, su seguridad, su Redentor. Por tanto, se dice que ‘guardan la fe de Jesús”’.[21]

     Habiendo conocido y experimentado las bendiciones de la justificación (esto es, regeneración, nuevo nacimiento, la cancelación de la culpa, etc.), “deberían conocer, merced a una experiencia victoriosa, que se han aferrado, y están sostenidos por la ‘fe de Jesús’, y que gracias a esta fe se les da poder para guardar los mandamientos de Dios”.[22]

     Este es el mensaje de 1888: justificación por la fe hecha posible por la gracia de Dios en Cristo, y dotación de poder por la gracia para obedecer todos los mandamientos de Dios. Lo que los evangélicos contemporáneos están haciendo es apremiar a los adventistas a abandonar la creencia en la gracia de Dios para transformar al pecador en un fiel y obediente hijo de Dios (Efe. 1:18-23). Esta parte de la comprensión adventista de la justificación por la fe es lo que perturba a algunos evangélicos. Irónicamente, es la misma preocupación que ha motivado a otros pensadores y predicadores evangélicos como MacArthur y Bloesch a reafirmar el mensaje total de la reforma.

     Algunos evangélicos están esperando relegar a la Iglesia Adventista del Séptimo Día al montón de las sectas si persiste en mantener un balance entre la justificación y la santificación en el proceso de la salvación. Samples pregunta: “A fines de la década de 1970 el Adventismo del Séptimo Día estaba en la encrucijada: ¿Se volvería totalmente evangélico? ¿O retornaría al tradicionalismo sectario?” La amenaza implícita es obvia. Para el Adventismo, llegar a ser “totalmente” evangélico requeriría el abandono de su comprensión de la interdependencia de la justificación y la santificación en la salvación, y optar por la forma de ver el asunto del evangelicalismo contemporáneo. Una negativa a hacerlo conllevaría el riesgo de ser clasificado como sectario.

     Quizá deberíamos desafiar a los evangélicos con algunas preguntas opuestas. ¿Se han alejado tanto del cristianismo básico, que son incapaces de reconocer la exactitud bíblica del adventismo concerniente a la justificación/justicia por la fe? ¿No es un caso de prejuicio teológico el no poder ver el equilibrio entre la justificación y la santificación? ¿Sobre qué bases bíblicas podría uno aceptar que un llamamiento a la santificación es lo mismo que una invitación al legalismo?

El llamamiento adventista

     George Knight ha señalado correctamente que en 1888 la iglesia adventista rescató la doctrina de la justificación/justicia por la fe y la puso dentro del marco más amplio y apropiado de las otras grandes verdades confiadas a los adventistas. La doctrina de la justificación por la fe con sus dos énfasis sobre la fe salvadora en Cristo y los mandamientos de Dios está, declara Knight, entre “las grandes verdades del cristianismo evangélico”.[23] Así, Elena G. de White podía decir que el mensaje recibido en 1888 “no era nueva luz, sino que era la antigua luz situada donde debía estar en el mensaje del tercer ángel”.[24]

     Este es el mensaje que oí predicar, enseñar, y confesar hace veinte años cuando me inscribí en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día. Habiendo servido como pastor en una iglesia evangélica, yo estaba ansioso de ver si Cristo vivía o no en el adventismo. Para mi sorpresa, prácticamente cada uno de cuantos conocí en el seminario era un adventista evangélico. No conocí adventistas de ninguna otra clase. Ni tampoco los conozco ahora.

     La justificación/justicia por medio de la fe ha sido fundamental para el adventismo, y todavía lo es. Mucho de la crítica de. legalismo que se le hace al adventismo se basa en la ignorancia, el prejuicio, los cambios dentro de la comprensión evangélica de la justificación por fe, y una falta de disposición a ver el señorío de Cristo y la obediencia cristiana como un componente esencial de la salvación y el discipulado.

     La crisis que se desarrolla en Apocalipsis 13 es la base para el fuerte clamor de los tres ángeles de Apocalipsis 14. Así, el mensaje dado a la iglesia en 1888 no es para verlo en forma estrecha. Dios usó a la iglesia adventista para rescatar este precioso mensaje y ponerlo en el contexto de las otras importantes verdades tales como el sábado, el ministerio de Cristo en el santuario celestial, su segunda venida, el mensaje del juicio de Daniel 8 y Apocalipsis 14. Dios también le ha dado a la iglesia adventista el cargo de llevar este “Evangelio eterno” en su totalidad, a todo el mundo. Por tanto, la misión adventista es más que una advertencia a aferrarse al cristianismo básico, es un llamamiento a proclamar a todo el mundo una visión correcta de la ley y el Evangelio como parte de la justificación/justicia por la fe.

     Si la Iglesia Adventista está pasando por una crisis de identidad es posible que se deba a que hemos prestado atención a la crítica de los evangélicos durante tanto tiempo que hemos comenzado a creerla. ¡Lo que se necesita para recuperar nuestra identidad es el reestudio y el reavivamiento del mensaje bíblico que hizo de este movimiento una fuerza espiritual en el mundo!

Sobre el autor: Doctor en ministerio, es maestro de predicación y adoración en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día, Universidad Andrews.


Referencias:

[1] Kenneth R. Samples, “The Recent Truth About Seventh day Adventism”, Christianity Today 5 de febrero de 1990, pág. 19.

[2]  A. G. Daniells, Christ Our Righteousness (Washington, D. C.: Review and Herald Publishing Association, 1929) pág. 21.

[3]  Id., pág. 23

[4]  Id., pág. 22

[5]  Id., pág. 29

[6] Elena G. de White (Mountain View, Calif.: Pacific Press, Pub. Assn., 1923), págs. 91,92.

[7] John F. MacArthur, Jr. The Gospel Accordmg to Jesús (Grand Rapids: Zondervan, 1988), pág. 169.

[8]  Id, pág. 170.

[9]  Id., pág. 173.

[10] Id., pág. 190.

[11] Donald G. Bloesch, The Crisis of Piety (Colorado Springs: Helmers and Howard, 1988) pág. 7.

[12]  Id., pág. 19.

[13]  Id., pág. 16.

[14]  Id., pág. 17.

[15] Ibid.

[16]  Id., pág. 19.

[17]  Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship (New York: The Macmillan Co., 1957), pág. 37.

[18] Id., pág. 42.

[19] Id, págs. 43,44. (El énfasis es nuestro).

[20]  MacArthur, pág. 177.

[21]  Daniells, pág. 83.

[22] Id, pág. 85.

[23] George Knight, Angry Saints (Hagerstown, MD.: Review and Herald Pub. Assn., 1989), pág. 128.

[24] White, Selected Messages, tomo 3 (Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1980), pág. 168.