Con sus 206 huesos, 639 músculos, 4 millones de sensores del dolor en la piel, 750 millones de alvéolos en los pulmones, 16.000 millones de células nerviosas, y 30 billones de células en total, el cuerpo humano está diseñado notablemente para la vida
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1: 26, 27).
Desde el mismo principio la humanidad ha estado fascinada con la forma y la función del cuerpo humano. No tiene igual en belleza y sencillez de líneas. Como máquina, el cuerpo humano es la obra cumbre de la creación de Dios, realizada el sexto y último día de creación, al cabo del cual Dios vio que todo lo que había hecho era “bueno en gran manera”.
Químicamente, el cuerpo no tiene rival en cuanto a complejidad. Cada una de sus 30 billones de células es una diminuta fábrica que realiza unas 10.000 funciones químicas. Y cada célula tiene 1012 (un billón) de bits… ¡equivalente a la suma de las letras contenidas en 10 millones de libros! Además, cada una se reemplaza cada siete años. Cada una es independiente y, sin embargo, coopera con muchos millones de otras células.
Aun cuando hay más de 4.000 millones de personas vivas actualmente, cada cuerpo es tremendamente costoso (y pensar que en este mundo nacieron unos 50.000 millones de seres humanos desde los días de Adán). Si sus componentes químicos tuvieran que comprarse en el mercado, un cuerpo humano de tamaño mediano costaría por lo menos 6 millones de dólares.
Los miles de millones de partes del cuerpo trabajan todas como un equipo. Sus 206 huesos proveen la estructura y sus 639 músculos le permiten moverse con exactitud y precisión increíbles. Su equilibrio es tal que podemos realizar proezas acrobáticas y sin embargo tener tal fuerza que existen numerosos casos de levantamiento de pesos enormes. Abundan en los registros médicos casos de personas normales que evidenciaron fuerza increíble bajo situaciones adversas. Una vez Maxwell Rogers levantó el extremo de un auto que pesaba más de 1.600 kilos. El gato que lo mantenía en alto había cedido y el auto había apretado a su hijo debajo de él.
La fuerza del cuerpo humano desarrollado es fenomenal. Paul Anderson, de Toccoa, Georgia, levantó casi tres toneladas de peso muerto. Por años se lo llamó el hombre más fuerte del mundo. Fue también el primer hombre en la historia que pudo levantar pesas de 180 kilos. El récord lo tiene ahora Leonid Zhabotisky de la Unión Soviética, que levantó 218 kilos. El hombre fue hecho a imagen de Dios, y uno de los títulos de Dios es “el Fuerte de Israel” (Isa. 1: 24).
Nuestro cuerpo está controlado y coordinado por más de 16.000 millones de neuronas y 120 billones de “cajas de conexión” en un conjunto de circuitos nerviosos inmensamente complejo. El sistema es muy semejante a la red telefónica de un país moderno. Y ¡todo esto se encuentra alojado en un cerebro y médula espinal que pesan muy poco más de un kilo y un cuarto! En comparación, una abeja tiene solamente 900 células nerviosas, y una hormiga, sólo 250. En las fibras de mayor diámetro, los impulsos viajan a razón de casi 500 kilómetros por hora. En suma, el cerebro humano y su sistema nervioso es la disposición más compleja de materia que se encuentra en el universo conocido. Todos los sistemas del cuerpo funcionan como una unidad para permitir al hombre correr, cantar, recordar, crear y realizar millares de otras tareas fenomenales que generalmente damos por sentadas.
Somos increíblemente complicados también en otros aspectos. En un diccionario enciclopédico, los adjetivos que se refieren a las disposiciones humanas son 17.958. Todas esas palabras describen las formas en las que los individuos pueden categorizarse potencialmente: valiente, bondadoso, liberal, poderoso, etc. Cuando se añaden a esta lista las posibles tendencias de conducta, talentos, capacidades, gustos, intereses, actitudes y valores -tales como gozar en coleccionar sellos postales, en viajar, de la música, o aun con pensamientos y sentimientos interiores, se obtiene un número prácticamente infinito. Un hombre de ciencia estimó que nuestro cerebro, en promedio, procesa más de 10.000 pensamientos y conceptos cada día, y algunas personas procesan un número mucho mayor.
Las hazañas atléticas deslumbran a millones, pero la voz humana captura aún más nuestros corazones y mentes. Todas las culturas tienen su música, y cantar glorias a Dios es una parte destacada de casi todo acto de culto. Algunas de las más hermosas composiciones musicales de la historia fueron escritas para glorificar a nuestro Hacedor. Pablo dijo: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor” (Efe. 5: 19). Y las voces más hermosas de la historia han cantado al Señor en una amplia gama de notas que la voz humana puede producir. La nota más alta que se registra cantada por una voz normal es el cuarto do y la más baja es el gran mi bemol.
Se puede escuchar la voz humana hasta unos 200 metros de distancia, aunque en la práctica se la ha podido escuchar hasta unos diez kilómetros.
Las cuerdas vocales producen una amplia gama de sonidos, los que, modificados por la lengua, los dientes, los labios y los movimientos de las mejillas, forman las palabras. El idioma inglés contiene más de un millón de palabras, aunque la persona corriente conoce sólo unas 50.000. El sistema vocal, aunque capaz de articular centenares de millones de palabras diferentes, habla un total de sólo 4.800 palabras diferentes por día. El cuerpo también comunica informaciones como lo hacen las palabras. Con los ojos, los labios y los movimientos de los músculos faciales se han catalogado más de. 4.000 mensajes diferentes, todos los cuales son comunicados en silencio por nuestro rostro. El temor, la ira, la felicidad y la preocupación son unos pocos de estos mensajes que transmitimos muchas veces por día.
El oído humano, con sus 24.000 células especiales que convierten las vibraciones en impulsos eléctricos, es capaz de oír sonidos de una energía acústica asombrosamente baja. En condiciones favorables, una persona puede percibir ondas de sonido con una energía de solamente un diez mil billonésimo de vatio. Esto es tan poca energía que, si nuestros oídos fueran tan sólo un poco más sensibles, podríamos escuchar realmente el choque de las moléculas en el aire.
Si consideramos el ojo, encontramos que la cantidad de radiación (energía luminosa) necesaria para estimular el nervio óptico humano es tan pequeña, que, si se pudiera convertir en energía luminosa la energía mecánica necesaria para levantar una arveja hasta 2,5 cm de altura, proveería suficiente estímulo para activar el nervio óptico.
Para hacer funcionar esta maravillosa máquina, necesitamos energía y materiales de construcción. El kilo y medio de alimentos que tomamos diariamente es masticado por 32 dientes (una de nuestras posesiones más preciosas), donde se mezcla con saliva, un digestivo suave producido por cinco glándulas ubicadas en la boca. Pasa luego por el esófago y la digestión continúa en el estómago, un órgano maravilloso que debe disolver el alimento y al mismo tiempo no disolverse a sí mismo. El ácido que contiene destruiría el barniz de una mesa de cocina en segundos. Si este delicado equilibrio se destruye, resultan las úlceras (el proceso en el cual el estómago se digiere a sí mismo). La comida pasa luego al intestino delgado, un tubo de unos seis metros de largo que absorbe las vitaminas, los minerales y los alimentos, y los conduce al torrente sanguíneo; luego pasa al intestino grueso, de 1,50 m de largo, que absorbe el agua y otros líquidos. Estos son, entonces, los componentes de nuestro aparato digestivo que tiene unos diez a doce metros de longitud.
Toda persona traga comida y saliva unas dos mil veces cada 24 horas. Nuestro corazón late más de 100.000 veces cada día para impulsar la sangre a lo largo de unos 270 millones de kilómetros dentro del cuerpo. Hacemos unas 23.800 inspiraciones por día para introducir en nuestros pulmones 11.826 litros (11,826 m3) de aire. Los conductos para el aire hacia los pulmones están recubiertos por glándulas que segregan una película mucosa pegajosa. El mucus actúa como el papel cazamoscas, capturando gérmenes y polvo de modo que puedan ser barridos por las cilias, miles de pelitos microscópicos que van y vienen doce veces por segundo. Se mueven con mayor velocidad cuando se dirigen hacia la garganta que cuando se mueven hacia el estómago, empujando miles de bacterias y partículas de polvo hacia arriba, hacia la garganta, donde son deglutidas y resultan inofensivas en el tracto digestivo.
El aire pasa a través de la tráquea a los pulmones, cuyo propósito es intercambiar gases: tomar el oxígeno vital y eliminar el dióxido de carbono venenoso y otros productos de desecho del metabolismo corporal. Este proceso se realiza en más de 750 millones de pequeños sacos aéreos llamados alvéolos. Si se los extendiera, cubrirían una superficie de 54 m2, 25 veces mayor que la de nuestra piel.
El cuerpo tiene un sistema notablemente complejo para mantener su temperatura alrededor de 37°C (98.6°F). Algunos seres humanos, sin embargo, han podido sobrevivir en temperaturas anormalmente bajas por largos períodos. Dorothy May Stephens experimentó un descenso de temperatura interna que la llevó a 19°C (34°F) por debajo de lo normal. Fue hallada inconsciente una mañana de invierno de 1951 con 18°C (64,4°F) de temperatura. La Sra. Stephens sobrevivió sólo debido a la adaptabilidad del cuerpo y a los heroicos esfuerzos del hospital. El récord, sin embargo, lo mantiene Vicky David, de sólo dos años de edad, que en 1955 fue encontrado inconsciente con una temperatura de 16°C (60°F) ¡y sobrevivió!
Estos extremos ilustran sólo la capacidad del cuerpo para sobrevivir. Normalmente éste tiene un sistema increíblemente eficiente que casi siempre mantiene la temperatura dentro de parámetros extremadamente reducidos, y que normalmente experimenta menos de un grado de variación. Controlado por el hipotálamo, una parte del cerebro, el cuerpo es enfriado por secreciones de líquido de las aproximadamente dos millones de glándulas sudoríparas. La transpiración es un sistema notablemente eficiente y esencial para un ajuste delicado de la temperatura del cuerpo. Por supuesto, la evaporación de la transpiración produce enfriamiento, un proceso que ocurre continuamente. El cuerpo trabaja literalmente por combustión, y la combustión de los alimentos exige oxígeno, como todos los fuegos. Por esta razón respiramos. Como en todos los fuegos, se produce calor. La transpiración en la forma de vapor, llamado transpiración imperceptible, se utiliza para enfriar el cuerpo y para controlar los ajustes minúsculos de temperatura. El resultado es que se secretan aproximadamente dos tercios de un cuarto litro de líquido cada día. Cuando tenemos frío, el problema, en general, es porque se pierde demasiado calor. A menudo, reducimos la pérdida de calor poniéndonos algo abrigado para mantener el calor del cuerpo en el interior. El cuerpo genera suficiente calor de modo que normalmente podemos mantenernos cómodos, aun con temperaturas exteriores de 40°C (-50°F) bajo cero. Sólo si la pérdida es mayor que la producción de calor, sentimos frío.
Para transmitir información acerca de la temperatura y de otras condiciones del cuerpo al cerebro, la piel sola tiene aproximadamente cuatro millones de estructuras sensibles al dolor. Además, tiene medio millón de partes sensibles al tacto y 200.000, a la temperatura. Estas “estaciones de información” mantienen al cerebro sintonizado con las condiciones del cuerpo entero. Es una complicada red de espionaje, sin paralelo en el mundo fabricado por el hombre.
Algunas personas dicen que todo esto simplemente “ocurrió” gracias a errores en la reproducción (mutaciones), y las pocas mutaciones benéficas se acumularon por la “selección natural” y por el azar. Sin embargo, cuanto más sabemos del cuerpo, tanto más nos damos cuenta de que hay mucho para descubrir todavía. Uno podría pasar la vida entera estudiando un sólo órgano o sistema (y muchas personas lo hacen). Por eso tenemos cardiólogos, hematólogos, urólogos, proctólogos, ginecólogos, neurólogos, psiquiatras, etc. En realidad, como dice el salmista: “Asombrosa y maravillosamente he sido formado” (Sal. 139: 14, Versión Moderna), y la creación de Dios es digna de alabanza.
Sobre el autor: Tiene un doctorado en Evaluación e Investigación y está trabajando en otro doctorado en Sociología. Ha escrito numerosos artículos sobre creacionismo.