Sacerdocio de todos los creyentes, desarrollo espiritual, fraternidad y discipulado son valores básicos de la iglesia en células.

Dios usa la historia para mejorar el futuro. Solo podremos tomar decisiones sabias para el desarrollo de los ministerios de la iglesia si consideramos relevante la historia; pero también, nos podemos convertir en prisioneros del pasado, al punto de descuidar las necesidades y las oportunidades contemporáneas.

El propósito de este artículo es demostrar cómo los grupos pequeños se desarrollaron históricamente para reavivar y fortalecer la iglesia, y para atender las necesidades básicas de compañerismo de la comunidad.

En la Edad Media

La historia revela los efectos negativos que la unión entre el Estado y la Iglesia, y el institucionalismo, tuvieron sobre el cristianismo. Luego del año 313, el cristianismo se convirtió en la religión nacional de Roma, bajo el liderazgo del emperador Constantino. De ser una religión ilegal, practicada en los hogares, se convirtió en la religión cultivada en grandes catedrales, tanto en Constantinopla como en Roma. Las iglesias en los hogares desaparecieron, trayendo como resultado la declinación del crecimiento numérico y espiritual. Como consecuencia, el sentido de compañerismo e intimidad fue sustituido por catedrales, rituales y formalidad. En 1456, la Biblia de Gutemberg salió de la prensa, dando inicio a la revolución tipográfica que liberaría a la Biblia del confinamiento clerical, para llegar a las manos del pueblo. Los grupos pequeños cristianos volvieron a reunirse en los hogares para estudiar las Escrituras junto al calor del hogar, despertando la espiritualidad en la vida de los participantes.[1]

Durante la Reforma

Martín Lutero defendía tres clases diferentes de culto: la liturgia en latín, la misa en alemán y los grupos de reuniones en los hogares.[2] A pesar de eso, no implantó los grupos pequeños. Reformó el vino doctrinal, pero descuidó reformar el odre estructural de la iglesia, por causa de su espíritu cauteloso, consideraciones políticas y por creer que las iglesias que respondían a sus escritos carecían de vigor espiritual. Cuando Lambert de Avignon deseó implantar los grupos pequeños en Hesse, Lutero lo desanimó, temiendo que se debilitara el cuidado pastoral de las personas más alejadas de los grupos.[3]

Una red de grupos pequeños fue implantada en 1520 por Ulrico Zwinglio. Durante los tres años siguientes, hubo un gran movimiento espontáneo de grupos pequeños en los distritos de Zurich. Lamentablemente, las reuniones en los hogares fueron prohibidas por el Concilio de Zurich, en 1525, porque sus participantes estaban enseñando el bautismo de adultos, rechazando la tradición católica.[4] El 21 de enero de 1515, uno de estos grupos desafió la decisión del Concilio y se reunió para practicar el rebautismo. Ese fue el inicio de los anabaptistas. Los grupos pequeños surgieron a partir de una necesidad. Lutero tuvo que admitir que había más calidad en los cultos anabaptistas, que tanto perseguía y atacaba, que en las congregaciones luteranas. Los anabaptistas, que no tenían templos, se reunían en los hogares para el culto y la comunión.

Otra figura clave de la Reforma de la iglesia del siglo XVI fue Martin Bucer, que pasó una buena parte de su vida en Estrasburgo. Calvino era discípulo de Bucer, que en asuntos teológicos se posicionaba entre Lutero y Zwinglio. Pero, fue en la eclesiología y en la experimentación práctica de los grupos pequeños que se destacó entre los reformadores. Bucer creía que la santificación era un proceso y que la vida religiosa se desarrollaba por etapas. Por lo tanto, las personas necesitan asistencia para avanzar en estas etapas. Para restaurar el cristianismo primitivo, Bucer sugería una “segunda reforma” en la iglesia.[5] Esa expresión ha sido usada para defender la necesidad de los grupos pequeños.

Luego de la Reforma

Las personas insatisfechas con la forma de vida desarrollada en la iglesia anglicana fueron llamadas “puritanas”, por destacar la importancia de la pureza en la doctrina, en la eclesiología y en el estilo de vida.[6] Además del culto regular de los domingos, realizaron varias reuniones de grupos pequeños, llamadas conventicles. Las personas eran divididas en grupos de doce, conforme a su sexo, edad, profesión y raza. Entonces, se reunían en los hogares, para orar, estudiar la Biblia y escuchar sermones presentados en reuniones colectivas. La opinión de los historiadores es que esos conventicles tuvieron éxito en su objetivo de transformar vidas.[7]

Los puritanos que se desencantaron con el puritanismo formaron el grupo de los cuáqueros. Al comienzo de este movimiento, los seguidores de George Fox se estremecían de emoción cuando estaban reunidos en los hogares, especialmente cuando oraban. Por esto, sus oponentes los llamaron cuáqueros; es decir, “los que tiemblan”. Deseando restaurar el cristianismo, sintieron que los edificios, la liturgia y los sacramentos no eran importantes. Si bien siguieron asistiendo a las reuniones de culto, pasaron a reunirse también en los hogares para orar y estudiar la Biblia.[8]

Los grupos pequeños también fueron practicados por el movimiento pietista, que pretendía ser una renovación del protestantismo (reforma de las enseñanzas, no del estilo de vida). Philip Jacobo Spener inició el programa de grupos pequeños en 1670, para estimular el estudio de la Biblia, promover las buenas obras, animarse mutuamente y supervisión. Spener llamaba a sus grupos collegia pietatis (grupos religiosos).[9] Esos grupos se reunían dos veces por semana, y eran frecuentados por hombres y mujeres que discutían el sermón del domingo, usando libros devocionales y la Biblia. En la Universidad de Leipzig, entre 1689 y 1692, y más tarde en la ciudad de Halle, August Hermann Franckle inició un grupo pequeño frecuentado por destacados miembros de la sociedad y de la familia imperial. Probablemente, Zinzendorf, líder de los moravos, haya asistido a las reuniones de los collegia. Allí, él comenzó siete de esos grupos con sus amigos.

En 1722, el conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf, aristócrata criado en una familia pietista luterana, estableció un campo de refugiados religiosos provenientes de Moravia en Bohemia, en sus tierras, en Sajonia. Esa comunidad, más tarde llamada Herrnhut (abrigo del Señor), se desarrolló con una fuerte estructura de grupos pequeños, para convertirse en el mayor movimiento misionero protestante del mundo hasta entonces.

Cuando se organizó la comunidad de Herrnhut, se usaban tres clases de grupos pequeños. El primero, formado por hombres casados, era llamado Banden (tiras), y tenía participación voluntaria. Las reuniones eran en los hogares, con duración de una hora, para confesión y oraciones mutuas. Cada uno hablaba sobre su vida espiritual honesta y abiertamente.

Los “coros” dividían a los miembros en grupos homogéneos: casados, viudas, jóvenes, adolescentes, etc. Finalmente, surgieron las “sociedades de la diáspora”, establecidas como grupos de misioneros que viajaban a otras tierras, donde se reunían en los hogares para orar y leer. Mientras que los “coros” eran designados para la enseñanza, las “tiras” consistían solo en reuniones de ánimo.[10]

Francia también tuvo ejemplos de grupos pequeños organizados por un noble católico llamado Gastón de Renty. Luego de tener un encuentro transformador con Cristo, Renty animó a su generación a la práctica de la santidad y dedicó su vida al cuidado de los pobres, transformando su castillo en un refugio para campesinos. Este trabajo fue realizado gracias al desarrollo de una red de cincuenta grupos pequeños, con aproximadamente mil miembros, que también se ocupaban de la oración, el estudio de la Biblia y la búsqueda de la santidad.

Renty veía el servicio cristiano como el contexto para el desarrollo de la santidad personal. Por eso, se fundaron hospitales y escuelas accesibles a los pobres. Más tarde, este modelo fue copiado por Wesley, que mantuvo sus grupos pequeños apartados del énfasis en el misticismo y la introspección, por reconocer que la preocupación excesiva en la espiritualidad podría llevar a una actitud egoísta.[11] La obra de Renty evidencia el deseo de imitar a la iglesia cristiana primitiva, y el deseo de crecer en santidad a través del compromiso misionero y de la acción social.

Samuel Wesley, padre de John Wesley, sentó las bases para una clase de sociedad religiosa entre 1701 y 1702. Su esposa, Susana, inició en su hogar reuniones que crecieron de tal manera que su esposo, alarmado, le pidió que parara. Ella se rehusó a hacerlo, y John Wesley dio continuidad al movimiento. Luego de su experiencia con el Club de Santidad en Oxford, que se reunía para promover la religión práctica, Wes- ley fue invitado por Whitefield para predicar al aire libre, en Bristol.[12] Percibiendo que no era suficiente con solo predicar, tuvo que encontrar un medio de mantener el Cielo en el corazón de su pueblo.[13]

En 1742, el Señor inspiró a Wesley para que desarrollara las “Clases metodistas”, que se reunían en los hogares para compartir experiencias espirituales, sin preocupación por la doctrina o la información bíblica.[14] El programa iniciaba con un himno, seguido por el testimonio del líder acerca de su experiencia en esa semana: luchas, tentaciones y fallas, dando oportunidad para que otros hicieran lo mismo. Los grupos alcanzaban el máximo de doce personas que, a partir de allí, de dividían para iniciar un nuevo grupo. Más tarde, elaboró una red de grupos vinculados entre sí, que incluían las sociedades, las reuniones de la clase, las “tiras”, los grupos de los penitentes y las sociedades selectivas. Tan grande era la convicción de Wesley acerca de la importancia de los grupos pequeños que decidió no desperdiciar tiempo con personas que se rehusaran a formar parte de ellos.[15]

Lecciones

Todo lo que vimos hasta aquí, de acuerdo con Bunton,[16] arroja las siguientes reflexiones: Universalidad. Los grupos pequeños surgieron en diferentes períodos históricos, confesiones religiosas y ambientes socioculturales. Variaron desde los primeros siglos de la Era Cristiana, pasando por la Edad Media y los siglos XVI, XVII y XVIII. Las referencias culturales van desde Palestina hasta Escandinavia, Suiza, Inglaterra, Francia, Alemania, Asia y Estados Unidos. Los grupos pequeños han sido usado por confesiones tan diversas como anglicanos, luteranos, puritanos, cuáqueros, bautistas, moravos, metodistas y católico-romanos. También es posible observarlos alcanzando los más diversos niveles sociales.

Motivación. Una variedad de motivaciones para el establecimiento de los grupos pequeños puede ser discernible a lo largo de la historia. Primeramente, se creía que la iglesia debía ser restaurada y modelada conforme a la iglesia del Nuevo Testamento, que se reunía en los hogares, en comunidades pequeñas. En segundo lugar, había una búsqueda de santidad ética y personal. Finalmente, se percibió la utilidad de los grupos pequeños para atender las necesidades materiales y espirituales de los participantes o no participantes.

Justificación. La principal justificación para los grupos pequeños era el retorno a las prácticas de la iglesia primitiva. Textos como Mateo 18:15 al 20 fueron usados por Lutero, Bucer y Spener para legitimar la implementación de los grupos pequeños.

Valores fundamentales. Los grupos pequeños florecieron debido a un sistema de valores y una base teológica que dio sustento al programa. Adoptarlos por razones solo organizativas es perder el foco. Por otro lado, los eruditos concuerdan en que la estructura de los grupos pequeños es vital para la iglesia, tanto en términos organizativos como por otras ventajas que ofrecen para el cumplimiento de la misión. Los valores básicos fundamentales para la práctica de los grupos pequeños son: enseñanza bíblica del sacerdocio de todos los creyentes, deseo de alcanzar una mayor espiritualidad, deseo de ser responsables los uno por los otros y de alcanzar a los perdidos.

En lo que atañe a la santidad personal, hay mayor eficacia en la vida corporativa que en la individual. Los grupos pequeños son el mejor ambiente para la enseñanza, la disipación de dudas y el diálogo sobre los diversos asuntos, sin miedo a juzgamientos ni rechazo. Este sistema es transcultural; puede florecer en diferentes culturas y ambientes, atendiendo a la necesidad básica de pertenecer a un grupo.

Movimiento. Los grupos pequeños prosperan cuando existe un líder que comunica la visión y articula el propósito del movimiento. De hecho, es necesario que integren una red de grupos. Las células aisladas tienden a no desarrollarse, al contrario de lo que sucede cuando se deja en claro su misión y su identidad. Es necesario definir las razones de su existencia, las reglas de participación y las metas que deben ser alcanzadas.

El funcionamiento de los grupos pequeños es ideal solo cuando la renovación del movimiento se convierte en un objetivo, ya sea para revigorizar la confesión religiosa existente o para establecer un nuevo núcleo. Los que inician nuevas iglesias parecen tener más éxito que los que buscan reformar las antiguas.

Multiplicación. Ese era el blanco de algunas de las redes más exitosas de grupos pequeños. Así fueron las sociedades de la diáspora y las clases metodistas.

Liderazgo capacitado. Es fundamental, para el éxito de los grupos pequeños, que sus líderes sean adecuadamente entrenados. Necesitan tener encuentros para el aprendizaje, la inspiración, el apoyo mutuo, y deben ser modelos para los demás. La importancia del carácter en la selección de los líderes fue tenida en gran estima por Wesley, que valoraba el crecimiento en la santificación de los grupos.

Constitución y objetivos. Los grupos pueden ser multifuncionales. Hemos visto que varios de ellos proveen cuidado pastoral, asistencia práctica en las áreas de discipulado, enseñanza, oración, acción social y evangelización. Además de esto, los grupos deben tener, como blanco, atender las necesidades de las personas de la comunidad exterior al igual que las de los miembros del grupo; deben ser abiertos a los incrédulos.

Lugar de reuniones. Las células funcionan mejor en los hogares o en ambientes informales. Observaciones realizadas por Martin Bucer y Spener sugieren que las reuniones de grupos pequeños en la casa del pastor o en edificios de iglesias tuvieron un efecto desestimulante. Los moravos aconsejaban las reuniones en las iglesias. Tal vez esos ambientes causen fatiga cognitiva en los miembros del grupo.

Contextualización. Se trata de la adaptación de los principios y los valores básicos a la cultura y la sociedad en que las células están inmersas. Por ejemplo, no se debe intentar imitar algunas prácticas de Wesley, que hoy son extrañas, como el uso de entradas o tickets.

Ministerios especiales. Wesley descubrió que ciertas personas tenían problemas con los que era difícil lidiar. Por eso, creó las clases rehabilitantes, semejantes a las de los alcohólicos anónimos, para atender esos casos específicos.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de las Facultades Adventistas de Bahía, Rep. Del Brasil.


Referencias

[1] Kurt Johnson, Small Group Outreach (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1978), p.16.

[2] Martín Lutero, en Helmut T. Lehmann, Luther’s Works (Philadelphia: Fortress Press, 1965), p. 53.

[3] Peter Bunton, Cell Groups and House Churches: What History Teaches Us (Ephrata, PA: House to House, 2001), p. 7.

[4] E. Earle Cairns, Christianity Through the Centuries: a History of the Christian Church (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), p. 295.

[5] William A. Beckham, The Second Reformation: Reshaping the Church for the 21 s Century (Houston, TX: Touch, 1997).

[6] B. K. Kuiper, The Church in History (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1978) pp. 9,10.

[7] Richard Baxter, O Pastor Reformado (Sao Paulo, SP: PEC, 1989) pp. 169, 170.

[8] B. K. Kuiper, Ibíd., p. 269.

[9] Ibíd.

[10] D. Michael Henderson, John Wesley’s Class Meeting: a Model for Making Disciples (Nappanee, IN: Evangel Publishing House, 1997), p. 60.

[11] Ibíd., p. 48

[12] Mark Shaw, Ten Great Ideas from Church History (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1997), p. 100.

[13] Joel Comisky, Home Cell Group Explosion: How Your Small Group Can Grow and Multiply (Houston, TX: 2002), p. 23.

[14] D. Michael Henderson, ibíd., p. 100.

[15] John Telford (editor), John Wesley’s Letters 1931, p.154.

[16] Peter Bunton, ibid., pp. 73-80.