Canonización, de acuerdo con Leiman, es “el proceso mediante el cual un libro sale del reino de lo ordinario y se convierte en autorizado para la práctica o doctrina religiosa para todas las generaciones”.[1] Pero, ¿fue cualquiera de los libros bíblicos alguna vez “ordinario” antes de llegar a ser autorizado? Las suposiciones interpretativas -es decir, la hermenéutica- ayudan a precisar la respuesta.

            Este artículo usa una hermenéutica canónica. Comienza con el texto canónico, acepta la información que hay en él como histórica y busca conclusiones congruentes con esos hechos. Tiene que ver con el desarrollo del canon, presenta algunos nuevos términos para el discurso canónico, analiza enfoques hermenéuticos para la canonización, y finalmente trata la cuestión de un canon “cerrado”. La mayoría de las discusiones se relacionan con el Antiguo Testamento, aunque el principio se aplica también al Nuevo.

Canonización: términos y ejemplos

            El significado original de la palabra canon es “vara de medir”, que se usaba como nosotros usamos hoy palabras como “norma”, o “criterio”[2]. La iglesia primitiva usaba la palabra para denotar “la lista autorizada (canónica) de libros que pertenecen a la Biblia”[3]

            Obviamente, el canon bíblico no se completó al mismo tiempo. Si pensáramos del canon en términos de un bebé saludable nacido a su tiempo, podríamos ponerle una etiqueta muy útil a cada etapa de su gestación. Un feto es totalmente humano sin que esté necesaria y totalmente desarrollado. Lo mismo ocurre con el canon – desde la concepción a través de toda la gestación – fue plenamente autorizado, aunque no estaba totalmente desarrollado.

            Transcurrió un tiempo entre la composición inspirada de una obra y el de su colocación en el canon epicronos (en ese tiempo). Para referimos a este intervalo, podríamos usar el término eisocanon: es decir, el libro como tal es autorizado desde el principio, pero está en camino (eiso) a formar parte de la colección autorizada. El intervalo fue breve para la mayoría de los libros del Antiguo Testamento. Josué y Samuel llegaron a ser parte del canon epicronos mientras vivían sus autores (véase Jos. 24:26 y 1 Sam. 10:25). Daniel aceptó a Jeremías como autorizado muy poco tiempo después de su redacción (véase Dan. 9:2; Jer. 25:11-12). Ezequiel, contemporáneo de Daniel, ya había escuchado la proverbial fama de este último para el año doce del cautiverio babilónico (Eze. 14:14, 20; 28:3; cf. 33:21 y 26:1; 29:1).

            El libro de Salmos es un claro ejemplo del desarrollo epicronos de la canonicidad. Es también un ejemplo de la subcanonicidad: una colección más pequeña de obras, así como una obra sola desarrollándose en una colección más grande (véase la tabla de la pág. 16). Durante la vida de David aproximadamente el 49 por ciento del canon sálmico salió de sus manos. Sin embargo, los escritores de salmos, Asaf, Hernán y Etán, fueron contemporáneos suyos (1 Crón. 15:19)- A partir de la evidencia interna, la mayoría de los salmos fueron compuestos y/o compilados durante el reinado de David (véase 25:1-6).

Tres enfoques de la canonización

            Consideraremos ejemplos de dos grandes enfoques en el estudio de la forma en que se desarrolló el canon. También veremos el enfoque de un gran erudito adventista.

            Un enfoque histórico-crítico. Leiman escribió, como si fuera un hecho indiscutible: “Si bien poseemos un conocimiento considerable del mensaje de la Biblia, no conocemos prácticamente nada acerca de su historia literaria. No sabemos, por ejemplo, cuándo o dónde se publicaron primero los libros bíblicos, o cómo lograron su admisión en ese selecto grupo de escritos que llamamos la Biblia Hebrea”.[4]

            Sin embargo, Leiman reconoció un elemento clave en las conjeturas de la erudición histórico-crítica. El declaró que “la mayoría de las alusiones a la literatura canónica se refieren a la Torah o porciones de ella. Son particularmente problemáticas a causa de la ambigüedad de numerosos términos que se usan para describir la Torah o sus porciones, y a causa de la dificultad para fechar los pasajes que imputan la noción de canonicidad a los períodos más primitivos de la historia israelita”.[5]

            Aquí, la duda metodológica admite que hay un problema con la aceptación del testimonio interno del canon para la canonicidad temprana. Leiman vio las implicaciones de los pasajes que lo atestiguan (e.g. Exo. 24:4, 7, 12; 32:15; Deut. 9:9ff; 1 Rey. 2:3; 8:9).

            Un enfoque conservador. Según Vasholz, la visión de un desarrollo tardío del canon del Antiguo Testamento no toma en cuenta seriamente al menos uno de los aspectos de la canonicidad del Antiguo Testamento: El “Antiguo Testamento mismo, vigorosa y repetidamente, afirma que es la ‘Palabra de Jehová’… Siempre se proyecta a sí mismo como obligatorio, autorizado y dado por Dios… La idea de 2 de Samuel 23:1-3, ‘El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha sido en mi lengua’, es penetrante. El Antiguo Testamento nunca se desvía de esto”.[6]

            La generalización de Vasholz, afirmada con demasiada insistencia, afronta problemas con Rut, Esdras, Ester, Nehemías, Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés. Ninguno de estos libros del Antiguo Testamento pretende que “la palabra de Jehová” vino a sus autores.

            En realidad, la mayoría de los libros del Antiguo Testamento no son explícitos en cuanto a la identidad de su autor. No se hace ningún reclamo especial para Génesis, tampoco para Reyes o Crónicas, independientemente de lo que pueda inferirse a partir de la mención de profetas como Natán (1 Rey. 1:8, 10, etc.), Ahías (11:29), Jehú (16:17), Elias (17:1) y 100 de los colegas de Elias que no se mencionan por nombre (18:4). Es probable que los profetas cronistas hayan registrado los eventos del reino de sus días.

            Sólo Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Jonás, Miqueas, Hageo y Zacarías dicen que hablaron con la autoridad de Dios. Añadiendo a Moisés (Exo. 17:14; 24:4; Núm. 32:2; y Deut. 31:24), Josué (Jos. 24:26) y Samuel (1 Sam. 10:25) se alcanza un total de sólo 15 de los 39 libros individuales.

            Los profetas no trataron de explicar la fuente de su autoridad. Amos incluso negó que fuera profeta (Amos 7:14). Y a Jesús se le preguntó explícitamente con qué autoridad hablaba y sagazmente se negó a responder (Mat. 21:23-37).

            Es cierto que Vasholz sostuvo que los antiguos escritos del Medio Oriente tienen ejemplos de líderes religiosos que también decían haber recibido palabras de sus dioses; pero ninguno lo pretendió en el contexto de un amplio testimonio público, como el Monte Sinaí. Eso es atributivo del Antiguo Testamento.[7]

            Hermenéutica adventista. La investigación canónica adventista es un campo prácticamente agreste. Sólo el finado Gerhard Hasel hizo una contribución significativa en esta área. De acuerdo con él: “La inspiración es… la cualidad interna esencial de la Escritura de la cual deriva su autoridad”.[8] También “la Biblia es el producto de las decisiones humanas basadas en las normas y eventos socioculturales en la historia del pasado que pueden ser reactualizadas en el presente”, o “los seres humanos llegaron a reconocer la autoridad de la Escritura a causa de la naturaleza y cualidad inherentes de los escritos de la Biblia como la Palabra de Dios que se autentifica y valida a sí misma”.[9]

            Si es así, ¿cómo supieron las comunidades establecer la verdadera” inspiración? Pasajes como Deuteronomio 13:1-5, 18:5-22, Isaías 8:20. Mateo 7:15-16, 1 Corintios 14:29 y 1 Tesalonicenses 5:20,21 entre otros, revelan el rol de la comunidad de fe.

            Hasel arguye correctamente que una sección o un libro entero en particular llegaron a ser autorizados en el mismo momento en que fueron escritos.[10] Sin embargo, de acuerdo con los pasajes arriba citados, todos los profetas y/o todos los escritos proféticos (después de Moisés y Josué) tuvieron que ser, o verificados o rechazados por la comunidad de fe.

            Históricamente el Pentateuco proveyó el primer criterio para evaluar los escritos subsiguientes. Hasel concuerda con la primacía del Pentateuco.[11] Pasajes como Deuteronomio 13:1-5 y 18:5-22 indican no sólo que vendrían los verdaderos mensajeros, sino también los falsos. Es por eso que Moisés pregunta: “¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?” (Deut. 18:21).

            En un intento por evitar que la comunidad de fe tuviera un rol determinante en el desarrollo del canon, Hasel presentó la teoría de que “la Biblia es canónica antes que la canonicidad sea reconocida por cualquier comunidad de fe”.[12] Sin embargo, un cuerpo de escritos no es autorizado a menos que lo sea por un cuerpo de creyentes. No hay canon sin alguna comunidad de fe y no hay comunidad de fe sin algún tipo de canon.

            Hasel propuso que “esa autoridad intrínseca, dada a través de la inspiración divina, tanto implica como produce la canonicidad”.[13] La “inspirada Palabra de Dios es, por su propia naturaleza, ‘Escritura’, y es canónica desde el momento en que fue registrada en forma escrita por la mano del escritor inspirado”.[14] Equiparar canon con Escritura es útil para explicar lo que hay en la Biblia. Pero no es útil, sin embargo, para responder por lo que no está en la Biblia.

            Al parecer, doce obras proféticas no “canónicas”[15] aparecen en la Biblia. ¿Por qué no están en el presente canon si la inspiración en, de y por ella misma, hace a un libro inherentemente Escritura? ¿Cuál fue el criterio para no “afirmarlas”.[16] Obviamente, todo lo que está en el canon es inspirado y autorizado, pero no todas las cosas inspiradas y autorizadas están eh el canon.

            El uso que hace el Nuevo del Antiguo Testamento no es prueba suficiente para la canonicidad y autoridad del Antiguo. El Nuevo Testamento no cita a 15 libros canónicos del Antiguo Testamento: Josué, Jueces, Rut, 2 Reyes, 1 y 2 de Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Lamentaciones, Abdías, Nahum y Sofonías.[17] ¿Significa esto que no son canónicos? Por supuesto que no.

            Para resumir La hermenéutica de Leiman no puede dar razón de la canonicidad primitiva de lo que está en el canon; la solución de Hasel no puede dar razón de lo que no está en el canon; y Vasholz, aunque es sólido en la primacía primitiva del Pentateuco, sobrevaloró parte de la autoridad canónica para poder hacerlo.

Un canon dinámico

            Uno podría decir que la idea de un canon “cerrado’’ es una construcción teológica. Pero podemos decir ciertamente que la Biblia es el “presente” canon. Deberíamos decir también que la Biblia muestra una mayor actividad profética de la que puede establecerse simplemente contando libros.

            Si bien no defendemos un canon extendido, el canon actual demuestra un crecimiento dinámico y no estático y terminal. Colectivamente, el canon nos invita a esperar, escuchar y verificar el ininterrumpido ministerio del Espíritu.

            La experiencia de Cristo en el desierto, en el contexto de su bautismo, ejemplifica esta expectativa. La voz celestial había testificado que Jesús era el Hijo amado en quien Dios se complacía. Cuando fue tentado por Satanás a dudar de su origen divino, Cristo resistió y se apoyó tanto en la Palabra viviente (véase Mat. 3:16) como en la Palabra escrita: “Toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4; cf. Deut. 8:3).

            Dios no ha cancelado su derecho a ser escuchado con autoridad tanto en el canon preservado como a través del profeta viviente. El canon es paradójicamente más, y a la vez lo mismo, que los autores humanos, eventos, culturas y géneros literarios. La divinidad y la humanidad están igualmente involucradas. Toda esa participación humana debiera ayudamos a verlas Escrituras por lo que son a nivel humano: una deformación de la realidad para algunos. Toda esa participación divina debiera ayudamos a ver las Escrituras por lo que son desde una perspectiva divina: una verdad perturbadora para otros.

Sobre el autor: es pastor asociado de la Iglesia Adventista del Séptimo Día Hispana, Panamericana en Hacienda Heights, California.


Referencias:

[1] Sid Z. Leiman, The Canonization of the Hebrew Scripture: The Talmudic and Midrashic Evidence, tomo 47 of the Transactions of The Connecticut Academy of Arts and Sciences (Hamden, Conn.: The Shoe String Press, Inc., 1976), pág. 9.

[2] Gerhard F. Hasel, “Divine Inspiration and the Canon of the Bible”, Journal of Adventist Theological Society (Primavera 1994), pág. 71.

[3] Ibíd.

[4] Leiman, pág. 9- El énfasis es nuestro.

[5] Id., pág. 19. La cursiva es nuestra.

[6] Vasholz, pág. 2.

[7] Vasholz, pág. 9.

[8] Hasel, pág. 68

[9] Ibíd.

[10] Id., pág. 73.

[11]Id., págs. 93,94.

[12] Id., pág. 98.

[13] Id., pág. 99.

[14] Id., pág. 79.

[15] “No canonizados”, porque no están individualmente en el canon actual. Fueron obviamente “canónicos” en el sentido de inspiración y autoridad, y son sin duda un subcanon de libros como Reyes y Crónicas.

[16] En el canon del Nuevo Testamento, por ejemplo, la carta de Pablo a los Corintios que precede a 1 de Corintios (1 Cor. 5:9) y a los Laodicenses (Col. 4:16).

[17] Véase “Index of Quotations: Old Testament Order” en The Greek New Testament, 3a ed. corregida, editores Kurt Aland y otros (Stuttgart: United Bible Societies, 1983), págs. 897,898.