Para quienes creen que la religión tiene como fin explicar el sentido fundamental de la vida, la transmisión de sus valores religiosos a sus hijos llega a ser una misión esencial. Los padres están ansiosos de que sus descendientes acepten las actitudes y la conducta que tanto aprecian. Y, como es de suponer, la mayoría de los hijos menores adopta patrones de pensamiento y conducta similares en cierta medida a los de sus padres.

 Sin embargo, cuando esos niños llegan a la adolescencia, frecuentemente se produce un cambio. Pueden manifestar una creciente sensación de desapego respecto del sistema de valores de sus padres, y hostilidad hacia ciertas prácticas religiosas tales como la asistencia a la iglesia y a las normas de conducta. Eso no significa que todos los adolescentes presenten estos síntomas. Algunos pueden no ser afectados, otros pueden manifestar una ligera disconformidad y otros más pueden estallar en abierta rebelión. En algunos, el distanciamiento puede iniciarse en la preadolescencia, en tanto que en otros puede no producirse hasta el período final de su adolescencia. En algunos casos, después de unos pocos años de descontento -serenos o borrascosos-, se hará evidente que los jóvenes han superado la crisis y se ajustan a un estilo de vida semejante al de sus padres. En otros, romperán todo vínculo con la iglesia de su niñez. Eventualmente, algunos volverán a unirse a ella. Otros no lo harán.

 Este fenómeno debe regir el interés de cada estudioso de la religión aplicada así como también el de cada sincero creyente cristiano. El psicólogo David Ausubel, lo denomina “la herejía adolescente”. ¿Qué razón se puede dar de este fenómeno y cómo se lo ha de prevenir o remediar?

 Sería pecar de simplismo el intento de identificar y describir la causa del distanciamiento religioso en los adolescentes. Indudablemente, los fundamentos de la conducta humana son variados y complejos. Sin embargo, es posible atar varios cabos de la experiencia de los adolescentes y discernir un patrón que revela por qué dicha “herejía” no es en absoluto anormal o irrazonable, y hasta quizá conveniente. Al mismo tiempo, este punto de vista sugerirá medidas de mejoramiento. Pero en primer lugar es necesario examinar el concepto de los “deberes del desarrollo”.

  1. Los deberes del desarrollo.

 Ciertos estudiosos de la conducta humana, tales como Erik Erikson, han dividido el lapso de la vida en una serie de etapas. Cada una de ellas presenta interrogantes, desafíos y crisis que le son particulares. En cada una deben llevarse a cabo algunos propósitos. Por lo menos hasta cierto grado es necesario tener dominio sobre esos deberes del desarrollo, para poder alcanzar la madurez correspondiente a esa etapa y preparar al individuo para afrontar el siguiente paso en su perfeccionamiento integral.

 Robert Havighurst, un psicólogo del desarrollo, proporcionó una fórmula provechosa. Dividió el período de la vida en seis etapas: 1) la infancia y la niñez temprana, 2) la niñez media, 3) la adolescencia, 4) la edad adulta temprana, 5) la edad mediana y 6) la madurez tardía. Havighurst describió los deberes que se ajustan a cada etapa.

La denominación “deberes del desarrollo” sugiere que las conductas están programadas en el proceso de maduración de un individuo de tal modo que son apropiadas únicamente en determinado tiempo. La persona no posee ni la motivación ni la capacidad para dominarlas en una etapa más temprana, pero una vez que el reloj biológico-psicológico dio la hora, el individuo se siente interiormente estimulado a intentar realizarlas. Por ejemplo, entre los deberes de la infancia y la niñez temprana se hallan el aprender a caminar y hablar. Los mismos son normales para cierto período del proceso de desarrollo.

  • Los deberes de la adolescencia.

 Dos de los deberes que corresponden al período de la adolescencia son: a) lograr independencia emocional de los padres y de otros adultos, y b) obtener seguridad de independencia económica. Íntimamente relacionada con ellos se halla la búsqueda de una identidad separada y personal. Quizá el interrogante fundamental de la adolescencia sea: “¿Quién soy?”. Los jóvenes deben llegar a ser conscientes de sí mismos en una forma que sea significativa. Tienen que aprender a relacionarse con los demás de una manera madura, obtener cierta idea de lo que harán con su vida, y formarse algún tipo de filosofía de la vida. En su imaginación. los adolescentes ensayan los papeles de cónyuges, padres, profesionales, ciudadanos y miembros de iglesia para determinar cuáles de ellos les cuadrarán mejor. Están aprendiendo a construir sistemas de valores en forma consciente y a entregarse a ellos. Esa experiencia se halla en notable contraste con la del niño pequeño que depende mayormente de sus padres para el asesoramiento constante, así como para el apoyo emocional y financiero.

 En la etapa de la infancia y la niñez temprana, resulta difícil impedir que los niños intenten caminar y hablar cuando su “calendario interno” les indica que ha llegado el tiempo de hacerlo. Coartar esas actividades podría ser causa de un severo deterioro emocional. Del mismo modo, en la adolescencia es difícil “luchar contra la naturaleza” y reprimir los impulsos hacia la independencia, la conciencia de la propia identidad y la elección de los valores personales. La presión interna por salir de la adolescencia y llegar a la edad adulta es grande, y no se la puede sofocar fácilmente. Así como algunos niños no aprenden a caminar y a hablar, así también algunos adolescentes nunca logran independencia verdadera, o fracasan en desarrollar un sistema de valores personales, pero en ambos casos se trata de un desarrollo anormal.

 Sin embargo, la obtención de independencia o emancipación es un proceso gradual. Es como si la tierra de la niñez y la de la edad adulta estuvieran separadas por un pantano sombrío. El pasaje que atraviesa ese pantano de la adolescencia no está bien definido, y sólo es posible superarlo abriéndose uno mismo el camino con dificultad. Lawrence Schiamberg ha sugerido que una de las razones de los conflictos generacionales es “la ausencia de pasos claramente definidos que señalan la retracción de la autoridad paterna sobre los hijos”.

 La vida en las culturas occidentales modernas ha agravado el problema. Durante gran parte de la historia de este mundo y en diversas culturas, la gente joven era adiestrada en gran medida en su hogar, por sus propios padres, para su ingreso en la sociedad. Los niños aprendían a desempeñar los papeles de los adultos varones (relacionados mayormente con la agricultura o la ganadería) al trabajar junto a sus padres. Las niñas adquirían los papeles adultos femeninos (en su mayoría habilidades relacionadas con el cuidado del hogar) con sus madres. En torno del período de la pubertad era frecuente que la persona joven estuviera preparada para asumir su lugar en la sociedad adulta. El adolescente tenía un sentido de responsabilidad y una seguridad en su trabajo que daban como resultado sentimientos de independencia y una conciencia precisa de su identidad.

 Hoy día, particularmente en el mundo occidental, no es tan sencillo llegar a ser adulto. En tanto que el hogar sigue siendo un factor importante, debe compartir la tarea de la socialización del niño con muchas otras influencias. Las opciones profesionales son variadas y complicadas, y se necesitan largos años de instrucción formal para seguir muchas de ellas. La explosión informativa bombardea a la juventud desde todo ángulo. La sociedad se halla sometida a cambios rápidos. Raudamente, la instrucción se torna obsoleta, de modo tal que el adulto de buen éxito en la actualidad debe adquirir habilidades que le permitan hacer frente a un ambiente en el que se producen cambios vertiginosos. Hasta las expectativas de matrimonio y paternidad han sido ampliamente cuestionadas, y reclaman una madurez y un dominio de habilidades interpersonales que no eran necesarios en el hogar tradicional de épocas pasadas. El prolongado período de transición que existe entre la maduración del adolescente en ciertos aspectos, y la falta de ella en otros, es causa de tensión en su vida, y le dificulta aún más el descubrimiento de su identidad individual.

Hilmar Wagner declara que el extenso período educativo requerido en la sociedad moderna ha dado origen a muchos de los conflictos, debido al tiempo que demoran los jóvenes en independizarse económica y emocionalmente de sus progenitores, cuando física y sexual- mente ya han madurado y están impacientes por obtener su propia identidad. William Rogers sugiere que la creciente demora entre la niñez y la responsabilidad de la edad adulta, con la dilación consecuente de la independencia, es una de las principales causas de conflicto entre los jóvenes y sus padres.

  • El rechazo de los valores paternos

 De modo que tenemos aquí a un adolescente física y sexualmente maduro, impulsado por energías que Dios le ha dado para llegar a ser un adulto responsable e independiente. Ha llegado el tiempo adecuado para ello en el esquema del desarrollo de los seres humanos. Pero en la mayoría de los casos ese individuo sencillamente no puede asumir todavía las responsabilidades de la edad adulta, pues carece de madurez emocional y depende del apoyo financiero de sus padres. Incapaz de formar todavía su propio hogar o de emprender una profesión, ese joven procura hacer, en forma subconsciente, algún otro tipo de manifestación de independencia, que puede incluir el rechazo de los valores paternos. Esta puede ser meramente una forma efectiva mediante la cual el adolescente nos está diciendo: “Vean, no soy como ustedes. Soy una persona diferente, distinta. Puedo escoger mi propio modo de vida”.

 Gordon Allport describe de la siguiente manera la relación que existe entre esa rebeldía adolescente y la búsqueda de identidad: “La bien conocida rebeldía del adolescente tiene una relación importante con su búsqueda de identidad. Es su demanda final de autonomía. El rechazar a los padres en forma total o parcial puede ser una etapa del proceso necesaria aunque dolorosa. Se trata de la contraparte adolescente del negativismo infantil”.

 Dorothy Rogers ha expresado acertadamente el mismo concepto: “La rebelión del adolescente se relaciona con su búsqueda de identidad. Es su declaración de independencia y, en su nivel, corresponde al negativismo que en su etapa más primitiva se observa en el niño de dos años de edad”. Y en la declaración de la cual se ha tomado el título del presente artículo, Ausubel explica que “hemos notado que en ciertos casos de conflicto entre padres y jóvenes, la agresión hacia aquellos se desplaza y puede dirigirse contra la iglesia, dando como resultado un tipo característico de herejía adolescente.

  • La desviación hacia un grupo semejante

 Sin embargo, el intento del adolescente de hacer una declaración de independencia no sólo es necesario a fin de preservar el sentido de la propia identidad, sino que puede ser, además, muy amedrentador. El hecho de entrar solo en un mundo complejo, sin el apoyo familiar de la madre y del padre, puede en verdad ser abrumador; y en la búsqueda de cierta seguridad para la nueva jornada, el adolescente con frecuencia se torna hacia la aprobación que pueda hallar en un grupo de pares. Como lo señala Charles Stewart, puede tratarse de una dependencia y una conformidad equivalente a aquellas de las que procura emanciparse. Pero quizá el apoyo de sus iguales forme una provechosa “estación a mitad de camino” en el trayecto que va desde la niñez hasta la edad adulta. Al haber efectuado airosamente la travesía y resuelto el problema de la identidad, disminuye en el adulto joven la necesidad de la aprobación de sus pares.

 Sin embargo, sea útil o no, el rechazo que manifiesten los padres hacia los camaradas de sus hijos puede aumentar las probabilidades de que el adolescente deseche los valores paternos. Eso es particularmente cierto cuando el clima del grupo forma una contracultura que se opone a la cultura de la generación mayor. Ausubel explica la dinámica involucrada:

 “No es sorprendente que algunas de estas singulares características estructurales de los grupos de pares adolescentes influyan en forma inevitable sobre el sistema de valores de éstos. La necesidad de conformidad coloca un premio sobre la lealtad y la conveniencia moral, estimula el esnobismo y la intolerancia, y quita importancia al valor y a la firmeza morales”.

 El proceso de rechazo de los valores paternos se ve facilitado debido a que la adolescencia es un período en el cual se desarrolla el juicio, y los jóvenes comienzan a notar fallas en el sistema de valores de los adultos. La imagen a semejanza de Dios, que los hijos menores veían en sus padres, se ha deshecho y han quedado al descubierto todas sus debilidades demasiado humanas. El joven puede discernir que adultos destacados están mucho más dispuestos a proclamar ciertos valores en su vida y no a vivir rigiéndose por ellos. También puede descubrir que valores altamente elogiados y aun practicados en forma legalista, no necesariamente hacen del adulto una persona más feliz, más eficiente o más atractiva. Luella Colé e Irma Hall señalan que los adolescentes “desean hallar algo en la religión, pero muchos fallan en hacerlo. Sus reacciones ante el fracaso toman frecuentemente la forma de la intolerancia, del cinismo y del alejamiento de las actividades de la iglesia”. Elena G. de White ha hecho una aplicación aún más ajustada: “La enseñanza de la Escritura no tiene mayor efecto sobre los jóvenes porque tantos padres y maestros que profesan creer en la Palabra de Dios niegan su poder en sus vidas” (Elena de White, La educación, pág. 259).

  •  Elección de los valores personales

 El material precedente ha sido presentado a fin de ayudar al lector a obtener una comprensión mejor de la experiencia del adolescente, y de sugerirle por qué “la herejía adolescente”, con su rechazo de los valores paternos, no tiene que resultar inesperada bajo ciertas circunstancias. Por supuesto, eso no significa que todos los jóvenes deben o van a rechazar la religión de sus padres o que ninguno de ellos está interesado en los valores. Por el contrario, las investigaciones han demostrado que los valores religiosos son importantes para una gran mayoría de los adolescentes evangélicos y que la mayor parte de ellos cree en las doctrinas que son comunes a las iglesias evangélicas. Se ha descubierto que la influencia paterna es la más importante para fomentar el crecimiento religioso, y que los estudiantes tienden a conformarse a la ideología sustentada por sus padres.

 Lo que el comentario precedente ha puesto de manifiesto -y éste es un punto de suma importancia- es que el adolescente desea valores que sean los suyos propios. Es necesario que incorpore el principio y lo tenga en cuenta en su plenitud. Si se conservan los valores paternos, como bien puede suceder, ello se debe a que han llegado a ser pertenencia del adolescente. Pero si el joven se ve obligado a escoger entre la independencia y su propia identidad por una parte, y los valores, por la otra, generalmente éstos son descartados en un esfuerzo por conservar la integridad. Carrol Tageson declara: “Los adolescentes ya no se satisfacen más con las exhortaciones arbitrarias de la autoridad en cuestiones de moral o de doctrina y práctica religiosas. Están cada vez más interesados en el significado de la religión para su vida…”

 “Generalmente, conservan la información moral y religiosa adquirida previamente, aun cuando el fundamento para hacerlo se traslada de la lealtad a los padres y del prestigio que confiere la autoridad hacia la influencia del grupo de pares y hacia consideraciones racionales mucho más maduras”.

  • Prevención y curación.

 ¿Qué pueden hacer, entonces, los padres y los dirigentes religiosos para evitar que el creciente espíritu de independencia del adolescente llegue a ser causa del rechazo de valores inapreciables, y qué pueden hacer los adultos para cerrar las brechas que ya se han producido entre ellos y los jóvenes en el ámbito de la religión? Aunque en el presente artículo no es posible tratar el tema en profundidad por falta de espacio, llamaré brevemente la atención del lector a varias sugerencias que proceden de, o están relacionadas con, la descripción que he hecho en los párrafos anteriores acerca de la experiencia do! adolescente.

1.  Procure comprender la situación. Cuando los adolescentes perciben que sus padres no los agreden ni tratan de coartar su independencia, sino que los escuchan, se esfuerzan por ver las cosas desde su punto de vista y los ayudan a alcanzar sus metas, se elimina gran parte del impulso por rechazar los valores paternos.

 2. Facilite una independencia gradual. Los padres pueden procurar áreas cada vez más amplias donde sus hijos puedan tomar decisiones. La meta de la paternidad consiste en formar adultos responsables e independientes. Los padres sensatos se alegran al ver que sus hijos e hijas están aprendiendo a avanzar solos.

 3. Dé responsabilidades y sea responsable. La moderna vida urbana con sus relativamente pocos deberes domésticos dificulta el hallazgo de responsabilidades importantes destinadas a los jóvenes. Pero el adolescente sabedor de que está realizando una importante tarea de adultos y de que su intervención es realmente significativa para la familia, la comunidad o la iglesia, se siente adulto. Desaparece, entonces, la necesidad de una rebelde declaración de independencia.

 4. Guie la formación de valores. Los adultos tienen la tendencia de transmitirles a sus hijos sus propios valores ya plenamente formados como si fueran una lista de “haz” y “no hagas”, de “bueno” y “malo”. Les parece acertado compartir la sabiduría espigada en sus años de experiencia. Pero nadie puede emplear un sistema de valores ajeno a seguir siendo un ser humano independiente y de principios. Los adolescentes necesitan ser confrontados con los sistemas de valores y aprender a aplicar los principios fundamentales a sus problemas particulares.

 5. Enseñe a tomar decisiones en base a principios. La capacidad de tomar decisiones es la señal más importante que distingue a un adulto maduro. Los jóvenes deben aprender esa habilidad observando a sus padres y a otros adultos importantes, trabajando durante el proceso y afrontando situaciones en las que deban ponerla en práctica bajo una sabia dirección.

 6. Dé lugar a algunas decisiones incorrectas. En la experiencia de la instrucción, con frecuencia la gente aprende a hacer decisiones correctas después de haber tomado algunas deficientes y haber sufrido las consecuencias Los padres prudentes saben que pueden preparar a sus hijos para que sean adultos responsables sólo si les dan oportunidad para que pongan a prueba sus propias opiniones y les permitan alguna que otra equivocación. Ser sobreprotectores es negarles el desarrollo hacia la independencia y la identidad propia.

 7. No obre como un ejército vencido. Algunos padres hacen frente a la independencia de sus hijos a cada paso del camino. Finalmente deben renunciar al dominio, pero durante el proceso se hace tanto daño a la relación que ya no pueden ejercer ninguna influencia positiva en el desarrollo de sus hijos. Cuanto más se opongan a ellos, tanto más probable es que los adolescentes rechacen los valores paternos. Es bueno que los padres y los dirigentes religiosos recuerden que la religión jamás se puede imponer por la fuerza.

 8. Sea ejemplo de una religión atractiva y gratificante. Los jóvenes escogerán sus propios valores. Si no lo hacen hoy, lo harán en el futuro. Bien podrían decidirse a aceptar las creencias de sus padres, a condición de que ese sistema de valores los condujera a una forma de vida tan feliz, efectiva y satisfactoria como fuera posible. Nadie puede imponerle su sistema de valores a los demás. Sólo puede proporcionarles una demostración viviente de que sus valores son superiores a toda otra opción.

Sobre el autor: es profesor del Departamento de Iglesia y Ministerio de la Universidad Andrews, Michigan, Estados Unidos