El pecado no puede entrar en la vida de alguien, a menos que un enemigo le abra la puerta desde adentro.

La Filosofía y la Teología son esencialmente la interpretación de la experiencia humana; y la experiencia humana es la guerra del alma. Para Pablo, existe una guerra entre dos fuerzas opuestas, a las cuales les da los nombres de carne y espíritu. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí” (Gál. 5:17). Y en Romanos 7:22, 23 añade: “Porque […] me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente”. Éste es el gran dilema humano.

Pablo no fue el primero que percibió la vida en términos de un conflicto interno. Los judíos tenían la doctrina del yetser hatob y el yetser hara; es decir, la naturaleza buena y la naturaleza mala. Para ellos, el hombre siempre estaba tironeando en dos direcciones opuestas al mismo tiempo; es como si tuviera a su lado dos ángeles, uno bueno, que lo ayuda, lo guía y lo levanta, y otro malo, que lo induce al mal. Esto es tan propio de la naturaleza humana, que los rabinos creían que el mismo Dios había creado esa naturaleza corrupta. “El intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Gén. 8:21).

El rabí Abahu interpretó el arrepentimiento de Dios, en Génesis 6:6, al decir que en efecto Dios se arrepintió de “haber puesto la mala levadura en la masa”. El impulso hacia el mal está en la puerta, esperando que el hombre salga de la matriz. Ese “enemigo implacable” lo acompaña durante toda su vida. De modo que la guerra del alma también forma parte de la herencia judía.

Lo que era verdad para los hebreos, también lo era para los griegos. En el mito de Fedro (246 B), Platón equipara el alma a un cochero que debía conducir su carruaje tirado por dos caballos a lo largo de un camino escabroso. Uno de los caballos era de raza noble; el otro lo opuesto. El caballo noble es la razón; el otro es la pasión, es decir, la naturaleza mala, que lleva al carruaje rumbo al precipicio. Aquí encontramos de nuevo el mismo cuadro de guerra y tensión, siempre con la terrible posibilidad de consecuencias funestas.

Ese conflicto interno aparece como una especie de coro a través de toda la literatura griega y romana. Ovidio emitió su famoso suspiro de frustración: “Veo las cosas mejores, y estoy de acuerdo con ellas; pero sigo lo peor” (Metamorfosis 7:20). “El hombre -dijo Séneca- ama y odia sus vicios al mismo tiempo” (Cartas, 112.3).

Pero, ¿cuál es la razón de esta guerra? El mundo antiguo unánimemente responde que el mal, con su poder, reside en el cuerpo humano. Aquí encontramos de nuevo una interpretación de la experiencia humana. El hombre sabe perfectamente bien cuántas tentaciones lo atacan a través de su cuerpo. Sabe que le sería mucho más fácil ser “bueno” si pudiera ser un ente espiritual sin cuerpo. Esta idea también aparece en el judaísmo antiguo: “Un cuerpo corruptible pesa sobre el alma, y la tienda de arcilla oprime la mente pensante” (Sabiduría 9:15).

El carácter maligno del cuerpo es una idea dominante en el pensamiento griego. El cuerpo, según Filolaos, es la cárcel donde está aprisionada el alma para expiar sus pecados. Epícteto decía que le daba vergüenza su cuerpo. Séneca habla de la “detestable habitación” del cuerpo, en la que está encarcelada el alma.

Esa actitud hacia el cuerpo es destacada especialmente por dos notables escritores griegos que ejercieron una gran influencia sobre el pensamiento cristiano. Platón, en Fedro, afirma que, en las últimas horas de su vida, Sócrates deseaba morir; el filósofo, según ellos, sólo podría alcanzar el pleno conocimiento de la realidad de la vida cuando, por medio de la muerte, se librara del cuerpo. La meditación filosófica no sería otra cosa sino el pensamiento de los moribundos.

El filósofo, más que nadie, trata de ponerle fin al contacto del alma con el cuerpo. Cuando abandona el cuerpo y evita toda posibilidad de contacto con él, y lucha para mantenerse separada, sólo entonces puede el alma alcanzar la verdad. El contacto del cuerpo perturba al alma y le impide alcanzar la verdadera sabiduría; porque el cuerpo contamina al alma. Por eso, tenemos que libramos de él. Nadie puede amar la sabiduría y el cuerpo al mismo tiempo. De modo que, para vivir, primero hay que morir. El pensamiento platónico considera que el cuerpo es el mayor obstáculo para alcanzar la sabiduría y la verdad.

El segundo de los grandes escritores que aparecen en esta línea de pensamiento es Filón, contemporáneo de Pablo, quien tendió un puente entre el pensamiento judío y el griego. En su comentario acerca de La sabiduría de Salomón 9:15, y en otros lugares, dice que “la principal fuente de ignorancia es la carne y la relación con ella. Nada puede impedir más el desarrollo del alma que la carne, porque es una especie de ignorancia o estupidez sobre las cuales se desarrolla todo mal. El alma que soporta la desgracia de la carne está oprimida de tal manera que no puede mirar al cielo. Es muy difícil que el alma crea en Dios en su presencia [la de la carne], porque la subyuga. El cuerpo es una prisión”. Aquí encontramos de nuevo esta misma idea, sólo que expresada con más énfasis y más actualizada.

El mundo antiguo está lleno de horror y aversión hacia el cuerpo.

Ahora podemos regresar a Pablo, para quien el hombre constituía una unidad indivisible de cuerpo, alma y espíritu: soma, psujé y pneuma.

Psujé

El alma, psujé, es el principio de la vida física; en realidad, todo ser viviente tiene una psujé. Los animales también, y hasta podríamos decir que las plantas, todo lo que vive, lo tiene. Eso es lo que relaciona al hombre con la creación animal. Por eso, Pablo usa esa palabra de dos maneras diferentes:

En primer lugar, cuando se refiere a una persona viva. Veamos cómo empleó el apóstol esta palabra: “Tribulación y angustia sobre todo ser humano (psujé) que hace lo malo” (Rom. 2:9). La versión Días habla hoy traduce de esta forma este texto: “Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen lo malo” La Biblia en lenguaje actual dice: “Todos los malvados serán castigados con dolor y sufrimiento”. En este versículo, la palabra psujé significa, sencillamente, una persona viva, un ser humano.

En segundo lugar, Pablo en ocasiones usaba la palabra psujé sencillamente con el sentido de vida. Dijo, por ejemplo, que Aquila y Priscila habían arriesgado su vida (psujé) por él (Rom. 16:4).

Pneuma

Descubrir lo que Pablo quiere decir cuando usa la palabra pneuma no es tarea fácil. La dificultad empieza cuando consultamos varias versiones de la Biblia y, al compararlas con el texto griego, descubrimos que los traductores no están de acuerdo en si espíritu (pneuma) se debe escribir con mayúscula o minúscula, es decir, en qué momento se refiere al Espíritu de Dios y en cuál al del hombre.

El espíritu es el factor que rige al hombre. Controla sus pensamientos, sus actividades mentales y sus pasiones. Precisamente, el hecho de tener espíritu hace del hombre un ser diferente de los animales. Comparte el principio vital, la psujé, con ellos, pero sólo él posee pneuma, y eso precisamente hace de él un ser humano. Más aún: el pneuma relaciona a Dios con el hombre. Por medio del pneuma, Dios se comunica con el hombre y éste puede tener comunión con el Altísimo. El pneuma hace del hombre algo diferente del resto de la creación, y lo hace emparentarse con Dios.

La dificultad consiste en saber cuándo el pneuma o espíritu es parte del hombre como tal, o si llega a formar parte del hombre recién cuando se convierte en cristiano; si es una parte constitutiva natural del hombre, o si es una dádiva de Dios para el hombre redimido. Es verdad que Pablo, a menudo, dijo que Dios ha enviado su Espíritu a nuestro corazón, o el Espíritu de su Hijo; y porque envió el Espíritu de su 1 lijo a nuestros corazones lo podemos llamar Padre (Gál. 4:6). El hedió de que el Espíritu more en nosotros le da vida a nuestros “cuerpos mortales” (Rom. 8:11). Nuestro cuerpo se vuelve templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19); porque “nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor. 1:22).

En este caso, el cristiano es decididamente alguien que dispone de la presencia o del poder de algo que los demás no tienen: el espíritu del cristiano y el Espíritu Santo que habita en él le confieren una paz, una armonía y un poder que no están disponibles para el que no es cristiano.

Hay dos hechos que muy probablemente reflejan el pensamiento de Pablo. El primero es que tenía una forma muy curiosa de dirigirse a sus amigos; les decía “vuestro espíritu”, especialmente cuando concluía sus bendiciones apostólicas. Veamos: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén” (Gál. 6:18; Fil. 4:23; File. 25).

Aquí, podemos decir que espíritu se refiere a la personalidad cristiana. Podría haber dicho: “Sea con vosotros”. Pablo les escribió y los bendijo no sólo como gente con psujé, con vida física, sino con pneuma, con espíritu, gente que no sólo estaba viva, sino también “cristianamente” viva.

El segundo hecho es que Pablo tenía dos palabras que usó constantemente en relación con el Espíritu. La primera es arrabón. “El cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras (prenda) del Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor. 1:22; ver también 5:5; Efe. 1:13, 14). La palabra arrabón se empleaba en el mundo del comercio. En toda transacción que implicaba compra o venta, en cualquier negocio que tuviera que ver con un servicio de cierta importancia, se pagaba un arrabón. Era el anticipo, el pago por adelantado de una parte del precio, una garantía de que, llegado el momento, se pagaría el total de la deuda; por eso, algunas versiones traducen esta palabra como “garantía”

El don del Espíritu es un anticipo de la vida plena de la que dispondrá un día el cristiano en la presencia de Dios. Es la garantía de que el Señor cumplirá su promesa de habilitarlo para entrar en esa plenitud de vida.

La segunda palabra es afragizein, que significa “sellar” Pablo, a menudo, dice que el cristiano está sellado por el Espíritu Santo o con él. “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efe. 1:13; ver también 2 Cor. 1:22; 4:30). En el mundo antiguo, era muy común sellar los documentos. Era señal de propiedad, o una prueba de que determinada mercadería había sido producida por alguien o por una empresa; por ejemplo, los jarros de vino recibían el sello del dueño de la viña. Por lo tanto, el hecho de que alguien tuviera el Espíritu Santo significaba que esa persona pertenecía a Dios.

En el pensamiento de Pablo, el espíritu del hombre es la dimensión que Dios implanta en él; es la presencia y el poder de Dios en él. Es la morada del Cristo resucitado en él. Es el resultado de la conexión que establece la comunión con Dios, que da fuerza al hombre, un nuevo poder que hace de la vida algo más significativo.

Esto aparece con mucha claridad en los pasajes de Pablo que se refieren al Espíritu Santo y al espíritu del hombre, en Romanos 8:1-7. Este texto nos presenta un resumen perfecto de la relación que existe entre el Espíritu de Dios y el del hombre. Sin el Espíritu de Cristo, nadie puede ser cristiano (vers. 9). El Espíritu hace de él un hijo de Dios (vers. 14) y le asegura que es hijo de Dios (vers. 16). Para el cristiano, el Espíritu debe ser la ley de su vida, su Director, la norma por la cual juzga todas las cosas, la dádiva que más desea (vers. 4, 5, 9). El Espíritu le trae liberación de la ley del pecado y de la muerte (vers. 2). Le da paz (vers. 6). Su cuerpo mortal se vivifica con la vida de Cristo (vers. 11). El Espíritu le da poder (vers. 13) y lo habilita para hacer “morir las obras de la carne”. La paz que el Espíritu le ofrece es la de un vencedor.

Ya hemos visto que, según Pablo, psujé significa “alma”, y pneuma “espíritu”. Ahora vamos a estudiar el soma, es decir, el “cuerpo”

Soma

Pablo se refiere aquí al cuerpo físico que todo ser humano posee. Habla de los impíos, que deshonran sus cuerpos con excesos y perversiones sexuales (Rom. 1:24). También dice que él lleva las marcas de la persecución en su propio cuerpo (Gál. 6:17). Se refiere al hecho de que Abraham era consciente de la debilidad de su cuerpo por causa de su edad avanzada (Rom. 4:19). Dos veces emplea el cuerpo y sus diferentes partes como símbolo de la iglesia, el cuerpo de Cristo (Rom. 14:2; 1 Cor. 12:12-27). En estos pasajes, se refiere al cuerpo en su sentido físico, sin ningún otro significado.

Pablo habla del cuerpo y del peligro que implica su imperfección. Se refiere a la naturaleza pecaminosa del cuerpo (Rom. 6:6); dice que es mortal (Rom. 6:12; 8:11) por causa del pecado (Rom. 6:10). Afirma que debe ser sometido (1 Cor. 9:27); “Mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13). En estos pasajes, se considera que el cuerpo es una parte del ser humano sujeta a la muerte y la destrucción, y en ellos está implícita la idea de que generalmente es responsable del pecado del hombre. Todo lo que está ligado a él debe ser eliminado para siempre de la vida cristiana.

Pero Pablo nunca afirma que el cuerpo, como tal, es irremediable y que sólo sirve para la destrucción. Puede ser redimido (Rom. 8:23), transformado (Fil. 3:21) y ofrecido en sacrificio (Rom. 12:1). Con él se puede glorificar a Dios (1 Cor. 6:20; Fil. 1:20). El cuerpo debe ser y es, para el cristiano, el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19).

Queda bien claro que, para el apóstol, el cuerpo no es esencialmente malo. En su naturaleza actual, ciertamente está destinado a la muerte. Pero puede hacer mucho bien o mucho mal, dependiendo de si se deja que el pecado lo domine o si se lo dedica a Dios En sí y por sí mismo, el cuerpo es una entidad neutra. La dirección que toma depende de la fuerza que lo controla, ya sea para bien o para mal.

Sarx

Ahora llegamos a la palabra sarx, es decir, carne. Aparece muchas veces en los escritos de Pablo, especialmente en las epístolas a los Romanos, los Gálatas y los Corintios. Es una palabra para la cual no existe una traducción adecuada; no tiene un significado claro y específico, y su interpretación depende de los diversos contextos en que aparece.

El sarx es enemigo del pneuma. La guerra del alma implica, precisamente, a la carne (para usar la traducción más común) y al espíritu. “Porque -dice Pablo- el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, y éstos se oponen entre sí” (Gál. 5:17). Y la verdad es que esas dos fuerzas se oponen en el ser humano.

El sarx es mucho más que el cuerpo. En el pensamiento paulino, los pecados de la carne abarcan mucho más que los pecados del cuerpo. Cuando el apóstol hace la lista de las obras de la carne, comienza con la inmoralidad, la impureza, la lascivia, y después sigue con los pecados del cuerpo. Los pecados de la carne -en el sentido moderno del término-, están muy lejos de ser solamente los pecados de la carne tal como Pablo emplea el término; por eso, resulta imposible determinar cuál pecado de la carne es el más grave.

Pablo usa ocasionalmente la palabra sarx para referirse a una condición corpórea o física. Habla de la circuncisión de la carne y la compara con la del corazón (Rom. 2:28, 29). Se refiere a su enfermedad de la carne (traducida aquí por “cuerpo”) (Gál. 4:13, 14). Hay lugares en los que Pablo usa la palabra sarx cuando podría haber usado soma, ya que se refiere al cuerpo físico, sin las implicaciones de sarx.

Otra manera de emplear la palabra sarx, en los escritos de Pablo, se advierte en sentencias que se podrían traducir como “si hablamos humanamente” o “desde un punto de vista humano”. “Acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Rom. 1:3). La expresión “según la carne” se podría reemplazar por “desde un punto de vista humano”, o “humanamente hablando” Romanos 4:1; 9:5 son otros buenos ejemplos de esto. Cuando sarx se usa de esta manera, se está refiriendo, sin embargo, a algo que excede el mero punto de vista humano.

Pablo también usa la palabra sarx en frases y contextos que tienen el sentido de “juzgar de acuerdo con normas humanas”. “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne” (1 Cor. 1:26). En la nota de pie de página de la Biblia de Jerusalén, encontramos la siguiente explicación: “Es decir, desde un punto de vista puramente humano”. Al escribir a los corintios, Pablo se defiende de una posible acusación “según la carne” (2 Cor. 5:16) y, según algunas versiones, “desde un punto de vista humano” En esas frases, “carne” se refiere a “norma humana”, “punto de vista humano”, “evaluación humana”.

También se usa sarx con la idea de humanidad. Cuando leemos: “Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado” (Rom. 8:3), quiere decir que Cristo asumió nuestra humanidad. El hebreo siempre prefiere una expresión concreta a una abstracta; por eso, prefiere hablar de carne y no de humanidad.

El significado especial y diferente que le asigna Pablo a sarx es el del enemigo supremo en la guerra del alma. Por eso, para él, vivir en la carne es lo opuesto a ser cristiano. “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu” (Rom. 8:9, 12). El incrédulo vive en la carne. Pablo pudo mirar hacia atrás, y decir: “Mientras estábamos en la carne” (Rom. 7:5; 8:5). El cristiano crucifica la carne, con sus pasiones y deseos (Gál. 5:4). Vivir en la carne es lo opuesto a vivir en el Espíritu, es decir, en Cristo; es estar sometido al pecado: “Mas yo soy camal, vendido al pecado” (Rom. 7:14).

Estar dominado por la carne y ser esclavo del pecado es la misma cosa. La carne es el gran enemigo de la vida cristiana verdadera. Para ella, es imposible ajustarse a las normas de la ley (Rom. 8:3). En la sarx no hay nada bueno. “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Rom. 7:18). En líneas generales, en este texto encontramos la diferencia que existe entre soma y sarx. El cuerpo se puede convertir en un instrumento de servicio para la gloria de Dios; la carne, no. El cuerpo puede ser purificado y glorificado. La carne, en cambio, debe ser desarraigada. Con la carne, el hombre sirve a la ley del pecado (Rom. 7:25).

En la sarx, el ser humano es incapaz de asimilar las enseñanzas espirituales (1 Cor. 3:1-3). En él nadie puede agradar a Dios (Rom. 8:8). Peor aún: la sarx es básicamente hostil a Dios (Rom. 8:7). Los celos y las contiendas son pruebas de que el hombre o la comunidad están viviendo en la sarx (1 Cor. 3:3). Varias versiones emplean el sustantivo “carne” y el adjetivo “camal”; otras emplean expresiones como “naturaleza camal”, “la flaqueza de la naturaleza humana”, “naturaleza terrestre”, “naturaleza pecaminosa”, “actitud carnal” o “naturaleza inferior”.

Pues bien, ¿qué es la “carne”? Definitivamente, no es el cuerpo. Es igualmente claro, si el pensamiento de Pablo es consistente, que la palabra carne no se refiere al hombre natural, pues él afirma que el hombre natural, el que no es cristiano, el pagano, no necesita ser totalmente malo: es posible que, en algunas circunstancias, el hombre natural pueda hacer, por naturaleza, lo que requiere la Ley, porque los principios de la Ley están escritos en su corazón y porque, aun en esas condiciones, posee una conciencia. “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Rom. 2:14, 15).

Una lucha victoriosa

Lo que dice Pablo acerca de las obras de la carne y el fruto del Espíritu, en Gálatas 5:19-22, es sumamente interesante. Una obra es algo que el hombre puede hacer por sí solo; pero un fruto es el resultado de un poder que no le pertenece. El hombre no puede hacer un fruto. Quiere decir que muy fácilmente el hombre puede producir el mal por sí mismo, mientras que el bien lo tiene que producir un poder que no es de él.

La esencia de la carne es la siguiente: en la antigüedad, ningún ejército podía invadir un país por el mar sin primero construir un muelle. Ninguna tentación hará mella al hombre, a menos que haya dentro de él algo que responda a la tentación: el pecado no puede entrar en la mente, en el corazón o en la vida de nadie, a menos que haya un enemigo adentro que le abra las puertas. La carne es precisamente el muelle por medio del cual el pecado invade a la persona humana. La carne es el enemigo que está adentro, y que le abre las puertas al pecado.

Pero, ¿de dónde provino este enemigo interno? Es una experiencia universal de la vida que el hombre, por medio de su conducta, puede aceptar o rechazar. Puede reaccionar o no a ciertos estímulos. La carne es lo que el hombre hace de sí mismo, en contraste con el hombre que Dios hace. La carne es la naturaleza humana después de la entrada del pecado. Éste convirtió en un ser vulnerable al hombre. Lo hizo caer, aunque él sabía que estaba cayendo y no lo deseaba. La carne se apodera del hombre que está lejos de Jesucristo y de su Espíritu. Felizmente, hay garantía de victoria en esta guerra del alma. Gomo lo dijo Pablo: “Gracias doy a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 15:57).

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Profesor de Teología jubilado. Reside en Sao Paulo, Rep. del Brasil.