Cuando hablamos de realizar misión, es común pensar en pastores o pioneros que viajan a tierras lejanas para anunciar el evangelio. Aunque esto indudablemente es parte de la misión, la Escritura nos muestra una imagen más amplia. Y uno de los ejemplos más evidentes es el establecimiento mismo de la Gran Comisión por el propio Jesús.

Habían pasado cuarenta días desde la resurrección, tiempo en el que Jesús se había dedicado a transmitir sus últimas “instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido” (Hech. 1:2, 3). Sin embargo, el mandato más importante no fue dado solo a ellos. Antes de su muerte en la cruz, Jesús había convocado a una reunión general de sus seguidores en Galilea. El domingo de la resurrección, un ángel les recordó este compromiso a sus fieles seguidoras (Mat. 28:7). El día fijado, se reunieron en este lugar cerca de “quinientos” creyentes (1 Cor. 15:6). Fue en esta ocasión que la Gran Comisión registrada en Mateo 28:19 y 20 fue proclamada públicamente por Jesús (Mat. 28:16). Elena de White explica que el mandato de predicar el evangelio, hacer discípulos y bautizar no fue dado solo a los apóstoles, sino que fue encomendado a “hombres y mujeres que habían aprendido a amar a su Señor y resuelto seguir su ejemplo de abnegado servicio. A estos humildes hermanos, así como a los discípulos que estuvieron con el Salvador durante su ministerio terrenal, se les había entregado un precioso cometido. Debían proclamar al mundo la alegre nueva de la salvación por Cristo” (Los hechos de los apostoles [ACES, 2009], p. 88).

Al dar la Gran Comisión a todos los creyentes allí reunidos, Jesús incluyó también a todos los creyentes de todas las edades, pues “a todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena trabajar para la salvación de sus semejantes. La iglesia fue establecida para esa obra, y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ese acto a ser colaboradores con Cristo” (El Deseado de todas las gentes [ACES, 2008], p. 761).

El apóstol Pedro refuerza esta visión de la iglesia al describir a los creyentes como “linaje elegido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para Dios para que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Nótese que el apóstol toma imágenes de exclusividad del Antiguo Testamento y las aplica a todos los creyentes. Un “linaje elegido” alude a una descendencia familiar específica: el “sacerdocio” estaba restringido a solo una tribu. Y la idea de “nación santa” solía aplicar solo al pueblo judío, excluyendo a los demás pueblos. Sin embargo, ahora todos los creyentes, tanto “judíos o griegos, esclavos o libres, hombres o mujeres” (Gál. 3:28) y aquí yo agregaría también niños, adolescentes, jóvenes y adultosson parte de la familia de Cristo, constituidos sacerdotes de Dios, hechos santos mediante el Espíritu Santo. Han sido “adquiridos”, es decir, comprados por la sangre de Jesucristo, para anunciar el evangelio.

Por lo tanto, cuando escuches en tu iglesia el eslogan “Todo Miembro Involucrado”, no pienses que es tarea de unos pocos, ni tampoco un plan abstracto de la iglesia. Más bien, conviértelo en algo personal. Como parte del cuerpo de Cristo, rescatado del pecado por su sacrificio, asume este llamado como propio.

¿Te parece una tarea difícil? Recuerda que, cuando Jesús nos dio esta comisión, dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. […] Y yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:18, 20). ¡No estás solo, Jesús te acompaña y te auxilia con su poder!

Sobre el autor: Director asociado de Ministerio