Jesús prefirió enfrentar la agonía de la cruz antes que subir al cielo con las manos vacías.

            El nombre de esta sección da a entender que todo lo que es publicado aquí debe ser conclusivo. Por lo tanto, es con profundo sentido de responsabilidad que me voy a esforzar por escribir algo que tenga significado.

            Mis reflexiones tienen como punto de partida un rápido diálogo que mantuve, en 1983, con una joven universitaria, en la iglesia anglicana de St. Matthews, en Oxford:

            –¿Estudia en esta universidad? –me preguntó.

            –Estudio en Newbold College. Y estoy aquí, con algunos colegas, por una invitación de Borge Schantz, uno de mis profesores.

            –¿Dónde estudias tú? –pregunté a la joven, que estaba sentada a mi lado.

            –Vine del norte de Inglaterra para escuchar a Michael Green. Él predica para alcanzar el corazón, no solamente el intelecto.

            Cuando el predicador abrió la Biblia y leyó el versículo que daría base a su sermón, entendí lo que aquella señorita había dicho.

            Green habló sobre la inamovible convicción del apóstol Pablo revelada en Gálatas 6:14, donde dice: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.

            En el viaje de regreso al colegio, casi no me acordé del predicador, porque la visión del sacrificio de Jesús opacó la elocuencia de Edward Michael Green. Cuando puse mi cabeza en la almohada, continué despierto por varios minutos, agradeciendo a Dios por el precioso don de la salvación.

            La cruz de Cristo debe ser el centro de toda predicación. Los temas pueden variar, pero la CRUZ debe ser el elemento que permee cada mensaje. John Stott afirmó que la muerte de Cristo es “la victoria ganada”, y que la resurrección es “la victoria transferida y proclamada”.

            Frente a esta realidad, toda demostración de sabiduría humana conspira en contra de la gloria que irradia la cruz. A algunos predicadores les gusta realizar incursiones en la filosofía, en el reino encantado de la teología exhibida por eruditos famosos, para exhibir su conocimiento. Quieren dar la impresión de que dominan varios campos del saber, y presentan definiciones complejas, conceptos de difícil decodificación. Dan poco lugar al “Así dice el Señor”, y mucho espacio al “así dicen los teólogos”. Esa postura empavonada me trae el recuerdo de una frase que escuché del siempre recordado y querido pastor Enoch de Oliveira, príncipe de los predicadores adventistas, en el pasado. Durante un concilio de pastores, afirmó que algunos predicadores ofrecen “pasto demasiado alto para las ovejas”; en ese caso, solo las jirafas podrían alimentarse…

            Jamás defendí la superficialidad, la mediocridad o el “agua con azúcar”. Pero tengo la plena convicción de que las palabras simples, articuladas después de una profunda reflexión, pueden expresar pensamientos elevados. La cruz de Cristo es el parámetro que define una predicación de gran alcance. La cruz es la demostración más elocuente de que Jesús prefirió ir al fondo del pozo, antes que regresar al cielo con las manos vacías.

            Max Lucado escribió: “Cristo vivió la vida que no podríamos vivir, y recibió la punición que no podríamos soportar, para ofrecer una esperanza a la que no podríamos resistir” (Su nombre es Jesús, p. 116).

            Elena de White resume el texto de esta página: “A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la cruz del Calvario” (Obreros evangélicos, p. 330).

            El Espíritu Santo es fiel amigo de aquellos que transforman el mensaje de la cruz en la plataforma de sus predicaciones.

Sobre el autor: pastor, fue editor en jefe de la Casa Publicadora Brasileña durante 36 años.