Lo importante es que Dios usó todos esos momentos para ayudarme a afrontar con valor y esperanza la pérdida de dos seres queridos, y así poder apoyar a mi familia. Lo importante es que adquirí herramientas útiles para ministrar a las familias cuando pierden a un ser querido, específicamente en los momentos posteriores al deceso, como es el servicio fúnebre.

 Algunas muertes ocurren súbitamente, otras se esperan. Pero en todo caso, lo primero que tomo en cuenta es que Dios es quien brinda consuelo y paz a los corazones quebrantados. Por lo tanto, lo que seamos capaces de organizar y realizar durante el servicio fúnebre no es más que una actitud, a través de la cual, intentamos, como comunidad cristiana, hacer brillar la esperanza bendita del pronto retorno de Jesucristo y la resurrección de los muertos en Cristo.

 El ministro debe estar listo para afrontar sorpresivamente situaciones difíciles. Por tanto, nunca permita que su guardarropa quede sin un traje formal, de preferencia negro. Sería penoso lucir algo sucio o arrugado, en una ocasión tan solemne.

 Visite distintas funerarias, aun cuando no se tema por la vida del enfermo. Es útil saber de antemano dónde ofrecen mejores precios y servicios. De ser posible, abra un crédito, por parte de la iglesia, con alguna funeraria. Si muere alguien de escasos recursos, la iglesia debe respaldar el gasto parcialmente, o por lo menos avalar el crédito convenido con la funeraria.

 Tengo una colección de sermones fúnebres para todo tipo de decesos. Dedique un día de su trabajo (siempre y cuando no esté sobrecargado) para estudiar la Biblia y preparar nuevos sermones. ¿Predicaría usted lo mismo en un fallecimiento por enfermedad, accidente o asesinato? Claro que no. Así que pida la ayuda del Espíritu Santo, a fin de que pueda, con la Palabra de Dios ser un instrumento de consolación para los dolientes. Y por favor, no predique el mismo sermón en todos los funerales.

 Tenga literatura apropiada en la bodega de la iglesia para repartirla en los funerales. Un servicio fúnebre puede convertirse en una buena oportunidad para testificar a otros de la esperanza cristiana.

 Otro asunto muy importante es el lugar donde se reunirá la familia para recibir las muestras de aprecio y consuelo, y donde se conservará el cuerpo antes del funeral. Yo aconsejo a las familias que trasladen el cuerpo a la iglesia. Ello es preferible, si la casa no reúne las condiciones para recibir a todos los amigos, conocidos y miembros de la iglesia que quieran acompañar a la familia doliente. He notado que algunas juntas directivas de iglesia se oponen a que un muerto sea velado dentro del templo. Alegan que el servicio se parece a una misa de cuerpo presente. Lo cierto es que el culto que celebramos en la iglesia es un servicio religioso donde buscamos a Dios y su Palabra como consuelo para los enlutados, y donde se proclame la esperanza cristiana de la resurrección. Cada parte del culto allí realizada cumple este propósito. En lo que sí deberíamos ser cuidadosos es en lo que ocurre con algunos casos, donde la tradición familiar es muy fuerte: la colocación de crucifijos a la cabecera del muerto, o el encendido de velas y otras prácticas que consideramos incompatibles con ciertos aspectos de la doctrina y la práctica de nuestra iglesia. Se debe tener mucho tacto al orientar sobre este respecto a la familia doliente.

 En mi experiencia, aprendí esta lección. Debemos orientar a la iglesia, como parte de nuestra instrucción, en cuanto a lo que debemos y no debemos hacer en los funerales y por qué. Si es posible, escriba un artículo, en este sentido, y distribúyalo a sus feligreses en una ocasión oportuna.

 Para organizar el servicio de consolación y paz, ya sea en la casa de los dolientes o en el templo, es necesario coordinarlo todo con el familiar más cercano y sereno. ¿Para qué? Para recabar información oportuna sobre el difunto, a fin de preparar la necrología correspondiente. También es bueno preguntar a la familia si prefiere o desea que un pastor o persona específica tenga el sermón fúnebre o se encargue del funeral, y colaborar con la persona que ellos indiquen. También es bueno saber los himnos y textos favoritos del finado, la hora exacta del servicio fúnebre y el sepelio, pues es posible que esperen la llegada de familiares lejanos. Si todos los familiares estuvieren confundidos y agitados usted, como pastor, está llamado a servir con amor a sus feligreses en la hora de la tragedia.

 Una vez establecido el horario del servicio fúnebre, anúncielo públicamente, para que todos hagan preparativos para esa hora. Sea puntual en la iniciación del servicio anunciado. Recuerde que muchas personas pueden haber dejado su trabajo para acompañar a los deudos y ya previeron el tiempo que dedicarán a esa actividad. Además, es un asunto de testificación. El culto religioso cristiano debe siempre comenzar y terminar a tiempo.

 Organice un equipo de apoyo en su iglesia para estos casos especiales. Que cada uno sepa lo que debe hacer en el servicio fúnebre. Es importante que la música esté preparada. La Sociedad Dorcas podría preparar alimentos para los dolientes que, seguramente, no podrán pensar en eso durante las horas previas al servicio fúnebre.

 Evite esta preparación durante el funeral. Si el deceso ocurrió en un lugar distante y es preciso el traslado del cadáver hacia donde usted es pastor para sepultarlo, no anuncie la hora de la reunión, sino hasta cuando haya llegado el cuerpo, o se tenga plena seguridad de que llegará a una hora ¡n determinada. Ha ocurrido muchas veces que el cadáver no llega a la hora anuncia-^ da, y la gente se reúne en vano. Resulta penoso y difícil anunciar que ya no se celebrará el servicio. Y cuando, finalmente, llega, la iglesia ya no vuelve a reunirse.

 Incluso cuando el deceso ocurre en la misma ciudad, no se debe anunciar la hora del funeral hasta que todos los problemas legales, y de otro tipo, se hayan resuelto, para evitar contratiempos.

 No llore desconsoladamente delante de todos, no sea que piensen que usted no tiene esperanza. Que vean que usted es partícipe del dolor, pero no de la falta de fe en Dios.

 No exteriorice su temor a tales momentos. Se espera que el ministro afronte con valor y ánimo la situación. La gente se sentirá segura al verle actuar con aplomo y madurez.

 Evite charlas vanas mientras espera la realización del servicio fúnebre y el sepelio. En lo posible, no hable cuando consuele a cada doliente. Un abrazo silencioso o su sencilla presencia, significará mucho más para ellos. Además, ya llegará el momento cuando habrá de dirigirles la palabra, con la cual, toda la comunidad debe beneficiarse espiritualmente. Sin ninguna exageración, he escuchado sermones fúnebres tan inspiradores, que podría decir que no temería morir en los próximos días; ¡tan grande es la esperanza; cuánta expresión alentadora! Son verdaderos sermones, llenos del Espíritu Santo. Y con este motivo, le doy el siguiente consejo: no se desvele. Recuerde que predicará al día siguiente, y el Señor puede utilizar mejor a gente llena de energía. No crea que muestra su amor al difunto y a los dolientes desvelándose toda la noche con ellos. Despídase con propiedad, y asegure a los dolientes que todo está organizado para las actividades del día siguiente.

 Recuerde, el funeral es una actitud solidaria de la comunidad de creyentes con aquellos que pasan por tan terrible crisis. El pastor sigue y seguirá siendo el líder y el coordinador de los esfuerzos de la iglesia en momentos tales. Recuerde, sobre todo, que el funeral es una oportunidad para invocar el consuelo divino y pedir que la paz de Dios fluya hacia los corazones de los dolientes.