La única norma, regla y autoridad última sobre doctrina es, para los adventistas del séptimo día, la Biblia. Toda otra autoridad doctrinal está subordinada. Escribió Elena G. de White: “Dios tendrá en la tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y la Biblia sola, como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas”.[1] “La Biblia y sólo la Biblia ha de ser nuestro credo, el único vínculo de unión. Levantemos el estandarte en el cual diga: la Biblia, nuestra norma de fe y disciplina”.[2]

En este artículo la palabra “doctrina” está utilizada en el sentido de “doctrina eclesiástica”. Tal doctrina se encuentra a menudo en las declaraciones de creencias fundamentales de una iglesia. Constituye la formulación, el compendio, el énfasis y la organización de las verdades divinas que hace la iglesia. Siendo así, doctrina” expresa la comprensión que la iglesia tiene de Dios, de su voluntad y de su modo de actuar.

El primer paso en la formación doctrinal es procurar entender la Biblia mediante la exégesis. La intención de la exégesis es determinar, tanto como sea posible, qué fue lo que el autor quiso decir y cómo lo entendió el primer auditorio, cuando ellos leyeron estas palabras con mentes receptivas por obra del Espíritu Santo. Aun en la literatura apocalíptica procuramos establecer exegéticamente qué es lo que el lenguaje, la forma, la historia y el contexto indican. Es en este proceso exegético que a la Biblia se le debe permitir actuar como su propio intérprete. Al hacer exégesis dejamos de lado, en la medida de lo posible, nuestros preconceptos de lo que la Biblia podría significar, en el sentido de que silenciamos nuestros propios deseos con respecto al resultado de la interpretación. Intento formación doctrinal tamos comprender cuáles eran las preguntas que el autor procuraba responder, los asuntos y los problemas que confrontaba, así como también los conceptos y los métodos que tenía a su disposición para intentar resolver esos problemas.

La lingüística, la historia, la identificación de las formas literarias y una atención cuidadosa al contexto, desempeñan un papel importantísimo en el proceso exegético. La iglesia necesita personas preparadas para utilizar tales herramientas exegéticas. En verdad, el lego puede obtener un conocimiento salvífico de la Biblia. Pero ese mismo lego está en deuda con los expertos que intentaron establecer, por la comparación de los antiguos manuscritos –proceso conocido como crítica textual-, el texto original más exacto de la Biblia. El lego también tiene una deuda con los lingüistas que tradujeron aquellos antiguos manuscritos a las lenguas modernas. En este sentido el conocimiento y comprensión de la Biblia que tiene el laico está en deuda con el trabajo de los eruditos bíblicos, y podrá ser enriquecido por la contribución continuada de estos.

Se debe recordar que la Biblia, aunque escrita en palabras humanas, continúa siendo la Palabra de Dios. Por esto el exégeta, al emplear su conocimiento técnico, debe rogar por la conducción del Espíritu Santo, así como también deben hacerlo todos los que participan en cualquier etapa del estudio bíblico y la formación de la doctrina.

Sin embargo, este proceso exegético no produce la doctrina de la iglesia. Es tan sólo el primer paso indispensable en la formación doctrinal, en el que se establece nuestra comprensión fundamental de la autoridad final para formular una doctrina: las Sagradas Escrituras. El proceso exegético nos aclara las enseñanzas de la Biblia en toda su multiplicidad. Estas enseñanzas varían en claridad y énfasis de un escritor bíblico a otro, y aun dentro de la obra de un mismo autor. Además, no todas las enseñanzas de la Biblia son utilizadas por la iglesia para formular una doctrina. Por ejemplo, aunque la Biblia nos enseña a usar bondad para con los animales, no hemos hecho de esta enseñanza una de nuestras “creencias fundamentales”. Sin embargo, para el Ejército de Salvación, la bondad hacia los animales es una parte de su doctrina eclesiástica.

Al decir que los frutos de la exégesis no son doctrinas, estamos afirmando que la doctrina no es tan sólo una renunciación de las Escrituras con fraseología actual. La doctrina no guarda relación con las Escrituras como la traducción de un documento con los escritos originales en otro idioma. Una analogía más estrecha, aunque imperfecta, podría ser la relación que se establece entre las leyes de un país y su Constitución. La Constitución enuncia objetivos y temas y fija límites a posibles leyes, pero los legisladores formulan esas leyes, teniendo en cuenta las necesidades contemporáneas y la comprensión de los nuevos hechos, así como los objetivos y temas de la Constitución. La analogía es imperfecta en el sentido de que hay muchas doctrinas que surgen de la exégesis con muy poca influencia interpretativa aparente por parte de la iglesia. Lo que es más, cada doctrina debe tener un respaldo y una justificación exegética en la Biblia. Esto significa que, mientras que se puede promulgar cualquier ley que la Constitución no prohíba, sólo se pueden adoptar las doctrinas expresadas o implícitas en las Escrituras.

El segundo paso en la formación de la doctrina se encuentra en el trabajo teológico de la iglesia. Así, hay una fase exegética y una fase teológica en la formación doctrinal. La teología involucra, por lo menos en parte, la comparación de un pasaje con otro, de un autor con otro, y de una enseñanza con otra. A medida que el estudio avanza, emergen claramente ciertos temas. Se ve a Cristo como la suprema autorrevelación de Dios y el tema unificador de toda la revelación bíblica. Basados sobre la obra exegética de la iglesia, hay una tarea teológica que procura armonizar las aparentes contradicciones de las Escrituras, evaluar la significación relativa de distintas enseñanzas bíblicas, identificar temas unificadores, y expresar la comprensión de la iglesia en forma de una doctrina.

Por cuanto reconocemos la necesidad e inevitabilidad de esta etapa teologizante, sería ingenuo de nuestra parte hablar de la Biblia como una influencia “exclusiva al formar la doctrina eclesiástica. La Escritura es ciertamente la única autoridad normativa, pero aun en asuntos de “fe” es la iglesia viviente la que decide, por ejemplo, cómo habrá de equilibrar las enseñanzas de los evangelios, de las epístolas paulinas, del libro de Santiago y el libro de Apocalipsis en asuntos tales como fe, obras y juicio. En asuntos de “práctica”, la iglesia que utiliza la Biblia como su autoridad “exclusiva” no estará en condiciones de pedir a sus miembros que se abstengan del uso del tabaco, por cuanto la Biblia no lo menciona en ninguna parte. La Biblia contiene principios para una vida saludable, pero hay casos donde la ciencia, interpretada por la iglesia viviente, tiene una función que desempeñar.

En esta etapa teologizante de la formación de la doctrina, la iglesia -cualquier iglesia, sociedad religiosa o grupo de estudio- emplea diferentes apoyos extrabíblicos tales como los escritos de venerados fundadores y respetados teólogos junto con decisiones previas de la iglesia en asuntos de doctrina. Una de las ayudas más beneficiosas para los adventistas del séptimo día son los escritos producidos por la influencia del espíritu de profecía en Elena G. de White. Sus escritos han demostrado ser instructivos y valiosos en los esfuerzos de la iglesia para formular sus doctrinas. Ofrece a la iglesia ayuda, dirección y visión para este proceso.

Esto no quiere decir que Elena G. de White fue “teóloga” ni exégeta. Excepto en raras ocasiones, Elena de White no nos ofrece una exégesis en el sentido técnico, o las herramientas necesarias como para llevar a cabo exégesis. Raúl Dederen lo ha dicho muy bien: “Como intérprete de la Biblia, la función que caracterizó mejor a Elena de White fue la de un evangelista -no un exégeta ni un teólogo, como tal, sino la de un predicador y un evangelista… El modo profético y exhortativo fue más característico de ella que el exegético… El objeto de su atención era más el público al cual ella predicaba o escribía que el público específico al cual los mismos autores de la Biblia se dirigieron”.[3]

El caso es, sencillamente, que en la formación doctrinal ni los exégetas ni los teólogos son suficientes por sí mismos. Ni aun juntos pueden formular la doctrina eclesiástica, porque la doctrina de la iglesia expresa la comprensión total que la iglesia tiene, no sólo la de expertos preparados o de líderes talentosos en estas áreas. El hecho de que la vocación y el llamamiento particular de Elena G. de White fuese el de un profeta sugiere que su función no es meramente devocional o pastoral, ni tampoco exegética o teológica, sino profética. Y aunque su ministerio exhibe elementos de todas estas otras funciones, se diferencia de ellos, pues es distinto. La autoridad profética es la autoridad para relacionar el mensaje de Dios con los problemas fundamentales de la existencia humana, para descubrir la perversidad humana y poner de relieve el poder que el hombre tiene en Cristo. Un profeta puede argumentar teológicamente, puede ofrecer una reflexión devocional y puede ministrar pastoralmente al pueblo de Dios, pero su mensaje es generalmente más perturbador que el de un pastor, más desafiante que el de un escritor devocional, más punzante que una formulación teológica y más relevante que una exposición exegética.

La función profética de Elena G. de White al modelar la doctrina es formativa, no normativa. Al ocuparse la iglesia de su tarea teológica de convertir los frutos de la exégesis en doctrina, acepta la influencia profética que elige explicar y destacar ciertas enseñanzas de las Escrituras y no otras. Así, Elena G. de White no nos prueba que el séptimo día es el sábado, ni es ella la regla o norma para esa doctrina, pero al destacar la importancia del sábado en nuestra relación con Dios, influye sobre nosotros para que prestemos especial atención a esta enseñanza particular de las Escrituras.

Creemos que la revelación e inspiración, tanto de la Biblia como de los escritos de Elena de White, son de igual calidad. La dirección del Espíritu Santo fue tan cuidadosa y completa en un caso como en el otro. Debe hacerse, sin embargo, una clara diferencia entre la autoridad normativa de las Escrituras y la autoridad formativa de los escritos de Elena G. de White en nuestra iglesia. ¿Por qué debiera hacerse esta distinción? En primer lugar, Elena G. de White colocó claramente a la Biblia sola en la categoría de “norma” y “regla” para la doctrina. Por lo tanto, hay razones prácticas para hacer esta distinción. Sólo si nos abstenemos de utilizar a Elena G. de White como autoridad normativa para la doctrina podemos esperar encontrarnos con otros cristianos en terreno común y esperar que ellos vean la validez de nuestras doctrinas. Se desprende, entonces, que aun dentro de la iglesia Elena G. de White no debiera ser toma da como la corte de apelación final en asuntos de doctrina, porque si lo hacemos sería como tener una norma doctrinal para los que entran a la iglesia y otra norma diferente después que éstos han entrado.

Podemos agregar una razón práctica más para no atrevernos a utilizar a Elena G. de White como el árbitro final en asuntos de doctrina. El amplio espectro de temas sobre los cuales escribió, el enorme volumen de su producción literaria, y el hecho de que utiliza o comenta una gran proporción de todos los versículos de las Escrituras, hacen muy difícil en la práctica que no se le conceda un papel más importante que a cualquier escritor bíblico en la formulación de la doctrina. Sencillamente, tenía mucho más que decir sobre todos los temas doctrinales que cualquier escritor de la Biblia. Por lo tanto, si se utilizan sus escritos para terminar todas las disputas doctrinales, es casi imposible mantener a la Biblia como la autoridad normativa para las doctrinas. Los escritos que inspiró el espíritu de profecía para que Elena G. de White escribiera, ciertamente no debieran ser ignorados en los debates doctrinales. Nos permiten una valiosa penetración para entender el mensaje de la Escritura, destacan la importancia de determinados temas y verdades. Sin embargo, en el análisis final los debates que terminan debieran finalizar recurriendo a las Escrituras solamente. Es una tentación, en el caso de Elena G. de White, concederle más autoridad práctica a ella que a cualquier escritor bíblico porque ella escribió mucho más acerca de la Biblia que cualquiera de ellos. Esta tentación podría conducirnos hacia la situación en que la autoridad canónica sea menos importante para nosotros que la autoridad confirmatoria.

La función legítima de Elena G. de White en relación con la Biblia debiera ser consecuente con sus propias declaraciones en este aspecto. La dificultad es que hay una aparente diferencia entre su propia comprensión de su propósito en un determinado grupo de declaraciones comparado con otro. Por un lado, Elena G. de White habló del propósito de sus “testimonios” -un término genérico con el cual se refiere a todos sus consejos. Con relación a la Biblia ellos han de:

• conducir a los hombres a la Biblia,[4]

• traer de vuelta a hombres y mujeres hacia la descuidada Palabra de Dios,[5]

• llamar la atención hacia la Palabra de Dios,[6]

• impresionar las verdades de la Biblia sobre las mentes,[7]

• simplificar las grandes verdades ya mencionadas en la Palabra de Dios,[8]

• exaltar la Palabra de Dios,[9]

• dar una clara comprensión de la Palabra de Dios,[10]

• impresionar sobre los corazones las verdades ya reveladas,[11]

• armonizar con la Palabra de Dios.[12]

La señora Elena G. de White dice que sus testimonios nunca deben ocupar el lugar de la Biblia,[13] no deben ser una adición a la Palabra de Dios,[14] ni fueron dados para entregar nueva luz[15] o para ocupar el lugar de la Biblia.[16] Todas estas citas pueden encajar en un modelo que subordinaría claramente la autoridad de Elena G. de White a la autoridad de las Escrituras. Por otra parte, hay declaraciones en las cuales ella parece pretender, en virtud de la inspiración recibida, el derecho de “definir” y “especificar” el significado de la Escritura. Dice que sus escritos sobre asuntos doctrinales esencialmente no contienen errores: “Hay una recta cadena de verdad, sin una sola frase herética, en lo que yo he escrito”.[17] Los testimonios, nos asegura ella, “nunca contradicen su [de Dios3 palabra”.[18] A menudo recuerda los primeros tiempos cuando el “poder de Dios” descendía sobre ella, y recibía “capacidad para definir claramente lo que es verdad y lo que es error”.[19] Cuando los hermanos no podían avanzar más en aquellas primeras conferencias bíblicas, ella “recibía instrucción para poder relacionar la escritura con la escritura”. De ese modo, dice ella, “muchas verdades del mensaje del tercer ángel fueron establecidas punto por punto”.[20] Aun algunas porciones de su diario debieran ser publicadas, sostiene, porque estas contienen “luz” e “instrucción” que le fue dada “para corregir engañosos errores y aclarar qué es verdad”.[21] “Estoy agradecida”, escribió al evangelista W. W. Simpson, “porque la instrucción que está contenida en mis libros establece la verdad presente para este tiempo. Estos libros fueron escritos bajo la manifestación del Espíritu Santo”.[22]

Estas últimas declaraciones nos advierten especialmente que los comentarios de Elena G. de White sobre las Escrituras no pueden ser considerados livianamente si es que hemos de honrar su autoridad como ella misma la entendió. Pero a la luz de declaraciones como éstas es que también podemos ver por qué algunos han encontrado difícil creer que nuestras doctrinas están, en última instancia, fundamentadas sobre la Biblia y no sobre Elena G. de White. Nuestros primeros críticos tuvieron también el mismo problema. Habiendo leído la descripción de Elena G. de White de cómo su visión ayudó a aclarar la diferencia que se levantó entre los hermanos reunidos en la conferencia de Volney, Nueva York, en 1848,[23] resumieron efectivamente aquel incidente diciendo: “Hubo una diversidad de sentimientos; la hermana White vio que ellos debían dejar de lado sus diferencias y unirse, y así lo hicieron”.[24] J. N. Loughborough se opuso a esta interpretación. “La razón por la cual estas personas abandonaron sus diferencias”, nos dice, “no fue simplemente porque la hermana White les dijo que debían abandonarlas, sino porque en la misma visión fueron guiados hacia claras declaraciones de la Escritura que refutaban sus falsas teorías, y se presentó ante ellos un sendero recto y armonioso de verdades bíblicas”.[25]

Loughborough no se encontraba en esa reunión, pero su interpretación dada en 1885 nos lleva a una seria consideración: ¿Podían las declaraciones de Elena G. de White mencionadas anteriormente ser interpretadas bajo esta misma luz? Si no pueden serlo, sufrimos una tensión intolerable cuando Elena G. de White aparece diciendo por una parte que nuestra fe o creencia debe ser establecida sobre la Biblia y sólo la Biblia, y por otra parte afirma que sus escritos proveen la confirmación final de nuestra doctrina.

Siendo que creemos que Elena G. de White recibió revelaciones ¡guales en calidad, aunque diferentes en propósito y función de las recibidas por los escritores bíblicos, aprovechamos su consejo y testimonio en todos los estadios del proceso formativo de la doctrina, no como autoridad final, sino como una fuente de influencia y orientación. Si hemos de hacer esto del modo más efectivo, útil y unificador, debiéramos también estudiar los escritos de Elena G. de White cuidadosamente. No cualquier miembro de iglesia es llamado a ocuparse en asuntos tan delicados como este estudio, como tampoco todo miembro es llamado a ser un erudito en griego. Sin embargo, esto no torna innecesarios los esfuerzos de algunos por profundizar en el estudio de estos escritos.

Muchas de las mismas técnicas empleadas en el estudio de la Biblia son también útiles, en forma modificada, en el estudio de los escritos de Elena G. de White. Existe una colección muy importante de sus manuscritos personales. Estos borradores manuscritos nos pueden ayudar a entender más claramente lo que Elena de White tenía presente cuando escribió. Durante su vida algunos de sus asistentes literarios tuvieron considerable libertad al editar sus manuscritos. Su labor era mucho más significativa que la de un redactor común, que meramente debe prestar atención a asuntos meramente mecánicos y técnicos. La señora de White, por supuesto, se reservaba el derecho de la aprobación final de lo que sus asistentes preparaban. Así, tanto el manuscrito original como el trabajo final de cualquier manuscrito de Elena G. de White constituyen textos igualmente válidos. El objetivo de este análisis textual de los escritos de Elena de White tiene por lo tanto el propósito de descubrir el ámbito del posible significado de un pasaje determinado o recuperar matices perdidos más bien que establecer un texto único, verdadero y original.

Se ha dicho que la comprensión que tuvo la señora de White de la Biblia y las actividades de Dios se incrementaron con el tiempo. Por lo tanto es útil estudiar todos sus escritos, ya estén publicados o no, en su secuencia cronológica para seguir el crecimiento y el cambio de diferentes conceptos.

Como se sabe que Elena G. de White usó ampliamente fuentes literarias, será útil identificar, en la medida de lo posible, todas esas fuentes. Su significado puede a menudo ser clarificado al comparar y contrastar lo que ella escribió con la fuente de la cual tomó expresiones e ideas. Necesitamos considerar qué es lo que decidió utilizar, en contraste con lo que no eligió de un determinado autor o pasaje, y preguntarnos por qué ella seleccionó ese material específico.

Mientras las fuentes más destacadas llegan a estar más fácilmente disponibles, podemos comenzar significativamente nuestro estudio de tópicos específicos, que serán de ayuda para establecer la relación adecuada entre la autoridad profética de Elena G. de White, la autoridad de los exégetas y teólogos, y la autoridad de las Escrituras en la formación de la doctrina. Necesitamos realizar un examen exhaustivo y completo de todas las declaraciones publicadas y no publicadas de Elena G. de White acerca de las Escrituras. Necesitamos estudiar lo que dice acerca de la hermenéutica, la inspiración, la autoridad y la utilidad de las Escrituras. Esto debiera ser hecho en primer lugar en un contexto cronológico, con el propósito de detectar el desarrollo en sus enseñanzas. En segundo lugar, debiera ser hecho teniendo en cuenta el contexto histórico, comparando lo que ella escribió con lo que otros escribieron y predicaron en su tiempo. Por ejemplo, ella viajó y predicó junto a G. B. Starr en Nueva Zelandia, en una época en la cual él atacó vigorosamente la alta crítica. Los sermones de Starr fueron publicados por un periódico local, y así pueden ser comparados con los comentarios de Elena G. de White misma sobre la alta crítica para ver en qué armonizó, en qué discrepó y dónde guardó silencio en cuanto a las afirmaciones que hizo Starr.

También debemos decir algo en cuanto a cierto punto de vista “elevado” de las Escrituras que se encuentra en los escritos de Elena G. de White y que está fuera del tema de la inspiración como tal. Tiene que ver con sus declaraciones acerca de la utilidad de las Escrituras. Adjudica un gran poder a la Biblia. Es mucho más que una fuente de ideas religiosas correctas. Es capaz de incrementar el poder del intelecto y satisfacer toda necesidad emocional, espiritual y aun física de la humanidad. Este punto de vista de las Escrituras implica alguna cosa acerca de su inspiración, es indudable, pero no es un comentario directo de su inspiración.

Debemos estudiar no sólo el concepto de la utilidad de las Escrituras de Elena G. de White, sino que debiera darse mucha más atención a su uso de las Escrituras. Sabemos que utilizó las Escrituras de distintas formas, y sólo rara vez se ocupa de lo que podríamos llamar exégesis. Pero hay mucho más que esto en el uso que Elena de White hace de las Escrituras. Tuvo la tendencia de incorporar largos pasajes de las Escrituras a sus escritos. En muchos casos estos pasajes fueron escritos a mano sin abreviaturas en sus manuscritos originales. ¿Qué dice esto acerca de su concepto de las Escrituras? En lugares en los que nos concentraríamos en un versículo o frase específico de las Escrituras, o donde colocaríamos simplemente una referencia en nuestros escritos, Elena G. de White copiaba laboriosamente un extenso pasaje palabra por palabra. ¿Qué significa esto? ¿Implica, acaso, un deseo de apartarse y permitir que las Escrituras hablen por sí mismas, o es meramente un hábito que le ayudó a llenar páginas enteras? Sospecho que la primera razón es la más probable. Fenómenos como éste nos advierten que en algunas ocasiones podríamos estar haciendo las preguntas equivocadas acerca de la relación de Elena G. de White con la Biblia. De todos modos, antes que intentemos forzarla dentro de categorías analíticas provistas por críticos hostiles, debemos considerar su relación con la Biblia, en sus propios términos, examinando lo que ella dijo e hizo.

En resumidas cuentas, entonces, la Biblia es nuestra única norma y regla para establecer doctrina. Es nuestra autoridad doctrinal final. El primer paso para comprenderla es la exégesis. El proceso teologizante es el que sigue al proceso exegético. En este proceso, Elena de White, en virtud de su autoridad profética, influye sobre nosotros al transformar los resultados de la exégesis en doctrina. Sus escritos pueden ser estudiados con provecho, y si bien ella permanece como una autoridad formativa de la doctrina adventista, la Biblia es la única autoridad normativa.

Sobre el autor: Ron Graybill es secretario asociado del Patrimonio White en Washington D.C. Estados Unidos.


Referencias

[1]  El conflicto de los siglos, pág. 653.

[2]  Mensajes Selectos T 1, pág. 487.

[3]  “Ellen G. White’s Doctrines of Scripture”, en Are there Prophets in the Modern Church?, suplemento de Ministry, julio de 1977, pág. 24.

[4]  El evangelismo, pág. 190.

[5] Testimonies, t. 2, pág. 455.

[6] Life Sketches, pág. 199.

[7] Loc. Cit.

[8] Loc. Cit.

[9] Testimonies, t 2, pág. 606.

[10] Ibid, t.4, pág. 246.

[11] Ibid, t. 2, págs. 660, 661.

[12] Testimonios para los ministros, pág. 402.

[13] El evangelismo, pág. 190.

[14] Testimonios t. 4, pág. 246.

[15] Life Sketches, págs. 198, 199.

[16] Testimonios t. 5, pág. 663-668.

[17] Selected Messages, t. 3, pág.52.

[18] Ibid, pág. 32.

[19] Obreros evangélicos, pág. 317.

[20] Selected Messages, t. 3, pág. 38.

[21] Ibid., pág. 32.

[22] Carta 50, 1906.

[23] Spiritual Gifts, t. 2, págs. 98, 99.

[24] J. N. Loughborough, “Recollections of the Past. N° 12″, Review and Herald, 3 de marzo de 1885, pág. 138.

[25] Loc. cit.