Grandes cosas suceden cuando la iglesia avanza unida

Me gusta repetir una frase que muchos ya memorizaron: “Unidos somos más fuertes, llegamos más lejos y vamos más rápido”. Esta repetición demuestra mi creencia en la fuerza y en los resultados de la integración, y motiva a los líderes y a los miembros a invertir en esta visión.

 Integración y unidad son palabras cuyo significado es muy similar, y representan una de nuestras mayores necesidades. Son fundamentales para el cumplimiento de nuestra misión, importantes para la solidez de nuestro mensaje, para la expansión mundial de nuestra iglesia, y especialmente para el recibimiento del Espíritu Santo. Elena de White afirma que “cuando los obreros tengan un Cristo que more permanentemente en su alma […] cuando exista unidad, cuando se santifiquen a sí mismos, de modo que se vea y sienta el amor mutuo, entonces las lluvias de gracia del Espíritu Santo vendrán sobre ellos tan ciertamente como que la promesa de Dios nunca faltará en una jota o una tilde”.[1]

 El ministerio adventista está formado, mayormente, por líderes creativos, carismáticos y proactivos, lo que facilita el surgimiento de nuevas ideas e iniciativas independientes. Esta autonomía es positiva; a fin de cuentas, la unidad no es lo mismo que la uniformidad. Cada individuo necesita alimentar y preservar sus características personales. Nuestro gran desafío, sin embargo, es canalizar estas peculiaridades a favor de una causa común, pues “por buenas que sean las cualidades que un hombre tenga, no puede ser un buen soldado si actúa en forma independiente. Podría ocasionalmente hacer algún bien, pero a menudo el resultado es de poco valor, y muchas veces al final se ve que se ha hecho más daño que bien. Los que actúan independientemente aparentan estar haciendo algo, atraen la atención, brillan en forma destacada, y entonces se apagan. Todos deben avanzar en una sola dirección con el fin de prestar eficiente servicio a la causa”.[2]

 El Espíritu Santo fue derramado en ocasión del Pentecostés recién después de que los primeros cristianos dejaron de lado intereses personales, se consagraron al Señor y se unieron alrededor de la misma misión. “A pesar de sus anteriores prejuicios, se hallaban en recíproca concordia. Sabía Satanás que mientras durase aquella unión no podría impedir el progreso de la verdad evangélica, y procuró valerse de los antiguos modos de pensar, con la esperanza de así introducir en la iglesia elementos de discordia”.[3] Pero, había una certeza: “Mientras continuaran trabajando unidos, los mensajeros celestiales irían delante de ellos abriendo el camino; los corazones serían preparados para la recepción de la verdad y muchos serían ganados para Cristo. Mientras permanecieran unidos, la iglesia avanzaría. […] Nada podría detener su progreso. Avanzando de victoria en victoria, cumpliría gloriosamente su divina misión de proclamar el evangelio al mundo”.[4]

 Para fortalecer esa experiencia de integración, bajo el poder del Espíritu Santo, cada año tenemos el desafío de unirnos alrededor de la misma visión, que destaca al discipulado, no como un modelo rígido, sino con eje en el concepto de “hacer discípulos a través de la comunión, las relaciones y la misión”, con una orientación clara en cautivar, desarrollar y multiplicar personas. Tomando como base estos principios, cada pastor, campo local y Unión adapta los conceptos a su región, su perfil de liderazgo y su abordaje de proyectos e iniciativas.

 Los objetivos principales para cada principio del discipulado tienen que ser comunes, apuntado al resultado final de cualquier área o iniciativa. En comunión, más gente que estudie la Biblia y dedique tiempo a la oración; en relaciones, más gente que participe de una unidad de acción integrada a un Grupo pequeño; y en la misión, más gente que dé estudios bíblicos y lleve personas al bautismo.

 Para que los resultados sean sólidos, también es necesario que avancemos de modo integrado en algunos énfasis: en comunión, la adquisición y el estudio diario de la lección de  Escuela Sabática; en relaciones, la inversión en capacitación regular de líderes y cuidado especial en la retención de miembros; y en la misión, el compromiso de cada adventista en la ministración de estudios bíblicos, la realización de bautismos frecuentes, con fechas específicas y ceremonias inspiradoras, y en la tarea de plantar iglesias.

 El fortalecimiento de cada una de estas acciones tiene lugar en cuatro momentos del año, bien conocidos, en los cuales la iglesia integrada debe estar implicada. Estamos llamando celebración a cada uno de estos momentos porque son más que una fecha o un evento: son una oportunidad de actuar juntos, celebrando cada énfasis del discipulado.

 Esta es la visión general, la esencia de las ideas. A partir de ellas, cada región puede desarrollar su estrategia y crear el mejor formato local. Es importante destacar, sin embargo, que el discipulado existe para la misión. A fin de cuentas, ese fue el objetivo de la Gran Comisión (Mat. 28:18-20). El crecimiento espiritual y la integración de la iglesia deben hacer más felices y espiritualmente profundos a nuestros miembros, pero tiene que llevar al testimonio personal y a la multiplicación de nuevos discípulos. Trabajamos por un discipulado claro, que produzca una misión intensa y lleve a que más de un millón de personas reciban estudios bíblicos. Como consecuencia, esperamos que por lo menos 250 mil personas entreguen su vida a Jesús por medio del bautismo, convirtiéndose en nuevos discípulos multiplicadores.

 Para que esto suceda, dedíquese a un ministerio moldeado por la integración. No siempre es fácil, pues es necesaria la humildad para administrar el entusiasmo, dirigir la creatividad y fortalecer la disciplina personal. El apóstol Pablo entendió la necesidad de cultivar esa humildad, aun con gran sacrificio. Cuando surgió una polémica sobre la circuncisión, catorce años después de su conversión, tomó tres semanas para viajar 501 km hasta Jerusalén, para dialogar con los apóstoles y buscar consenso sobre el tema. Era su forma de reconocer que la unidad tiene un precio, pero compensa. Por eso, como obreros llamados para el tiempo del fin, somos desafiados a “juntos […] llevar adelante la obra hasta completarla”.[5]

Sobre el autor: presidente de la Iglesia Adventista de Sudamérica.


Referencias

[1] Elena de White, Mensajes selectos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), t. 1, pp. 214, 215.

[2] Elena de White, Mensajes selectos (Florida, Bs.As.: Asociación Casa Editora Sudamericana,2015), t. 3, p. 27.

[3] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 73.

[4] Ibíd., p. 76.

[5] Ibíd., pp. 226, 227.