Hay una labor, que deben realizar nuestras iglesias, de la que pocos tienen idea… Debemos dar de nuestros medios para sostener obreros en el campo de cosecha y regocijarnos al recoger las gavillas. Pero, si bien es cierto que esto es bueno, hay una obra, hasta ahora intacta, que debe ser realizada. La misión de Cristo fue sanar a los enfermos, alentar a los desesperanzados, vendar a los quebrantados. Esta labor de restauración debe ser hecha entre los dolientes necesitados de la humanidad.

Dios no solamente pide vuestra caridad sino vuestro semblante alegre, vuestras esperanzadas palabras, el apretón de vuestra mano. Aliviad a algunos de los afligidos de Dios. Algunos están enfermos y han perdido la esperanza. Devolvedles la luz del sol. Hay almas que han perdido su valor; habladles, orad por ellas. Hay quienes necesitan el Pan de vida; leedles de la Palabra de Dios. Hay una enfermedad del alma que ningún bálsamo puede alcanzar; ninguna medicina, curar. Orad por estas [almas] y traedlas a Jesucristo (El ministerio de la bondad, p. 75).

Por doquiera hay una obra que debe hacerse para todas las clases sociales. Hemos de acercarnos a los pobres y a los depravados -a los que han caído debido a la intemperancia. Y, al mismo tiempo, no debemos olvidarnos de los encumbrados: abogados, ministros, senadores y jueces, muchos de los cuales son esclavos de los hábitos de la intemperancia. No debemos perder ninguna oportunidad para mostrarles que su alma tiene valor y que vale la pena hacer un esfuerzo para ganar la vida eterna (ibíd., p. 77).

Allegaos a la gente dondequiera que se halle, por medio de la obra personal. Relacionaos con ella. Esta obra no puede verificarse por apoderado. El dinero prestado o dado no puede hacerla, como tampoco los sermones predicados desde el púlpito (ibíd., p. 79).

Visitad a vuestros vecinos en una manera amigable y trabad relaciones con ellos… Aquellos que no quieren hacer este trabajo, aquellos que actúan con la indiferencia que algunos ya han manifestado, pronto perderán su primer amor, y comenzarán a censurar, criticar y condenar a sus propios hermanos (ibíd, p. 83)

Al ir, como los discípulos, de lugar en lugar narrando el relato del amor del Salvador, ganaréis amigos y veréis el fruto de vuestra labor. Todos los obreros verdaderos, humildes, amantes y fieles serán sostenidos y fortalecidos con el poder que emana de lo Alto. Se abrirán camino al corazón de la gente al seguir el ejemplo de Cristo. Ministrarán a los enfermos, orarán por los afligidos. Se escucharán las voces del canto y la oración. Se abrirán las Escrituras para testificar de la verdad. Y, con señales que sigan, el Señor confirmará la palabra hablada (ibíd., pp. 84,85).

Necesitamos manifestar más simpatía de la clase que sintió Cristo; no meramente simpatía por aquellos que nos parecen sin falta, sino para con las pobres almas que sufren y luchan, que son a menudo sorprendidas en falta, pecan y se arrepienten, son tentadas y se desalientan. Debemos ir a nuestros semejantes, conmovidos, como nuestro misericordioso Sumo Sacerdote, por el sentimiento de sus flaquezas (Servicio cristiano, p. 288).

Al trabajar en favor de las víctimas de los malos hábitos, en vez de señalarles la desesperación y la ruina hacia las cuales se precipitan, dirigid sus miradas hacia Jesús. Haced que se fijen en las glorias de lo celestial. Esto será más eficaz para la salvación del cuerpo y del alma que todos los terrores del sepulcro puestos delante del que carece de fuerza y aparentemente de esperanza (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 826).

Los que pretenden creer en Cristo han de representarlo mediante hechos de bondad y misericordia. Los tales nunca sabrán, hasta el Día del Juicio, qué bien han hecho al procurar seguir el ejemplo del Salvador. Si quisiéramos humillarnos ante Dios, ser amables, corteses y compasivos, se producirían cien conversiones a la verdad allí donde se produce una ahora (El ministerio de la bondad, p. 91).