Las preguntas que hizo Ken McFarland en la década de los años 80, siguen intactas, y hasta parecieran más actuales hoy, en la era de las comunicaciones: “¿Por dónde andaban los equipos de noticias de los canales de televisión cuando Jesús predicó el Sermón del Monte? ¿Por qué la resurrección de Lázaro no fue transmitida a todo el mundo vía satélite? ¿Por qué los milagros de Jesús no fueron grabados y distribuidos en DVD?”

Una mirada rápida y superficial podría dejarnos la impresión de que Jesús no obtuvo grandes éxitos en la evangelización. Ken McFarland continúa preguntando: si tienes apenas un poco más de tres años para abarcar a todo el mundo, ¿no debieras hacer todo lo posible para alcanzar al mayor número de personas? ¿No hubiese podido el Señor permitir el desarrollo de la tecnología algunos siglos antes, para que su misión sea conocida a través de esos medios en sus días? ¿No malgastó Jesús alrededor de tres décadas trabajando en una anónima carpintería? O ¿no desperdició en muchas ocasiones su tiempo hablando a una sola persona, mientras el mundo esperaba, moribundo?

Aun cuando parecieran muy lógicos los planteos que hemos presentado, estoy seguro de que la manera en que Cristo trabajó para conquistar el mundo continúa siendo la mejor. Dios jamás se fija blancos escasos. Jesús dijo: “Será predicado el evangelio a todo el mundo […]” (Mat. 24:14). Por favor, no me entiendas mal. Los blancos ambiciosos de la iglesia, la evangelización vía satélite, los ciclos de evangelismo público, los canales de televisión, etc., son dignos de encomio. Pero, creo honestamente que podemos aprender mucho acerca del método que utilizó Jesús para ganar almas.

“El Señor desea que su palabra de gracia penetre en toda alma. En gran medida, esto debe realizarse mediante un trabajo personal. Este fue el método de Cristo. Su obra se realizaba, mayormente, por medio de entrevistas personales. Dispensaba una fiel consideración al auditorio de una sola alma. Por medio de esa sola alma, a menudo el mensaje se extendía a millares” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 181).

“Así, por el trato personal llega hasta los hombres el poder salvador del evangelio. No se salvan en grupos, sino individualmente. La influencia personal es un poder. Tenemos que acercarnos a los que queremos mejorar” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 34).

A pesar del aparente fracaso de Jesús –digo aparente, porque de los doce hombres por los cuales trabajó tres años y medio uno lo traicionó, otro lo negó, uno más lo siguió de lejos y ocho huyeron, pensando salvar sus propias vidas–, cuando el evangelio comenzó a arder en su corazón produjo ¡una explosión que conmovió al mundo entero!

McFarland menciona, literalmente, que “el Salvador conocía el asombroso potencial que tiene un solo cristiano cuya vida rebosa de amor. Él sabía que no necesitaba una gran cantidad de materia prima, para originar una reacción en cadena de dimensiones estupendas. Sabía que si hacía un trabajo completo y cuidadoso con unos pocos individuos escogidos las multitudes, que esperaban, pronto oirían también el evangelio”.

Elena de White menciona que “el éxito no depende de la fuerza o el número; Dios puede librar con pocos del mismo modo que con muchos. Una iglesia grande no es necesariamente una iglesia fuerte. […] Dios se siente honrado, no tanto por el gran número de quienes lo sirven, como por su carácter” (Signs of the Times, 30 de junio de 1881).

Durante este año, la iglesia en Sudamérica anhela reforzar el evangelismo de la amistad. El evangelismo que tiende puentes; puentes que están firmemente cimentados en el amor a Jesús, y que genera caracteres reavivados y reformados a la semejanza de Cristo, y que se brindan por amor a sus semejantes.

Colega pastor, ¿también te sumarás, junto con los hermanos de tu distrito, al proyecto de evangelismo a través de la amistad?

El impacto que tienen en el mundo 17 millones de miembros convertidos y consagrados solo a medias no podría compararse con el que causa una docena de seguidores de Cristo completamente entregados y llenos del Espíritu Santo.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.