“¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe, para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia?” (El Camino a Cristo, pág. 97).

En la India abundan los pozos. Supongamos que oigo gritos pidiendo auxilio que proceden de uno de esos pozos. Miro hacia abajo y veo que alguien se debate en el agua. Corro en busca de una cuerda para echársela. Continúan las llamadas de auxilio, pero cuando la cuerda llega a su alcance, la persona que está en peligro no la ase, pero prosigue gritando que la salven. ¡Qué situación ridícula! —diréis. Por cierto que es ridicula, pero ¿difiere mucho de esto nuestra propia situación? Nosotros también clamamos en demanda de ayuda. ¿Por qué no nos contesta Dios? Él ya ha contestado. “Y será que antes que clamen, responderé yo, aun estando ellos hablando, yo habré oído (Isa. 65:24). La Palabra de Dios abunda en respuestas a nuestras peticiones. Estamos familiarizados con ellas. Entonces, ¿adónde está la dificultad? No nos posesionamos de su Palabra para introducirla en nuestra experiencia. Jesús dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará” (Juan 14:12). Consideremos los siguientes pasajes inspirados de El Ministerio de Curación.

“El mismo poder que Cristo ejerció cuando andaba entre los hombres se encuentra en su Palabra. Con ella curaba las enfermedades y echaba fuera demonios; con ella sosegaba el mar y resucitaba a los muertos; y el pueblo atestiguó que su palabra iba revestida de poder. El predicaba la Palabra de Dios, la misma que había dado a conocer a todos los profetas y maestros del Antiguo Testamento. La Biblia entera es una manifestación de Cristo.

“Las Escrituras deben recibirse como palabra que Dios nos dirige, palabra no meramente escrita sino hablada. Cuando los afligidos acudían a Cristo, discernía él, no sólo a los que pedían ayuda, sino a todos aquellos que en el curso de los siglos acudirían a él con las mismas necesidades y la misma fe. Al decirle al paralítico: ‘Confía, hijo; tus pecados te son perdonados’, al decir a la mujer de Capernaum: ‘Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz’, se dirigía también a otros afligidos, a otros cargados de pecado, que acudirían a pedirle ayuda (Mat. 9:2; Luc. 8:48).

“Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de aquel árbol que es ‘para la sanidad de las naciones’ (Apoc. 22:2). Recibidas y asimiladas, serán la fuerza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Ninguna otra cosa puede infundirnos el valor y la fe que dan vital energía a todo el ser” (págs. 84, 85).

Hemos considerado la fe en Dios más bien en forma general. Dirijamos nuestra atención ahora sobre la manera en. que obra la fe en el arte de curar. Leamos otra vez de El Ministerio de Curación:

“En el ministerio de curación, el médico ha de ser colaborador de Cristo. El Salvador asistía tanto al alma como al cuerpo. El Evangelio que enseñó fué un mensaje de vida espiritual y de restauración física. La salvación del pecado y la curación de la enfermedad iban enlazadas. El mismo ministerio está encomendado al médico cristiano. Debe unirse con Cristo en la tarea de aliviar las necesidades físicas y espirituales del prójimo. Debe ser mensajero de misericordia para el enfermo, llevándole el remedio para su cuerpo desgastado y para su alma enferma de pecado.

“Cristo es el verdadero jefe de la profesión médica. El supremo Médico se encuentra siempre al lado de todo aquel que ejerce esa profesión en el temor de Dios y trabajador alivia las dolencias humanas. Mientras emplea remedios naturales para aliviar la enfermedad física, el médico debe dirigir a sus pacientes hacia Aquel que puede aliviar las dolencias del alma tanto como las del cuerpo. Lo que los médicos tan sólo pueden ayudar a realizar, Cristo lo cumple. Aquéllos procuran estimular la obra curativa de la naturaleza; Cristo sana. El médico procura conservar la vida; Cristo la da (pág. 75).

“El médico debe enseñar a sus pacientes que han de cooperar con Dios en la obra de restauración. El médico echa cada vez más de ver que la enfermedad resulta del pecado. Sabe que las leyes de la naturaleza son tan ciertamente divinas como los preceptos del Decálogo, y que sólo por la obediencia a ellas puede recuperarse o conservarse la salud. Él ve que muchos sufren los resultados de sus hábitos perjudiciales cuando podrían recobrar la salud si hiciesen lo que está a su alcance para su restablecimiento. Es necesario enseñarles que todo hábito que destruye las energías físicas, mentales o espirituales, es pecado, y que la salud se consigue por la obediencia a las leyes que Dios estableció para bien del género humano…

“Dios quiere que alcancemos al ideal de perfección hecho posible para nosotros por el don de Cristo. Nos invita a que escojamos el lado de la justicia, a ponernos en relación con los agentes celestiales, a adoptar principios que restaurarán en nosotros la imagen divina. En su Palabra escrita y en el gran libro de la naturaleza ha revelado los principios de la vida. Es tarea nuestra conocer estos principios y por medio de la obediencia cooperar con Dios en restaurar la salud del cuerpo tanto como la del alma” (págs. 76-78).

En el mismo libro citado encontramos esta declaración en la pág. 78: “Las palabras de nuestro Salvador: ‘Venid a mí… que yo os haré descansar’ (Mat. 11:28), son una receta para curar las enfermedades físicas, mentales y espirituales. A pesar de que por su mal proceder los hombres han atraído el dolor sobre sí mismos, Cristo se compadece de ellos. En él pueden encontrar ayuda. Hará cosas grandes en beneficio de quienes en él confíen”. Volvemos a citar de El Ministerio de Curación:

“Si los seres humanos abriesen hacia el cielo las ventanas del alma, para apreciar los dones divinos, un raudal de virtud curativa la inundaría” (pág. 116).

“Admirables son las oportunidades dadas a quienes cuidan enfermos. En todo cuanto hacen por devolverles la salud, háganles comprender que el médico procura ayudarles a cooperar con Dios para combatir la enfermedad. Indúzcanlos a sentir que a cada paso que den en armonía con las leyes de Dios pueden esperar la ayuda del poder divino” (pág. 81).

Reconsiderando el propósito divino en la curación

Si hay quienes piensan que nuestra obra de curación tiene el propósito de hacer amigos para qué ¿¿duchen el Evangelio, espero que reconsideren .su posición, y que vean el misericordioso propósito de Dios, que desea que hagamos de cada acto de curación un testimonio de la gracia divina impartida a los hijos terrenales. Cuando nuestros pacientes vean en ello una manifestación del amor y la misericordia divinos, anhelarán conocer más de ellos. Meditad en las siguientes palabras tomadas del libro del espíritu de profecía, Counsels on Health (Consejos sobre Salud), que hablan de la influencia y la obra de las enfermeras y los médicos cristianos: “Los enfermos necesitan palabras de sabiduría. Las enfermeras debieran estudiar diariamente la Biblia para poder pronunciar palabras que iluminen y ayuden a los que sufren. Los ángeles de Dios están en las habitaciones donde se ministra a estos seres que sufren, y la atmósfera que rodea el alma del que da el tratamiento debiera ser pura y fragante.

“Los médicos y las enfermeras deben seguir los principios de Cristo. Sus virtudes deben manifestarse en sus vidas. Luego, por lo que hagan y digan, conducirán al enfermo hacia el Salvador.

“La enfermera cristiana, mientras administra el tratamiento para la restauración de la salud, puede conducir en forma agradable y con éxito la mente del paciente hacia Cristo, el Médico del alma tanto como del cuerpo. Los pensamientos presentados, un poco aquí y otro poco allá, ejercerán su influencia. Las enfermeras de más experiencia no debieran perder ninguna oportunidad favorable de dirigir la atención del enfermo hacia Cristo. Siempre debieran estar listas para mezclar la curación espiritual con la curación física.

“En la forma más bondadosa y tierna, las enfermeras deben enseñar al que va a ser sanado que debe dejar de transgredir la ley de Dios. Debe dejar de elegir una vida de pecado. Dios no puede bendecir al que continúa imponiéndose enfermedad y sufrimiento por culpa de una violación voluntaria de las leyes celestiales. Pero Cristo, mediante el Espíritu Santo, acude como poder sanador a la vida de los que dejan el mal y aprenden a hacer el bien” (pág. 406).

Me agradan estas palabras dirigidas a los médicos, que se encuentran también en Counsels on Health:

“El joven médico tiene acceso al Dios de Daniel. Mediante la gracia y el poder divinos, puede llegar a ser tan eficiente en su vocación como Daniel, cuando ocupó su elevada posición. Pero es un error hacer de una preparación científica la cosa más importante, mientras se descuidan los principios religiosos, que están a la misma base de una práctica de éxito. Muchos son alabados como hombres hábiles en su profesión, y sin embargo se burlan del pensamiento de que necesitan confiar en Jesús para obtener sabiduría en su trabajo. Pero si estos hombres que confían en su conocimiento de la ciencia fueran iluminados por la luz del cielo, ¡cuánto mayor grado de excelencia alcanzarían! ¡Cuánto más poderosas serían sus facultades, y con cuánta más confianza podrían emprender los casos difíciles! La persona que está estrechamente ligada con el gran Médico de alma y el cuerpo, tiene a su disposición los recursos del cielo y de la tierra, y puede trabajar con una sabiduría y una exacta precisión que no posee el impío.

 “Aquellos a quienes se ha confiado el cuidado de los enfermos sean médicos o enfermeras, debieran recordar que su obra debe soportar el escrutinio del penetrante ojo de Jehová. No hay otro campo misionero más importante que el ocupado por el médico fiel y temeroso de Dios. No hay otro campo en el que una persona pueda realizar mayor bien o ganar más joyas que han de brillar en la corona de su gozo. Puede llevar la gracia de Cristo, como un dulce perfume, a todas las habitaciones de los enfermos donde entre; puede llevar el verdadero bálsamo sanador al alma enferma por el pecado. Puede dirigir al enfermo y al agonizante hacia el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No debiera prestar atención a la sugestión de que es peligroso hablar de sus intereses eternos a aquellos cuyas vidas están en peligro, por miedo de empeorar su condición, porque en nueve casos de cada diez el conocimiento de un Salvador que perdona los pecados los hará sentirse mejores tanto de cuerpo como de’ alma. Jesús puede limitar el poder de Satanás. Él es el médico en quien el alma enferma por el pecado puede confiar para que la sane de las enfermedades del cuerpo y del alma” (págs. 329, 330).

“El médico debe saber orar. En muchos casos debe aumentar el sufrimiento para salvar la vida; y aunque el paciente crea o no en Cristo. experimenta mayor seguridad si sabe que su médico teme a Dios. La oración le dará al enfermo una gran confianza; y muchas veces, si sus casos son llevados al gran Médico con humilde confianza, esto hará más por ellos que todas las drogas que pueda administrárseles” (pág. 324).

Para terminar quisiera dejaros una declaración de gran poder animador, tomada de Lecciones Prácticas del Gran Maestro.

 “Cuando la voluntad del hombre coopera con la voluntad de Dios, llega a ser omnipotente. Cualquier cosa que debe hacerse por orden suya, puede llevarse a cabo con su fuerza, lodos sus mandamientos son habilitaciones” (pág. 303).