La familia del obrero cristiano constituye un factor importante del éxito del mismo. Muchas veces es la influencia de la familia la que decide su adelanto o estancamiento.
En el círculo familiar aprendemos cosas que aplicamos en nuestro trabajo. Aun el entrar a nuestros hogares en forma casual o salir de ellos, influye en nuestras vidas. En el ambiente hogareño descansamos; en el círculo familiar amamos y se nos ama; servimos y se nos sirve. Probablemente el ambiente del hogar sea el más parecido al del cielo. La vida que lleva el obrero y el espíritu que prevalece en la familia se reflejan en todas sus actividades, aunque muchas veces él no lo note.
Nuestros hijos pueden enseñarnos lecciones muy valiosas. Al contemplar el espíritu de dependencia hacia sus padres podemos comprender, en parte, la grande y amable relación que existe entre Dios y sus hijos. Cuando vienen a nosotros en busca de consejo, y cumplen las tareas que les asignamos, debemos recordar nuestra relación con Dios. Su gozo y los incidentes amargos de su vida, y el hecho de que nos busquen para compartirlos, debería llamarnos la atención a nuestra propia relación con el Padre. Al verlos crecer física y mentalmente, debemos recordar el plan de Dios de que sus obreros crezcan en el conocimiento y la gracia del Señor. Al expresar nuestro tierno amor a nuestras esposas e hijos sentiremos más y más las bendiciones del Padre celestial, en las experiencias agradables y desagradables de la vida diaria.
Cuando el hijo deja el hogar paterno para irse lejos o establecer su propio hogar, o cuando nos vemos obligados a despedirnos de algún ser amado frente a la tumba, sentimos en parte cómo se habrá herido el corazón del universo cuando el Señor Jesús dejó las cortes celestiales para venir a este oscuro mundo. Cuando nuestros hijos demuestran tendencia a apartarse de las enseñanzas del hogar y del santo Evangelio, recordemos la historia del hijo pródigo y ese drama aparecerá más real para bien de nuestro propio ministerio.
Cada vez se conoce más a Abrahán como una figura descollante del mundo antiguo. El mostró consideración y amor hacia todos los de su casa. Fué bondadoso aun con el criado más humilde de su hogar. Consideró a cada miembro como un compañero que compartía con él la gracia de Dios. Abrahán no tuvo favoritos en el círculo familiar. Ganó el favor de los reyes y los príncipes por tratarlos con la misma deferencia que empleaba con los de su casa.
El obrero cristiano del siglo XX aprovechará mucho para la formación de su personalidad y su beneficio espiritual si cuida sus relaciones con la familia y es considerado con todos los que la componen.
Cuando se escogen los hombres que han de ocupar puestos de responsabilidad en el movimiento adventista, se tiene muy en cuenta la actitud del obrero hacia la familia. Respetemos, pues, a nuestra familia. Estimulemos el amor y el espíritu de servicio del uno hacia el otro en el círculo del hogar. Tomemos parte activa en las tareas de la casa, y contribuyamos a que nuestro hogar sea más atractivo. Si hacemos estas cosas obtendremos un valioso galardón en nuestra labor de ministros cristianos.
Sobre el autor: Director de la revista Ministerio Adventista.