La oración es un poder, una fuente y un privilegio. Jesús dijo en el Sermón del Monte algo muy importante acerca de la oración: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mat. 6:6). El Maestro no dijo: “Si oras”, sino “Cuando ores”. Eso confirma el hecho de que la oración es parte vital de la experiencia cristiana y no sólo un accesorio. En verdad, es un elemento básico de ella.
Aunque la mayor parte de la gente no es consciente de esto, pocos son los que desarrollan una experiencia constante de comunión con Dios. Hablar acerca de la importancia de la oración, enseñar a los miembros de la iglesia a orar correctamente y motivarlos para que tengan una vida de comunión con Dios debe ser una prioridad en el púlpito de hoy. Por otro lado, hablar de la oración a los pastores muchas veces se parece a llover sobre terreno mojado, o tratar de enseñarle a un cura a decir misa. Además, para nosotros, líderes espirituales, es mucho más fácil hablar acerca de este tema que practicarlo.
Hace poco leí dos frases que me llevaron a una profunda reflexión. La primera decía que “el púlpito de hoy es pobre en oración”. ¿A qué se debe esa pobreza? Como líderes espirituales, ¿podría ser que no estamos orando como deberíamos hacerlo, o no estamos hablando lo suficiente acerca de la oración? La otra declaración decía: “Es más fácil encontrar vida en un muerto que vida espiritual en un cristiano que no ora”. En otras palabras, es imposible sobrevivir espiritualmente sin oración; y dejar de orar no sólo demuestra que nos estamos suicidando espiritualmente; al mismo tiempo estamos transmitiendo un mensaje contradictorio.
Por ejemplo, cuando por alguna razón un cristiano deja de orar está diciendo que no tiene nada que decirle a Dios. Eso también significa que no tiene nada que agradecerle. lino de los pecados más grandes de nuestros días es la ingratitud. Es raro oír ahora decir: “Muchas gracias” Podemos agradecer lo que la gente hace por nosotros, pero deberíamos expresar especial gratitud al que nos creó y nos mantiene con vida. En el libro Servicio cristiano, en la página 263, leemos: “El alabar a Dios de todo corazón y con sinceridad es un deber igual al de la oración”. Cuando somos conscientes de la necesidad de agradecer a Dios por sus bendiciones físicas, materiales y espirituales, tendremos muchas más razones para hablar con él.
Cuando no buscamos a Dios por medio de la oración no sólo demostramos que no tenemos nada que pedir o agradecer, sino también ponemos de manifiesto que, como pecadores, no tenemos ningún pecado que confesar. Nos olvidamos de que “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8). Una de las cosas más
difíciles para un ser humano es reconocer sus propios errores. Es mucho más fácil echarle la culpa a alguien, o encontrar fallas en los demás. El reconocimiento de nuestra naturaleza pecaminosa debería llevarnos a Dios diariamente con una actitud de confesión y en procura de perdón. “Hay ciertas condiciones según las cuales podemos esperar que Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es que sintamos necesidad de su ayuda”, leemos en El camino a Cristo, página 94.
Si dejamos de orar no sólo estamos diciendo que no tenemos nada que pedir, agradecer y confesar a Dios; también demostramos que no queremos ser una bendición para los demás. Por medio de la oración intercesora podemos bendecir a aquellos por los que oramos. Cuando los padres oran por sus hijos, los cónyuges por sus seres amados, y cuando los cristianos oran por sus hermanos, manifiestan interés y amor. Mientras más cerca de Dios estemos, él nos ayudará a ejercer un cuidado mayor por nuestros semejantes, y a orar para interceder por ellos. Eso no sucede de forma natural, porque la preocupación por los demás es contraria a la lúgubre naturaleza humana.
Cuando no oramos, eso demuestra que no estamos bien en muchos otros aspectos de nuestra vida. Tiene sentido decir que la oración es una prueba de nuestra vida espiritual Allí descubrimos si verdaderamente amamos a Dios y a nuestros semejantes. Piense un poco, querido pastor, en lo que sucedería si todos amáramos más. Sin duda mucha gente sería beneficiada, se producirían milagros. Seríamos más, mucho más, en muchos aspectos de nuestra vida.
Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.