La expiación en la experiencia personal

Solo cuando es práctica, la religión es digna de su ti nombre. Una característica de los cristianos profesos de los postreros días sería la de ostentar apariencia de piedad,” pero habiendo en la práctica de ella” o como traduce Weymouth los presuntos creyentes “mantendrán aspecto de piedad al par que se mofarán de su poder. Una mera forma de religión, sin el vivificante poder de la santidad del carácter y la conducta, no tiene mas valor que “un campo… lleno de huesos.” Cristo dice a quienes poseen una religión convertida en letra Pura y sin hechos: “Tienes nombre que vives, y estás muerto.” “Se te cree vivo, pero en realidad estás muerto.” (Weymouth).

La organización y una forma de doctrina y de culto son esenciales siempre que estén vitalizadas por la paciencia y el poder de Cristo transmitidos por el Espíritu Santo. De otra forma carecen de vida y son, por lo tanto, inútiles. La mensajera del Señor nos ha dejado escrito:

Aquel que me da instrucción para su pueblo me repite a menudo los mensajes que se dirigieron a las iglesias de Éfeso y Sardis… Leamos y estudiemos las partes de la Palabra de Dios que se refieren a los postreros días en especial y nos previenen de los peligros que amenazarán al pueblo de Dios’” Testimonies,” tomo 8, págs. 98-100.

Los efesios habían perdido su primer amor y abandonado sus obras de misericordia y los de Sardis poseían una simple forma de religión, sin vida espiritual. Ambos casos sirven de advertencia para el pueblo remanente de Dios, y armonizan con veintenas de amonestaciones, de las cuales son ejemplo las que siguen:

Se mantiene una serie de servicios religiosos formales pero ¿dónde está el amor de Jesús? La espiritualidad está muriendo. ¿Ha de perpetuarse sopor, esta lamentable decadencia? ¿Ha de vacilar y apagarse en las tinieblas la lámpara de la verdad, porque no se la abastece con el aceite de la gracia?… ¿Satisfaremos el deseo del Espíritu de Dios? ¿Nos espaciaremos más en la piedad práctica y mucho menos en los arreglos mecánicos? — Testimonios Selectos” tomo 4, págs. 166, 167.

“Pero se me ha mostrado que hay peligro de que esta obra sea tan mecánica, intrincada y compleja que se logre Con ella menos que si fuese sencilla, directa, llana y resuelta. No tenemos ni tiempo ni medios para mantener todas las partes de este mecanismo en movimiento armónico… Debo deciros con franqueza que se está dejando de lado a Jesús y poder de su gracia. Por los resultados se verá que el trabajo mecánico está sustituyendo a la devoción, la humildad y la santidad de corazón y vida. Los obreros más espirituales, consagrados y humildes no encuentran un puesto apropiado y van quedando rezagados. Los jóvenes y los inexpertos aprenden el método y cumplen su obra mecánicamente; pero no sienten verdadero amor ni responsabilidad por las almas. En esta tremenda hora de responsabilidades se necesita mucho menos de las formas y de lo mecánico que del poder de la santidad.”— Testimonies,” tomo 4, págs. 600, 601.

¿Puede alguien dudar de que esta amonestación sea hoy tan necesaria como cuando se la escribió, hace sesenta años, o más?

Se nos dice que en muchos corazones parece existir apenas un soplo de vida espiritual.”—Elena G. de White, Review and Herald, 25 de febrero de 1902, pág. 113. Todos los que se ponen en contacto estrecho con nuestro pueblo saben que ello es verdad. De los tales se dice que “aunque un ángel bajase del cielo y les hablase, sus palabras harían el mismo bien que si fuesen murmuradas a los fríos oídos de un muerto.”

“El poder del Espíritu Santo se moverá sobre los corazones cuando se quiebre esa quieta mono-toma.”—”Testimonies to Ministers,” pág. 204.

“Nadie está más lejos del reino de los cielos que los engreídos formalistas, que se enorgullecen de sus adquisiciones al par que se hallan totalmente desprovistos del Espíritu de Cristo… Tales personas están en nuestro medio, pero ni se las ve ni se las sospecha. Sirven la causa de Satanás mejor que el peor libertino; porque éste no esconde su verdadero carácter: se muestra tal cual es.”—”Testimonies,” tomo 5, pág. 226.

Acerca de estas personas leemos también: “Están más dispuestos para el trabajo activo que para la devoción humilde, más listos para el culto religioso formal que para la obra íntima del corazón. Abandonan la meditación y la oración por el bullicio y la ostentación.”—Id., tomo 4, pág. 535.

En la siguiente declaración se hace resaltar la importancia de esta amonestación:

“Un miembro consagrado y que ame a Cristo hará más bien en una iglesia que cien obreros semiconversos, sin santidad y sin modestia.”—Id., tomo 5, pág. 114.

De la condición del pueblo escogido de Dios en Ja época en que lo visitó Cristo, se nos dice:

“Al apartarse de Dios, los judíos perdieron en gran parte de vista la enseñanza del ritual… Pero los judíos perdieron la vida espiritual de sus ceremonias, y se aferraron a las formas muertas.

“Sacerdotes, escribas y gobernantes estaban metidos en una rutina de ceremonias y tradiciones. Sus corazones se habían contraído, como los odres resecados a los cuales se los había comparado. Mientras permanecían satisfechos con una religión legal les era imposible ser depositarios de la verdad viva del cielo. Pensaban que para todo bastaba su propia justicia y no deseaban que entrase un nuevo elemento en su religión… Esto ocasionó la ruina de los judíos y será la ruina de muchas almas en nuestros tiempos… Una religión legal no puede nunca conducir las almas a Cristo, porque es una religión sin amor y sin Cristo.”—”El Deseado de Todas las Gentes” págs. 24, 238, 239.

En la declaración que sigue se expone enfáticamente la completa inutilidad de una religión de simple forma y asentimiento intelectual:

“Hay algunos que profesan servir a Dios a la vez que confían en sus propios esfuerzos para obedecer su ley, formar un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por ningún sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que tratan de ejecutar los deberes de la vida cristiana como una cosa que Dios demanda de ellos, a fin de ganar el cielo. Tal religión no vale nada… Aquellos que sienten el constrictivo amor de Dios no preguntan cuánto es lo menos que pueden darle para satisfacer los requerimientos de Dios; no preguntan cuál es la más baja norma aceptada, sino que aspiran a una vida de completa conformidad con la voluntad de su Salvador. Con ardiente deseo entregan todo y manifiestan un interés proporcionado al valor del objeto que buscan. El profesar pertenecer a Cristo sin sentir amor profundo, es mera charla, árido formalismo, gravosa y vil tarea.”—”El Camino a Cristo,” ed. 1949, págs. 45, 46. (La cursiva es del autor del artículo.)

Sólo las personas espirituales pueden distinguir y comprender las cosas del Espíritu. A las demás pueden parecerles necedades. “Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente” (1 Corintios 2:14). No es extraño por tanto, que las verdades y los llamados espirituales impresionen tan poco a tantos miembros de la iglesia. Se interesan mucho más en los relatos, las anécdotas, la prédica informativa, la ortodoxia teológica y los sermones doctrinales escuetos sólo exigen asentimiento, sin cambio de carácter y conducta, que en la instrucción espiritual profunda impartida en lecciones de devoción práctica. Es éste el motivo por el cual el mensaje de ja justicia por la fe suscitó tantos antagonismos en tiempos de los apóstoles, en la época de la Reforma y también en este movimiento, durante los últimos años del siglo XIX y en otro posteriores. Cuando se presenta aquello que abate la gloria del hombre en el polvo,” no puede esperarse agradar a un legalista que se conforma con una mera forma de religión.

Apliquemos estos principios al tema que consideramos. Ante todo debemos reconocer que no puede hacerse entender de todos—inclusive algunos dirigentes—lo que es la expiación. La declaración siguiente contiene la única manera por la cual puede comprenderse el asunto:

“El alma debe ser limpiada de la vanidad y el orgullo y vaciada de todo lo que la domina, y Cristo debe ser entronizado en ella. La ciencia humana es demasiado limitada para comprender el sacrificio expiatorio. El plan de la redención es demasiado abarcante para que la filosofía pueda explicarlo. Seguirá siendo siempre un misterio que el razonamiento más profundo no puede sondeos La ciencia de la salvación no puede ser explicada: pero puede ser conocida por experiencia”—”El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 441.

Esto es demasiado claro para ser malentendido. El plan de la redención no puede entenderse o explicarle sobre una base puramente intelectual. Sus verdades pueden abarcarse tan sólo cuando se la practica y aplica a la vida diaria, convirtiéndose entonces los creyentes en epístolas “leídas por los hombres.” Las mejores traducciones de las Escrituras son los textos que se han traducido en experiencia. Con ellos predicamos nuestros mejores sermones, los únicos dignos de escucharse.

No olvidemos que el argumento más poderoso en favor del cristianismo, es una vida semejante a la de Cristo; en cambio un cristiano vulgar hace más daño en el mundo que un mundano. Todos los libros escritos no reemplazarán una vida santa. Los hombres creerán, no lo que el predicador dice, mas lo que vive la iglesia. Sucede a menudo que el sermón predicado desde el púlpito es neutralizado por el que se desprende de las vidas de personas que se dicen defensoras de la verdad.”—”Testimonios Selectos,” tomo 5, págs. 137, 1°8

Si bien en la cruz se proveyó plenamente para la reconciliación, la aplicación de ésta a la vida individual es obra que continuará hasta el fin del tiempo de prueba, cuando cese la obra sacerdotal de Cristo. Por tanto, la conocida declaración del hombre feliz quien, al preguntársele cuándo había sido salvo respondió que hacía dos mil años pero que él acababa de descubrirlo, es exacto solo en parte. Si es verdad que el precio del rescate se pagó en el Calvario, la salvación es un hecho tan sólo cuando el pecador acepta la provisión que se hizo con la muerte expiatoria de Cristo y experimenta el poder purificador del Evangelio en su vida; de lo contrario tendremos que creer en la salvación universal. La expiación debe incluir la obra mediadora de Cristo en el santuario celestial.

Cuando el pecador salía del campamento de Israe1 para entrar en el atrio del tabernáculo y confesaba sus pecados sobre la cabeza del cordero, quitándole luego la vida como símbolo de que sus pecados costarían la vida del Cordero de Dios, su misión terminaba y podía regresar a su tienda feliz por la justificación alcanzada. Pero su gozo habría sido vano si el sacerdote no hubiese hecho su parte usando la sangre en favor del penitente y si más tarde el sumo sacerdote no hubiese hecho la expiación en el lugar santísimo, en una ceremonia que ponía fin al pecado en sentido simbólico. Si todos estos detalles carecían de objeto habría bastado con la ceremonia del atrio. De igual manera, si la expiación quedó completa con la muerte de Cristo en la cruz, sería innecesaria la obra sacerdotal de Cristo en el santuario celestial. Por este motivo se ha descuidado tanto en el mundo religioso la obra mediadora de Cristo, tan claramente expuesta en el libro de Hebreos. Los adventistas somos casi los únicos que damos relieve a tan importante verdad.

Los apóstoles, al conocer por experiencia el significado de la expiación, podían explicarla plenamente a otros. Esto es evidente en muchos textos, ejemplo de los cuales es el que seguidamente transcribimos:

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde púes está la jactancia? Es excluida. ¿Por cuál ley? ¿de las obras? No; mas por la ley de la fe. Así qué concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley.” (Rom. 3:24-28.)

El apóstol habla aquí en especial de la justificación, o justicia imputada, uno de los bienaventurados frutos del sacrificio expiatorio de Cristo, el único medio de tratar los “pecado pasados.” o “pecados cometidos anteriormente” (Weymouth.) La palabra “propiciación” se traduce por “expiación”—”propiciatorio” y “sacrificio de reconciliación” en otras versiones. —La conclusión a que se arriba es que no existe en absoluto motivo para vanagloriarse en obras humanas puesto que “la observancia de la ley nada tiene que ver con ello.” (Goodspeed.) “¿Dónde, pues, halláis lugar para vuestra vanagloria? Está excluida para siempre. ¿Sobre qué principio? ¿en el terreno del mérito? No, sino en el terreno de la fe. Porque sostenemos que como resultado de la fe un hombre es tenido por justo, aparte de los actos cumplidos en obediencia a la ley.” (Weymouth.)

Nuestro texto nos dice que la muerte de Cristo “como sacrificio de reconciliación” era necesario para “vindicar su justicia.” (Goodspeed.) Cristo había de satisfacer la justicia de la ley en favor del hombre tanto por la obediencia perfecta como cumpliendo el castigo de la transgresión. En otras palabras. Dios no podía declarar al hombre limpio de culpa por la justificación sin hacer completa provisión para sus pecados. Todas las transgresiones cometidas en los milenios anteriores a Cristo las pasó Dios “por alto, en su paciencia,” o fueron perdonadas sobre la base de un convenio futuro, cuando serían expiadas por la sangre de Cristo.

“La ley requiere justicia, una vida justa, un carácter perfecto; y esto no tenía el hombre para darlo. No puede satisfacer los requerimientos de la santa ley de Dios. Pero Cristo, viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa y desarrolló un carácter perfecto. Ofrece éstos como don gratuito a todos los que quieran recibirlos. Su vida reemplaza la vida de los hombres. Así tienen remisión de los pecados pasados, por la paciencia de Dios… Dios puede ser ‘justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.’ El amor de Dios ha sido expresado en su justicia no menos que en su misericordia. La justicia es el fundamento de su trono y el fruto de su amor. Había sido el propósito de Satanás divorciar la misericordia de la verdad y la justicia. Por su vida y su muerte, Cristo demostró que la justicia de Dios no destruye su misericordia, pero que el pecado podía ser perdonado, y que la ley es justa y puede ser obedecida perfectamente.”—”El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 695, 696.

El declarar justo al injusto e inocente al culpable habría sido un acto die injusticia si Cristo no hubiese cumplido el castigo por el quebrantamiento de la ley en lugar del hombre, lo cual significa una demostración de su justicia, imputable al hombre mediante la fe. Así como el juez está obligado a exaltar el honor y la integridad de la ley haciendo cumplir sus demandas, Dios mantiene su firmeza en lo que toca a la justicia y al mismo tiempo perdona al pecador arrepentido tan sólo en virtud del sacrificio expiatorio de su Hijo. “La cruz reconcilió dos cosas al parecer incompatibles: el celo por la ley y la absolución judicial del culpable.”—H. C. B. Moule, “Biblia de Cambridge Rom. 3:26.

La verdadera justificación implica santificación, justicia impartida y crecimiento espiritual. Pablo muestra la inutilidad de las obras sin la fe, mientras que Santiago habla de lo inútil que resulta la fe sin obras, y en ello no hay contradicción. La profesión de nada vale sin la posesión, o práctica. La expresión “siendo justificados” se refiere no sólo a “este tiempo sino a cualquier ocasión futura en que ello sea necesario y se ejercite la fe. Puede mantenerse el derecho al cielo por la justificación al mismo tiempo que se adquiere preparación para el cielo por la santificación. En otras palabras, se puede “estar aparejado de continuo,” mientras uno realmente sigue “aparejándose” mediante el lento proceso del crecimiento cristiano, que es la obra de toda una vida. La justificación es obra de un momento, como en el caso del ladrón en la cruz.

El apóstol de la fe escribe nuevamente: Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” “Mas Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Luego mucho más ahora, justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, mas aun nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por el cual hemos ahora recibido la reconciliación.” (Rom. 5:1, 8-11.)

En 1 Juan 2:2 se dice que Cristo es “sacrificio expiatorio por nuestros pecados.” (Weymouth.) Se define la expiación como reparación, propiciación, enmienda, compensación, satisfacción y reconciliación.

Los pecadores hemos de ser reconciliados con Dios más bien que Dios con nosotros, porque el hombre es el responsable de la enemistad. El vocablo “pues” indica que el apóstol da por sentado que sus lectores han comprendido sus argumentos sobre la justificación por la fe. La “paz” es el fruto de la justificación. Se nos justifica por la muerte de Cristo, pero se nos salva por su vida. No sólo por su vida en la carne sino por el hecho de que vive “siempre para interceder” por nosotros. Para nuestra santificación y salvación es esencial que vivamos la vida de Cristo. La paz de la reconciliación no es una tregua en las hostilidades o un armisticio sino una paz que se basa en la confianza y la fe restauradas, una paz que “sobrepasa todo entendimiento.” Se puede vivir en la dispensación de la reconciliación y al mismo tiempo ser absolutamente ignorantes de ella en lo que a experimentarla se refiere. Para los tales, “Cristo murió en vano.”

En el servicio sacerdotal de reconciliación participaban quienes habían “experimentado” la expiación:

“Y todo esto es de Dios, el cual nos reconcilió a sí por Cristo… reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:18-21). “Nos ha dado el oficio de predicar la expiación” (Vers. 18, Tyndale).

La reconciliación con Dios sólo es posible en los términos que él ha establecido y con los medios que él ha provisto. Cristo, “que no conoció pecado,” fue hecho “pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Esta paradoja es “un milagro moral” y explica la exclamación de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Dios tenía que tratar a su Hijo como a un pecador a fin de sostener la rectitud de la ley y la justicia del orden divino. El Inocente recibió castigo de culpable, para que los culpables pudiesen ser tratados como inocentes.

“Cristo fue tratado como nosotros merecemos a fin de que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por nuestros pecados, en los que no había participado, a fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya.”—”El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 20.

“Sólo puede alcanzar [el pecador] la justicia por un medio: la fe. Por fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo, y entonces el Señor imputa al pecador la obediencia de su Hijo. Se acepta la justicia de Cristo en lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona y justifica al alma arrepentida y creyente, tratándola como si fuera justa y amándola como ama a su Hijo. —Elena G. de White, Review and Herald, 4 de noviembre de 1890, pág. 673.

Esto es casi demasiado hermoso para ser verdad. Indica que al borrarse los pecados de los libros de registro, se escribe lo que Cristo hubiera hecho en nuestro lugar. De ese modo se nos adjudican su carácter y su conducta. ¿Es maravilla que el Padre nos ame como ama a su Hijo, si en todo respecto nuestra vida es la vida de su Hijo?

La reconciliación con Dios es también el único medio de reconciliarnos con nuestros semejantes.

“Dirimiendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos en orden a ritos, para edificar en sí mismo los dos en un nuevo hombre, haciendo la paz, y reconciliar por la cruz con Dios a ambos en un mismo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino, y anunció la paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca.” (Efe. 2:15-17.)

“Era su designio unir las secciones de la humanidad en sí mismo para formar un hombre nuevo, realizando de ese modo la paz; y reconciliar judíos y gentiles en un cuerpo con Dios, mediante su cruz, matando así la enemistad mutua.” (Weymouth).

Cristo es el gran imán y el único nexo entre todas las gentes, cualquiera sea su clase. El declaró: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo.” Al ser atraídas hacia el gran Centro, todas las gentes se atraen entre sí. Cristo no sólo destruyó el pecado, la enemistad entre Dios y el hombre, sino también los prejuicios, la hostilidad entre los seres humanos, llamada “la pared intermedia de separación. Esta íntima comunión se estableció en la cruz. Las Escrituras desconocen un Evangelio sin cruz, o una cruz como simple accidente que provocó la muerte prematura de Cristo.

En Colosenses 1:20-22 se pone en evidencia que tal reconciliación mediante la cruz incluye a universo sin pecado:

“Y por él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos. A vosotros también, que erais en otro por extraños y enemigos de ánimo en malas obra., ahora empero os ha reconciliado en el cuerpo «c su carne por medio de muerte, para haceros santos, y sin mancha, e irreprensibles delante de él”.

Reconciliarse significa “volver a gozar de favor,” e indica alejamiento o enajenación previos. El hombre se hizo “extraño” por sus “malas apartándose del “Dios vivo” (Heb. 3:12). Pablo declara que “la intención de la carne es enemistad contra Dios” (Rom. 8:7), y Santiago exprese que “la amistad del mundo es enemistad con Dios” (San. 4:4)…

Pablo desciende de su generalización sobre lo que está en la tierra como lo que está en los cielos” hasta “vosotros,” los individuos que eran “extraños,” pero que se han “reconciliado.” es otra manera de decir: todo “el que quiere,” expresión que pone de manifiesto el hecho de que la salvación está al alcance de todo ser humano, si la desea. Ricardo Baxter comenta: “Gracias sean dadas a Dios por ese ‘el que quiere.” Si hubiese dicho: ‘Ricardo Baxter,’ yo hubiera podido creer que se refería a otro Ricardo Baxter, pero ‘el que quiere’ soy yo, aunque sea el peor Ricardo Baxter que haya existido”.

La muerte de Cristo no sólo borró para siempre de las mentes de los ángeles y seres sin pecado de otros mundos hasta el último vestigio de simpatía hacia Satanás y sus ángeles, sino que proveyó también el medio de reconciliación para los hombres caídos, con objeto de que pudiesen presentarse “santos, y sin mancha, e irreprensibles delante de él”. ‘Estos son términos legales que indican que no se harán cargos a los reconciliados. A la pregunta: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” se contesta: “Dios es el que justifica” y a esta otra: “¿Quién es el que condenará?” se responde: “Cristo es el que murió: más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Por tanto, “¿quién nos apartará del amor de Cristo?” La respuesta concluye con la declaración de que nada “nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ver Rom. 8:33-39).

Por Hebreos 2:17, 18 resulta evidente que la encarnación era requisito previo para la reconciliación: “Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo. Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Cristo se hizo Emmanuel, el Dios-hombre, siendo realmente divino y verdaderamente humano, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice; porque tan sólo quien había conocido el pecado por experiencia podía mediar entre Dios y el hombre. “Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”. (Heb. 4:15, 16.) Estas afirmaciones únicamente podían aplicarse a Quien se había hecho “semejante a los hombres” y participaba de la carne y la sangre humanas.

El apóstol del amor describe así la perfección de la obra expiatoria: “Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo; y él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:1, 2.) “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). La traducción de Weymouth registra en ambos textos: “Él es sacrificio expiatorio por nuestros pecados.” “Hijitos” es un término afectuoso siete veces utilizado por el apóstol del amor. El propósito de esta epístola es dar la instrucción necesaria para que los cristianos “no pequen.” El pecado se debe principalmente a la ignorancia del plan de salvación. En Oseas 4:6 se declara: “Mi pueblo fue talado, porque le faltó sabiduría.” Es propósito del Evangelio evitar el pecado tanto como quitarlo; al par que remedio, es medicina preventiva.

En la misma epístola se vuelve a insistir en el poder del Evangelio para evitar que pequemos:

“Nadie que mantenga la unión con él vive en pecado: nadie que viva en pecado le ha visto o le conoce. Hijitos, no dejéis que os extravíen. El hombre que procede rectamente es justo, así como él es justo. El que de continuo es culpable de pecado, es hijo del diablo, porque el diablo ha sido pecador desde el principio. El Hijo de Dios apareció para deshacer la obra del diablo” (1 Juan 3:6-8, Weymouth).

“Sabemos que nadie que sea nacido de Dios vive en pecado, sino que Aquel que es Hijo de Dios le cuida, y el maligno no puede tocarle. Sabemos que somos hijos de Dios y que todo el mundo está en poder del maligno” (1 Juan 5:18, 19, Weymouth).

La frase “si alguno hubiere pecado” va precedida por “os escribo, para que no pequéis, de modo que nadie podrá aprovecharse de ello y considerar el pecado como cosa inevitable y mal necesario. Juan no se dirige a los cristianos como si fuesen seres sin pecado, sino que les propone el blanco ideal de la pureza y luego les habla de la provisión que se ha hecho para alguna emergencia, de modo que no se desanimen en caso de desliz. En emergencias tales tenemos “abogado… para con el Padre” que puede “salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios.” Este Abogado, o voz añadida [otra voz] está siempre listo para cubrir todo pecado mediante la justificación. Todos nos hallamos expuestos a la tentación y el Señor reconoce la posibilidad de que peque hasta el justo. Este riesgo no sólo se lo indica, sino que se lo ilustra en la vida de los mejores hombres, tales como Noé, Abrahán, Moisés, Aarón, David y Pedro, tanto como en nuestras propias vidas. Cristo, “el justo,” aboga por la causa del injusto e imputa al pecador su obediencia y sus méritos.

El texto que consideramos explica que aunque el pecado no es cosa pequeña, tampoco es irremediable. Cristo “no es un abogado que desea hacer caso omiso de la ley, sino que quiere cumplirla.” —Brook Foss Westcott, “The Epistles of St. John” 1 Juan 2:1. En la declaración de Juan no se da licencia para pecar ni se contemporiza con el pecado, sino que se provee una salida para los casos en que se comete falta, luego de agotados los esfuerzos por evitarla. Los salvavidas y los botes de un barco no forman parte de un plan de naufragio, sino que son providencias para casos de necesidad. Y lo mismo puede decirse de la escalera de escape en un edificio alto. Cristo vino para salvar “a su pueblo de sus pecados;” se presentó “para deshacimiento del pecado… por el sacrificio de sí mismo.” En su propósito de proporcionar sustituto para el pecado Dios no perdonó ni a su propio Hijo. Se hizo provisión para los pecados “de todo el mundo,” pero la expiación se aplica solamente a quienes aceptan lo que ofrece el Evangelio y lo aplican a sus vidas mediante la fe.

Sin embargo, la salvación no depende del pleno conocimiento del plan de salvación inclusive la muerte y el sacerdocio de Cristo en el santuario celestial. Se dice que Cristo es “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.” lo cual indica que a cada mortal le llega luz suficiente para salvarse si anda en ella. Se nos dice que hasta los paganos estarán “sin excusa” en el juicio, porque mediante el libro de la naturaleza —”la edición ilustrada de la Biblia”— han aprendido acerca de la “eterna potencia y divinidad” de Dios (Ver Rom. 1:18-20). Ha de ser así, porque Dios “no hace acepción de personas.” En Zacarías 13:6 se nos anticipa que algunos se dirigirán a Cristo en el reino, preguntándole: “¿Qué heridas son éstas en tus manos?” y que él les responderá: “Con ellas fui herido en casa de mis amigos.” Esta indicación entraña que se salvarán muchos que jamás oyeron hablar de la crucifixión. En el capítulo titulado “La esperanza de los paganos” del libro “Prophets and Kings” (Profetas y Reyes), leemos que irán al reino de los cielos muchos que nunca oyeron hablar de la ley o la palabra escrita, pero que por las lecciones de la naturaleza y la influencia del Espíritu Santo “cumplieron espontáneamente con las cosas encerradas en la ley.” “El plan de salvación es suficientemente amplio para abarcar el mundo entero.” Pero todos se salvan mediante el nombre y el carácter de Cristo; “porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”

Por causa de la crisis provocada por las enseñanzas de los judaizantes el apóstol Pablo parece haber alcanzado la cumbre de la inspiración y la lógica sobre el tema de la expiación y la cruz, en sus epístolas a los Romanos y los Gálatas, y especialmente en esta última:

“Porque por medio de la ley, yo morí a la ley, a fin de que viva para Dios. He sido crucificado con Cristo; sin embargo vivo; mas no ya yo, sino que Cristo vive en mí: y aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mí. No hago nula la gracia de Dios: porque si por medio de la ley es la justicia, entonces Cristo murió en balde.” (Gál. 2:19-21, V. M.)

El apóstol había sido crucificado con Cristo y por tanto, podía decir: “Estoy muerto;” en efecto, en cierto sentido estaba todavía en la cruz con Aquel que es el “Cordero, el cual fue muerto desde el principio del mundo.” En otra ocasión dijo: “Cada día muero.” En la cruz Cristo gustó “la muerte por todos” y “por todos murió;” y se nos dice que “si uno murió por todos, luego todos son muertos” (Véase Heb. 2:9; 2 Cor. 5:14, 15). Por esta crucifixión el viejo hombre de pecado muere y es sepultado, según el símbolo del bautismo, y se levanta como hombre nuevo para andar “en novedad de vida.” La declaración de Pablo indica que la aceptación de un hecho ya cumplido hace posible una experiencia continua.

Con Cristo fueron crucificados dos ladrones, en cruces separadas. El murió por ambos, pero uno solo aceptó lo provisto en el plan de salvación y experimentó la crucifixión de su naturaleza inferior, sin la cual es imposible la vida eterna. El único camino al Paraíso es la cruz, sin la cual no hay cristianismo. A menos que experimentemos espiritualmente en nuestras vidas la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, el Salvador “murió en balde” por nosotros.

La crucifixión con Cristo implica una muerte triple. La primera es la muerte a la ley, para que su maldición, condenación o castigo dejen de amedrentarnos. La segunda es la muerte al pecado, para que no se “enseñoree” más sobre nosotros; y como resultado, tampoco la muerte se enseñoreará. La tercera es la muerte al mundo. Pablo afirmó que por la cruz de Cristo “el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” Cristo era el secreto de la vida más abundante y de la esperanza de gloria futura. Una nota adicional’ sobre Gálatas 2:20 reza como sigue:

“Este versículo hace resaltar la clave de la epístola y resume toda la revelación cristiana considerada subjetivamente. San Pablo descubre aquí a nuestros ojos el secreto de su vida de cristiano y de apóstol, el manantial de su maravillosa actividad, la fuente y el objeto del entusiasmo que lo inspiraba. Conocemos algo de su vida y sus fatigas. Aquí nos dice cómo vivía esa vida y por qué soportaba esas fatigas. Se conservó para nosotros un registro completo de sus enseñanzas. Este es su resumen.”—E. H. Browne, “Biblia de Cambridge,” Apéndice, págs. 90, 91, Gál. 2:20.

El que Pablo pudiese decir: “Yo morí” al mismo tiempo que “sin embargo vivo,” constituye una de las muchas paradojas de sus escritos. El apóstol estaba vivo “a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:11). Tan completamente identificado estaba con su Maestro, que sus distintas personalidades se confundían. Cristo era para él “el todo, y en todos.” “No yo, sino él, en todo cuanto haga; no yo, sino él, en todo mi pensar.”

“¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios de abatir hasta el polvo la gloria del hombre y hacer por él lo que no puede hacer por sí mismo. Cuando los hombres ven su insignificancia están preparados para recibir las vestiduras de la justicia de Cristo.”—”Special Testimonies,” serie A, Nº 9, pág. 62.

Esta nueva vida en Cristo no ha de vivirse en el cielo sino “en la carne,” o sea en el mundo presente, mientras nuestra carne es vil y pecadora. En Gálatas 5:16-25 se describe el conflicto entre el Espíritu Santo, que obra en los sentimientos superiores del hombre, y Satanás, que opera en los más bajos. Dice Pablo:

“Dejad que el Espíritu gobierne vuestras vidas y no cederéis entonces a los anhelos de la carne. Porque los anhelos de la carne se oponen a los del Espíritu, y los deseos del Espíritu son contrarios a los de la carne; porque ambos están en pugna, de modo que no podéis hacer aquello a que estáis inclinados” (Vers. 16, 17, Weymouth).

Es ésta la principal diferencia entre un cristiano y un mundano.

En el siguiente párrafo se nos muestra el resultado de la influencia del Espíritu:

“Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia.”—”Lecciones Prácticas del Gran Maestro” pág. 289.

Esta vida nueva se vive “en la fe del Hijo de Dios.” Quienes la experimentan poseen “la fe de Jesús.” Pero la fe verdadera se manifiesta siempre en buenas obras, que son fruto de la fe y el amor. Martin Lutero dio esta explicación, por cierto muy correcta:

“Las buenas obras han de realizarse no por causa, sino como fruto de la justicia; las haremos porque hemos sido justificados, y no, siendo injustos, para que se nos justifique. El árbol hace a la manzana y no la manzana al árbol.”

En Gálatas 2:20, 21 se habla de la justicia de Cristo impartida, o santificación. Del libro “The Pulpit Commentary” (Comentarios para el Púlpito) transcribimos lo siguiente acerca de la vida cristiana esencial:

“(1) La muerte es esto: destrucción de la vida antigua; sujeción de las pasiones y la concupiscencia, de los hábitos y relaciones de la vida de pecado, egoísmo y mundanalidad. El cristianismo no es mera educación. Es sobre todo militancia: purificación, castigo, muerte. (2) La crucifixión es esto: muerte penosa y violenta; porque no es cosa fácil destruir la vida de pecado, tan plena de atractivos y tan profundamente arraigada en lo íntimo del ser… (3) Esto es la crucifixión con Cristo: nuestra unión con Cristo exige la muerte a la vida antigua, y la produce. El vino nuevo hace estallar las viejas botellas. Ni la conciencia ni la ley destruyen la vida antigua, aun cuando revelan su horrible deformidad. Pero cuando vamos al Calvario y nos acercamos al Cristo moribundo, compenetrándonos por la fe de su sufrir y experimentamos entonces viva simpatía hacia él, el viejo yo recibe heridas mortales. No podemos ya seguir viviendo la antigua vida. . .. San Pablo siente que se ha entregado de tal modo a Cristo que quien le gobierna no es otro sino Cristo. Esto es el cristianismo verdadero: (1) Es vida: morimos para poder vivir… (2) Esta vida es la de Cristo. Deriva su fuerza de Cristo, se inclina a la voluntad de Cristo, persigue los fines de Cristo, respira el espíritu de Cristo; se la vive en comunión personal con Cristo. Han desaparecido los propósitos egoístas y los recursos de invención propia y en su lugar sirve de inspiración la gracia de Cristo, y los designios y la voluntad de Cristo constituyen la influencia que gobierna la nueva vida. No es ello una posibilidad para el futuro, sino realidad en el presente… Si es cierto que la gracia nos conduce a la conformidad con la ley, ello sólo puede lograrlo cambiando el corazón e implantando principios de justicia.”—”The Pulpit Commentary Homilies by various authors, Gál. 2:20, 21, pág. 116.

Pablo declara que el intento de lograr la justificación por las obras humanas frustra, anula o neutraliza la gracia de Dios, y que para quienes se lo proponen, la muerte de Cristo fue vana, inútil. Es un error trágico. La gracia siempre conduce a la conformidad con la ley divina, porque el Evangelio escribe la ley en la conciencia y en las tablas carnales del corazón, haciéndonos cumplir “naturalmente” lo que es de la ley, con gozosa obediencia.

Quizás un versículo más baste para mostrarnos que la expiación carece de valor a menos que la experimentemos en nuestra vida: “Mas lejos este de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Porque en Cristo Jesús, m la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino la nueva criatura” (Gál. 6:14, 15). El Dr. Adán Clarke declaró que “la cruz de Cristo es la piedra de toque del cristianismo.” Por ella Pablo, el antiguo fariseo, se libertó de los lazos del legalismo y la aparatosidad ceremonial, para gozar de “la libertad gloriosa de los hijos de Dios.” A los corintios dijo: “Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Por mucho que otros se vanagloriasen, Pablo se negó a gloriarse sino en la muerte expiatoria de Cristo en la cruz. Queda por tanto excluida para siempre toda vanagloria por las obras y los méritos humanos.

Mientras Pablo fue fariseo se ufanó de su nacimiento, de su educación superior, de su devoción a las ceremonias religiosas y aun de su celo en perseguir a los cristianos Después de su conversión pudo haberse gloriado de su vocación y autoridad apostólica, de su maravilloso éxito en los campos misioneros, de su valor para enfrentar la oposición y de su fortaleza para soportar la persecución. Pero las cosas que en otro tiempo valoraba, le parecían ahora simples desperdicios comparadas con el inapreciable privilegio de conocer a Cristo y su crucifixión. Algunos hombres se jactan de su cruz y sus sufrimientos, pero Pablo sólo se gloriaba en la cruz y los sufrimientos de Cristo. Para él no existían sus sufrimientos por Cristo, sino los sufrimientos de Cristo por él. (Lightfoot). Lo que fuera emblema de mal, de vergüenza e ignominia para el mundo, se convirtió en motivo de gloria y símbolo de justificación y salvación.

Casi idéntico es el pensamiento expresado en Jeremías 9:23, 24: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hace misericordia, juicio y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová”.

La sabiduría, el poder y la fuerza son las principales razones de la vanagloria humana, pero tal alabanza es vana, porque “la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios” y “es completa vanidad todo hombre que vive”.

En la verdadera vida cristiana hay una doble crucifixión: estamos crucificados para el mundo y el mundo está crucificado para nosotros. Estamos muertos para el mundo y el mundo ha muerto para nosotros. El mundo no tiene atractivo para el cristiano, ni el cristiano para el mundo, porque nada tienen en común. En la Biblia de Cambridge se define así este cambio de relaciones:

“El mundo con sus intereses transitorios, sus propósitos limitados y estrechos, sus sórdidas ganancias, sus tesoros perecederos, su huera ostentación y su falsa satisfacción, se me antoja aquel reo que, clavado en la cruz, sufría una muerte, si lenta no menos segura y vergonzosa. Y el mundo me considera a mí del mismo modo.”—E. H. Browne, “Biblia de Cambridge,” Gál. 6:14.

Martín Lutero comentó de este modo Gálatas 6:14, 15: “El mundo y yo nos llevamos de acuerdo. Al mundo no le importo absolutamente nada y yo, para estar a la par, no me cuido para nada del mundo.”

“El mundo lo da por muerto [a Pablo], sin atractivo alguno que pudiera interesarle. No lo considera ya como propio y por ello lo odia al punto de perseguirlo. Esta crucifixión mutua se produjo por su unión con Cristo, la unión la realizó la cruz. ¡Bien podía el apóstol gloriarse en la cruz!”—”The Pulpit Commentary,” Homiletic, Gal. 6:14, pág. 323.

“Algunos quisieran pasar por alto la doctrina de la cruz; pero un cristianismo sin. cruz sería un Evangelio mutilado, impotente, privado de toda eficacia y desposeído de toda gloria.”—Id., pág.

La mensajera del Señor escribió:

“Quitarle al cristiano la cruz sería como borrar del cielo el sol. La cruz nos acerca a Dios, y nos’ reconcilia con él… Sin la cruz, el hombre no podría unirse con el Padre. De ella depende toda nuestra esperanza. De ella emana la luz del amor del Salvador; y cuando al pie de la cruz el pecador mira al que murió para salvarlo, puede regocijarse con pleno gozo; porque sus pecados son perdonados. Al postrarse con fe junto a la cruz, ha alcanzado el más alto lugar que pueda alcanzar el hombre.”—”Los Hechos de los Apóstoles”, pág. 153.

Aunque la cruz ha llegado a ser motivo de gloria, continúa siendo instrumento de tortura y muerte. Es para el cristiano lo que fue para Cristo, porque el cristianismo es unión con Cristo, lo cual incluye “participación de sus padecimientos” tanto como disfrute de su gloria y su triunfo. Cuando contemplamos la cruz, el mundo pierde su poder sobre nosotros y sus fascinantes placeres dejan de encantarnos. Muere el yo y la carne se rinde a la soberanía del Espíritu; los anhelos y pasiones terrenales ceden paso a los deseos y afectos del cielo. Esta experiencia es de tan fundamental importancia que todo lo demás, inclusive las ceremonias religiosas, se desvanece en la insignificancia. Lo más importante es la nueva creación, por la cual todas las cosas “son hechas nuevas.” Nada tiene más valor que “una nueva naturaleza,” o “una nueva naturaleza en todo,” según otras traducciones.

Los ritos externos y las ceremonias carecen de ¡significado sin la íntima experiencia espiritual. El rito o la ceremonia religiosa sólo tienen valor como símbolo, o señal, de un estado interior. Si éste no existe, el símbolo queda reducido a “una buena apariencia en la carne.” (V. M.) La observancia del sábado y el bautismo son señales falsas cuando no constituyen evidencias externas de carácter cristiano y regeneración. El ser miembro de la iglesia y ocupar un puesto, practicar una ortodoxia doctrinal estricta o sustentar las más ardientes pretensiones de santidad son inútiles e insensatas cuando no ha existido una nueva creación. Lo que somos es mucho más importante e imprescindible que lo que hacemos y lo que decimos. La rectitud consiste ante todo en ser recto, y como fruto, proceder y vivir rectamente. No somos lo que somos por hacer lo que hacemos, sino que hacemos lo que hacemos por ser lo que somos.

Este principio se halla expuesto con toda claridad en la siguiente declaración:

“Si vuestro corazón es recto, vuestro hablar, vestir y obrar serán también rectos.”—”Testimonies,” tomo 1, pág. 158.

“Para hacer lo bueno hay que ser bueno primero. No podéis ejercer una influencia transformadora sobre los otros hasta que vuestro propio corazón no haya sido humillado, refinado y enternecido por la gracia de Cristo. Cuando en vosotros cristalice este cambio os será natural vivir para bendecir a otros, así como es natural para el rosal producir sus flores fragantes, o para la vid sus racimos morados.”—”El Discurso Maestro de Jesucristo,” pág. 105.

La muerte expiatoria de Cristo ha operado esta nueva creación que renueva a su vez todas las cosas:

“Cuando el pecador, atraído por el poder de Cristo, se acerca a la cruz levantada y se postra delante de ella, se realiza una nueva creación. Se le da un nuevo corazón; llega a ser una nueva criatura en Cristo Jesús. La santidad encuentra que no hay nada más que requerir.”—”Lecciones Prácticas del Gran Maestro,” pág. 151.

“El meditar en el Calvario despertará en el corazón del cristiano tiernas, sagradas y vivas emociones. Sus labios y su corazón alabarán a Dios y el Cordero. En los corazones de quienes mantienen presentes las escenas del Calvario nunca podrán florecer el orgullo y el engreimiento… Muchos profesos cristianos se entusiasman con los sucesos mundanos y se interesan en diversiones sensacionales, al par que se muestran indiferentes y hasta se desentienden de la causa de Dios. He aquí un tema, pobre cristiano formal, que por su interés debiera entusiasmarte. Hay en juego intereses eternos. Acerca de él es pecado mantenerse tranquilo e impasible. Las escenas del Calvario provocan la emoción más profunda; y te será perdonado que manifiestes por ella toda tu admiración…

La contemplación de la sin par profundidad del amor del Salvador debiera ocupar la mente, enternecer el alma, refinar y elevar los afectos y transformar por completo el carácter… Algunos poseen un concepto muy estrecho de la expiación.” —”Testimonies,” tomo 2, págs. 212, 213.

Hablando del Calvario dice Dorotea Sayers: “Si este tema es sombrío, entonces ¿a qué cosa, en nombre del Cielo, puede llamársele fascinante?… Si se dice que esto es sombrío, las palabras nada significan.”

La exaltación de la muerte expiatoria de Cristo desempeñará parte importante en la preparación del pueblo remanente de Dios para la lluvia tardía y el fuerte clamor. Ello es evidente por la maravillosa transformación de carácter que produce una exaltación tal, según se la describe en diversas citas. Fue esa misma esclarecida visión la que hizo recaer la lluvia tardía sobre los discípulos, reunidos en el aposento alto. Refiriéndose al propósito del mensaje de la justicia por la fe que le fue concedido a este pueblo en 1888, la mensajera del Señor advierte y explica:

“Muchos han perdido de vista a Jesús. Necesitan fijar los ojos en su persona divina, en sus méritos y en su invariable amor por la familia humana. Toda potestad poseen sus manos para dispensar ricos dones a los hombres, para impartir al impotente agente humano el don inapreciable de su propia justicia. Este es el mensaje que Dios ordenó dar al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que deberá proclamarse en alta voz y será acompañado por el derramamiento de su Espíritu en amplia medida… Debe presentarse a la gente la virtud de la sangre de Cristo con exaltación y fuerza, para, que su fe pueda descansar en sus méritos. Así como el sumo sacerdote rociaba la sangre caliente sobre el propiciatorio, mientras ascendía hasta Dios la fragante nube de incienso, al confesar nuestros pecados e implorar la virtud de la sangre expiatoria de Cristo, nuestras oraciones ascenderán al cielo perfumadas con los méritos del carácter de nuestro Salvador… Los creyentes aplican a sus corazones la sangre del inmaculado Cordero de Dios. Mirando al gran Antitipo, podemos decir: ‘Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.’ El Sol de justicia ilumina nuestros corazones para hacernos conocer la gloria de Jesucristo.”—”Testimonies to Ministers” págs. 92-95.

Otra evidencia de que la exaltación de Cristo y su crucifixión marcarán el principio de una nueva y triunfante etapa en la historia de este movimiento, la constituye el hecho de que tal exaltación fue el punto decisivo de la permanencia de Israel en el desierto, mientras viajaba de Egipto a Canaán. Israel inició a partir de entonces una marcha victoriosa desde el desierto infestado de serpientes hasta las riberas del Jordán. Que las cosas ocurridas al antiguo Israel simbolizaban lo que ocurriría con el Israel moderno se desprende de 1 Corintios 10:1-11 y de muchas declaraciones del espíritu de profecía, de las que ofrecemos algunos ejemplos:

“Seguís la senda del antiguo Israel.” “El Israel moderno sigue fielmente sus huellas.” “Repetimos la historia de ese pueblo.”—”Testimonies,” tomo 5, págs. 75, 76, 94, 160.

“La historia de la vida de Israel en el desierto fue escrita para beneficio del Israel de Dios hasta el fin del tiempo. El registro de cómo trató Dios a los peregrinos en todas sus idas y venidas por el desierto, en su exposición al hambre, a la sed y al cansancio, y en las destacadas manifestaciones de su poder para aliviarlos, está lleno de advertencias e instrucciones para su pueblo de todas las edades. Las variadas experiencias de los hebreos fueron una escuela de preparación para su prometido hogar en Canaán. Dios quiere que su pueblo de estos días repase con corazón humilde y espíritu dócil las pruebas a través de las cuales el Israel antiguo tuyo que pasar, para que le ayuden en su preparación para la Canaán celestial.”—”El Origen y el Destino” pág. 305.

Se nos refiere que, al rodear la tierra de Edom, abatióse el ánimo del pueblo por el camino.” Ello fue causa de murmuraciones y críticas, especialmente contra el conductor, y “Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo: y murió mucho pueblo de Israel.” Como resultado, la gente reconoció su pecado y pidió que se orase por ella. Luego de orar, Moisés recibió instrucción del Señor de hacer una serpiente ardiente de metal y levantarla en una asta en medio del campamento, para que “cualquiera que fuere mordido y mirare a ella” pudiese vivir. Jesús dijo que la serpiente levantada le simbolizaba a él en la cruz del Calvario: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Mijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en el creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15). La serpiente era símbolo del pecado y Cristo vino “en semejanza de carne de pecado.” Fue hecho “pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). Vino” en semejanza de carne de pecado” para destruir al autor del pecado y la muerte y “librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre” (Heb. 2:15).

El anuncio del remedio al antiguo Israel fue alegre nueva para las víctimas impotentes:

La buena noticia resonó por todo el campamente, que todos aquellos que habían sido mordidos mirasen a la serpiente de bronce y se salvasen Muchos habían muerto y cuando Moisés levantó la serpiente en la asta, hubo quienes no creyeron que con sólo contemplar esa imagen de metal sanarse; los tales perecieron en su incredulidad. Pero hubo muchos que creyeron en que Dios había provisto… No podían llorarse por sí mismos del efecto mortal del veneno.

Sólo Dios podía curarlos. Pero era necesario que ejercitasen la fe en el recurso divino. Para vivir, debían mirar. Era su fe lo que Dios aceptaba; y al mirar la serpiente mostraban fe. Sabían que la serpiente no poseía virtud alguna, pero era símbolo de Cristo; y así se les expuso la necesidad de confiar en los méritos del Salvador… Esa mirada requería fe. Vivieron porque creyeron en la palabra de Dios y confiaron en los medios provistos para su curación.”—”Patriarchs and Prophets” págs. 430, 431.

Los resultados de esta visión de Cristo en la cruz se describen en Números 21:10-35 y Deuteronomio 2:17 a 3:17. Los israelitas no se desanimaron ya por el camino, sino que, llenos de fe, esperanza y valor, “partieron” alegres y esperanzados. De los gigantes y las fortalezas inexpugnables les dijo el Señor: “No temáis, ni tengáis miedo de ellos. Jehová vuestro Dios… peleará por vosotros.”

“Lleno de esperanza y de valor, el ejército de Israel continuó su camino, viajando aún hacia el norte. Pronto llegó a una tierra donde pudo probar su coraje y su fe en Dios. Tenía ante él al fuerte y populoso reino de Basán, sembrado de grandes ciudades de piedra que excitan aun hoy la admiración del mundo… Los habitantes de esta tierra, descendientes de una raza de gigantes, eran de talla y fuerza maravillosas, y tanto se destacaban por su violencia y crueldad que constituían el terror de las naciones circundantes… Los corazones de muchos israelitas temblaron de miedo. Pero Moisés se mantenía tranquilo y decidido… La tranquila fe de su jefe inspiró al pueblo confianza en Dios. Lo confió todo a su brazo omnipotente, y él no los defraudó. Ni los forzudos gigantes, ni las ciudades fortificadas; ni los ejércitos armados, ni las fortalezas de piedra eran obstáculo para el Capitán de la hueste del Señor. El Señor mandó el ejército; el Señor desconcertó al enemigo; el Señor venció en favor de Israel.” —Id., págs. 435, 436.

Satanás realizó un último esfuerzo por detener la marcha triunfante del movimiento del éxodo hacia las riberas del Jordán, por medio del apóstata Balaam. Este falso profeta, inducido por su amor a la riqueza y el prestigio, intentó maldecir a Israel aprendiendo, para su disgusto, que no podía maldecir “al que Dios no maldijo,” ni “execrar al que Jehová no ha execrado.” Su maldición se convirtió en bendición. El profeta apóstata se esforzaba por señalar los defectos de Israel, pero el gran Jefe invisible del movimiento no había visto “iniquidad en Jacob” ni “perversidad en Israel.” Dios estaba con ellos y júbilo de rey se evidenciaba en su medio.

Este caso es típico de lo que ocurrirá al movimiento adventista antes del fin, cuando ciertos movimientos apóstatas, y organizaciones que surgirán del mismo movimiento adventista, procurarán detener el progreso de la obra de Dios maldiciendo a la denominación y sus dirigentes. Sus críticas se convertirán en bendiciones cuando el Señor extienda su mano para terminar la obra y acortarla en justicia. Los redoblados esfuerzos de estos representantes del antiguo Balaam constituyen otra evidencia de que el pueblo adventista se aproxima al final de su viaje hacia la Canaán celestial. Nuestra gran necesidad actual es una visión del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz del Calvario, con su lluvia tardía y su clamor acompañantes.

Un cuidadoso estudio de los paralelos que existen entre el antiguo y el moderno Israel revela la proximidad del fin. Quienes viven en contacto con el pueblo y conocen su condición espiritual saben que muchos se desaniman “por el camino,” y caen y abandonan su confianza en la venida de Cristo y en el movimiento adventista y sus dirigentes. Esta situación cambiaría pronto mediante una visión efe Cristo y su sacrificio expiatorio como único remedio para el pecado., La siguiente instrucción es digna de nuestra más cuidadosa consideración y oración:

“No intentéis atraer la atención de la gente hacia vosotros. Dejad que se pierda de vista el instrumento, cuando exaltáis a Jesús. Hablad de Jesús; confundíos en él. Se hace mucho ruido con nuestra religión, al par que se olvida el Calvario y la cruz.”

“La mundanalidad y el egoísmo han privado a la iglesia de muchas bendiciones… Una firme y clara visión de la cruz de Cristo pondría freno a su mundanalidad y colmaría sus almas de humildad, contrición y gratitud… Ha hecho presa de la iglesia una mortífera enfermedad espiritual. Sus miembros son heridos por Satanás, pero no quieren mirar a la cruz de Cristo, como miraron los israelitas la serpiente de bronce, para poder vivir. El mundo los reclama de tantas maneras, que no les queda tiempo para mirar la cruz del Calvario el período necesario para ver su gloria y sentir su poder.”—”Testimonies,” tomo 5, págs. 133, 202.

“Que nadie se mire a sí mismo, como si tuviese poder para salvarse. Jesús murió por nosotros, porque éramos impotentes para hacerlo. Él es nuestra esperanza, nuestra justificación, nuestra justicia… Mirad y viviréis. Jesús ha empeñado su palabra; y salvará a todos los que le busquen. Si es cierto que millones que necesitan curación rechazarán su ofrecimiento de misericordia, no se dejará perecer a nadie que confíe en sus méritos… Es nuestro deber, ante todo, mirar; y la mirada de fe nos dará vida.”—”Patriarchs and Prophets” págs. 431, 432.

Oremos, como dirigentes del moderno Israel, por que podamos sentir más plenamente los resultados de una visión del Calvario y luego exaltemos a Jesús ante la gente como el Cordero de Dios, “todo él codiciable,” “señalado entre diez mil,” para que la iglesia, que es “como la niña de su ojo” y el único objeto de su cuidado, pueda volverse pronto “hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden,” y pueda seguir adelante, “venciendo y para vencer” bajo el auspicio del Espíritu Santo derramado en la lluvia tardía.