La invitación que se me ha hecho de hablar de un tema tan sublime en una ocasión tan importante, implica un desafío tal que me he visto obligado a estudiar diligentemente y a orar con gran fervor. Como resultado de ello se ha ampliado mi visión y se ha profundizado mi experiencia espiritual, por lo cual estoy profundamente agradecido. Esta experiencia es también humildad, porque el escudriñamiento de las Escrituras revela las limitaciones personales en lo que a conocimiento respecta, y en consecuencia subraya la veracidad de la declaración de Pablo en el sentido de que “ahora vemos por espejo, en obscuridad,” y “en parte conocemos” hasta que el conocimiento parcial sea reemplazado por “lo que es perfecto,” cuando “venga lo que es perfecto” y “lo que es en parte” sea “quitado.” (1 Cor. 13:9-12.)

Se realza lo limitado de nuestra visión actual en decenas de declaraciones que nos llegan por medio del espíritu de profecía, como ejemplo de las cuales citaremos algunas:

“Debéis tener una experiencia mucho más profunda de lo que siquiera habéis pensado tener. Muchos de los que ya son miembros de la gran familia de Dios saben poco de lo que significa contemplar su gloria y ser transformados de gloria en gloria. Muchos de vosotros tenéis una percepción penumbrosa de la excelencia de Cristo, y vuestras almas se estremecen de gozo. Anheláis poseer un sentido más pleno y profundo del amor del Salvador. Estáis insatisfechos. Pero no desesperéis. Dad a Jesús los mejores y más santos afectos del corazón. Atesorad cada rayo de luz. Acariciad cada deseo que manifieste el alma de seguir a Dios. Otorgaos a vosotros mismos la cultura de los pensamientos espirituales y las santas comuniones. Habéis visto apenas los primeros rayos del primer amanecer de su gloria… ‘La senda de los justos es como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es perfecto.’ (Prov. 4:18). Habiéndonos arrepentido de nuestros pecados, habiéndolos confesado, y encontrado perdón, debemos seguir aprendiendo de Cristo hasta que lleguemos al pleno medio día de una perfecta fe evangélica.”[1]

“Es imposible para cualquier mente comprender todas las riquezas y la grandiosidad de sólo una de las promesas de Dios. Uno estima la gloria desde un punto de vista, otro la belleza y la gracia desde otro punto de vista, y el alma se llena de la luz celestial. Si viéramos toda la gloria, el espíritu desmayaría. Pero podemos tolerar mayores revelaciones de las abundantes promesas de Dios de las que recibimos ahora. Se me quebranta el corazón al pensar en cómo perdemos de vista la plenitud de la bendición preparada para nosotros. Nos contentamos con resplandores momentáneos de iluminación espiritual, cuando podríamos avanzar día tras día en la luz de su presencia.”[2]

“Es imposible para cualquier mente humana abarcar completamente siquiera una verdad o promesa de la Biblia. Uno comprende la gloria desde un punto de vista, otro desde otro, y sin embargo, sólo podemos percibir destellos. La plenitud del brillo está fuera del alcance de nuestra visión. Al contemplar las magnitudes de la Palabra de Dios, miramos en una fuente que se amplía y profundiza bajo nuestra mirada. Su amplitud y profundidad sobrepasan nuestro conocimiento. Al mirar, la visión se dilata; con templamos extendido delante de nosotros un mar sin límites. Este estudio tiene un poder vivificador. La mente y el corazón adquieren fuerza y vida nuevas.”[3]

Oremos y tengamos esperanza de que los estudios a que nos abocaremos en este concilio bíblico y lo que en él suceda, nos arrebatarán en visión espiritual más allá de las meras “vislumbres,” los “resplandores momentáneos de iluminación espiritual” y la “percepción penumbrosa de la excelencia de Cristo,” para que lleguemos al “pleno medio día de una perfecta fe evangélica” en la misma “luz de su presencia,” de modo que podamos gozar de una “experiencia religiosa completamente diferente,” la cual Dios prometió a la iglesia remanente cuando desciendan las lluvias temprana y tardía, para apresurar la terminación de la obra de Dios en la tierra.

Ante todo consideraremos algunos principios básicos que han de guiarnos en nuestro estudio y nos conducirán a conclusiones correctas.

1. La paga, resultado o penalidad del pecado es la muerte, no la primera, que es la suerte común de la humanidad y el resultado de la transgresión de Adán, de la cual no somos responsables, sino la segunda, la muerte eterna. La primera es temporal, y por eso se la llama “sueño,” porque tras la misma habrá un despertar o resurrección; pero la segunda es definitiva y no irá seguida de una resurrección; ella es la paga de nuestras transgresiones, de aquellas de las cuales nosotros somos responsables.

2. El pecado es la transgresión o violación de la ley divina—la ley orgánica o constitucional— de los principios fundamentales que gobiernan el universo moral, principios que revelan el carácter del Legislador.

3. La justicia demanda que los requerimientos de la ley de Dios sean satisfechos plenamente. De ninguna manera pueden ser rebajadas o alteradas las normas para alcanzar al hombre en su condición caída, porque de esa manera se comprometería la soberanía de Dios y la estabilidad de su gobierno. Por lo mismo, la expiación o reconciliación es posible únicamente sobre la base de una obediencia perfecta, ya sea de parte del transgresor o de alguien que lo sustituya. La misericordia y la gracia están a disposición del Legislador, sólo después que los requerimientos de la ley han sido satisfechos plenamente. Hablando estrictamente, la misericordia y la gracia no reemplazan a la justicia, pero se extienden al pecador arrepentido porque un sustituto ha pagado la pena de muerte, y ha satisfecho por lo tanto los requerimientos de la justicia, que es uno de los pilares fundamentales de la dirección divina.

4. La muerte no es solamente el pago de la desobediencia, sino también el de la redención. El—precio- de-una-y—otra fue satisfecho por el mismo ser en un momento cumbre: la muerte expiatoria de Cristo, el inocente, en la cruz del Calvario. Puesto que sólo el Creador tiene poder para volver a crear o redimir, y únicamente el Legislador puede salvar de la maldición o condenación de la ley, sólo el Hijo de Dios puede pagar el precio de la redención, lo cual no puede realizarse “con cosas corruptibles, como oro o plata,” sino solamente “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha ni contaminación,” porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” No hay otra manera de ser restituidos al favor divino.

5. El plan de la redención abarca todo el mundo en su esfera. Por eso ha sido puesto a disposición de todos los hombres en todas las edades y las dispensaciones. “El plan del cielo para la salvación es suficientemente amplio para alcanzar a todo el mundo.”[4] Cristo es el Alfa y la Omega del plan de la redención, el primero y el último de toda verdad y justicia, el gran YO SOY de todos los tiempos, el Autor y Consumador de toda fe, y el Todo de toda experiencia cristiana. Él es ‘‘el Cordero, el cual fué muerto desde el principio del mundo,” y por eso es la luz “que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.” Cristo es el mismo centro y la sustancia del cristianismo, y a él se le dará toda la gloria y honra durante la eternidad. A la luz de estas declaraciones, las dos citas siguientes son significativas: ‘‘Los santos de la antigüedad se salvaron por la fe en la sangre de Cristo. Al contemplar la agonía de las víctimas que se sacrificaban extendían la mirada hacia el Cordero de Dios que había de quitar el pecado del mundo.”[5]

“Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese sufrimiento no empezó ni terminó con su manifestación en la humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado en el corazón de Dios.”[6]

6. Y en último lugar, aunque no lo consideremos por ello lo menos importante, podemos decir que el tema de la expiación es sólo comprensible a través de la experiencia.

“El alma debe ser limpiada de la vanidad y el orgullo, y vaciada de todo lo que la domina, y Cristo debe ser entronizado en ella. La ciencia humana es demasiado limitada para comprender el sacrificio expiatorio. El plan de la redención es demasiado abarcante para que la filosofía pueda explicarlo. Seguirá siendo siempre un misterio que el razonamiento más profundo no podrá sondear. La ciencia de la salvación no puede ser explicada; pero puede ser conocida por experiencia.”[7]

Este hecho queda ilustrado vívidamente en el caso de la raza hebrea, a la que se le reveló el plan de salvación durante muchos siglos por medio de ceremonias, sombras y ritos, a la vez que por medio de las declaraciones de los profetas, no obstante lo cual, como pueblo, no lo pudieron comprender. Cuando Aquel a quien señalaban todas sus ceremonias apareció en este mundo para visitar a los suyos, “no le recibieron.” Rechazaron y crucificaron a su propio Mesías, porque su conocimiento de la expiación era mera teoría y no habían percibido la redención como una experiencia individual. Su conocimiento era más teórico que práctico y experimental. ¡Qué solemne amonestación implica ese fracaso para el Israel moderno, que ha heredado “las sobremanera grandes y preciosas promesas”! “Lo que Dios se propuso hacer para Israel, la nación escogida, lo cumplirá hoy finalmente por medio de su iglesia en la tierra.” Así es como “se cumplirán” para el Israel espiritual “las promesas del pacto que hizo Jehová con su antiguo pueblo.”[8]

No debemos fracasar en el cumplimiento de esta misión divinamente señalada.

Discutiremos el tema de “La Expiación y la Cruz” en tres partes: “La expiación en la promesa,” “La expiación en la realidad,” y “La expiación en la experiencia.”

LA EXPIACIÓN EN LA PROMESA

Cristo, “el Cordero… muerto desde el principio del mundo,” penetró bajo la sombra de la cruz antes que la tierra fuera creada, cuando, en previsión de la caída, se ofreció para pagar el precio de la redención, tal como se lo expresa en el siguiente párrafo: “El plan de nuestra redención no fué una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fué una revelación ‘del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio.’ Fué una manifestación de los principios que desde edades eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previo su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia.”[9]

“Desde antes que fueran echados los cimientos de la tierra, el Padre y el Hijo estaban unidos en un pacto para redimir al hombre si era vencido por Satanás. Habían unido sus manos en el solemne compromiso de que Cristo sería fiador de la especie humana. Cristo cumplió este compromiso. Cuando sobre la cruz exclamó: ‘Consumado es,’ se dirigió al Padre. El pacto había sido llevado plenamente a cabo. Ahora declara: Padre, consumado es. He hecho tu voluntad, oh Dios mío. He completado la obra de la redención. Si tu justicia está satisfecha, ‘aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo.’”[10]

Debido a que conocía anticipadamente, durante las edades eternas del pasado, la provisión que se había hecho para el caso de que el pecado entrara en el mundo, el Hijo de Dios estaba en la sombra de la cruz desde la eternidad. En efecto, para él no hubo época libre de la certidumbre del Calvario. Podemos decir que sufrió la cruz anticipadamente. A pesar de que la entrada del pecado no sorprendió a la Divinidad, sobrevino como un golpe terrible para todas las inteligencias creadas. Se describe esto en forma conmovedora en la siguiente declaración: “La caída del hombre llenó todo el cielo de tristeza. El mundo que Dios había hecho fué mancillado por la maldición del pecado, y quedó habitado por seres condenados a la miseria y la muerte. Parecía no existir escapatoria para aquellos que habían quebrantado la ley. Los ángeles suspendieron sus himnos de alabanza. Por todos los ámbitos de la corte celestial oíanse lamentos por la ruina que el pecado había causado.

“El Hijo de Dios, el glorioso Soberano del cielo, se conmovió de compasión por la raza caída. Una infinita misericordia embargó su corazón, mientras los lamentos de un mundo perdido ascendían hasta él. Pero el amor divino había concebido un plan mediante el cual el hombre podría ser redimido. La quebrantada ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo sólo existía Uno que podía satisfacer este reclamo en lugar del hombre. Puesto que la ley divina es tan sagrada como el mismo Dios, sólo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía salvar al hombre de la maldición de la ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo echaría sobre sí la culpa y la vergüenza del pecado, tan abominable a los ojos de Dios, que debía separar al Padre y su Hijo. Cristo descendería a la profundidad de la miseria para rescatar a la raza caída.

“Cristo intercedió ante el Padre en favor del pecador, mientras la hueste celestial esperaba los resultados con tan intenso interés que la palabra no puede expresarlo. Mucho tiempo duró aquella misteriosa conversación, el ‘consejo de paz,’ en favor del hombre caído. El plan de la salvación había sido concebido antes de la creación del mundo; pues Cristo es ‘el Cordero, el cual fué muerto desde el principio del mundo.’ Sin embargo, fué una lucha, aun para el mismo Rey del universo, entregar a su Hijo a la muerte por la raza culpable. Pero, ‘de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.’ ¡Oh, el misterio de la redención! ¡El amor de Dios hacia un mundo que no le amaba! ¿Quién puede comprender la profundidad de ese amor ‘que excede a todo conocimiento’? Al través de los siglos sin fin, las mentes inmortales, tratando de entender el misterio de ese incomprensible amor, se maravillarán y adorarán a Dios…

“Los ángeles se postraron de hinojos ante su Soberano y se ofrecieron ellos mismos como sacrificio por el hombre. Pero la vida de un ángel no podía satisfacer la deuda; solamente Aquel que había creado al hombre tenía poder para redimir- lo… Entonces un indecible regocijo llenó el cielo. La gloria y la bendición de un mundo redimido excedió aun a la misma angustia y al sacrificio del Príncipe de la vida. Por todas las cortes celestiales se podían escuchar los acordes de aquella dulce canción que más tarde había de oírse sobre las colinas de Belén, ‘gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.’ Ahora con una felicidad más profunda que la producida por el deleite y entusiasmo de la nueva creación, ‘las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios.’”[11]

Las buenas nuevas de que el plan de redención proveía una vía de salvación fueron comunicadas a Adán y a Eva por medio de una declaración hecha a aquél: “Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Gén. 3:15). En la primera promesa evangélica se revela la muerte temporaria poro triunfadora de la simiente prometida, quien había de venir al mundo por medio del nacimiento, para así convertirse en un participante de la naturaleza humana. Por medio de su encarnación y su muerte triunfaría sobre su enemigo, quien lo atacaría mayormente por la espalda, lo que le ocasionaría una herida temporal en el talón, mientras que Cristo lo combatiría frente a frente, con lo cual aplastaría su cabeza, lo que daría como resultado una derrota que sería permanente, definitiva. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda Ja vida sujetos a servidumbre.” (Heb. 2:14, 15.) Las doctrinas de la inmaculada concepción y la ascensión de María destruyen el valor de la encarnación, y la posibilidad de la expiación.

El plan de redención les fué revelado más tarde en la experiencia a los primeros padres de la raza humana cuando, como resultado del pecado, el manto de luz y gloria que los rodeaba, semejante a los que usan los ángeles, les fué quitado y quedaron desnudos. Por sus propios medios se hicieron delantales o túnicas de hojas de higuera que resultaron ser un sustituto miserable del hermoso atavío de inocencia que habían llevado hasta entonces. Sin duda se habrán sentido muy bien vestidos, y puede ser que hasta se hayan enorgullecido de la obra de sus manos, hasta que Dios llegó al jardín. Entonces comprendieron que la vestimenta hecha por el hombre no bastaba para estar en la presencia del Ser Supremo, y conscientes de su desnudez y vergüenza, corrieron a esconderse.

El Señor les hizo entonces “túnicas de pieles, y vistiólos.” Estas túnicas eran de hechura divina, sin la menor hebra humana, pero costaron la vida del animal que simbolizaba al Cordero de Dios, cuyo sacrificio expiatorio únicamente podía pagar el precio de la redención y restaurar al hombre a su dominio perdido. Esta túnica que los cubría completamente era un don que se otorgaba a la pareja culpable sin otra obligación de su parte que recibirla y colocársela a cambio de la túnica de hojas de higuera de hechura humana, que los cubría parcialmente. Esto ilustra el hecho de que la salvación intentada por las obras humanas sólo puede producir “andrajos sucios” que nunca pueden preparar al hombre para estar de pie ante la presencia del Santo Dios. Aquí, en la forma de una parábola divina, se predicó el primer sermón sobre la justificación por la fe, que constituye el mismo corazón del Evangelio en todos los siglos.

“La ropa blanca de la inocencia era llevada por nuestros primeros padres cuando fueron colocados por Dios en el santo Edén. Ellos vivían en perfecta conformidad con la voluntad de Dios… Una hermosa y suave luz, la luz de Dios, envolvía a la santa pareja. Este manto de luz era un símbolo de sus vestiduras espirituales de celestial inocencia. Si hubieran permanecido fieles a Dios, habría continuado envolviéndolos. Pero cuando entró el pecado, rompieron su relación con Dios, y la luz que los había circuido se apartó. Desnudos y avergonzados, procuraron suplir la falta de los mantos celestiales cosiendo hojas de higuera para cubrirse…

El hombre no puede idear nada que pueda ocupar el lugar de su perdido manto de inocencia. Ningún manto hecho de hojas de higuera, ningún vestido común a la usanza mundana podrán emplear aquellos que se sienten con Cristo y los ángeles en la cena de las bodas del Cordero. Únicamente el manto que Cristo mismo ha provisto puede hacernos dignos de aparecer ante la presencia de Dios. Cristo colocará este manto, esta ropa de su propia justicia sobre cada alma arrepentida y creyente…

“Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana. Cristo, en su humanidad, desarrolló un carácter perfecto, y ofrece impartirnos a nosotros este carácter… Por su perfecta obediencia ha hecho posible que cada ser humano obedezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia. Entonces, cuando el Señor nos contempla, él ve no el vestido de hojas de higuera, no la desnudez y deformidad del pecado, sino su propia ropa de justicia, que es la perfecta obediencia a la ley de Jehová…

“Todos deben ser sometidos al escrutinio del gran Rey, y son recibidos solamente aquellos que se han puesto el manto de la justicia de Cristo.”[12]

La enemistad de Satanás hacia el verdadero sistema de religión que se basa en la justificación y salvación por la fe en lugar de las obras humanas, se revela en otro incidente bíblico, el de Caín cuando presentó un sustituto de la ofrenda y después dió muerte a Abel a causa de la fe y obediencia que éste había manifestado. Caín trajo “del fruto de la tierra,” productos de su propia labor, como “una ofrenda a Jehová.” Pero su sacrificio exento de sangre no era aceptable, porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” La instrucción divina era: “Porque la vida de la carne en la sangre está: y yo os la he dado para expiar vuestras personas sobre el altar: por lo cual la misma sangre expiará la persona.” (Lev. 17:11.) Ninguna ofrenda que no implicara derramamiento de sangre podía representar la muerte expiatoria de Cristo, y por lo tanto la ofrenda que presentó Caín no tenía valor. En efecto, implicaba un insulto a Dios, y una desobediencia y rebelión, como lo son todos los sustitutos humanos para los requerimientos divinos. El rechazo de la ofrenda de Caín y la aceptación de la de Abel enojó a aquél, y su envidia lo impulsó a consumar el homicidio.

El sacrificio de Abel fué agradable a Jehová, porque era un símbolo del Cordero de Dios que moriría para expiar sus pecados. Fué perdonado y experimentó el gozo de la justificación con la conciencia de que sus pecados habían sido tan completamente cubiertos que Dios lo consideraba como si nunca hubiera pecado. “Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio a sus presentes; y difunto, aun habla por ella.” (Heb. 11:4.) Se nos dice que “Caín era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.” (1 Juan 3:12.)

Por medio de su ejemplo “de obediencia y fe,” Abel “aún habla” a toda la humanidad en uno de los sermones más elocuentes que se hayan predicado acerca de la justificación por la fe; y como ha sucedido a través de las edades, se granjeó la enemistad y la ira de Satanás con el resultado de que llegó al martirio, el primero de incontables millones que han sellado su fe con su sangre, pero que así vencieron al gran engañador “por la sangre del Cordero, y por la Palabra de su testimonio,” y “no amaron sus vidas hasta la muerte.”

Otro notable ejemplo de la expiación implicado en la promesa lo encontramos en las vicisitudes de Abrahán. En el argumento empleado por Cristo al discutir con los judíos acerca de su identidad como Hijo de Dios y el Mesías prometido, Jesús dijo lo siguiente, en respuesta a la declaración jactanciosa de los judíos de que eran hijos de Abrahán: “Abrahán vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vió, y se gozó.” (Juan 8:56.) ¿Cuándo tuvo Abrahán esa visión de la venida de Emmanuel? Seguramente en el incidente a que alude Hebreos 11:17: “Por fe ofreció Abraham a Isaac cuando fué probado, y ofrecía al unigénito, el que había recibido las promesas.” Esta prueba de fe se encuentra en Génesis 22. El Señor mandó a Abrahán que tomara a su hijo único, el hijo de la promesa, a quien amaba tiernamente, y en quien se concentraban sus esperanzas, y que lo ofreciera en sacrificio para el Señor. Por medio de este hijo nacido milagrosamente había de venir la simiente mediante la cual serían “benditas todas las familias de la tierra.” A la luz de estas promesas, el mandato parecía increíble. Pero como nunca había desobedecido al Señor, llevó a cabo “por la fe” la extraña instrucción sabiendo que las promesas divinas se cumplirían aunque el Señor tuviera que resucitar a Isaac de los muertos.

El lugar de la prueba y la visión fué el monte Moría, donde el padre y el hijo levantaron un rústico altar de piedra, en el lugar en que, según se cree, se erigió siglos más tarde el altar de los holocaustos en el templo de Salomón. Durante los tres días de viaje, Isaac se mostraba sorprendido porque no sabía de dónde obtendría su padre el cordero para el sacrificio, pero cuando éste le dió la noticia de que él era el holocausto, se llenó de terror; mas como participaba de la fe y la piedad de su padre, no ofreció resistencia. Prácticamente, el sacrificio de Isaac era un hecho consumado, a pesar de que en el último momento el Señor retuvo la mano que sostenía en alto el cuchillo. Una voz del cielo le dijo a Abrahán que rio diera muerte al muchacho, “porque ya sé que temes a Dios, puesto que no me has negado tu hijo, tu único.”

Se llamó la atención de Abrahán entonces a un carnero que estaba trabado de los cuernos a una zarza, que fué ofrecido sobre el altar como sustituto de Isaac. Entonces el Señor renovó su pacto con Abrahán al prometerle que mediante su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra. Nótese el siguiente comentario relacionado con este incidente:

“El gran acto de fe de Abrahán descuella como un fanal de luz, que ilumina el sendero de los siervos de Dios en las edades subsiguientes… Mediante símbolos y promesas, Dios ‘evangelizó antes a Abraham.’ Y la fe del patriarca se fijó en el Redentor que había de venir… El carnero ofrecido en lugar de Isaac representaba al Hijo de Dios, que había de ser sacrificado en nuestro lugar… Para fijar en la mente de Abrahán la realidad del Evangelio, para probar su fe Dios le mandó que sacrificara a su hijo. La agonía que sufrió durante los aciagos días de aquella terrible prueba fué permitida para que comprendiera por su propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio hecho por el Dios infinito en favor del hombre… El sacrificio exigido a Abrahán no fué sólo para su propio beneficio, ni tampoco exclusivamente para beneficio de las futuras generaciones, sino también para instruir a las inmaculadas inteligencias del cielo y de otros mundos. En lugar del conflicto entre Cristo y Satanás, el terreno en el cual se obra el plan de la redención es el libro de texto del universo… Dios deseaba probar la lealtad de su siervo ante todo el cielo, para demostrar que no se puede aceptar nada menos que una perfecta obediencia, y así revelar más plenamente ante ellos el plan de la salvación… Se derramó luz sobre el misterio de la redención, y aun los ángeles comprendieron más plenamente la maravillosa provisión que había hecho Dios para la salvación del hombre.”[13]

“Abrahán había deseado grandemente ver al Salvador prometido. Elevó la más ferviente oración porque antes de su muerte pudiera contemplar al Mesías. Y vió a Cristo. Se le dió una luz sobrenatural, y reconoció el carácter divino de Cristo. Vió su día, y se gozó. Se le dió una visión del sacrificio divino por el pecado. Él tenía una ilustración de ese sacrificio en su propia vida… Sobre el altar del sacrificio colocó al hijo de la promesa, al hijo en el cual se concentraban sus esperanzas… Se le impuso esta terrible prueba a Abrahán, para que pudiera ver el día de Cristo, y comprender el gran amor de Dios hacia el mundo, tan grande que para levantarlo de la degradación, dió a su Hijo unigénito, para que sufriera la muerte más ignominiosa. Abrahán aprendió de Dios la mayor lección que haya sido dada a los mortales. Su oración porque pudiera ver a Cristo antes que él muriera fué contestada.”[14]

El verdadero sistema de religión, que tiene su base y sustancia en la justicia y la salvación por la fe en la sangre expiatoria de Cristo, fué revelado más tarde al antiguo Israel por medio del santuario simbólico y su servicio correspondiente. La declaración: “Y hacerme un santuario; y moraré entre ellos” indica que por este medio el Señor podía entrar en una relación más íntima con su pueblo de lo que de otra manera hubiera sido posible. Cada parte del santuario—inclusive su moblaje, sacerdocio y servicios—era símbolo de Cristo y su servicio sacerdotal en el santuario celestial, donde él es a la vez la víctima y el sacerdote. Él ministra su propia sangre, y de los redimidos de la última generación se dice que “han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero.” (Apoc. 7:14).

“Vieron tus caminos, oh Dios… en el santuario,” declaró el salmista, y Cristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” El propósito del santuario y su servicio era por lo tanto revelar a Aquel que es el camino y la verdad. Lo que acabamos de decir queda refrendado por la siguiente cita:

“De este modo, en el servicio del tabernáculo, y en el del templo que posteriormente ocupó su lugar, diariamente se le enseñaban al pueblo las grandes verdades relativas a la muerte y al ministerio de Cristo; una vez al año sus pensamientos eran llevados hacia los acontecimientos finales de la gran controversia entre Cristo y Satanás, y a la final purificación del universo del pecado y de los pecadores.”[15]

“Cristo era el fundamento y el centro del sistema de sacrificios… En el plan de la redención, Cristo es el alfa y omega, el primero y el último.”[16]

“Mediante las enseñanzas del servicio de los sacrificios, Cristo había de ser levantado ante todas las naciones, y todos los que lo miraran vivirían. Cristo era el fundamento de la economía judía. Todo el sistema de los tipos y símbolos era una profecía compacta del Evangelio, una presentación en la cual estaban engolfadas las promesas de la redención.”[17]

“Los ritos del sistema de culto judío fueron establecidos por Cristo mismo. El fué el fundador de su sistema de sacrificios, la gran realidad simbolizada por todo su servicio religioso. La sangre que se vertía al ofrecerse los sacrificios señalaba el sacrificio del Cordero de Dios. Todos los sacrificios típicos se cumplieron en él.”[18]

“No había virtud en el servicio simbólico, sino en la medida en que dirigía a los adoradores hacia Cristo como su Salvador personal.”[19]

“Cristo era el fundamento y la vida del templo. Sus servicios eran típicos del sacrificio del Hijo de Dios. El sacerdocio había sido establecido para representar el carácter y la obra mediadora de Cristo. Todo el plan del culto de los sacrificios era una predicción de la muerte del Salvador para redimir al mundo. No habría eficacia en estas ofrendas cuando el gran suceso al cual señalaron durante siglos fuese consumado.

“Puesto que toda la economía ritual simbolizaba a Cristo, no tenía valor sin él. Cuando los judíos sellaron su decisión de rechazar a Cristo entregándole a la muerte, rechazaron todo lo que daba significado al templo y sus ceremonias. Su carácter sagrado desapareció. Quedó condenado a la destrucción… Al dar muerte a Cristo, los judíos destruyeron virtualmente el templo.”[20]

“Al apartarse de Dios, los judíos perdieron en gran parte de vista la enseñanza del ritual. Este ritual había sido instituido por Cristo mismo. En todas sus partes, era un símbolo de él; y había estado lleno de vitalidad y hermosura espiritual. Pero los judíos perdieron la vida espiritual de sus ceremonias, y se aferraron a las formas muertas. Confiaban en los sacrificios y los ritos mismos en vez de confiar en Aquel a quien ellos señalaban.”[21]

“El mundo ha sido confiado a Cristo, y por él ha fluido toda bendición de Dios a la especie caída. Era Redentor antes de su encarnación tanto como después. Tan pronto como hubo pecado, hubo un Salvador…

“En toda página, sea de historia, preceptos o profecía, las Escrituras del Antiguo Testamento irradian la gloria del Hijo de Dios. Por cuanto era de institución divina, todo el sistema del judaísmo era una profecía compacta del Evangelio. Acerca de Cristo ‘dan testimonio todos los profetas.’ Desde la promesa hecha a Adán, por el linaje patriarcal y la economía legal, la gloriosa luz del cielo delineó claramente las pisadas del Redentor. Los videntes contemplaron la estrella de Belén, el Siglo venidero, mientras las cosas futuras pasaban delante de ellos en misteriosa nube de incienso, ascendía su justicia. Toda trompeta del jubileo hacía repercutir su nombre. En el pavoroso misterio del lugar santísimo, moraba su gloria.”[22]

Estas declaraciones ponen en evidencia que la expiación implicada en los símbolos no estaba completa en el altar de los holocaustos donde se daba muerte a las víctimas, sino que incluía el ministerio de los sacerdotes en el lugar santo y el del sumo sacerdote en el lugar santísimo en el día de la expiación. La sangre de los sacrificios simbólicos tenía que ser ofrecida en favor de los pecadores. Cada parte constituye una obra perfecta, pero se requerían las tres para que la expiación resultara completa. Resulta evidente que esto es también así en la realidad. La muerte de Cristo en la cruz fué el precio de la redención, pero su sangre debe aplicarse al pecador arrepentido, por medio de su mediación, a fin de que la expiación y la reconciliación sean completas.

Una de las grandes tragedias de la historia la constituyó el hecho de que el antiguo Israel perdiera de vista el significado de su templo y su servicio, y fijara sus ojos en lo que era meramente simbólico, material y temporario. Veían sólo a los sacerdotes humanos, el altar del incienso, las víctimas ofrecidas, la mesa con los doce panes de la proposición, el candelabro de siete brazos con sus luces resplandecientes, el altar del incienso con su perfume aromático, el arca del pacto con su propiciatorio y sus ángeles de oro forjado. Los judíos no percibieron lo que significaban esas cosas materiales o lo que ellas querían mostrarles, y por lo tanto sus símbolos se convirtieron virtualmente en objetos de culto, y su religión se transformó en una especie de idolatría.

“Mediante el paganismo, Satanás había apartado de Dios a los hombres durante muchos siglos… El principio de que el hombre puede salvarse por sus obras, que es fundamento de toda religión pagana, había llegado a ser el principio de la religión judaica. Satanás había implantado dicho principio; y dondequiera que se adopte, los hombres no tienen defensa contra el pecado.”[23]

“El [Cristo] era Aquel en quien debía encontrar su cumplimiento toda la economía judía y el servicio simbólico. Él sirvió en lugar del templo; todos los servicios de la iglesia se concentran en él solamente.”[24]

“No obstante, crucificaron al Originador de toda la economía judaica. Aquel a quien señalaban todos sus ritos… Mantuvieron, y aún lo hacen, meras máscaras, las sombras, las figuras que simbolizaban lo verdadero.”[25]

El Israel moderno afronta el mismo peligro. Por supuesto que es trágico que muchos, hoy, vean solamente lo que los judíos veían, vale decir, los símbolos literales en lugar de la realidad espiritual. Ven el atrio en lugar de la iglesia, simbolizada por el mismo, el altar de los holocaustos en lugar del altar del Calvario; ven el cordero agonizante, en lugar del Cordero de Dios simbolizado por aquél; ven la mesa literal de los panes de la proposición, y olvidan a Cristo, el pan de vida; ven el candelabro con sus siete brazos, y no notan a Cristo “la luz del mundo” y a su iglesia, por medio de la cual él fulgura con la plenitud de su perfecto resplandor; contemplan el altar del incienso con su sacerdote oficiante, en lugar del ministerio de Cristo, mientras ofrece al Padre las oraciones de su pueblo con la fragancia de su propia justicia.

Demasiados miembros del pueblo remanente de Dios ven únicamente el arca del pacto, que contenía los Diez Mandamientos escritos sobre tablas de piedra. Ven un propiciatorio literal, en lugar de contemplar a Cristo que se encuentra de pie entre el pecador y la ley quebrantada, ejerciendo su ministerio de gracia y misericordia. Muchos ven a los ángeles de oro en vez del poderoso ángel Gabriel, y al querubín cubridor que lo acompaña y a los miles de ángeles que ayudan a ministrar delante del trono, y que estaban prefigurados por la semejanza de ángeles bordados en las cortinas del santuario. Dios quiera concedernos ojos que se abran para discernir a Cristo y su sacerdocio en el templo del cielo, en lugar de percibir solamente lo simbólico y material, que se empleó para representar a Cristo ante Israel. De otro modo, el estudio del santuario y sus servicios será en vano, y nosotros también seremos culpables de idolatría.

Desde la caída del hombre y la introducción del plan de redención hasta el Calvario, la enemistad de Satanás ha sido evidente. Por su usurpación del puesto y el reino de Adán, se convirtió en el “príncipe de este mundo.” Por lo tanto, él asumió la representación oficial de nuestro planeta en los concilios celestiales desde la caída de Adán hasta el Calvario, cuando Cristo ocupó su puesto al convertirse en el “segundo Adán.” En Job 1:6-12; 2:1-7 se describen dos grandes reuniones de “los hijos de Dios,” o representantes de los diferentes mundos, quienes se congregaron delante del Señor. Pareciera que se hubiera pasado lista, y que en ambas ocasiones Satanás respondió como representante de esta tierra. El Señor le preguntó si conocía a Job, “varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado de mal.” Satanás conocía a Job muy bien, y lanzó el desafío ante Jehová de que Job no le servía por amor sino por las ventajas materiales que su servicio le reportaba, y que, si le retiraba su protección, Job le maldeciría en el rostro. El Señor aceptó el desafío, y la terrible prueba que sobrevino a Job demostró que Satanás era un engañador. Job no rindió su integridad, sino que se mantuvo firme ante todos los crueles asaltos del enemigo y determinó la derrota y el bochorno del adversario ante el universo.

Cristo dió tres veces a Satanás el título de “príncipe de este mundo,” y éste se sentía tan seguro en su trono que le ofreció su soberanía a cambio de un acto de adoración que implicara el reconocimiento de su superioridad. Le dijo a Cristo: “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí es entregada, y a quien quiero la doy: pues si tú adorares delante de mí, serán todos tuyos.” (Luc. 4:6, 7.)

El hecho mismo de que la oferta entrañara una “tentación” implica que Satanás tenía derecho de hacer tal proposición y hubiera podido cumplir su promesa. Pero Jesús despreció el ofrecimiento e inició su viaje a lo largo de la senda teñida en sangre que conducía al Calvario, para reconquistar la soberanía del mundo por medio de conflictos y sacrificio, antes que transigir con el maligno. En un comentario acerca de Apocalipsis 11:15, A. T. Robertson dice:

“Este es el resultado seguro y glorioso del conflicto milenario contra Satanás, que actualmente domina el reino de este mundo, y se lo ofreció a Cristo en el monte a cambio de un acto de adoración. Pero Jesús despreció el asociarse con Satanás en la dirección de este mundo y prefirió defender su causa en las lides, en las que ambos contendientes empeñarían todos sus recursos. Nos hallamos en la culminación de este conflicto cuando Cristo, el triunfador, ha reconquistado el reino de este mundo para su Padre. Esta es la lección culminante del Apocalipsis.”[26]

Desde el principio mismo Satanás ha estado decidido a hacer de la dirección del reino de este mundo un derecho permanente, pero Cristo ha estado tan decidido como él a desbaratar ese plan.

“¿Quién podía introducir los principios ordenados por Dios en el gobierno de Satanás para frustrar sus planes y reconquistar la lealtad del mundo? Dios dijo: ‘Enviaré a mi Hijo’ …Tal es el remedio para el pecado. Cristo dice: ‘Donde Satanás alzó su trono, allí estará mi cruz. Satanás será echado, y yo seré elevado para atraer a todos los hombres a mí. Vendré a ser el centro del mundo redimido.’”[27]

Al aproximarse al Getsemaní, Jesús dijo: “Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo.” Que la palabra “todos” incluía el universo constituido por los seres que no conocen pecado, resulta evidente en Colosenses 1:20: “Y por él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos.” La importancia de la cruz cobra mayores proporciones por el hecho de que este acontecimiento significó la reconciliación de los ángeles y los seres no caídos, habitantes éstos de otros mundos, con Dios. El universo todo comprendió plenamente el carácter de Satanás y el significado del largo conflicto que a través de los milenios fuera para ellos un misterio incomprensible.

“Cuando Cristo vino a nuestro mundo en forma humana, todos estaban interesados en seguirle, paso a paso, a través del sendero de agonía que recorriera desde el pesebre hasta el Calvario. El cielo contemplaba las afrentas y las burlas que él recibía, y tenía conciencia de que todo era instigado por Satanás. Presenciaba la obra de dos fuerzas contrarias: Satanás, que constantemente arrojaba tinieblas, angustia y sufrimientos sobre la raza humana, y Cristo difundiendo amor y consuelo doquiera pasara. Observaba la batalla entre la luz y las tinieblas a medida que cobraba mayor ardor. Cuando Cristo exclamó en la cruz en su dolorosa agonía: ‘Consumado es,’ un clamor de triunfo y júbilo resonó a través de todos los mundos y del mismo cielo. La gran contienda que desde tanto tiempo tenía lugar en este mundo, había sido finalmente decidida, y Cristo era el vencedor. Su muerte había respondido a la pregunta de si el Padre y el Hijo tenían suficiente amor hacia el hombre como para traducirse en abnegación y espíritu de sacrificio. Satanás había revelado su verdadero carácter de engañador y asesino. Se puso en evidencia que si se le hubiese permitido el dominio de las inteligencias del cielo, hubiera manifestado el mismo espíritu con el cual él había gobernado a los hijos de los hombres que estuvieron bajo su potestad. Todo el universo leal unió su voz para ensalzar la divina inteligencia que gobernaba los mundos.”[28]

El largo conflicto que acerca de la soberanía de este mundo se viene desarrollando desde su principio en el cielo hasta el último ataque de Satanás contra la iglesia remanente de Dios en la crisis final, resulta descrito gráficamente en el capítulo 12 del Apocalipsis. Aquí la iglesia de Cristo de todas las edades aparece simbolizada por una mujer vestida del sol, a saber la justicia de Cristo, puesto que a él se lo llama también “el sol de justicia.” De pie sobre la luna y coronada con doce estrellas, constituye un símbolo de una dirección señalada divinamente. El Señor dijo: “A mujer hermosa y delicada comparé a la hija de Sion.” (Jer. 6:2); y Pablo dice de la iglesia de Corinto: “Pues que os celo con celo de Dios; porque os he desposado a un marido, para presentaros como una virgen pura a Cristo.” (1 Cor. 11:2).

Con respecto al empleo de una mujer en las Escrituras como símbolo de la iglesia de Dios, Albertus Pieters dijo:

“Hay más acuerdos con relación a los diversos significados de este símbolo que con respecto a las principales figuras empleadas en el Apocalipsis.”[29]

“Cristo honró la relación matrimonial haciéndola además símbolo de la unión entre él y sus redimidos. Él es el esposo; la esposa es la iglesia.”[30]

“En el capítulo 17 del Apocalipsis, Babilonia está representada por una mujer, figura que se emplea en la Biblia como símbolo de una iglesia: una mujer virtuosa simboliza a una iglesia pura, y una mujer vil a una iglesia apóstata.”[31]

La iglesia de Cristo se halla simbolizada por una mujer, en tanto que la iglesia de Satanás está representada por una familia, compuesta por una madre corrompida y muchas hijas que reflejan el mismo carácter. Se dice que la iglesia es “el cuerpo de Cristo,” y él puede tener sólo un cuerpo del cual es la cabeza. (Véase Efe. 2:2; 4:4). Del antiguo Israel se dijo que era “la congregación [iglesia] en el desierto.” (Hech. 7:38). A través del tiempo ha habido una sola iglesia, de la cual ha sido miembro el pueblo de Dios, Los que pertenecen a la última generación reciben por lo tanto el nombre de “los otros [el remanente] de su simiente” (o hijos), más bien que el de “iglesia remanente,” nombre corriente entre nosotros. (Véase Apoc. 12: 17).

Desde el principio hasta el fin del tiempo, “todos los miembros del pueblo de Dios en la tierra constituyen un cuerpo y tienen una cabeza, que dirige y gobierna el cuerpo.”[32] …Va iglesia de Dios aquí en la tierra es una con la iglesia de Dios en el cielo. Los creyentes de la tierra y los seres del cielo que nunca han caído constituyen una sola iglesia.”[33]

Se nos dice en Hebreos 12:22, 23 que “la congregación [iglesia] de los primogénitos” incluye a todos aquellos que ‘‘están alistados en los cielos.” y además a la “compañía de muchos millares de ángeles.”

Es evidente que la mujer simbólica que estamos considerando no puede representar a la iglesia en el tiempo de la dispensación cristiana solamente, porque el “niño” a quien había de dar a luz no apareció en el mundo sino treinta años antes que la iglesia cristiana surgiera. El niño era, por supuesto Cristo, quien más tarde “fué arrebatado para Dios y su trono,” y que algún día “regirá a las naciones con vara de hierro.” Que esta iglesia representa la única de todos los tiempos, es la opinión que sostienen los mejores comentadores.

“Consideramos a la mujer como símbolo del sistema religioso de Dios en la tierra, desde el principio de su testimonio hasta su consumación.”[34]

“Debe ser la IGLESIA; no únicamente la de la época de los judíos, sino, en un sentido más genérico y teocrático, el pueblo de Dios.”[35]

“La Mujer es la iglesia de Dios del Antiguo y el Nuevo Testamento como una unidad indivisible.”[36]

“Ella es la representante del pueblo de Dios… Representa a los hijos de Dios que vivieron bajo el antiguo y el nuevo pacto… Nuestro escritor considera a sólo un Israel verdadero, que abarca tanto a la iglesia cristiana como a la ju- día.”[37]

“Sin duda la iglesia del Antiguo Testamento era la madre de aquella por medio de la cual Cristo vino en la carne. Pero aquí, como en todas partes del Libro, no encontramos una línea definida que separe a la iglesia del Antiguo Testamento de la sociedad cristiana; la última aparece en el escenario cuando la iglesia judía llegó a la madurez. La mujer que dió a luz a Cristo es idéntica a la que más tarde, después de su partida, sufrió por su fe en él… y es la madre de todos los creyentes.”[38]

“Realmente nunca hubo más que una iglesia en la tierra, y ella ha existido a través de los siglos y bajo todas las dispensaciones. Y aquí tenemos, como símbolo de ella, una mujer resplandeciente, en la cual todas las más elevadas excelencias y las características más notables se suman desde el mismo principio hasta la gran consumación.”[39]

Se describe a la mujer, o la iglesia, como aguardando el nacimiento del Redentor. ¿Cuánto esperó el pueblo de Dios la aparición del Mesías prometido, desde las puertas del Paraíso, cuando escucharon la primera promesa evangélica que revelaba el hecho de que la redención vendría por medio de la simiente de la mujer? Toda madre piadosa esperaba que su hijo fuera el Libertador anhelado. No se tuvo ningún conocimiento definido relacionado con el tiempo en que había de aparecer, hasta que Daniel recibió la profecía de las 70 semanas o años, 69 de las cuales alcanzarían hasta el “Mesías Príncipe.” En esta profecía se señaló el mismo año del bautismo y ungimiento de Cristo, con cerca de 600 años de anticipación. Por eso, naturalmente, cuando el tiempo llegó, “la gente se hallaba a la expectativa.”

El revelador vió otro símbolo, el de un “gran dragón rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos.” En el versículo 9 este dragón se dice que representa a “la serpiente antigua, llamada diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo.” También es evidente que representa al gobierno terrenal de Satanás constituido por siete grandes potencias universales que circundan la tierra, y de diez reinos menores simbolizados por los diez cuernos. Tanto el siete como el diez son símbolos de plenitud y universalidad; por lo tanto, el dragón con las siete cabezas y los diez cuernos representa toda la historia de la sublevación de Satanás contra el gobierno de Dios, desde la caída de la tercera parte de las huestes celestiales, en ocasión de su lucha contra Miguel en el cielo, hasta su último ataque contra el remanente de la iglesia de Cristo al fin de la historia de la iglesia militante.

Que el dragón simboliza la plenitud del dominio de Satanás como “príncipe de este mundo” es la opinión de los más modernos comentadores, incluyendo nuestros propios comentaristas:

“Las siete cabezas pueden representar adecuadamente las múltiples potencias mundanales que el maligno levanta contra Cristo y su iglesia… Toda la escena pone de manifiesto las grandes potencias que desde el principio mismo batallan contra el Cordero.”[40]

“Aquí se describe a Satanás como a un gran monstruo rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos con coronas sobre ellos. Estas y otras descripciones semejantes se hacen, sin duda, para indicar la universalidad del poder de Satanás en el mundo… Las cabezas, los cuernos y las coronas expresan sencillamente diversos aspectos de estas potencias terrenales.”[41]

“Las ‘siete cabezas y los diez cuernos’ de este dragón, representan la consumación de los esfuerzos que realiza por medio de su control de los gobiernos de este mundo para perseguir a los verdaderos adoradores de Dios y obtener para sí mismo la adoración que sólo pertenece al Señor… ‘siete’ es el número más notable en este libro, denota la plenitud de la dispensación.”[42]

Que el poderoso dragón, símbolo de la fortaleza y el poder físico había de ser vencido y finalmente destruido por un Cordero, símbolo de la timidez y la debilidad, resulta paradójico, pero el símbolo indica que el largo conflicto halla su culminación en el sacrificio expiatorio de Cristo en el Calvario. Satanás supo con anterioridad la época en que había de producirse el advenimiento del Mesías.

“Cuando las palabras escritas de Dios fueron dadas por medio de los profetas hebreos, Satanás estudió con diligencia los mensajes relativos al Mesías. Perseverantemente escudriñó las palabras que bosquejaban con claridad meridiana la obra de Cristo entre los hombres.”

Su primer conocimiento definido con relación al tiempo de su aparición lo descubrió en la profecía de Daniel, y a medida que se acercaba el tiempo señalado Satanás estudió las actitudes de la mujer, a saber, la iglesia, con mayor expectativa aun[43] que la manifestada por el propio profeso pueblo de Dios. Era su tan largamente esperada oportunidad.

Resulta evidente que al principio Satanás tuvo algunas dudas con relación a la identidad de Jesús como Mesías; lo mismo le ocurrió al pueblo de Dios. Debe de haber participado de algunas de las ideas equivocadas de los judíos. No le parecía posible que el humilde y manso Jesús fuera el poderoso príncipe Miguel, a quien conociera antes en el cielo, y por el cual fuera derrotado en la contienda sostenida allí. No obstante, cuando en ocasión de su bautismo se escuchó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien hallo contentamiento.” comprendió, sin dudas ya, que Jesús era el Mesías. La identificación fué absoluta, cuando, durante la batalla en el desierto, Cristo manifestó autoridad divina.

“Satanás había puesto en duda que Jesús fuese el Hijo de Dios. Con breves palabras éste formuló una orden y una despedida, lo que proporcionó al enemigo una prueba que no admitía refutación. La divinidad fulguró a través de su doliente naturaleza humana. Satanás no tuvo poder para resistir la orden. Transido de humillación e ira, se vió obligado a retirarse de la presencia del Redentor del mundo. La victoria de Cristo fué tan completa como lo había sido el fracaso de Adán.”[44]

La profecía revela que “el dragón permanecía,” o “estaba de pie” delante de la mujer en actitud expectante, listo para destruir al niño tan pronto como naciera. ¿Por cuánto tiempo aguardó ansiosamente que Miguel fuera un ser humano y participara por tanto de carne y sangre? Puesto que escudriñó diligentemente los escritos de los profetas a través de las edades para tratar de descubrir la época posible en que había de aparecer, es evidente que Satanás aguardó tanto como la iglesia, vale decir, desde el momento en que se formuló la promesa evangélica. Sabía que Miguel vendría a este mundo mediante el nacimiento natural. Quizá se haya preguntado si el niño nacido milagrosamente, a saber Isaac, no sería la simiente prometida, o más tarde pudo haber pensado que Moisés lo fuera. Pero debido a su conocimiento de la profecía de Daniel, él también estaba a la expectativa cuando Juan el Bautista comenzó a anunciar que el advenimiento del Mesías estaba a las puertas. El dragón, a través de la cabeza dominante en aquel entonces, es decir, la Roma pagana, trató por medio de Herodes de destruir a Jesús, poco después de su nacimiento.

Tanto la mujer vestida de sol como el dragón rojo simbolizan organizaciones o movimientos do alcance universal y paralelos. Se presentan dos sistemas rivales y antagónicos, que abarcan toda la historia del reino del pecado. La iglesia de Cristo y los poderes de las tinieblas siempre han sido fuerzas empeñadas en un conflicto grande en la tierra. El diablo siempre ha manifestado espíritu de malignidad contra la iglesia.

El texto de Apocalipsis 12:7-13 constituye una interrupción en la narración del conflicto entre el dragón y Cristo, cuando éste se hallaba en la tierra llevando a cabo el plan de redención. Es evidente que estos versículos tienen una doble aplicación: primero, a la época en que comenzó el conflicto en el cielo, con el resultado de que Satanás fué derrotado y perdió su cargo oficial como el principal de los querubines cubridores; y en segundo lugar, a la gran lucha sostenida en la tierra entre Cristo y el diablo durante el período en que el Hijo de Dios vivió entre los hombres. Los versículos 10-13 describen la victoria de Cristo en el Calvario y sus resultados tanto para el cielo como para la tierra. Esta fué la batalla decisiva en este conflicto entre el príncipe Miguel y el príncipe Lucifer. Sus detalles los discutiremos en el próximo estudio. (Continuará.)


Referencia

[1] “Testimonies,” tomo 8, págs. 317, 318.

[2] “Testimonies to Ministers,” pág. 111.

[3]  “La Educación,” pág. 167.

[4]  “Prophets and Kings,” pág. 377.

[5] “Sketches From the Life of Paul,” pág. 242. 6.

[6] “La Educación,” pág. 256.

[7] “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 441.

[8] “Prophets and Kings,” págs. 713, 714.

[9] “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 17.

[10] “El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 762. 763.

[11] “El Origen y el Destino.” págs. 57-61.

[12] “Lecciones Prácticas del Gran Maestro,” págs. 288, 289.

[13] “El Origen y el Destino,” págs. 152-155.

[14]  “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 417.

[15] “El Origen y el Destino,” pág. 379

[16] Id., págs. 390, 392.

[17] “Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 12.

[18] “Lecciones Prácticas del Gran Maestro,” pág. 118.

[19] “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 60.

[20] Id., pág. 136.

[21] Id., pág. 24.

[22] Id., págs. 175-177.

[23] Id., pág. 29.

[24] “Fundamentals of Christian Education,” pág. 399.

[25] Id., pág. 398.

[26] A. T. Robertson, “Word Pictures in the New Testament,” (2da. Ed.), tomo 6, pág. 384.

[27] “Testimonios Selectos,” tomo 4, págs. 326, 327.

[28] “El Origen y el Destino,” págs. 65, 66.

[29] Albertus Pieters, “The Lamb, the Woman and the Dragón,” pág. 162.

[30] “El Ministerio de Curación,” pág. 334.

[31] “El Conflicto de los Siglos,” pág. 431.

[32] “Testimonies,” tomo 1, pág. 283.

[33] “Testimonios Selectos,” tomo 4, pág. 386.

[34] Gcorge W. Davis, “The Patmos Visión,” pág. 178.

[35] Moses Stuart, “Commentary on the Apocalypse,” pág. 252.

[36] John Peter Lange, “A Commentary on the Holy Scriptures,” Apoc. 12: 1.

[37] I. T. Beckwith, “The Apocalypse of St. John.” págs. 621, 622.

[38] H. B. Swete, “The Apocalypse of St. John.” (3a. Ed.), págs. 148. 149.

[39] J. A. Seiss, “The Apocalypse,” tomo 2, pág. 277.

[40] R. Green, “The Pulpit Commentary,” homilías de varios autores, Apoc. 12:3, pág. 324.

[41] W. Lamb, “Studies in the Book of Revelation,” págs. 220, 221.

[42] S. W. Turner, “Outline Studies in the Book of Revelation,” pág. 68.

[43] “Prophets and Kings,” pág. 686.

[44] “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 107.