¿Por qué era necesario que Cristo muriese por los pecados del mundo, y qué efecto habría tenido sobre el plan de salvación el hecho de que en vez de morir crucificado, hubiese sufrido muerte natural, como Moisés; o no hubiese muerto, como Elías?
El castigo de la transgresión era la muerte, la cual habría sido eterna de no haber dado Cristo su vida por la del hombre. (Gén. 2:17; Rom. 6:23.) Era el plan de Dios que se lograse la redención del hombre por la muerte de su Hijo, porque Cristo era “el Cordero, el cual fue muerto desde el principio del mundo.” (Apoc. 13:8.) “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito;” y el Hijo amaba tanto al hombre que puso su vida por él. (Juan 3:16; 10:17, 18.)
Para dar alguna esperanza al hombre caído y hacerle conocer el costo de su redención, poco después que el hombre pecó Dios estableció el sistema de sacrificios. Al ofrecer esos sacrificios el hombre comprendería que el castigo mortal que debía recaer sobre él era infligido a su sustituto; y expresaba así su confianza en el sacrificio que el Hijo de Dios haría por él, y su aceptación del plan de salvación. El cordero del sacrificio de Abel (Gén. 4:4 y Heb. 11:4) representaba al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29.) El profeta vio a Jesús “como cordero… llevado al matadero.” (Isa. 53:7.)
La expiación por la sangre constituye la médula del plan de salvación. “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” (Heb. 9:22; Efe. 1:7; Col. 1:14.) Dios explicó a Moisés el significado de la sangre expiatoria: “Porque la vida de la carne en la sangre está: y yo os la he dado para expiar vuestras personas sobre el altar.” (Lev. 17:11.) La sangre del cordero pascual y de los otros animales sacrificados no limpiaba del pecado, sino que era símbolo de la sangre expiatoria de Cristo, que tiene virtud purificadera. (Heb. 9:12-14; 1 Juan 1:7.) La sangre de Cristo era su vida; él la entregó para salvar al hombre de sus pecados. Como para la expiación debía ponerse sangre sobre el altar, la sangre de la víctima había de ser derramada: luego el animal no podía permanecer vivo ni morir de muerte natural. Además, el símbolo requería para el sacrificio una ofrenda sin tacha. Cristo llenó todos estos requisitos en su sacrificio. Por tanto, creemos que de ninguna otra manera que no fuese el derramamiento de su sangre podía haber expiado Jesús los pecados del mundo.
“En la obra de rescatar a las almas perdidas que perecen, no es el hombre el que efectúa la obra de salvarlas; es Dios quien trabaja con él. Dios obra y el hombre obra. ‘Coadjutores somos de Dios.’” — “Evangelismo” pág. 217.
“El ministerio de muerte”
Agradecería una explicación de 2 Corintios 3, en especial de la expresión “el ministerio de muerte.” ¿Qué es lo que ha sido abolido?
Se comprende mejor este capítulo considerándolo a la luz de su contexto. Siempre conviene proceder así al estudiar un versículo bíblico difícil, pues se corre peligro^ de hacer confusiones cuando se toman pequeños trozos aislados, especialmente si el lector abriga alguna idea preconcebida. No se comprenderá perfectamente este capítulo si no se lo relaciona con 1 Corintios. En la iglesia de Corinto había cierto elemento peligroso a causa de su pasado poco recomendable (1 Cor. 6:9-11), y por la predisposición y conducta rebelde e insubordinada de muchos de sus miembros. Pablo condenó más acerbamente a los corintios que a todas las otras iglesias juntas, finalizando con la amenaza de una eventual maldición. (1 Cor. 16:22.)
La segunda Epístola fue escrita después que Pablo supo cómo habían recibido sus reproches. Algunos estaban tan arrepentidos que necesitaban del consuelo que Pablo menciona repetidas veces. (2 Cor. 7:6, 7; 1:3-6.) En 2 Corintios se muestra tierno y conciliatorio y más autobiográfico que en el resto de sus escritos. Es que habían insistido en que probara su autoridad. ¿Era realmente un apóstol?
Toda la epístola de 2 Corintios fue escrita para demostrar que Pablo era un apóstol. En los primeros capítulos recurre como prueba máxima, a la revelación del Espíritu Santo que se puede advertir en sus obras. Luego describe por lo menudo sus sacrificios, persecuciones y sufrimientos. Finalmente menciona sus visiones, en las cuales había sido trasladado al cielo y había visto y oído lo que ningún ser humano puede explicar con palabras (el verdadero significado de 2 Corintios 12:4).
El tercer capítulo de 2 Corintios forma parte de su argumento acerca de la demostración del Espíritu Santo. Los mismos hermanos corintios eran una credencial para Pablo; no necesitaba que lo recomendasen desde Jerusalén siendo ellos fruto de sus trabajos. (2 Cor. 3:1-4.) En el versículo 5 Pablo añade que no deben pensar que cumplió la obra de un apóstol porque valiese algo por sí mismo. El poder procedía de Dios, quien había convertido a Pablo y a sus compañeros en siervos suyos—”ministros”—para llevar las buenas nuevas de la justicia por la fe: “un nuevo pacto.” En el versículo 6 dice Pablo que los corintios sabían que él y sus amigos eran siervos de Dios porque su predicación tenía más poder que el formalismo de los judíos.
En el versículo 7 y el resto del capítulo el apóstol hace resaltar la diferencia que existe entre el formalismo judío—”la letra,” como él lo llama—y su viva fe en Cristo. Aplica esto al caso de Moisés cuando se cubrió la cara con un velo. Pablo llama “ministerio de muerte” y “ministerio de condenación” al que cumplía Moisés en su época; dice que era glorioso pero que había de desaparecer y ser reemplazado por “el ministerio de justicia,” que lo sería más. Si descubrimos qué hacía Moisés cuando tenía que velarse el rostro, sabremos en qué consistía “el ministerio de muerte” que había de ser abandonado.
Leamos atentamente Éxodo 32-34. Los israelitas habían concertado el antiguo pacto (Exo. 19:3-8; 24:3-8). que consistía en una promesa de obedecer con sus propias fuerzas todos los requerimientos de Dios. A continuación, Dios promulgó su ley desde el monte Sinaí (Exo. 20), a cuya obediencia obligaba el pacto. Moisés se dirigió entonces al monte para recibir de Dios una lista de “juicios” sobre los cuales basar su administración de la ley, así como los jueces modernos usan “precedentes.” Habiendo permanecido allí cuarenta días los hijos de Israel adoraron al becerro de oro quebrantando así el pacto y atrayendo sobre sí la pena de muerte que Dios amenazaba ejecutar. (Exo. 32:7-14.) Y hubiera tenido derecho a hacerlo puesto que la nación entera estaba bajo sentencia de muerte, justo castigo por el quebrantamiento de la ley. Moisés bajó del monte para cumplir esta sentencia. (Exo. 32:7, 10, 15, 25-29; 33:1-10.) “El ministerio de condenación” o “ministerio de muerte” era eso: la ejecución de la pena de muerte. No era la ley sino la ejecución del castigo de la ley. Como símbolo de que el pueblo se hallaba bajo ese “ministerio de condenación” Moisés quebró las tablas de la ley. El pueblo quedó privado de la dirección de Dios y permaneció en la incertidumbre acerca de si sería o no aniquilado por el Señor. (Exo. 33:1-10.) Moisés los dejó mientras se lamentaban y volvió al monte para recibir la orden final de Dios en cuanto a su castigo. (Exo. 34:1-4.) Se quedó allí cuarenta días, durante los cuales el pueblo tenía tiempo para arrepentirse. Mientras Moisés estuvo administrando para los israelitas la condenación de la ley quebrantada conoció tan íntimamente el carácter de Dios como ningún otro ser humano lo logró jamás. (Exo. 32:17-23; 33:5-9.)
Los hijos de Israel esperaban ansiosos conocer cuál sería su suerte. A medida que Moisés se aproximaba (Exo. 34:20-35) vieron dos cosas: l9 Llevaba las nuevas tablas de la ley, lo cual los alentó a pensar que el Señor les concedía una nueva oportunidad. 2) El rostro de Moisés brillaba con luz sobrenatural, como la que contemplaran en la columna de fuego, lo que quería decir une quien se le aproximase caería muerto. De ahí el terror del pueblo y hasta de Aarón. La presencia de Moisés les era “ministerio de condenación,” un ministerio maravillosamente glorioso.
Moisés aseguró amablemente al pueblo que esa gloria significaba que había sido recibido en presencia de Dios como representante de Israel y que además era señal de que el Señor les concedía su nuevo pacto de gracia en reemplazo del antiguo que ellos habían quebrantado acarreándose la destrucción como castigo. Movido a piedad por el terror del pueblo Moisés se cubrió el rostro y convocó una asamblea pública. Con sus primeras palabras les anunció que luego de haber sido tenidos por adoradores del becerro, dios de los egipcios, se les devolvía el sábado (Exo. 35:1-3), sello de la ley y señal de santificación (Eze. 20:12, 20) que indicaba que el pueblo volvía a gozar del favor de Dios.
Luego Moisés pidió a los israelitas que en agradecimiento por el perdón divino contribuyesen a la construcción del tabernáculo, habitación de Dios entre ellos. No debe sorprendernos que el pueblo, aliviado de su pesar, diese más de lo necesario. (Exo. 35:20-29; 36:5-7.) De este modo se reemplazó “el ministerio de muerte,” que fuera tan glorioso como el rostro radiante de Moisés reflejando la proximidad con Dios en el monte, por el mucho más glorioso ministerio de justicia en virtud del cual Dios habitaba visiblemente entre los israelitas en el tabernáculo y los recibía de nuevo, ya perdón nados, como pueblo suyo.
Pablo utiliza este relato para explicar sus relaciones con los corintios. Su primera epístola era “el ministerio de muerte,” “el ministerio de condenación.” Habían violado los mandamientos de la santa ley de Dios; habían quebrantado toda la ley y se hallaban sentenciados a muerte eterna. (1 Cor. 5:13; 16:22.) El apóstol dice que ese “ministerio de muerte” era glorioso porque se había cumplido con el poder del Espíritu Santo; habiendo sido él intérprete de Dios, sus palabras habían tenido el poder de Dios. Pero también afirma en 2 Corintios 3:8-11 que, así como Moisés cumplió algo mucho más glorioso que el ministerio de muerte —que consistía en restaurar al pueblo al favor y el perdón de Dios, — también el hacía algo mucho más glorioso que condenar a los corintios por la ley de Dios: les mostraba a Jesucristo quien, por medio del Espíritu Santo, les imputaría su justicia, su perfecto cumplimiento de la ley. (Vers. 17, 18.)
¿Qué papel desempeñan en esto los Diez Mandamientos? ¿Fue abolida la ley que dio Dios escrita en tablas de piedra y que se guardó en el arca cubierta por la visible presencia del Señor? No fue abolida en tiempos de Moisés ni de Pablo. “El ministerio de muerte”—la administración de la sentencia de muerte por violación de la ley—es lo que quedó sin efecto, revocado, reemplazado por el perdón y la restauración. “El ministerio de justicia” ocupa el lugar del “ministerio de condenación.” Pero no podría haber condenación ni justicia si no hubiese ley de Dios. Si la ley hubiese quedado abolida en la cruz Pablo no habría condenado a los corintios por quebrantarla. Si no hubiese existido la ley de Dios en la época de Pablo éste no habría ofrecido a los corintios la justicia, porque no hay modo de conocer el bien y el mal si no es por la ley. De modo que cuando Pablo dijo a los corintios que le era mucho más glorioso indicarles el modo de obtener la justicia de Cristo por el Espíritu Santo que señalarles sus pecados, establecía la ley y refirmaba la obligatoriedad que siempre había tenido. (Rom. 3:31.)
El Idioma de Jesucristo
Ruégales informarme si Jesucristo y sus discípulos conocían otros idiomas fuera del arameo. Los eruditos modernos admiten que Jesucristo y sus discípulos conocían el griego tanto como su lenguaje materno, el arameo, lengua semítica entroncada con el hebreo. El griego era un idioma muy conocido en los países del Mediterráneo oriental.
El profesor Bruce M. Metzger, profesor adjunto de Nuevo Testamento del Seminario Teológico de Princeton. ha escrito en su obra “The Interpreter’s Bible,” el siguiente comentario relativo a este punto: “La mayoría de los hombres versados en el estudio del Nuevo Testamento creen que las evidencias internas de los cuatro evangelios justifican la conclusión de que fueron compuestos en griego, pero abarcan material de fuente aramea.” “A igual que sus contemporáneos de Palestina, Jesús indudablemente hablaba su lengua materna, el arameo, pero por ser galileo debe haber dominado igualmente el griego.”—Tomo 7. págs. 50. 52.
El caso parece claro. No es posible explicar siempre cuándo Jesús habló griego y cuándo arameo. Debe haber dependido del grupo ante el cual hablaba. Pero es casi seguro que Jesucristo mismo conocía y hablaba fluidamente el koiné (dialecto griego), habiéndose así vinculado con el gran mundo de su tiempo y con los amantes actuales del griego del Nuevo Testamento.”—”The International Standard Bible Encyclopedia,” tomo 3, pág. 1832.
“El griego se convirtió en la lingua franca (idioma universal) de su tiempo, aquella lengua que todos seguramente conocían junto con la materna.” “Los papiros prueban de manera concluyente que los escritores del Nuevo Testamento como regla general usaron el koiné de su tiempo.”—”A New Standard Bible Dictionary,” págs. 314 y 317.
¿Aprueba Dios los Horóscopos y la Astrología?
La astrología es una falsa ciencia que estudia la supuesta influencia de los astros sobre la vida humana. En las Sagradas Escrituras se la relaciona con la brujería, la adivinación, los encantamientos, la nigromancia, todo lo cual estaba prohibido y cuando era practicado acarreaba los juicios de Dios sobre su pueblo. (Deut. 18:10-14; 2 Rey. 17:16, 17; 21:6; Isa. 2:6; 47:9.)
Los astrólogos, los observadores de estrellas, y los que se dedicaban a cosas semejantes debían ser todos destruidos. (Isa. 47:13, 14.) Abundaron los astrólogos en Babilonia, pero en un momento de prueba, cuando pudieron haber demostrado sus conocimientos especiales, fracasaron. (Dan. 2:8, 11, 27; 4:7; 5:7, 8, 15.)
Los horóscopos son el resultado de cálculos hechos por astrólogos para predecir los acontecimientos de la vida de una persona después de observar la ubicación de los planetas en su relación con los signos del zodíaco. Consideran que estos signos indican el momento favorable o desfavorable para ciertos proyectos. La palabra “horóscopo” proviene de dos palabras griegas que significan “la vigilia de las horas,” el equivalente de la expresión bíblica “observar los tiempos,” práctica rotundamente condenada por Dios. (Lev. 19:26; Deut. 18:10-14.)
Algunas expresiones comunes tales como “desastre,” “estrella afortunada,” y otras, tienen su origen en supersticiones populares provenientes de la creencia en la influencia de los astros.