I. La justicia y la misericordia mezcladas en la cruz

1. La justicia recibió perfecta satisfacción en la cruz.—“La Justicia y la Misericordia estaban desvinculadas, en recíproca oposición, separadas por un ancho abismo. El Señor, nuestro Redentor, vistió su divinidad de humanidad, y por amor al hombre forjó un carácter sin mancha. Implantó su cruz a mitad del camino entre el cielo y la tierra, y la convirtió en el centro de atracción, al cual convergían ambos caminos, atrayendo de esta manera a la justicia y la misericordia por encima del abismo. La Justicia descendió de su exaltado trono, y con toda la hueste celestial se aproximó a la cruz. Allí contempló a Uno igual a Dios que sufría la penalidad por toda injusticia y pecado. Con perfecta satisfacción la Justicia se inclinó en reverencia junto a la cruz, y dijo: Es suficiente.” —General Conference Bulletin. 4° trimestre, .1899, tomo 3, pág. 102.

2. Se resuelve para siempre la acusación de Satanás acerca de los atributos antagónicos. —“La muerte de Cristo demostró que la administración y el gobierno de Dios eran sin defecto. La acusación de Satanás que calificaba de antagónicos los atributos de la justicia y la misericordia quedó resuelta para siempre en forma indiscutible. Cada una de las voces en el cielo y fuera del cielo un día testificarán en favor de la justicia, de la misericordia y de los exaltados atributos de Dios. Cristo llevó la penalidad por amor de la raza humana, para que el universo celestial pudiera ver las condiciones del pacto de redención.”—Manuscrito No. 128, 1897.

3. La cruz reconcilió la justicia y la misericordia.—“Su, propósito [el de Cristo] era reconciliar las prerrogativas de la justicia y la misericordia, y dejar que cada una permaneciera separada en su dignidad, aunque sin perder su unión. Su misericordia no era debilidad, sino un terrible poder para castigar el pecado porque es pecado; sin embargo era un poder para atraer a sí el amor de la humanidad. Mediante Cristo la Justicia podía perdonar sin sacrificar ni un ápice de su excelsa santidad”—“General Conference Bulletin,” 4to trimestre. 1899. tomo 3, pág. 102.

4. El cumplimiento de la pena aseguró el perdón.—“La justicia exige no sólo que se perdone el pecado, sino también que se ejecute la pena de muerte. Dios, mediante el don de su Hijo unigénito, satisfizo ambos requerimientos. Al morir en lugar del hombre, Cristo cumplió la penalidad y aseguró el perdón.”—Manuscrito No. 50. 1900.

5. La cruz aseguró un segundo proceso para el hombre.—“Dios inclinó la cabeza satisfecho. Ahora podrían mezclarse la justicia y la misericordia. Ahora él podría ser justo, y continuar siendo el justificador de todos los que creyeran en Cristo. El [Dios] contempló la víctima que expiraba en la cruz, y dijo: ‘Consumado es. La raza humana tendrá otra oportunidad. Se había pagado el precio de la redención, y Satanás cayó como un rayo del cielo.”—Youth s Instructor. 21 de junio de 1900.

6. La cruz juntó a Dios y al hombre.—“El Hijo unigénito de Dios tomó sobre sí la naturaleza humana, e implantó su cruz entre la tierra y el cielo. Mediante la cruz el hombre fue acercado a Dios, y Dios al hombre. La Justicia descendió de su elevada y majestuosa posición, y las huestes celestiales, los ejércitos de santidad, se acercaron a la cruz y se inclinaron con reverencia; porque en la cruz la justicia quedó satisfecha. Mediante la cruz el pecador fué arrancado de la plaza fuerte del pecado, de la confederación del mal, y cada vez que se acerca a la cruz, su corazón se enternece, y exclama: ‘Fueron mis pecados los que crucificaron al Hijo de. Dios.’ Abandona sus pecados junto a la cruz, y su carácter se transforma mediante la gracia de Cristo. El Redentor levanta al pecador del polvo, y lo coloca bajo la dirección del Espíritu Santo.”—The Signs of the Times, 5 de junio de 1893.

II. La expiación vindicó la inmutable ley de Dios

1. La cruz es un argumento irrefutable en favor de la ley inmutable.—“La cruz habla a las huestes del cielo, a los mundos que no han caído, y al mundo caído, acerca del valor que Dios ha colocado sobre los hombres y de su inmensurable amor con el cual los ha amado. Testifica ante el mundo, los ángeles y los hombres de la inmutabilidad de la ley divina. La muerte del Hijo unigénito de Dios en la cruz por amor a los pecadores constituye el argumento irrefutable en favor del carácter inmutable de la ley de Jehová.”—The Review and Herald, 23 de mayo de 1899.

2. No se cambió la ley para complacer al pecador.—“La cruz de Cristo testifica ante el pecador de que la ley no se ha cambiado para satisfacer al pecador en sus pecados, sino que demuestra que Cristo hizo una ofrenda de sí mismo a fin de que los transgresores de la ley tuvieran una oportunidad para arrepentirse. Como Cristo llevó los pecados de cada transgresor, así también el pecador que no crea en Cristo como su Salvador personal, que rechace la luz recibida, y rehúse respetar y obedecer los mandamientos de Dios, tendrá que llevar la culpabilidad de su transgresión.”—Manuscrito No. 133, 1897.

3. La cruz demostró que el castigo por el pecado es inexorable.—“La muerte de Cristo debía ser el argumento convincente y eterno que declarara que la ley de Dios es tan inmutable como su trono. La agonía del huerto de Getsemaní, el insulto, las burlas, el abuso acumulado sobre el amado Hijo de Dios, los horrores y la ignominia de la crucifixión proporcionan una demostración suficiente y conmovedora de que la justicia de Dios, cuando castiga, lo hace en forma cabal. El hecho de que su propio Hijo, la garantía para el hombre, no fuera perdonado, es un argumento que permanecerá por toda la eternidad, ante los santos y los pecadores, y ante el universo de Dios, para testificar que él no excusará al transgresor de su ley.”—Id., Nº 58, 1897.

4. La ley divina se mantuvo mediante la expiación.—“Satanás prosigue en la tierra el trabajo que comenzó en el cielo. Induce a los hombres a transgredir los mandamientos de Dios. La clara expresión: “Así dice Jehová” es reemplazada por el “así dice” de los hombres. El mundo, entero necesita ser instruido respecto a los oráculos de Dios, para comprender el objeto de la expiación. El objeto de esta expiación era confirmar la ley y el gobierno divinos. El pecador es perdonado mediante el arrepentimiento ante Dios y la fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Se perdona el pecado y sin embargo la ley de Dios permanece tan inmutable y eterna como su trono. No hay nada que debilite o fortalezca la ley de Jehová. Es la misma de siempre. No puede abrogarse o cambiarse uno solo de sus principios. Es eterna e inmutable como Dios mismo.”—Id., Nº 163, 1897.

5. La cruz es la condenación de los transgresores.—“Satanás se esforzó por mantener oculto del mundo el gran sacrificio expiatorio, el cual revela la ley en toda su sagrada dignidad, e impresiona los corazones con la fuerza de sus justas demandas. Lucha contra la obra de Cristo, y une todos sus ángeles malos con los instrumentos humanos en oposición a esa obra. Pero mientras él realiza esta obra, las inteligencias celestiales se combinan con los instrumentos humanos en la obra de la restauración. La cruz se levanta como el gran centro del mundo, y constituye un testimonio seguro de que la cruz de Cristo será la condenación de cada transgresor de la ley de Dios. Aquí se encuentran los dos grandes poderes: el poder de la verdad y la justicia, y la obra de Satanás destinada a dejar sin efecto la ley de Dios.”— Id., Nº 61, 1899.

6. La cruz anula los argumentos de Satanás contra la ley.—“La muerte de Cristo elimina todo argumento que Satanás pueda oponer contra los preceptos de Jehová. Satanás había declarado que los hombres no podían entrar en el reino de los cielos, a menos que se aboliera la ley y se dispusiera un medio por el cual los transgresores pudieran reincorporarse al favor de Dios y hacerse herederos del cielo. Sostuvo la pretensión de que la ley debía ser cambiada, que las riendas del gobierno tenían que ser aflojadas en el cielo, que debía tolerarse el pecado, y que se debía tener misericordia y salvar a los pecadores en sus pecados. Pero cada uno de estos argumentos fué desechado cuando Cristo murió como sustituto del pecador.”—The Signs of the Times, 21 de mayo de 1912.

III. La expiación fue un resultado del amor divino

1. La manifestación del amor que ya existía.—“La expiación de Cristo no se realizó con el propósito de inducir a Dios a amar a quienes de otra manera odiaría; no se hizo para motivar un amor que no existía; se realizó como una manifestación del amor que ya moraba en el corazón de Dios, como un exponente del favor divino ante las inteligencias celestiales, ante los mundos que no habían caído, y ante la raza caída… No debemos abrigar la idea de que Dios nos ama debido a que Cristo murió por nosotros, sino que nos amó de tal manera, que dió a su Hijo unigénito para que muriera por nosotros.”—Id., 30 de mayo de 1893.

2. La expiación como resultado inevitable del amor divino.—“A medida que el Salvador sea presentado ante la gente, ésta verá su humildad, su abnegación, su bondad, su tierna compasión, sus sufrimientos para salvar al hombre caído, y comprenderá que la expiación de Cristo no fué la causa del amor de Dios, sino el resultado de ese amor. Jesús murió porque Dios amaba al mundo.”—The Review and Herald, 2 de septiembre de 1890.

3. Dispuso la propiciación porque nos amaba.—“El Padre no nos ama a causa de la gran propiciación, sino que él dispuso la propiciación porque nos ama. Cristo fué el medio por el cual pudo derramar su amor infinito sobre el mundo caído. ‘Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí.’ Dios sufrió con su Hijo, en la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario; el corazón del Amor infinito pagó el precio de nuestra redención.” —The Home Missionary, abril de 1893.

IV. La provisión de la expiación fue mayor que la necesidad del hombre

1. La provisión de la expiación fue mayor que nuestro pecado.—“La justicia exigía los sufrimientos de un hombre. Cristo, igual a Dios, tributó los sufrimientos de un Dios. El no necesitaba ninguna expiación. Los sufrimientos que padeció no se debieron a ningún pecado que hubiera cometido; fue por el hombre, todo por el hombre; y su perdón gratuito está al alcance de todos. El sufrimiento de Cristo estaba en correspondencia con su inmaculada pureza; la profundidad de su agonía era proporcional a la dignidad y la grandeza de su carácter. Nunca podremos comprender la angustia intensa del inmaculado Cordero de Dios, hasta que comprendamos cuán profundo es el abismo del cual hemos sido rescatados, cuán penoso es el pecado del cual el hombre es culpable, y nos apropiemos por fe del completo perdón.”—The Review and Herald, 21 de septiembre de 1886.

2. La vida de Cristo fué suficiente para redimir.—“El divino Hijo de Dios era el único sacrificio de valor suficiente para satisfacer plenamente las demandas de la perfecta ley de Dios. Los ángeles no tenían pecado, pero eran de un valor inferior al de la ley de Dios. Estaban sujetos a la ley. Eran mensajeros que debían ejecutar la voluntad de Cristo, que debían inclinarse ante él. Eran seres creados, sujetos a una libertad condicional. Pero Cristo no estaba limitado por ningún requerimiento. Tenía poder para entregar su vida y para volverla a tomar. Ninguna obligación que lo indujera a emprender la obra de la redención pesaba sobre él. Realizó un sacrificio voluntario. Su vida era de suficiente valor para rescatar al hombre de su condición caída.”—id., 17 de diciembre de 1872.

3. Restaura al desobediente; salvaguarda al inocente.—“La obra del amado Hijo de Dios, al intentar unir en su propia persona divina, lo creado con lo increado, y lo finito con lo Infinito, constituye un tema que bien podría absorber nuestros pensamientos durante toda la vida. Esta obra de Cristo debía confirmar a los seres de otros mundos en su inocencia y lealtad, tanto como salvar a los que perecen en este mundo. Abrió un camino para que los desobedientes volvieran a ser leales a Dios, mientras que por el mismo acto, salvaguardaba a los que ya eran puros, para que no recibieran contaminación.”—Id., 11 de enero de 1881.

V. Los sacrificios sinbólicos representaban al cordero de Dios

1. La muerte y la mediación de Cristo prefiguradas.—“Las ofrendas de sacrificio y el sacerdocio del sistema judío se instituyeron para representar la muerte y la obra de mediación de Cristo. Todas esas ceremonias tenían sentido y virtud únicamente porque se referían a Cristo, quien era el fundamento y la razón de ser de todo el sistema. El Señor había explicado a Adán, Abel, Set, Enoc, Noé, Abrahán. y a otros grandes hombres de la antigüedad, en especial a Moisés, que el sistema ceremonial y el sacerdocio, no bastaban por sí mismos para asegurar la salvación a una sola alma.

Los sacrificios señalaban hacia Cristo. Mediante este sistema, los hombres de la antigüedad contemplaron a Cristo, y creyeron en él.” —The Review and Herald, 17 de diciembre de 1872.

2. El castigo transferido a la víctima propiciatoria.—“Cristo, en consulta con su Padre, instituyó el sistema de ofrendas de sacrificio; su propósito era que la muerte, en lugar de castigar de inmediato al transgresor, se transfiriera a una víctima, la cual prefiguraría la grande y perfecta ofrenda del Hijo de Dios.

“Los pecados del pueblo se transferían en figura al sacerdote que oficiaba, quien era un mediador para el pueblo. El sacerdote no podía constituir en sí mismo una ofrenda por el pecado y realizar una expiación con su vida, porque él también era un pecador. Por lo tanto, en lugar de morir él mismo, mataba un cordero sin mácula; la penalidad del pecado se transfería al animal inocente, quien así se convertía en su substituto inmediato, y simbolizaba la ofrenda perfecta de Jesucristo. Mediante la sangre de esta víctima, el hombre por la fe contemplaba lo venidero, la sangre de Cristo que se derramaría en expiación por los pecados del mundo.”—The Signs of the Times, 14 de marzo de 1878.

3. Todo sacrificio que se hacía con derramamiento de sangre simbolizaba al Cordero de Dios.—”La gran verdad que debía conservarse ante los hombres, y grabarse en su mente y corazón, era ésta: ‘Sin derramamiento de sangre no se hace remisión.’ En cada sacrificio hecho con derramamiento de sangre, se simbolizaba al ‘Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Cristo mismo era el originador del sistema de culto judío, en el cual mediante símbolos se representaban las cosas espirituales y celestiales. Muchos olvidaron la verdadera significación de estas ofrendas; y se había perdido para ellos la gran verdad de que sólo mediante Cristo se consigue el perdón del pecado. La multitud de los sacrificios y la sangre de los becerros y carneros no podían quitar el pecado. —Id., 2 de enero de 1893.

4. El perdón conseguido únicamente por medio de la sangre de Cristo.—“La gran lección encarnada en el sacrificio de cada víctima sangrante, grabada en cada ceremonia e inculcada por Dios mismo, enseñaba que sólo mediante la sangre de Cristo se alcanza el perdón de los pecados. Sin embargo, cuán numerosos son los que soportan el yugo irritante, y cuán pocos son los que sienten la fuerza de esta verdad y obran de acuerdo con ella, personalmente, y mediante una fe perfecta en la sangre del Cordero de Dios, obtienen las bendiciones que están a su alcance; cuán pocos comprenden que sólo por medio de él se consigue el perdón de los pecados, y creen que cuando se arrepienten, él los perdona, no importa que los pecados sean grandes o pequeños. ¡Oh! ¡Qué bendito Salvador!”—Carta Nº 459 12, 1892.

5. Abel previo la expiación en el Calvario.—

“Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín.” … En la sangre derramada contempló el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada.”—Patriarcas y Profetas,” págs. 60. 61.