La Biblia emplea un lenguaje variado para expresar la experiencia de la salvación en Cristo. A veces, utiliza el elemento fe; a veces, perdón, justificación y otros términos. Pero, hay una expresión que tal vez sea la más específica y abarcadora al mismo tiempo: conocer a Cristo.
Orando por sus discípulos, Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Conocer a Cristo, en toda la extensión del significado bíblico, es la experiencia más sublime de la vida cristiana. Pablo consiguió expresar esto como ningún otro escritor bíblico:
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7, 8).
Para Pablo, aun las cosas más valiosas e importantes de la vida eran de ningún valor, comparadas con el conocimiento de Cristo. En lugar de la palabra “basura”, algunas traducciones utilizan términos como “estiércol”; tal es la fuerza que Pablo quería emplear en su metáfora para exaltar la importancia de conocer a Cristo.
Esta es una lección que cada pastor necesita aprender: en la vida cristiana y en el ejercicio del ministerio, no existe nada superior al conocimiento de Cristo. Esto no significa solo tener informaciones acerca de él. Se trata de una relación personal, íntima y constante. Y es este conocimiento el que transforma, moldea el carácter, trae la victoria sobre la tentación y restaura la imagen de Dios en nosotros.
Es en el contexto de buscar conocer más a Cristo y los resultados espirituales de este conocimiento, que Pablo dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).
Aquí, el apóstol revela sus sentimientos más profundos, al igual que, por ejemplo, cuando habla de su conflicto espiritual entre el no hacer el bien que quiere realizar y sí hacer el mal que no quiere (Rom. 7:15-20), o del dolor infligido por su “aguijón en la carne” (2 Cor. 12:7-10). “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado”. Estas no son palabras de falsa modestia. Pablo, de hecho, reconoce que, en su propia experiencia, todavía había mucho que conocer de Cristo y de la santidad que resulta de ese conocimiento.
La expresión se revela más impresionante cuando consideramos el momento en que la escribió. No era más el joven apóstol recién convertido e impetuoso. Habían pasado tres décadas desde su encuentro con Jesús en el camino a Damasco. Había escrito la mayor parte de los libros del Nuevo Testamento, había recibido sueños y revelaciones celestiales, había sido arrebatado hasta el tercer cielo, “donde oyó palabras inefables” (2 Cor. 12:4). Difícilmente se encontrará, en la historia de la iglesia, alguien que haya conocido a Jesús más que Pablo. Aun así, dice: “no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago […]”. El apóstol tenía un propósito: avanzar en el conocimiento de Cristo. No es que hiciera una sola cosa en su vida, sino que lo esencial de la vida era crecer en el conocimiento de Cristo.
Querido pastor, siempre hay más de Cristo por conocer. Lamentablemente, muchos dejan que la rutina los distraiga de lo que es esencial en la vida. A veces, aun las cosas importantes absorben nuestro tiempo y lo mejor de nuestras energías. Pero, necesitamos establecer correctamente nuestra escala de valores: ante la excelencia del conocimiento de Cristo, todo lo demás es pérdida.
Si, para conocer a Cristo, necesitas realizar menos, opta por conocerlo más. Si, para eso, tienes que abandonar algunos privilegios, recibir menos elogios y tener menos historias para contar, conócelo más. Nada hará tu pastorado tan rico, abarcador, influyente y eficaz en la vida de la iglesia y de las personas como tu conocimiento personal de Cristo.
Sobre el autor: Secretario ministerial asociado de la División Sudamericana.