La publicación de El origen de las especies por Carlos Darwin precipitó una confrontación, todavía actual, entre dos grandes teorías de los orígenes. Muchas iglesias y cristianos individuales han llegado a aceptar alguna modificación de la teoría de la evolución. Otros no gustan de esta acomodación a causa de las indicaciones de las Escrituras de una creación reciente por orden divina (creación fíat), y debido al impacto de la evolución sobre las implicaciones teológicas de la Biblia. Este artículo da una visión general de los postulados de la teoría de la evolución, indica las inconsistencias de sus principios básicos frente a los principios básicos del cristianismo, y luego analiza su relación con algunas doctrinas cristianas.

La teoría de la evolución tiene tal vez tantas variedades como las hay de rosas. Hoy los dos tipos básicos del pensamiento evolucionista son el “gradualismo filático” y el “equilibrio puntual”. La diferencia básica es que la primera supone que la evolución ha ocurrido lentamente, y la segunda, rápidamente. Aunque algunos creacionistas sienten que el equilibrio puntual está un paso más cerca del creacionismo debido a su énfasis en los cambios repentinos y dramáticos en la historia de la vida, sin embargo todavía requiere de una historia de unos tres mil millones de años y un proceso de azar para producir la vida desde una etapa unicelular sencilla hasta su actual complejidad multicelular.

Al tratar la compatibilidad de la evolución con el cristianismo, en primer lugar resumiremos la evolución de acuerdo con los cuatro principios básicos que explica Darwin en El origen de las especies.

1. Descendencia con modificaciones. Todos los organismos vivientes, sean plantas o animales, producen nuevas generaciones que son diferentes de las anteriores. No hay dos cosas vivientes que sean exactamente idénticas, así como no hay dos cristales de hielo que sean exactamente iguales.

2. Sobreproducción. La mayoría de los organismos vivientes producen mucho más descendientes que los que llegarán a la madurez. Por ejemplo, sólo una pequeña fracción de las bellotas que produce un roble germinarán, y solamente una fracción de estas plantitas llegarán alguna vez a la etapa de madurez y a la producción de bellotas.

3. Lucha por la existencia. Todo el mundo de la naturaleza se caracteriza por una continua lucha por la supervivencia. Los organismos compiten unos con otros por el mismo espacio y las mismas fuentes de alimentos. Como el suministro de alimentos es finito, algunos organismos morirán por malnutrición y otros llegarán a ser alimento de otros organismos hambrientos.

4. Supervivencia del más apto. Ya que los seres vivientes producen más descendientes que los que alcanzarán la madurez, y como hay una constante lucha por la existencia, entonces sobrevivirán aquellos organismos que están mejor adaptados al ambiente y a sus presiones. La delantera en la competencia la tendrán los que han heredado variaciones tales que les den una ventaja en esta terrible lucha.

Estas cuatro características fueron combinadas por Carlos Darwin -el primer científico que lo hizo- en un paquete que llamó “selección natural”. (De allí el título de su libro: El origen de las especies por medio de la selección natural). Así como los agricultores pueden aumentar la capacidad de supervivencia de su ganado por la selección artificial, también la naturaleza mejora constantemente sus especies de plantas y animales por medio de un proceso de selección natural.

¿Es la selección natural compatible con el cristianismo? La respuesta es sí y no. No encontramos dificultades teológicas con los dos primeros puntos de la selección natural: descendencia con modificaciones y sobreproducción. Estos hechos del mundo natural, evidentes por sí mismos, están en armonía con los principios inscriptos por el Creador mismo en la trama de la naturaleza. Pero encontramos problemas con las dos últimas ideas. No podemos negar que hay una lucha por la existencia, pero Darwin no reconoció la causa básica de esta lucha: la presencia del pecado y el mal en el mundo. No reconoció que esta lucha no es natural, sino antinatural (Gén. 3:14-19; Rom. 8:20-22); o como lo dice la parábola: “Un enemigo ha hecho esto” (Mat. 13:28). La evolución implica un principio de competencia en la lucha por la existencia, mientras que el cristianismo está basado en el principio del amor -en su forma más pura, la abnegación-, que supone compartir con el prójimo y aun con los enemigos los elementos necesarios para la supervivencia (Juan 15:13; Hech. 20:35; Rom. 12:20). La autoconservación no es intrínsecamente mala, pero, cuando no está acompañada de la abnegación, llega a ser un mal que no se diferencia en nada de aquel que hizo necesaria la destrucción de Sodoma y Gomorra (Eze. 16:49).

De la misma manera, el concepto de la “supervivencia del más apto” puede a primera vista parecer una descripción ¡nocente de lo que ocurre todos los días, pero ciertamente contradice la descripción bíblica de los principios básicos del cristianismo. La preocupación divina en favor de los que tienen limitaciones y su intervención en favor de ellos, destruye lo que parece ser el orden natural. La capacidad inherente de uno no determina su supervivencia; la relación de uno con Dios sí lo hace. (Véase Mat. 5:3; Luc. 4:18; 14:21; 1 Cor. 1:26-31; 2 Cor. 12:10.)

Pero la evolución no sólo afecta al principio general que subyace al cristianismo, sino que también tiene implicaciones directas o indirectas en todas las doctrinas cristianas. Consideraremos ahora su influencia sobre algunas doctrinas específicas.

La naturaleza del hombre

Génesis 1 y 2 enlazan la creación del hombre con la creación del mundo y particularmente la de los animales – y sin embargo estos informes también definen una clara separación. La declaración de que el hombre fue creado a imagen de Dios destaca esta separación. La creación a imagen de Dios distingue al hombre de los animales, los que de otra manera podrían ser considerados como muy semejantes, y nos dice algo acerca del concepto bíblico de la naturaleza del hombre. La Biblia señala al hombre como creado con un grado de inteligencia y una naturaleza espiritual que hicieron posible un alto nivel de comunicación con Dios. También es un agente moral libre, y tiene conciencia y responsabilidad por sus actos, palabras y aun pensamientos y motivos; el informe de la creación implica que el hombre, tal como fue creado, era inmortal, aunque esta inmortalidad era condicional. La muerte no era parte del plan del mundo pero llegó a serlo como resultado de la caída del hombre (Gén. 2:16, 17; 3:1-4, 22).

Pero si el hombre se originó en una corriente relativamente continua de desarrollo evolutivo, desaparece la clara separación de los animales superiores que notamos arriba. ¿En qué momento de la evolución del hombre habría éste tomado sobre sí la imagen de Dios? ¿Cuándo habría alcanzado un nivel en el cual pudiera comunicarse con Dios y, más importante, cuándo la moralidad habría llegado a ser fundamental? ¿Cuándo habría llegado a tener conciencia y responsabilidad? ¿En qué momento habría decidido Dios que todas las formas anteriores de la familia humana no podrían gozar de la vida eterna, y que todas las formas posteriores podrían hacerlo? ¿O será que todas las formas vivientes resucitarán a vida eterna?

Algunos han tratado de resolver esta clase de problemas postulando que en algún momento de su evolución el hombre recibió un alma inmortal, y que con ella recibió su naturaleza y potencialidad espiritual. Pero las Escrituras presentan al hombre como un ser integral. El lado espiritual de su naturaleza no ha sido “puesto encima” de él, sino que es una parte integral de su ser. (Véase Robert M. Johnston: “After Death: Resurrection or Immortality?” [Después de la muerte: ¿resurrección o inmortalidad?], Ministry, septiembre de 1983.) La comprensión dualista del hombre nos llega de la misma fuente -el pensamiento griego antiguo- en la cual apareció por primera vez el concepto de desarrollo evolutivo.

La evolución presenta a las formas vivientes que tuvieron éxito como seres relativamente completos que funcionan adecuadamente en su ambiente. Y el hombre podría ser clasificado como una de esas formas exitosas de vida. Pero la presentación bíblica del hombre ciertamente es muy distinta. Debido a que tiene componentes espirituales en su constitución, y debido al efecto de la caída y de sus propios pecados personales sobre este aspecto de su naturaleza, no puede decirse que es un ser íntegro ni que está funcionando adecuadamente. Pablo presenta un retrato pesimista de la raza humana separada de Dios (por ejemplo, en Rom. 1, 2), y aun llega a decir que el hombre separado de Cristo está muerto (Efe. 2:1, 5; Col. 2:13), lo cual difícilmente constituye una indicación de que está funcionando adecuadamente. Hay un desfasamiento básico y muy real entre el pensamiento evolutivo y el bíblico.

Los informes de la creación también destacan el dominio del hombre sobre la tierra y sobre toda la vida que hay en ella. (El dominio no necesariamente significa explotación. El gobierno del hombre debía ser responsable; debía “guardar” la tierra (Gén. 2:15), palabras que sugieren también conservación.) La evolución, por otra parte, implicaría que el hombre es un producto y una parte de la corriente de la naturaleza -y estaría subordinado a ella.

Las doctrinas del pecado y la salvación

Cualquier explicación que no sea la creación personal y directa por Dios debilita las doctrinas de la salvación y el pecado. “Pecado” tiene muchos matices en las Escrituras, tales como ilegalidad, no llegar al blanco, errar el blanco, o transgresión. Pero en última instancia, todo pecado es rebelión contra el Creador. La Biblia señala esta cualidad creativa de Dios como la que le da autoridad, el derecho de esperar la obediencia de sus criaturas. (Véase Sal. 96:1-6; Apoc. 14:7. Este último pasaje y otros relacionan su condición de Creador no sólo con su autoridad y derecho a recibir adoración. sino también con las ideas de que Él es la fuente de la salvación y de que habrá un juicio futuro). Y debido a que Él era el Creador personal que se comunicaba directamente con los primeros seres humanos, estos pecados son tanto más odiosos.

Probablemente el problema más difícil para los que intentan conciliar el cristianismo y la evolución reside en la necesidad de explicar cómo surgió el pecado. La aceptación de una creación literal permite una explicación relativamente sencilla de la caída del hombre en el pecado. Dios creó al hombre a su propia imagen, perfecto y con libertad de elegir. Cuando se enfrentó con la decisión de tomarle la palabra a Dios y aceptar su autoridad, o desconfiar de las buenas intenciones de Dios y escoger su propio camino, el hombre escogió esta última opción. Las explicaciones evolucionistas para el desarrollo del hombre destruyen esta explicación bíblica y sencilla, y no ofrecen en su lugar ninguna sugerencia satisfactoria acerca de cómo cayo el hombre. Si el desarrollo del hombre hubiera ocurrido siguiendo una línea continua de evolución desde un animal moralmente irresponsable hasta su estado presente, ¿en qué momento llegó a ser responsable? ¿Cuándo cayó de la gracia? ¿Y cómo ocurrió? Además, la Biblia presenta la muerte como el producto del pecado. La desobediencia de un hombre la trajo sobre todos (Rom. 5:19ss, compárese con el vers. 12). Pero el plan evolutivo depende de una corriente continua de muertes desde el momento en que el primer organismo llegó a existir. La muerte llega a ser entonces una parte del proceso de selección que resulta en el desarrollo de nuevas formas de vida y el crecimiento en complejidad. En vez de ser el resultado del pecado -una cualidad negativa- sino como parte del proceso de creación. La muerte entonces no resulta del pecado del hombre sino precede en millones de años a su existencia.

Que uno acepte la creación o la evolución afecta también la comprensión de la salvación. En forma indirecta afecta la doctrina de la salvación, pues el concepto que uno tenga del pecado y sus resultados (particularmente la muerte) afecta el concepto que tenga de la salvación. Si la muerte no es el resultado del pecado, sino más bien una parte natural del proceso por medio del cual Dios crea, entonces la salvación del pecado y sus resultados no significa necesariamente la salvación de la muerte. Pero la Biblia enseña claramente que la salvación incluye el fin de la muerte. En realidad, “el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Cor. 15:26; compárese con Apoc. 20:14).

El concepto bíblico de salvación es más compatible con una intervención directa que con alguna clase de uniformismo divinamente dirigido. Las Escrituras describen la salvación como una recreación (2 Cor. 5:17; compárese con Isa. 44:21-28; 65:17-25; Sal 51:10), una operación sobrenatural que exigirá la misma energía creativa que la que originalmente produjo la vida.

Y en la Biblia la salvación final no actúa en términos uniformistas. Las Escrituras no enseñan que la salvación final consiste en que el hombre -o alguna clase de alma inmaterial sea llevado al cielo en ocasión de su muerte (véase el artículo de Johnston ya indicado), permitiendo que continúe la evolución sobre la ‘tierra. Más bien, el cuadro bíblico es el de la destrucción completa de esta tierra y su recreación, lo que está relacionado con la creación original. El hombre vivirá entonces en la condición ideal, restaurada a la forma original de la tierra (véase Apoc. 21:1-5; Isa. 65:17ss; 66:22; Rom. 8:18-22; 2 Ped. 3:7-13). El esquema no es de un mundo que continúa, donde los justos son llevados individualmente al paraíso. Más bien es de un paraíso creado, perdido y finalmente restaurado por la actividad omnipotente y gratuita de Dios.

La evolución y el sábado

El matrimonio y el sábado son las dos instituciones que el hombre llevó consigo cuando abandonó tristemente la perfección del paraíso y entró en un mundo plagado por el pecado en todas partes. La primera institución fue diseñada como una protección contra los pecados del espíritu. Ambas se originaron al comienzo de la historia (Gén. 1 y 2). La teoría de la evolución tiene, definidamente un impacto sobre estas instituciones, y en nuestra opinión ha erosionado sus fundamentos. Cuando la sociedad considera que el hombre es meramente un animal sofisticado con antepasados simios, rebaja la institución del matrimonio.

La evolución afecta la presentación bíblica del sábado casi de la misma manera. Dios quería que el sábado sirviera como un monumento grabado en el tiempo que conmemorara la creación del mundo (Exo. 31:17). Pero si se considera la teoría de la evolución como un informe correcto de los orígenes, aquél llega en cambio a ser un epitafio que conmemora la sepultura de millones de criaturas que fueron alcanzadas por la “lucha por la existencia” y han llegado a ser los gastados subproductos de la selección natural. El sábado, entonces, con memoraría un proceso (accidental) antes que una persona (el Señor Dios).

¿Qué es el sábado? Ya hemos dicho que es un monumento a la actividad creadora de Dios al comienzo del mundo (Exo. 31:17; 20:11), pero también es un monumento al poder presente de Dios para recrear dentro de la vida humana la imagen de Dios que fue borrada y fracturada por el pecado (Eze. 20:12; 2 Cor. 5:17; 3:18). Semanalmente recuerda al hombre su condición de criatura y la condición de Dios como creador. ¿No podría el sábado, en cierto sentido, haber sido hecho compatible con la evolución, que también enseña que el hombre es sólo una criatura? La Escritura no da siquiera una sugerencia de que el hombre descienda de un homínido prehumano o de un mono antropomorfo. El sábado conmemora que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de su Creador (Gén. 1:26), y que fue hecho del polvo y no de una vida preexistente (Gén. 2:7).

El tema de los antepasados del hombre, a su vez, tiene importantes implicaciones para el sábado. La Escritura declara que Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra” (Hech. 17:26), con lo que elimina toda distinción racial y social. El sábado, que es el día cuando las personas se reúnen en la “casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:7), es un anticipo del sábado eterno, cuando no habrá distinciones de clases ni barreras sociales entre los adoradores. “Y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová” (Isa. 66:23). Este espíritu de gozosa igualdad entre todos los pueblos no surge de un proceso gradual de evolución, sino llega a ser posible por medio de un acto creativo y milagroso de parte de Dios (vers. 22).

El sábado recuerda una semana literal de creación. (Que la Biblia considere que los días de la semana de la creación sean literales está indicado por el uso que hace de los números ordinales con la palabra hebrea para día, yom, en Gén. 1. Siempre que esta palabra sea precedida por un número ordinal en el Antiguo Testamento, se refiere a un período de 24 horas. Véase, por ejemplo, Núm. 7.) El sábado nos recuerda nuestra condición de criaturas, como producto de una creación literal de Dios, y que nuestras vidas están medidas por el tiempo^ en contraste con la atemporalidad de Dios. Ambos hechos de nuestra existencia sirven para dirigirnos hacia Dios. Pero la evolución desafía tanto una clara creencia en nuestra condición de criaturas como en el sábado. Al hacerlo, debilita la percepción del hombre moderno de su necesidad de Dios.