Sería cautivante visitar una iglesia del primer siglo y observar su programa de evangelización. Ganar almas para Cristo era el más alto ideal de todo creyente. No había honra más elevada que ésta. No había mayor gloria para los primitivos cristianos que trasladar almas de la esclavitud del pecado a la libertad de que gozan los hijos de Dios.
La maravillosa comisión evangélica no se limitó solamente a Palestina. La orden fue categórica: “hasta lo último de la tierra”. El espíritu de profecía nos dice lo siguiente: “Así como los rayos del sol penetran hasta las partes más remotas del mundo, Dios quiere que el Evangelio llegue a toda alma en la tierra. Si la iglesia de Cristo cumpliera el propósito del Señor, se derramaría luz sobre todos los que moran en las tinieblas y en regiones de sombra de muerte” (El Discurso Maestro de Jesucristo, págs. 38, 39).
Toda iglesia, grande o pequeña, debe ser una agencia evangelizadora, pues de lo contrario será como un faro cuya luz se ha extinguido. Imaginemos lo que podría suceder en el mar si la luz del faro estuviese apagada. Como ministros, ancianos y miembros laicos de la Iglesia Adventista debemos reconocer que, sin lugar a dudas, si no hubiera evangelismo en nuestras iglesias, perderían su razón de existir.
¿Cuánto tiempo podría alimentarse un pescador que sólo ha obtenido un pescado? ¿Cuánto tiempo podría operar una fábrica de automóviles que no produce ni un automóvil? En la misma forma, la iglesia necesita ganar almas o dejar de existir. Su vida depende de eso. Es con este propósito que vino a la existencia.
“Largo tiempo ha esperado Dios que el espíritu de servicio se posesione de la iglesia entera, de suerte que cada miembro trabaje por él según su capacidad. Cuando los miembros de la iglesia de Dios efectúen su labor señalada en los campos menesterosos de su país y del extranjero, en cumplimiento de la comisión evangélica, pronto será amonestado el mundo entero, y el Señor Jesús volverá a la tierra con poder y grande gloria. ‘Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles; y entonces vendrá el fin’ (Mat. 24:14)” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 91).
La obra de salvar almas se eleva por encima de cualquier otra tarea, así como la vida eterna es más importante que la temporal. Dios considera este trabajo como muy importante, y lo pone a la cabeza de la lista de las tareas que nos pide que hagamos. “La conversión de las almas para Dios es la mayor y más noble de las tareas en que pueden participar los seres humanos” (Testimonies, tomo 7, pág. 52).
El crecimiento de la iglesia y su prosperidad están íntimamente ligados a la causa de la evangelización. Todavía no se ha descubierto un medio mejor para revigorizar la iglesia, que la conquista de almas. Ganemos almas, y la iglesia estará repleta de adoradores. Ganemos almas, y aumentarán los diezmos y las ofrendas. Ganemos almas, y habrá mejor asistencia a las reuniones de oración. Ganemos almas, y aumentará la matrícula en nuestras escuelas primarias. Ganemos almas, y tendremos más colportores y se venderán más libros. Ganemos almas, y la iglesia regresará a su primer amor, olvidándose los miembros del pecado y la mundanalidad. Ganemos almas, y el púlpito se inflamará de celo por Cristo y por las almas perdidas. Ganemos almas, y los sermones fluirán inspirados por el Espíritu Santo. Ganemos almas, y la localidad, la ciudad y el país serán llevados a contemplar el espectáculo maravilloso de una iglesia inflamada para el Señor.
Vemos, entonces, que salvar almas es el trabajo más elevado, noble y santo en el que son llamados a participar hombres y mujeres. No debemos permitir que cosa alguna nos impida realizarlo. Nuestra principal tarea es dar a conocer este Evangelio del reino, haciendo de ella nuestra preocupación fundamental.
Sobre los hombros de cada uno de nosotros pesa una tremenda responsabilidad. Con la promesa del pronto regreso de Cristo para redimir a un mundo perdido, con la perspectiva de una abundante cosecha de almas, con la reconfortante promesa de conceder poder a cuantos se dediquen a su servició, ¿podemos permanecer indiferentes a este llamado? ¿Pueden permanecer fríos y ajenos nuestros corazones ante el caluroso llamado para que todos nos convirtamos en antorchas de fuego para un mundo frío y agonizante?
El espíritu de profecía nos dice lo siguiente: “Tampoco recae únicamente sobre el pastor ordenado la responsabilidad de salir a realizar la comisión evangélica. Todo el que ha recibido a Cristo está llamado a trabajar por la salvación de sus prójimos” (Servicio Cristiano, pág. 17).
Como nunca en la historia, debemos trabajar con fervor a fin de traer a los perdidos a Cristo. Con el corazón animado y fortalecidos por el Señor, debemos trazar planes para un avance mayor y más rápido. Escribe la Sra. de White: “Los que permanecen a la retaguardia en forma indiferente en los días de batalla, como si no tuvieran interés y no sintieran responsabilidad alguna en la pelea, harían mejor en cambiar su conducta o en abandonar las filas de inmediato” (Id., pág. 105). La llama del Evangelio debe ser encendida ahora mismo en nuestros corazones y arder con intensidad creciente, siendo usada para la salvación de un mundo necesitado.
Cierto ministro del Evangelio que deseaba ser usado por Dios, en agonía de alma oró de la siguiente manera: “Señor, úsame. Haz de mí un ganador de almas. Envíame como evangelista. Hazme ver el reavivamiento. No permitas que me acomode a un ministerio común; líbrame de no obtener resultados. Tengo sólo una vida, y quiero invertirla enteramente en tu causa. Hazme vivir para los demás. Capacítame para ganar para el Señor Jesucristo a personas perdidas. Que tu bendición repose sobre mi ministerio”.
Entonces preguntó: “Señor, ¿cuáles son los requisitos para la obra de evangelización? ¿Cómo puedo ser usado por ti? ¿Hay que satisfacer algunas condiciones? Si es así, revélame cuáles son. ¿Qué debo hacer? Hazme conocer los requisitos preliminares. Ayúdame a satisfacer las condiciones, sean cuales fueren, de manera que no desperdicie mi vida. No debo fallar”
Confiemos más y más en la gran comisión evangélica, en su cumplimiento y triunfo. Ampliemos diariamente nuestra experiencia en la tarea de evangelizar. No neguemos a Dios nuestros talentos y nuestro corazón. ¡Levantémonos, ministros y laicos, con el poder divino, y terminaremos la obra de Dios en la tierra!
Sobre el autor: Evangelista de la Asociación Rio Grande del Sur, Brasil.