El desafío que enfrenta hoy la iglesia consiste en ajustarse a los cambios sociales y cómo comunicar la verdad eterna de manera que le resulte interesante a la cultura emergente, sin modificar sus principios.

Occidente vive en un estado de permanente agitación. El mundo moderno, que surgió como consecuencia del Iluminismo, se está desmoronando. El postmodernismo ya no es sólo una teoría y un concepto académico; se lo acepta como parte de la realidad actual y de lo normal, un fenómeno presente en la cultura popular. Se lo encuentra en la literatura, la televisión, la música y el arte. También se manifiesta en las relaciones laborales y en la forma en que se relaciona la gente entre sí.

  • El hombre posmoderno tiene las siguientes características:
  • Rechaza las verdades establecidas, expresadas mediante dogmas y en términos absolutos; quiere experimentar la verdad.
  • Está abierto a las emociones y a la intuición.
  • Se comunica mediante palabras relacionadas con imágenes y símbolos. Se siente más a gusto cuando, en la conversación, se usan palabras y afirmaciones claras.
  • Le preocupa la situación humana y el medio ambiente.
  • Desconfía de las instituciones, la burocracia y las jerarquías. Pero le gusta formar parte de una comunidad en la que pueda participar.
  • Se siente bien al hablar de espiritualidad y de valores.

Sospecha de los que aseguran tener la verdad y desconfía de la así llamada objetividad: para él, este mundo es mucho más un lugar subjetivo y ruidoso.[1] El hombre posmoderno dice cosas como éstas: “Creo en mi propia versión de la verdad a partir de parámetros diferentes. Yo tengo mi verdad; no trate de imponerme la suya”.

En el mundo posmoderno, la primera pregunta probablemente sea: “¿Cómo se siente usted?”, en lugar de: “¿Qué piensa usted?” Robert Webber dice: “Las indicaciones de una visión posmoderna sugieren que el misterio, con su énfasis en la complejidad, la ambigüedad y la comunidad, con su énfasis en la relación de todas las cosas entre sí y las formas simbólicas de comunicación, con su énfasis en lo visual, es central para la nueva manera de pensar”.[2]

Una mercadería religiosa

En un mundo como éste, con su creciente anhelo de espiritualidad y de encontrarle significado y satisfacción a la vida, ¿por qué la iglesia cristiana es tan impopular?

Una de las razones de esto es que cuando le ofrecemos a la gente una visión completamente diferente del mundo, lo hacemos con un estilo imperativo, lo que el hombre posmoderno rechaza de plano. Presentamos el evangelio de la A a la Z como si fuera un paquete, y creemos que ésa es todavía la forma efectiva de evangelizar. Pero en ningún lugar encontramos a Jesús ni a los apóstoles trabajar de esa manera.

Cuando evangelizamos de manera tradicional, al parecer actuamos sobre la base de que tenemos un “producto” (el evangelio, o las enseñanzas adventistas) que usted (el consumidor) necesita perentoriamente, e intentamos vendérselo. Esta metodología no funciona con el hombre posmoderno, que ve en esa operación religiosa una transacción comercial, una técnica manipuladora propia del marketing.

En lugar de eso, deberíamos entablar relaciones: cultivar la amistad de los hombres y las mujeres posmodernos; eso contribuirá a abrir las puertas de la confianza. Nuestro enfoque debería ser más de relación y adaptación que de enfrentamientos y propuestas. El desafío de la iglesia, en este momento, consiste en descubrir cómo ajustarse a los cambios sociales y cómo proclamar la verdad eterna a esa cultura emergente, mientras retiene con firmeza su objetividad y su comprensión de la verdad.

Un llamado

La Biblia dice que somos deudores “a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios” (Rom. 1:14), y que el evangelio eterno se debe predicar “a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). Con toda seguridad, eso incluye la cultura posmoderna de nuestros días

Cuando Jesús curó al endemoniado gadareno, le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo” (Mar. 5:19). Mediante este incidente Jesús nos enseña los principios fundamentales de la evangelización: él quiere que volvamos a nuestras comunidades y establezcamos relaciones estrechas con los que nos rodean, con los que vivimos, trabajamos y nos divertimos. Debemos compartir la maravillosa historia -nuestra historia- de un Dios amoroso que nos ha hecho tanto bien.

Un enfoque transeuropeo

Al intentar buscar un camino culturalmente viable para alcanzar a la sociedad posmoderna, cuya cultura es básicamente poscristiana, en la División Transeuropea hemos desarrollado una metodología cuyo principal elemento es una estrategia que consiste en que nuestros hermanos cultiven en nuestras comunidades amistades auténticas con gente de ideología posmoderna y no creyente, con el fin de acercarlas a Jesucristo y proporcionarles esperanza por medio del alimento espiritual.[3]

Esta visión se funda en tres modelos bíblicos que ubicamos en el “mapa” de nuestro mundo tan posmoderno.

Pertenecer antes de creer. La estrategia tradicional que más hemos aplicado para evangelizar consiste en enseñarles el evangelio a las personas, observar si se comportan de acuerdo con las doctrinas enseñadas y recién después de eso las aceptamos en el cuerpo de Cristo. Repetimos: este método es inadecuado e ineficaz para el mundo occidental posmoderno.

“Es necesario conseguir que los no creyentes participen en pequeños grupos con los creyentes, de modo que puedan ver, por medio de esta relación, la influencia que ejerce el evangelio, y puedan probar, también, algunos de sus beneficios. Esa dinámica le dio mucha eficacia a la iglesia antes de Constantino. En el contexto de las comunidades cristianas se respetaba y se aceptaba a los desilusionados, los cínicos y los indiferentes, y se los convertía en ‘interesados reavivados’, según la descripción de John Wesley”.[4]

La gente busca amistades genuinas. Cristo es el mejor ejemplo de cómo ganar amigos. “El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ”.[5]

Eso exige planificación y sacrificio. Estamos muy ocupados. El compromiso personal de ganar amigos y establecer relaciones con los no cristianos consume tiempo y energía, pero si queremos compartir el amor de Jesucristo tenemos que abandonar nuestra comodidad. La conversación y el hecho de compartir son fundamentales en toda relación, y debemos recordar que conversar implica oír de verdad y con atención. Ayudar a la gente a comprender la historia de Cristo requiere tiempo y paciencia. Debemos ser honestos, comprensivos y desembarazarnos de todos los prejuicios. Para crear este ambiente, andar y comer juntos son elementos importantes. Las comidas compartidas afirman las relaciones humanas e implican solidaridad. Esas comidas son la trama y la urdimbre de las relaciones humanas; son el camino de la vida, de las normas y de los compromisos. Jesús comió y bebió con la gente, incluso con los pecadores más despreciados por los líderes religiosos de sus días. Se lo criticó por eso (Mat. 11:19; Mar. 2:15-17; Luc. 15:1, 2); pero él sabía que si estaba con la gente alrededor de una mesa podía ganar su confianza y conseguir su amistad. Si el principal propósito de la evangelización es sólo conseguir que la gente crea algo, entonces nos encontramos bajo la limitante y limitada obligación de presionarla para que acepte un conjunto de verdades que necesita conocer. Pero si el tema no es sólo que la gente conozca algo, sino también se trata de la manera en que llega a conocer y experimentar lo que creen, entonces aparece una dinámica mucho más eficaz.

Si el principal propósito de la evangelización es la conducta, inducimos a la gente a pensar en sí misma y a cambiar sus hábitos personales Pero si el tema es ayudar a alguien, conviniéndonos en verdaderos amigos de él o de ella; si ese propósito dominante es formar parte de una comunidad, entonces transformamos a los seres humanos en discípulos de Jesús y los incorporamos a una vibrante congregación cristiana.

“Pertenecer antes de creer” no significa que la gente está espiritualmente incorporada al cuerpo de Cristo, sino que se la acepta como a alguien que se encuentra en un proceso de transformación, que es la obra del Espíritu Santo.[6]

“La sensación de pertenecer ubica a los interesados como observadores y participantes, de modo que pueden aprender todo lo que se refiere al evangelio; pueden observar de cerca la influencia que ejerce en la vida de los creyentes y de qué manera forma una comunidad. Por medio de ese proceso, el interesado llega a saber cuándo está listo para tomar la decisión personal de identificarse con el Señor y con su cuerpo”.[7]

La gente anhela pertenecer a algo que pueda llamar hogar. El mundo occidental está yendo del modernismo, en el cual el iluminismo introdujo el concepto de la propia autonomía, el individualismo y el aislamiento, hacia el posmodernismo, en el que la gente busca identidad y comunidad. Al contrario del descubrimiento científico, tenemos ahora la realidad virtual, una experiencia que, como efecto, parece ser, pero que no lo es en la realidad.[8]

En medio de la tormenta de la soledad y en procura de identidad, los cristianos deberían crear una comunidad que acepte estos cambios y ayude a la gente a encontrar su identidad convirtiéndose en discípulos de Jesucristo.

El proceso de la evangelización. Cuando Cristo inició su misión, penetró profundamente en la intimidad de doce personas, se identificó con ellas y su condición, y se comprometió, ante todo, a comenzar el proceso de la evangelización. Pasaron más de tres años antes de que los apóstoles crecieran en el conocimiento de Jesús: primero, lo aceptaron como maestro, después como profeta y, finalmente, como Mesías, el Hijo de Dios que ascendió al cielo, como alguien que estaba más allá de todo lo que podrían imaginar. Esto sugiere un proceso, no un suceso puntual.

Aunque consumamos comidas y bebidas instantáneas, aunque recibamos pagos instantáneos y recibamos mensajes instantáneos, no podemos evangelizar a nadie instantáneamente, por lo menos no con la generación de la cual formamos parte. La evangelización es un proceso. Conduce a la gente a una jornada espiritual que nosotros conocemos muy bien, con todos sus altibajos.

En esta jornada, nuestro trabajo consiste en hacer un paseo por vez. La obra del Espíritu Santo consiste en convencer a la gente para llevarla a la conversión; nuestra responsabilidad es estar disponibles como instrumentos de Dios para completar su obra. Nuestro objetivo es, sencillamente, seguir a Jesús. Entre otras cosas, eso nos ayuda a experimentar, simbólicamente, el milagro de caminar sobre el agua, como lo hizo Pedro (Mat. 14:29).

Los seis tiempos de la conversión

Jimmy Long identifica seis pasos en el proceso posmoderno de la conversión. Ellos son:

  1. Falta de satisfacción con la vida.
  2. Confusión acerca del significado de la vida.
  3. Contacto con los cristianos.
  4. Conversión a la comunidad.
  5. Compromiso con Cristo.
  6. Llamado y visión celestial de Dios.[9]

En realidad, algunas veces la conversión no sigue exactamente esta secuencia; el tiempo, el lugar y la velocidad pueden variar de un individuo a otro. Es posible que alguien abarque el proceso más rápidamente que otro, pero siempre es un proceso, porque la generación posmoderna necesita tiempo para comprometerse permanentemente con algo o con alguien en la vida.[10]

El proceso ayuda al interesado a ver el evangelio en acción en la formación de una comunidad cristiana. Modela el corazón del interesado, no sólo su mente. Lo lleva a una madurez cristiana integral. Lo conviene en discípulo, no sólo en miembro de iglesia. Lo capacita para convertirse en hacedor de discípulos.

La evangelización por medio de historias, o relatos. Como parte de este proceso, las historias tienen poder para estimular nuestros pensamientos y nuestras emociones, y nos pueden poner en acción. Una historia puede crear una visión que, a su vez, desarrolla el carácter. Eso cambia la mente de la gente y afecta sus actitudes, su cosmovisión y su alma. Jesús entendió el poder de las historias y usó muchas de ellas como ilustraciones para enseñar, de manera que la gente entendiera. Enseñó por medio de parábolas (Mar. 4:33, 34).

La evangelización narrativa presenta el evangelio no como una cantidad de datos que llevan a una conclusión lógica; todo el evangelio es una narración en la cual la historia de Dios coincide con la del hombre, y en esa unión de lo humano con lo divino encontramos la esencia de las buenas nuevas.

Una nueva generación busca, anhelante, un modelo viable por medio del cual pueda encontrarle sentido a la vida. Cuando ve a cristianos fieles que viven sus historias en el seno de comunidades fieles, aunque no sean perfectas, seguramente reaccionará en forma positiva. Porque le da esperanza a una generación desesperada. Porque apoya su vida diaria y le proporciona alimento para su desarrollo espiritual.

Una áurea oportunidad

“La historia de que hay un Dios que se preocupa por los seres humanos es un antiguo mensaje, pero ha recibido un atractivo nuevo y tiene un nuevo significado para nuestro tiempo. Nuestra generación posmoderna esta más lista que nunca para escuchar esta historia con oídos nuevos, porque llena el vacío de la vida posmodema y le pone orden a su irregularidad”.[11] Tenemos delante de nosotros una áurea oportunidad, una ventana abierta por medio de la cual puede entrar a raudales la luz de Cristo.

La comunidad cristiana tiene recursos especiales que pueden ser apropiados para enfrentar esta nueva situación cultural. El hombre posmoderno nos está proporcionando oportunidades más amplias para compartir nuestras verdades espirituales y teológicas. No basta que veamos al mundo a la distancia ni que sólo dispongamos de una estrategia para evangelizar; necesitamos andar junto con los que deseamos ganar para Cristo. Tenemos que convivir con el incrédulo hombre posmoderno de acuerdo con sus propios términos, tanto como se pueda. Ésta, ciertamente, es la base de una verdadera comunicación. Y nos brinda excelentes oportunidades de profundizar nuestra propia fe y permitir que el Espíritu Santo obre por medio de nosotros.

Sobre el autor: Director de Comunicación de la División Transeuropea


Referencias:

[1] Tony Jones, Post Modern Youth Ministry: Exploring Cultural Shift, Creating Holistic Connections, Cultivating Authentic Community [El ministerio en favor de la juventud posmoderna: un examen de los cambios culturales, cómo crear relaciones holísticas, cómo cultivar una comunidad auténtica] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2001), pp. 31-43.

[2] Robert E Webber, Ancient-Future Faith: Rethinking Evengelicalism for a Postmodern World [Una fe antigua y futura: una formulación nueva de la evangelización para un mundo posmodemo] (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1999), p. 35.

[3] Ver: www.lifedeveloprnent.info para más información.

[4] Gibbs/Coffey, p. 192.

[5] Elena G. de White, El ministerio de curación (Buenos Aires. ACES, 1990), p 102.

[6] Gibb/Covey, p 194.

[7] Ibíd.

[8] Jimmy Long, Generating Hope: A Strategy for Reaching the Postmodern Generation [Como producir esperanza: una estrategia para alcanzar a la generación posmoderna] (Downers Grove, Ill: Intervarsity Press, 1997), p. 73.

[9] Ibid., p. 206.

[10] Ibíd., p. 208.

[11] Ibíd., p 190.