Cierto día me dijo una joven: “Para ser esposa de un pastor hay que hacer una sola cosa —nada de estudiar, o practicar, u obtener un diploma—:casarse con un pastor”. Nunca anduvo más errada, cierto que ella es ahora la esposa de un pastor porque se casó con un pastor. Y la asociación no espera de ella que termine un curso u obtenga un diploma. Pero la mujer que está realmente interesada en la obra del Señor y en ayudar a su esposo, no dejará ninguna piedra sin remover a fin de enterarse de las cosas que debe saber para ser de máxima ayuda para su esposo.
Muchos de nuestros jóvenes que se preparan para el ministerio buscan señoritas que estén capacitadas para la obra que ellos esperan que realicen. Pero ninguna de nosotras se inició con todo el conocimiento que necesitamos para cuadrar dentro de la responsabilidad que significa ser la esposa del pastor. Todas tenemos que esforzarnos por obtenerlo, aprendiendo un poquito aquí y otro poquito allá, e imitando a otras que se han iniciado antes y que han tenido éxito.
A mí me parece que la primera y más destacada calificación de la esposa del ministro es su vida espiritual personal. Una esposa no convertida con toda seguridad ha de ser el peor obstáculo para el pastor. Haced de vuestra vida una vida de oración. Poned vuestra vida cada día en las manos del Maestro, vuestras ambiciones vuestras dificultades y frustraciones. Esto será; una fuente de fortaleza para vosotros para soportar todo lo que pudiere suceder y asegurarnos cada día de estar bien con Dios, nuestra familia y semejantes. Entonces vuestra alma estará pura, limpia y libre de celos y sentimientos irritantes que minan la fortaleza con mayor rapidez que cualquier trabajo físico.
Una esposa consagrada no sólo será una verdadera cristiana en lo interior sino también en lo externo. Los que la rodean podrán ver su cristianismo manifestarse en sus acciones, sus palabras y su apariencia personal. Porque lo que está adentro, seguramente se manifestará en lo externo, no importa cuán bien se lo quiera ocultar.
La esposa consagrada podrá, y estará dispuesta a conducir a otros a los pies del Salvador. Comenzará por sus propios hijos. Recurrirá a todos los medios para conducirlos hacia el cielo y mantener sus corazones y mentes fijos en Jesús. Su esposo estará lejos a menudo, tal vez durante largas semanas y aun meses. Sobre ella recae entonces todo el peso del deber de la educación de sus hijos. Si ella misma no es consagrada. ¿Cómo podrá guiar a sus hijos por el camino ascendente? Nunca descuidará las oraciones familiares, no importa cuán ocupada o cansada pueda estar.
Cuando la situación lo exija, también debe estar en condiciones de dar estudios bíblicos. No siempre se le pedirá que realice este trabajo como rutina. Pero tal vez encuentre a una vecina interesada, a una joven en dificultad, o alguna persona que anda en busca de la verdad y a quien puede hablar palabras de consuelo y apoyo moral, basadas en las Sagradas Escrituras. Así podrá hacer surgir la oportunidad para que otra persona se haga cargo y dé estudios más específicos que tal vez su tiempo y talento no le permiten. Siempre debe estar a la expectativa para encontrar ocasión de hacer obra misionera, porque ésta es la obra que ella y su esposo prometieron realizar en su ordenación al ministerio.
La segunda calificación importante probablemente sea la personalidad de la esposa del ministro. Ay del pastor cuya esposa sea displicente, temperamental, de mal genio o criticona. No sólo arruinará la perspectiva que el pastor tiene de la vida y afectará su relación con sus feligreses y los extraños, sino que toda la congregación reflejará esa condición personal desfavorable, que se propagará como plaga mortífera y extenderá un palio sobre toda la iglesia.
Hay pocas cosas más animadoras que una sonrisa pronta y alegre, una palabra agradable y oportuna, y un comportamiento feliz. Y, por supuesto, siempre es oportuno el sentido del humor, porque el pastor se enfrenta con muchas experiencias desanimadoras y desagradables, y si ellas pueden ser recibidas con una sonrisa y un encogimiento de hombros, y tomadas con dignidad y sin malicia, vuestra vida parecerá más feliz y aprenderéis a no ser fácilmente heridas en vuestros sentimientos. Aprended a reíros frente a las dificultades y las penalidades y vuestra vida resultará más llevadera.
La esposa de un pastor siempre debe ser bondadosa. Cuidará de decir únicamente aquellas cosas que edifiquen, y nunca las que destruyan. Tratará con los sentimientos de sus semejantes como quisiera que éstos traten los suyos. Será considerada con otros, siempre pensando en las pequeñas cosas que los harán felices. Pero su bondad y consideración no estarán restringidas a quienes a su vez manifestarán idéntico comportamiento con ella. Al chismoso que procura arruinar su reputación lo tratará lo mismo que a la persona que le trae un obsequio y la colma de atenciones.
Por otra parte, la esposa del pastor nunca debe criticarlo delante de otros. Cualquier sugestión útil debe hacérsela en privado. Acreditad a vuestro esposo ante los demás. Muchas esposas, en determinadas materias, son más capaces que sus esposos, pero eso no significa que deban abrumarlo con ideas y sugerencias, a tal punto que la personalidad del pastor quede sumergida en la suya. Es conveniente presentar sugestiones de vez en cuando, pero dejad que él las lleve a cabo a su manera. La esposa es el “poder detrás del trono”, que anima, sugiere, critica bondadosamente, pero que jamás dirige.
La esposa del pastor no debe ser tímida ni temeraria. Si se le pide que dé un discurso o enseñe una clase, no deberá resistirse diciendo que se pone nerviosa.
Debiera prepararse para realizar aquellas cosas que teme. Pero no conviene que siempre esté ansiosa por ocupar el puesto principal en las actividades de la iglesia. Debiera conformarse con sentarse y escuchar a otros, a menos que se le pida que haga algo. No debiera acaparar tantas actividades de la iglesia de modo que otros queden sin oportunidad de desarrollarse. Y al mismo tiempo no debiera ser una persona que nunca participa en las actividades. Debe tener inteligencia para discernir qué debería hacer y qué no debería hacer.
Y hablando de inteligencia, todo ministro debería tener una esposa inteligente. No es necesario que sea graduada de un colegio, aunque por cierto esto sería ideal. Pero debería ser una persona bien informada que pueda conversar inteligentemente sin llevar la parte principal en la conversación. Debiera leer todo lo posible acerca de tantos temas como pueda, y ser capaz de analizar las cosas en forma desapasionada. Por cierto que la esposa del pastor no debe ventilar en público sus opiniones con demasiado entusiasmo. Una mujer inteligente sabe lo suficiente como para mantenerse en segundo término sin parecer deslustrada.
Y, por supuesto, llega el día cuando la esposa es llamada a enseñar, no sólo a sus hijos, sino también a los ajenos. Si el pastor y su familia son invitados a prestar servicio en las misiones, es casi seguro que ésa será la suerte de su esposa. Especialmente, tendrá que educar a sus propios hijos, aunque éstos asistan a la escuela pública. Ninguna familia de misioneros debería dejar que sus hijos crezcan sin conocer la lengua materna y las costumbres y la historia de su país nativo. ¡Y se necesita una madre inteligente para educar a sus propios hijos!
Y ya que hablamos del servicio en las misiones, quisiera recordaros que cuando se deja el país natal para dirigirse a los campos extranjeros, una nunca sabe qué clase de circunstancias tendrá que enfrentar. La esposa que no es práctica y que repentinamente se encuentre con una casa en malas condiciones y sin facilidades, se sentirá infeliz. En cambio, la que es práctica y ha aprendido a coser y que posee otras habilidades, estará en condiciones de convertir cualquier casa en un hogar confortable, fresco y limpio. Y aun si no habéis tenido práctica en pintura o empapelado de paredes, podréis descubrir habilidades ocultas cuya existencia ignorabais. Si podéis hacer esto, siempre seréis felices.
Diremos ahora que la esposa del pastor debe ser digna. Debe recordar que ya no es más una jovencita. No puede vestirse como las adolescentes. Tampoco puede actuar como ellas. Debe comportarse con una reserva que despierte el respeto de todos y al mismo tiempo debe ser amistosa y mostrarse sonriente. A todos debe tratarlos en forma pareja. Nunca debe llamar a otros por su nombre de pila (por lo menos en público), a menos que sean considerablemente más jóvenes que ella. Si espera recibir el respeto de su congregación debe obrar de tal manera que despierte ese respeto.
Probablemente esto sea una de las cosas más difíciles que debe aprender la esposa de un ministro. Es tan fácil ser sociable con alguien a quien se aprecia en forma especial. Resulta tan divertido entretener a otros o ser entretenidos por ellos. Y después de todo, no es ningún secreto para la esposa del ministro que el papel que le toca desempeñar es hasta cierto punto solitario. Nunca puede permitirse ser más amigable con una persona que con otra. Su esposo y su familia son la principal fuente de entretenimiento y gozo.
Pero por cierto que la esposa que tiene un esposo, una familia y trabajos de la iglesia que le insumen tiempo, no se sentirá demasiado solitaria, y al final de cada día estará tan cansada que las visitas de alguna amiga predilecta que reciba en su hogar, o a quien visite, serán para ella cada vez más provechosas y bienvenidas.
Y ahora podemos preguntar: ¿Cuáles son realmente los deberes de la esposa de un ministro? En el primer lugar y en el más importante están su hogar y su familia. Ninguna esposa debiera ocuparse tanto de las cosas de la iglesia que llegue a descuidar a su familia.
Su primerísimo deber consiste en educar a su familia. Cuán triste es ver a hijos de pastores que son indisciplinados, rudos y mundanos. Si tan sólo las madres comprendieran que Dios las hace responsables del destino eterno de sus pequeñitos. Un niño debidamente educado por una madre temerosa de Dios, rara vez llega a ser un niño problema. Sin embargo, demasiadas madres (y padres también) están tan ocupadas salvando a los hijos de otras personas que los propios se pierden. Nunca permitáis que salgan de casa por la mañana sin haber elevado las oraciones familiares.
Cierta vez oí decir a una madre: “No necesitamos celebrar el culto matutino en casa, porque mi esposo asiste al culto en la oficina, los niños en la escuela, y yo tengo el culto en el departamento donde trabajo, de modo que suprimimos ese problema de rutina”. Cuán triste. Concuerdo con que sea algo admirable celebrar el culto matutino en todas nuestras instituciones, pero ¿une eso a la familia? ¿Oye el niño mencionar especialmente su nombre en las oraciones? Más bien ello le hace pensar que el culto es un ritual necesario antes de iniciar las tareas diarias, y que cuanto antes se termine tanto mejor será.
Las familias que oran juntas permanecen juntas. Y si la madre quiere que sus hijos permanezcan en la iglesia, debe orar con ellos. No de vez en cuando, sino diariamente, mañana y tarde, y durante el día si es necesario. Su serena influencia cumplirá más en la dirección de su hijo por el camino recto que todos los sermones a que asistan en los sábados.
Estoy segura que a esta altura ya conoceréis mi opinión acerca del tema de las esposas de los pastores que trabajan fuera del hogar. Si la esposa no encuentra suficientes cosas que hacer en la educación de sus hijos, en inspirar y animar a su esposo, en colaborar en la ganancia de almas y en hacer su parte en las tareas de la iglesia, con seguridad que hay algo que anda mal en alguna parle. Ahora bien, al decir esto comprendo que ocasionalmente podrá pedírsele que ayude en un lugar u otro, como cosa de emergencia; pero si la esposa del pastor trabaja tiempo completo, generalmente esto significa descuido de sus hijos, de su esposo o de las responsabilidades en la iglesia.
¿De qué le sirve a un pastor casarse con una mujer capaz e inteligente para que sea de ayuda en su trabajo, si está metida todo el día en una oficina o toda la noche en un hospital? La esposa debiera acompañar algunas veces al pastor en sus visitas. Su presencia lo animará al ver que su esposa está junto a él sugiriendo, animando, y algunas veces criticando constructivamente.
Nadie lo ignora: una de las mayores responsabilidades de la esposa es la salud de su familia, particularmente de sus hijos. Debiera saber cocinar comidas apetecibles y nutritivas aplicar sencillos tratamientos, y mantener un hogar confortable y saludable, donde su esposo y sus hijos irradien salud y felicidad. Enseñará diligentemente a sus hijos de manera que aprendan a tener hábitos higiénicos que los protejan contra las enfermedades.
Su hogar siempre debe estar abierto para el infortunado. Algunas veces encontrará que es necesario y aconsejable albergar durante un corto tiempo a huérfanos o a otros necesitados. Y por este medio enseñará a sus hijos el segundo gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El hospitalario hogar de un ministro a menudo ha sido un cielo para los jóvenes que se han descarriado, y la bondad con que han sido recibidos a veces los ha devuelto a la grey.
Y siempre hay visitas. El hogar de ningún pastor pasa mucho tiempo sin recibir a un huésped para una comida o para pasar la noche, o bien para las dos cosas. Por lo tanto la esposa del pastor debe estar en condiciones de enfrentar la situación, ya sea a medianoche o durante el día más atareado. Siempre debiera mantener la despensa bien provista para poder preparar una comida extra cuando sea necesario. Siempre debiera tener sábanas limpias para recibir sin dificultad al cansado viajero que llega de improviso.
El hogar del pastor siempre debiera estar listo para recibir a las visitas. La primera tarea de cada día debiera ser la de preparar la sala de recibo para la llegada de visitantes en cualquier momento. Si llueve y los niños deben jugar adentro de la casa, conviene que lo hagan en otro cuarto, porque ¿quién sabe quién puede llegar repentinamente, sin hacerse anunciar? La esposa del pastor debería ser una ama de casa modelo. Debiera mantener limpio el hogar a toda hora. Pero con esto no quiero decir que debiera ser una esclava del polvo. Cualquiera puede excusar un poco de polvo sobre los muebles, pero una cocina y un baño sucios causarán una mala impresión, además de no ser saludable: para quienes viven en la casa.
Posiblemente algunas de vosotras concordaréis sin dilación con algunas de las mujeres acerca de las cuales leí no hace mucho en una revista popular. El artículo declaraba que, según las estadísticas, las esposas de los pastores ocupaban los primeros lugares en la lista de mujeres internadas en las instituciones para enfermos mentales. Una investigación realizada entre los pastorados de diferentes denominaciones reveló que la mayor parte de las esposas de pastores entrevistadas manifestaron desagrado por el trabajo de sus esposos, que las mantenía en una existencia carente de vida privada.
Quedé un poco disgustada con la lectura de ese artículo, porque de todas las esposas de pastores que conozco o de quienes he oído hablar, una sola ha sido confiada a un asilo. Por supuesto que hay días que ocasionan más frustraciones que otros, pero luego las cosas se calman y todo vuelve a la normalidad.
La observación realizada por una esposa me dio la clave de por qué las mujeres de otras iglesias están más atormentadas que nosotros. Dijo que entre otras tareas que le resultaban desagradables estaba la de enseñar en una escuela dominical. La lección que enseñaba, dijo, se oponía totalmente a todo lo que le habían enseñado a creer, de modo que no podía actuar acertadamente.
¡Qué mensaje maravilloso tenemos! Cuán satisfactorio resulta saber que todos nuestros miembros en todo el mundo creen en el mismo mensaje. No tenemos que levantarnos a enseñar una lección escrita por una persona cuyas ideas son diferentes de las nuestras. Las esposas de los pastores en todas partes creen plenamente en el mismo mensaje que predican sus esposos. Todas están dedicadas a la misma causa. Naturalmente que la esposa del pastor que no está consagrada a su tarea y que no cree realmente en el mensaje que ha de representar, no puede ser feliz. No hay nada que afecte tanto los nervios como realizar una obra que desagrada.
Nuestra obra tiene un futuro. No estamos solamente enseñando, predicando y preparando para esta vida. Estamos preparando para la eternidad. Eso es lo que responde del hecho de que nuestras mujeres pueden soportar la tensión de la vida en público y salir satisfechas y sin ser afectadas.
Cuando formaba parte del coro de mi colegio, en mis días de estudiante, una vez cantamos una cantata en la que el coro repetía una vez y otra un pasaje lleno de esperanza: “Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera”. El coro- cantaba una agradable melodía, y luego el solista iniciaba su parte mientras el coro cantaba el acompañamiento: “Porque en ti se ha confiado, tú le guardarás en completa paz”. Esto me impresionó profundamente, y siempre que leo este pasaje bíblico vuelvo a oír las melodías entonadas por el coro.
Y, apreciadas amigas, cuando haya más cosas de las que podáis hacer, cuando la gente critique y los amigos olviden, cuando parezca que ya no vale la pena volver a empezar, y penséis que vuestra mente está por ceder, recordad el pasaje de Isaías 26:3: “Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera: porque en ti se ha confiado”.
Sobre el autor: Esposa del presidente de la División Sudamericana