No cabe duda que las mujeres tienen una misión que cumplir con respecto al evangelismo. El capítulo 16 de la epístola a los Romanos lo testifica al mencionar los nombres de hermanas tan activas como Febe, Priscila y María, Trifena y Trifosa, Pérsida, la madre de Rufo y Tercio, y Julia, la hermana de Nereo. Fueron muy activas en la iglesia, y trabajaron mucho para el Señor. El apóstol las distingue como “mis coadjutoras en Cristo Jesús.” Estas palabras son un reconocimiento valioso del solitario apóstol a sus colaboradores que iban acompañados de sus mujeres (1 Cor. 9:5), las cuales estaban preocupadas no solamente del bienestar material de sus maridos sino también del trabajo misionero.
La esposa del pastor carga con una gran responsabilidad. Hay momentos en que su esposo está doblegado por las cargas que significan las almas de la iglesia y las de afuera; en esos momentos, a ella es a quien corresponde brindarle alivio. Gracias al poder de Dios, puede ayudarlo, consolarlo, y recibir diariamente la inspiración necesaria para proseguir su obra. Si él es el sacerdote de la familia, ella es la ayudante que se interesa con toda la intensidad de su alma en la educación y la disciplina de sus hijos. Un buen predicador le debe mucho a su esposa. Ella permanece tras él, tal vez ignorada, peto feliz por el éxito de su esposo. Doquiera haya algo que hacer en la iglesia, allí se la encuentra. Por eso la sierva de Dios pudo escribir, no solamente en virtud de la inspiración espiritual, sino en base a la experiencia de su propia vida:
“En lo pasado, las esposas de los predicadores sufrían necesidad y persecución. … Su vida estaba constantemente en peligro. La salvación de las almas era su gran objetivo, y por él podían sufrir gustosamente…
“Con mansedumbre y humildad, aunque con noble confianza en sí misma, debe ejercer una influencia dominante sobre las mentes de quienes la rodean, y debe desempeñar su parte y llevar su cruz y carga en la reunión, en derredor del altar de la familia y en la conversación en el hogar. Esto es lo que la gente espera de ella, y con razón. Si estas expectativas no se realizan, más de la mitad de la influencia del esposo queda destruida.
“La esposa del predicador puede hacer mucho bien si quiere. Si posee el espíritu de renunciamiento, y siente amor por las almas, puede hacer a su lado casi tanto bien como él. Una obrera en la causa de la verdad puede comprender y alcanzar, especialmente entre las hermanas, ciertos casos que el predicador no puede…
“El esposo puede recibir honores de los hombres en el campo misionero, mientras que la que se afana en casa no recibe reconocimiento terreno alguno por su labor; pero si trabaja en pro de los mejores intereses de su familia, tratando de formar su carácter según el modelo divino, el ángel registrador la anotará como uno de los mayores misioneros del mundo.”—“Obreros Evangélicos,” págs. 212-214.
En el curso de más de treinta años de obra evangélica he tenido muchos ayudantes dinámicos y competentes. Pero había una especie de regla tácita preestablecida, que doquiera llegaba a un lugar especialmente difícil, o comenzaba a trabajar en un salón público, mi esposa se hacía cargo de las publicaciones. Cuando los visitantes pensaban solamente comprar y recibir una publicación, mi señora se las arreglaba de manera que más tarde recibía unas cuántas direcciones. Si había algún caso especial, y si se trataba de una mujer, enviaba a mi esposa adelante. Finalmente cuando “su alma” se bautizaba, yo lo ponía en “mi informe.” Pero el hecho más precioso es que todos nuestros hijos, ya grandes ahora, están convertidos al Señor. Damos gracias a Dios por ello.
Permítaseme, para alabanza de toda verdadera esposa de pastor, que termine este artículo con las palabras del apóstol Juan registradas en su segunda epístola, versículos 1-5:
“El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a los cuales yo amo en verdad… Mucho me he gozado, porque he hallado de tus hijos, que andan en verdad, como nosotros hemos recibido el mandamiento del Padre. Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino aquel que nosotros hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros.”
Sobre el autor: Director de Departamentos de la Unión del Sur de Alemania.