Al solicitarme que presentara un tema como éste, primero pensé en negarme, porque reconozco que hay otras señoras de mucho más experiencia que yo, capaces de hacer una exposición más acabada; pero luego acepté, ya que soy la esposa de un pastor.

He trabajado durante once años al lado de mi esposo y cada día pienso en la gran responsabilidad y el honor que Dios me ha conferido mientras juntos compartimos nuestras vidas.

¡Qué privilegio ser la esposa de un ministro del Evangelio! Nuestros esposos han dedicado sus vidas a Dios, y han entregado sus talentos y su tiempo a su obra. Por lo tanto nosotras, que hemos sido elegidas por ellos, necesitamos dedicar y consagrar nuestras vidas a la misma causa.

Como esposas de pastores, deberíamos recordar que estamos en sociedad con nuestros esposos y con Dios, y que la sociedad debería tener éxito y ser fructífera ya que ésta es una señal de que hemos sido llamados por Dios.

En algunas ocasiones he sido tentada a pensar que nos basta realizar nuestras ocupaciones domésticas, que nos esmeremos en educar a los hijos y nos ocupemos de los detalles de la vida hogareña. Sin embargo, hay otras responsabilidades que también reposan sobre nuestros hombros.

La esposa del pastor, además de ser ama de casa, madre ejemplar de sus hijos, compañera del ministro, es sierva de Dios, del Dios que le otorgó el privilegio de unirse al hombre que es mensajero suyo, ganador de almas, obra en la cual debe participar junto a su esposo.

Como Rut le dijo a Noemí, también hemos de decirles: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”, “tu trabajo será mi trabajo”. Debemos compartir con nuestro esposo su misma pasión por las almas, su mismo anhelo por evangelizar; debemos orar y trabajar como él por los perdidos, por los que sufren, por los indecisos y por los tentados y desanimados.

Elena G. de White, en el libro Evangelismo, págs. 674 y 675 nos dice: “Sobre la esposa del pastor descansa una responsabilidad que ella no debe ni puede descartar livianamente. Dios le pedirá el talento que le dio y los intereses. Debe trabajar fiel y celosamente junto con su esposo para salvar a las almas”. “La esposa del pastor puede hacer mucho bien si quiere. Si posee el espíritu de sacrificio propio, y siente amor por las almas, puede realizar casi tanto bien como él. Puede comprender y atender algunos casos, especialmente entre las hermanas, los cuales el pastor no puede tratar”.

Debemos trabajar con nuestros esposos para mantener las normas de la iglesia. No podemos transigir. Estamos en favor o en contra de la verdad. Atraemos a otros hacia Jesús o bien los alejamos. ¡Qué tremenda responsabilidad la nuestra!

Tenemos que ser mujeres de oración. Si tenemos una conexión viva con Dios, eso se verá y se sentirá en nuestras vidas. La piedad no es algo que podamos ponernos; es algo que vivimos y experimentamos. Creo que para cada una de nosotras es un verdadero privilegio el ser esposa de un ministro, pero la responsabilidad es mayor que el privilegio. Nosotras podemos ayudar a edificar o a destruir el éxito de nuestro esposo. Muchas veces hemos oído decir: “Él tiene éxito gracias a su esposa, o a pesar de su esposa”.

Hay instituciones que han pensado en llamar a un obrero para un puesto de importancia donde necesitan un hombre capaz, y al mencionar su nombre, alguien ha comentado: “Ese sería el hombre, pero su esposa…”.

Nosotras podemos realizar mucho indirectamente para el éxito de nuestros esposos, y aquí quiero mencionar algunos puntos específicos. Aunque se ha dicho que el conformismo estanca a las personas, esto se aplica a un conformismo espiritual e intelectual, que impide nuevos logros y nuevas realizaciones. Pero nosotras como esposas de obreros tenemos que practicar cierta clase especial de conformismo. ¿A qué me refiero?

1. Conformarnos cuando nuestro esposo inicia campañas, no reclamar a causa de su ausencia. Muchas veces él desea estar con nosotras y con los niños, pero su responsabilidad le exige ausentarse del hogar, de alguna reunión social o de una ocasión en que nos gustaría que él estuviera, y ¡cuán duro es para él despedirse si nosotras mantenemos un rostro serio con comentario como éste: “Yo como siempre sola. Tú también tienes hijos que atender. Te gusta estar en todas”. Eso mata su entusiasmo, le hace pesado el trabajo, y cuando hacemos esto no estamos cooperando con él. Nuestro yo debe esconderse detrás de la cruz de Cristo y de los miles de perdidos.

2. Conformarnos con las mudanzas. Recuerdo el primer hogar que mi esposo y yo establecimos, con muy pocas cosas, pero las dedicamos al Señor. Hemos hecho esto mismo en cada nuevo hogar que hemos tenido, y han sido diez. Unos más cómodos que otros, pero todos han sido bendecidos admirablemente.

3. Conformarnos con lo que podamos tener y lo que podamos ponernos. Recordemos que las personas de la iglesia y fuera de la iglesia se fijan mucho en nosotras, y aunque no queramos, somos ejemplo para muchas. No debemos ser esclavas de la moda, ni exigir a nuestros esposos que nos compren vestidos costosos, pero sí, preocuparnos por lucir bien y dar la mejor impresión tanto a nuestro esposo como a los demás. Una persona desaliñada es mala propaganda para el pueblo de Dios. Tanto el pastor como la esposa y sus hijos deberían “adornar el ministerio”. El aseo personal, la limpieza en el hogar y la manera ordenada de arreglar las cosas harán que nuestro esposo al llegar se sienta tan cómodo que el hogar le sea un oasis donde recobre las energías gastadas y pueda seguir siendo un manantial de bendiciones para todo aquel que busca a Jesús. Además, los seres celestiales habitarán donde hay limpieza y orden. (Lea El Hogar Adventista, caps. 2, 13, 42.)

No vacilemos en manifestar hospitalidad en nuestro hogar. La gente no se interesa tanto en lo que le damos de comer como en el gozo de conocernos y confiar en nosotras como amigas dignas de confianza. Nuestros hogares deben ser lugares donde reine verdadera felicidad, donde todo esté limpio y ordenado. Las comidas deberían ser sencillas y servirse con arte. Deberíamos poder recibir a la gente en cualquier momento sin experimentar confusión y mal genio.

Nuestros niños deben estar preparados para recibir al padre, y ellos, al igual que nosotras, salir a recibirlo y darle la bienvenida al hogar. Como esposa de obreros deberíamos estar junto a él, orando diariamente por sabiduría y dirección divina para mantener las normas que Dios nos ha dado y educar a nuestros niños en el temor de Dios.

Como compañeras, debemos interesarnos en su trabajo, escuchando atentamente, vibrando con sus experiencias y sintiendo como él, el impacto de la lucha. Dice el pastor Roy Alian Anderson: “Nada es de mayor importancia para un ministro que el saber que su esposa está con él, no solamente en la batalla de la vida y las responsabilidades del hogar, sino también en las experiencias desafiantes y delicadas que constituyen parte de su ministerio”.

Las esposas tenemos que participar de las aflicciones, los temores, los chascos y las responsabilidades del ministro, pero también debemos compartir los gozos, la felicidad, las emociones y los éxitos.

A continuación, quiero traer algunos pensamientos del capítulo 16 de El Hogar Adventista, un libro que nosotras deberíamos leer cada año. Dice allí Elena G. de White: “Encuentre la esposa y madre de familia tiempo para leer… para ser compañera de su marido… Haga del querido Salvador su compañero diario… Dedique… tiempo al estudio de la Palabra de Dios… Consérvese alegre y animada” (pág. 95). La esposa ha de agraciar el círculo familiar como esposa y compañera.

Creo de todo corazón que necesitamos orar pidiendo a Dios un mayor espíritu misionero, una visión más amplia de nuestros deberes y que esto se traduzca en una vida llena de utilidad y consagración. En aquel día, el día final, el día de las recompensas, el día de los galardones eternos, nuestros oídos escucharán las palabras más dulces: “Bien hecho”.

            Que ésta sea la suerte de todas las que llevamos el título de “Esposa del Pastor”.

Sobre el autor: Secretaria de la Asociación Puerto Rico Este.