Me alegro por esta oportunidad de tratar el tema “La esposa del evangelista”. He trabajado durante 23 años junto a mi esposo, de modo que creo poder compartir con vosotras una o dos ideas útiles.
Ante todo, quisiera decir que considero que cada ministro es un evangelista, o debería serlo. No importa cuál sea su esfera de trabajo dentro de la obra, debería actuar como un evangelista, y desplegar todo esfuerzo posible para ganar almas. Cada verdadero ministro es un ganador de almas.
Retrocedamos al tiempo cuando conocimos a nuestros esposos. ¿Pensamos entonces en la gran responsabilidad y el honor que ellos nos conferían al pedirnos que compartiéramos sus vidas? Todos sabemos que el llamamiento al ministerio es el más elevado que existe, y que es Dios quien elige.
Nuestros esposos han dado sus vidas a Dios, y le han entregado sus talentos y su tiempo para dedicarlos a su obra. Por lo tanto, nosotras que hemos sido elegidas por ellos para compartir su obra, también deberíamos dedicar y consagrar nuestras vidas a la misma causa. También nosotras deberíamos tener el mismo deseo de ganar almas para el Maestro, lo cual constituye el mayor deseo en la vida del verdadero evangelista. Elena G. de White nos dice que no hay otra obra más elevada que podamos realizar, que la de llevar las almas a Cristo.
Recuerdo bien el primer hogar que mi esposo y yo establecimos. No bien hubimos entrado, dejamos nuestro equipaje y nos arrodillamos ante el trono de la gracia y dedicamos nuestras vidas y nuestro hogar al Señor. Hemos hecho esto mismo en cada nuevo hogar que hemos tenido, y han sido doce. Creo firmemente que ésta es una de las razones por las cuales hemos sido bendecidos admirablemente.
Como esposas de pastores adventistas, deberíamos recordar que estamos en sociedad con nuestros esposos y con Dios, y que la sociedad debería tener éxito y ser fructífera.
A menudo oigo a obreros jóvenes hablar del encanto del evangelismo. A veces sonrío al escucharlos. No conozco ese encanto, pero conozco el trabajo duro y a veces las noches insomnes. También sé que si no supiéramos que Dios está con nosotros, no continuaríamos en la obra. Necesitamos aprender a depender completa y enteramente del Señor; de otro modo, ¿cómo podríamos ponernos frente a la gente para presentarles el mensaje? No podemos hacer nada por nuestra propia fuerza, pero con Dios, todas las cosas son posibles.
El ministro joven generalmente da ciclos cortos de conferencias en la iglesia o en pequeños salones, y entonces necesita toda la ayuda de su esposa.
Me han asombrado algunas observaciones que he oído acerca de algunos de nuestros obreros y sus esposas. Por esta razón creo que deberíamos ser muy cuidadosas para no ofender a nadie y para no ser una piedra de tropiezo para los que nos rodean. Aunque Dios nos ha llamado a su obra, nunca deberíamos pensar que somos mejores que el resto de la gente. El orgullo es un pecado terrible y puede ocasionar mucho desánimo a los miembros de nuestra iglesia, a quienes debemos servir. Tenemos muchos miembros consagrados y admirables que podrían recibir una herida de parte de los pastores y sus esposas orgullosos. Nunca deberíamos adoptar la actitud de “yo soy más santa que tú”, la que sugiere que pensamos que procedemos de un grupo social diferente, o tener mejor educación, etc.
Debemos trabajar con nuestros esposos para mantener las normas de la iglesia. No podemos transigir. Estamos en favor o en contra de la verdad. Atraemos a otros hacia Jesús o bien los alejamos. ¡Qué responsabilidad la nuestra!
Quisiera deciros que lo más importante en nuestras vidas es que seamos mujeres de oración. Si tenemos una conexión viva con Dios, eso se verá y se sentirá en nuestras vidas. La piedad no es algo que podamos ponernos; es algo que vivimos y experimentamos. Pienso que cada una de nosotras comprende que es un gran privilegio ser esposa de un ministro, pero la responsabilidad es mayor aún, porque podemos ayudar a edificar o a destruir el éxito de nuestro esposo. Cuántas veces hemos oído decir: “Él tiene éxito gracias a su esposa, o a pesar de su esposa”.
Hablemos ahora del ciclo de conferencias y de nuestra parte en él. Sea grande o pequeño el ciclo, antes de lanzarlo y antes de que el ministro se presente en la plataforma, hay que realizar mucho trabajo duro. Debido a que somos humanos, habrá mucha ansiedad, y aquí es donde vuestra comprensión de la situación es vital. He oído decir a algunas personas que ellas nunca se preocupan. Esa es una buena actitud, pero a veces los que dicen que no se preocupan tampoco trabajan. Recordaréis que Cristo se angustió varias veces, y sabemos que las mejores presentaciones artísticas son realizadas generalmente por arpistas que se sienten nerviosos. Sin embargo, deberíamos recordar que Dios está mucho más ¡interesado en la obra de salvar almas de lo que nosotros podríamos estar. Él nos ayudará en todo momento.
Otro factor importante que no debemos desestimar es que nosotras podríamos arruinar la obra de nuestros esposos siendo dominadoras y entremetidas. A veces una mujer piensa ser más inteligente que su esposo. Tal vez lo sea, pero no es de ninguna ayuda manifestárselo. Trabajad unidos con amor, recordando siempre que el esposo es la cabeza del hogar.
Deberíamos participar activamente en la preparación de las reuniones; como ser en preparar los sobres para enviar propaganda, preparación de ficheros, redacción de volantes, etc. Así estimularemos a los feligreses por nuestra fidelidad en el trabajo.
Si la campaña ha de realizarse en la iglesia, y no hay una diaconisa eficiente, podéis ayudar a mantener la iglesia limpia y ordenada. Las sillas deberían estar en orden, las alfombras limpias, los manteles de la mesa limpios y bien dispuestos. Todo debería representar correctamente nuestras elevadas normas.
Si en la iglesia no hay nadie que sepa disponer artísticamente las flores, ¿por qué no estudiáis vosotras ese arte y os encargáis de ese trabajo? Vale la pena gastar algo de dinero en tomar unas pocas lecciones sobre el arte de arreglar las flores.
Procurad que la plataforma se vea atrayente. Si se utiliza un salón alquilado para las conferencias, visitadlo anticipadamente y ved que las flores estén en orden, la plataforma bien dispuesta, el piano y las sillas sin polvo, etc.
Conviene que lleguemos una hora antes del comienzo de la conferencia. He aprendido a no hacer esperar a mi esposo. Es muy importante que todo esté listo para el servicio. Aun el evangelista mas experimentado puede estar ansioso la cualquier cosa con tal de mantener todo en orden y a tiempo, a fin de aliviar la carga que lleva nuestro esposo. Tal vez convenga que seamos las primeras en llegar al salón de conferencias, y las últimas en retirarnos. Debemos aprender a esperar con serenidad. He conocido algunas esposas que son impacientes y no pueden esperar unos minutos con tranquilidad. Recuerdo a dos de ellas que finalmente convencieron a sus esposos de que el ministerio no era su vocación.
Si sois la única ayuda con que cuenta vuestro esposo, podéis hacer las veces de instructora bíblica, situaros en la puerta y saludar a la gente. La amistad, una sonrisa amable y un cálido apretón de manos pueden hacer maravillas. Todos respondemos a las sonrisas —haced la prueba y comprobadlo. Además, no debemos esperar que la gente venga y nos hable, sino que debemos acudir a ella y hablarle. Podéis decir: “Eso está bien para otras esposas, pero yo soy tímida”. Podéis no creerlo, pero yo también lo soy. Pero he descubierto que con un pequeño esfuerzo y procurando olvidar el yo, podemos irradiar simpatía cuando estamos con otros.
Cuando los niños lloran en la conferencia, podemos acercarnos y ofrecer ayuda a las madres: aun esto es un servicio para Cristo. Debemos estar dispuestos a hacer todo lo posible por estimular el crecimiento de nuestra obra.
Podemos elevar la norma únicamente hasta donde nosotras la observamos. Lo que importa no es lo que digo, sino lo que hago, y eso es lo que influye sobre la gente. Si esperamos que la feligresía trabaje duro, entonces nosotras también debemos trabajar incansablemente. Si queremos que sean misioneros, entonces nosotras debemos ser misioneras. ¿Cómo podemos esperar que los miembros y los simpatizantes asistan a las reuniones si nosotras no asistimos?
Aunque debemos emplear nuestros talentos para el Señor, nunca debemos imponernos a los hermanos que pueden ser útiles en la iglesia. Si hay un hermano que puede tocar el piano, animémoslo a que lo haga. Tal vez nosotras toquemos muy bien, pero si otro puede hacerlo aceptablemente, eso nos deja libres para realizar otras tareas.
Otra cosa: animad a otros a que trabajen para el Señor. No hay necesidad de adulación ni de halagos, sino que basta un sincero “gracias por esa buena lectura”, o por cualquier otra cosa realizada. El aprecio manifestado por lo que se ha hecho, animará a que se haga lo mejor posible la próxima vez. La gente está deseosa de recibir amor. Llevan pesadas cargas, a veces están solitarios, a veces están desanimados. Es nuestro privilegio aliviar esas cargas y alegrar a los solitarios y desanimados.
No vaciléis en manifestar hospitalidad en vuestro hogar: la gente no se interesa tanto en lo que le dais de comer como en el gozo de conoceros y de confiar en vosotras como amigas dignas de confianza. Nuestros hogares deberían ser lugares donde reine verdadera felicidad, donde todo esté limpio y ordenado. Las comidas deberían ser sencillas y servirse con arte. Deberíamos poder recibir a la gente en cualquier momento sin experimentar confusión.
Hablemos ahora del arreglo personal. Recordemos que las personas que no pertenecen a nuestra iglesia toman muy en cuenta esto. No deberíamos ser esclavas de la moda, pero tampoco debemos apegarnos a la moda de los tiempos de nuestras abuelas. Una persona desaliñada es mala propaganda para el pueblo de Dios. Tanto el evangelista como su esposa deberían “adornar” el ministerio.
Como esposa del evangelista deberíamos estar junto a él, orando diariamente por sabiduría y dirección para mantener las normas que Dios nos ha dado. Como compañeras, debemos participar de las aflicciones, los temores, los chascos y las responsabilidades del ministerio, pero también debemos compartir los gozos, la felicidad, las emociones y los éxitos, y al regreso de Jesús, él nos dirá: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor”.
Sobre el autor: Esposa de un pastor de Londres.