Este toque profético requiere conocimiento del tema y audacia, sabiduría y juicio para expresar convicciones acerca de los valores bíblicos, en la medida en que interfiere con la vida de las personas que están sentadas.

 Y sin embargo, la buena predicación implica más que simplemente dispensar información. Si el predicador no aprende nada nuevo y personalmente desafiante de su sermón, y los miembros no aprenden nada nuevo y desafiante cuando adoran, ¿qué se ha logrado entonces?

 Dos preocupaciones acerca de la buena predicación deberían, por lo tanto, primar en la mente de todos: ¿Quién o quiénes escuchan?, y ¿qué les ocurre a los oyentes? Los hechos únicamente no cambian el comportamiento. La predicación es más que mera información. La buena predicación debería medirse, no por lo que el pastor hace o dice en el púlpito, sino por la forma como responden a largo plazo los oyentes.

Modelos o estilos de predicación

 Varios modelos o estilos de predicación y las características de los predicadores “buenos”, “populares”, “efectivos”, se han convertido en objeto de estudio últimamente.

 El modelo de orador arrebatador y persuasivo revela un estereotipo común que indica que los buenos predicadores son carismáticos que electrizan a los oyentes. Tal influencia motivadora es, por supuesto, muy útil hasta donde genera entusiasmo por un tema digno de consideración, y no un medio de inflar el ego del predicador.

 El modelo de “predicador artista “. El artista es un artífice de las palabras que, por lo general, lee, con frecuencia muy bien, de un manuscrito. Sin embargo, el hecho de ser proclamado como artista, no libera al predicador de la obligación de tener que observar el criterio más riguroso de lo que le ocurre al oyente. Es probable que algunos predicadores digan: “Hice un buen trabajo en mi predicación de hoy; cualquier cosa que los oyentes hayan aprendido, es asunto de ellos”.

 El modelo de “los músculos de la mente”. El propósito de la teoría clásica de la predicaciónes ejercitar los músculos de la mentemediante el sencillo recurso de cargar el cerebrode los oyentes con una vasta cantidad dehechos intelectualmente orientados, ya sea paraque lo repitan en alguna forma (i.e. comoun estudio bíblico para alguien más), o lomemoricen como una barrera contra alguna crisis futura.

 El modelo del “buen Pedro”. Cuando usted habla a Pedro en un día de campo, por ejemplo, él es cálido y agradable. ¡Qué golpe produce escuchar a ese mismo personaje en el púlpito, donde asume un tono de mojigato y fariseo, de vitral extramundano, de modo que usted quisiera decirle, “por favor, Pedro, sé tú mismo. No trates de sonar como crees que un ministro debería ser”.

 El modelo del “hombre de experiencia”. El hombre de experiencia, al parecer, quiere que usted sepa que él estuvo allí y que hizo todo cuanto debía hacerse. Siempre se lo escucha mencionar a las personas importantes que conoce, y si su estancia dura más de dos años, la congregación escuchará su repertorio de historias muchas veces.

 El modelo de “yo fui un adolescente rebelde”. El adolescente rebelde es el ex “roquero”, miembro de una pandilla, drogadicto, promiscuo, de cabello largo, con un anillo en la nariz y otro en la oreja, que ahora se ha convertido en predicador. Aparentemente es incapaz de separarse de su pasado corrupto, excéntrico o sórdido. Es famoso por la historia de su conversión, que a menudo nubla su tratamiento de la historia del evangelio.

Nuevas preguntas, nuevos paradigmas

 Hoy las preguntas han cambiado para el líder y el predicador. Examinamos a los seguidores. ¿Quién sigue a los líderes y por qué? Una vez más, una apreciación válida de la predicación debe anclarse en lo que ocurre con el oyente en particular porque, en esencia, la predicación es la interacción entre dos personas: el predicador y el oyente, no importa cuán grande sea la multitud.

 Afortunadamente, la sabiduría acumulada acerca de la buena predicación, si retrocedemos varios siglos (comenzando con Juan Crisóstomo), confirma que ciertos actos de los predicadores marcan una diferencia significativa en su impacto a largo plazo sobre los oyentes: (1) Los buenos predicadores seleccionan material para sermones dignos de consideración; (2) conducen a sus oyentes a codificar e integrar este material en sus vidas personales; (3) aseguran el respeto por el método de estudio de la Biblia, la historia y otras disciplinas afines, con relación al material del sermón; (4) sustentan la curiosidad intelectual estimulando el pensamiento crítico; y (5) promueven la fe y el aprendizaje como los dos valores gemelos que más necesitan los oyentes serios.

 El momento de la verdad homilética ocurre cuando un oyente o predicador capta el significado de una importante idea y hace una aplicación personal; todo lo demás en la predicación es un medio que busca el logro de esa percepción y una comprensión duradera. La información sustantiva en el sermón debe ser de valor permanente, algo digno de conocer o creer por su propio derecho, porque conduce a un mayor aprendizaje y fortalecimiento de la fe. Ni el predicador ni el oyente pueden anticipar con detalles el momento o las ocasiones cuando esa captación de la información o percepción ocurre. Sin embargo, la información significativa debe estar allí para ser utilizada. Por ejemplo, la comprensión de la misericordiosa respuesta a la intercesión de Abrahán (Génesis 18), le dará a un oyente y peticionario específico la confianza para dirigirse al Señor en un momento de necesidad o como un estilo de vida consistente.

 Se ha hablado mucho de la necesidad de memorizar la Escritura. Claro que memorizar material importante y repetir información significativa puede ser útil. La repetición mecánica, sin embargo, tiene poco valor en sí misma. Si un “versículo de memoria” ha de proveer ayuda a largo plazo, debe identificarse con una experiencia de la vida o una necesidad sentida. Los pasajes de la Biblia que más significado han tenido para mí son los que han desafiado o nutrido mi peregrinación personal.

 Además de todo esto, el sistema que una persona tiene para internalizar los valores sirve como sustancia aglutinante para la retención de hechos, conceptos y procedimientos. La motivación o la necesidad personal de conocer es la energía que nos impulsa a ver la importancia de la información bíblica y la percepción espiritual.

De lo abstracto a lo concreto

 La fuerza intelectual más poderosa en la predicación es la capacidad para colegir y aplicar ideas abstractas. En La República de Platón, los filósofos eran reyes porque se preciaban de ser los únicos más capaces de sustraerse a la fuerza constrictora del ambiente del mundo sensible. La mayor parte de aquello con lo cual los predicadores nos relacionamos en nuestras vidas espirituales está empapada de conceptos abstractos: conversión, nuevo nacimiento, perdón, Espíritu Santo, aceptación, Jesús como Señor y Salvador, y la comunidad de la iglesia, sólo por mencionar algunos. Los predicadores deben tomar estas ideas abstractas y ayudar gentilmente a sus oyentes a volverse hacia las realidades concretas que pueden cambiar sus vidas. Billy Graham hace esto con grandes resultados en sus llamamientos al altar.

 En resumen, la esencia de la buena predicación tiene mucho más que ver con la integridad de la persona que con el estilo y las técnicas de la predicación. Todo predicador es mucho más que las técnicas que maneja. Cada predicador tiene un estilo que, en realidad, es un trasunto consistente de su carácter y sus valores. Muchos factores contribuyen a la identidad del predicador: todo, desde el afecto por los padres, hasta la lealtad a la empresa automotriz; desde la repulsión por los perros, hasta el impacto de los medios en su vida (al llegar a los 18 años, el promedio de jóvenes norteamericanos habrá dedicado 11,000 horas al aula de clases; 22,000, a la televisión, estudiado 13,000 lecciones escolares y visto 750,000 comerciales). Todo esto, y una indecible cantidad de otras variables, afectan lo que somos e, inevitablemente, lo que contienen nuestros sermones y la forma en que son recibidos.

 Finalmente, cuando la congregación percibe que su predicador disfruta su compañía y la del Señor, y hasta cierto grado comprende y aprecia su propia compañía, ese predicador está en camino a la esencia de la buena predicación y a ser un agente de cambio en las vidas de sus oyentes.

Este artículo se completará en el próximo bimestre.

Sobre el autor: Ed. D., es pastor titular de la Iglesia de la Universidad de Loma Linda, en Loma Linda, California.